“An age is called Dark not because the light fails to shine, but because people refuse not to see it.” – James Albert Michener, 1982
En ocasión de la cumbre de Copenhague de 2009 escribí, poco antes de sus inicios y en ocasión de las reuniones previas celebradas en Barcelona, que no era partidario de que se alcanzara un acuerdo [Por qué el ‘fracaso’ anticipado de Copenhague puede no ser una mala noticia]. Un acuerdo en base a unas emisiones que (eventualmente) equivalieran a limitar la concentración atmosférica de CO2eq [Algunas cuestiones no siempre bien comprendidas: Emisiones y concentración] a un valor que estuviera por encima del umbral de estabilidad, decía entonces, era peor que ningún acuerdo. En esa situación, proseguía, a efectos de opinión pública parecería que el problema estaría ya encarrilado – con la consiguiente atenuación de la presión popular – mientras que, por el contrario, el sistema climático[1] adquiriría en cualquier caso dinámica propia[3] y estaría ya fuera, por tanto, de todo control humano.
Al final, el acuerdo (1) se redujo a ‘evitar que la temperatura supere los + 2 ºC’, sin indicar con respecto a qué año se refiere este incremento ni cómo se puede conseguir tan ambicioso objetivo, a pesar de que ese promedio mundial de temperatura supondría ya un clima sustantivamente distinto al actual [Copenhague: ¿fracaso o esperanza?]. La realidad se ha impuesto: los compromisos de reducción de emisiones supuestamente orientados a ese fin no lo consiguen de ninguna forma, y todo lo que los países están dispuestos a reducir nos lleva directamente a superar los 3 ºC (2).
Hoy, en ocasión de Cancún, mantengo esta posición todavía con mayor convicción. (más…)