«This is an emergency and for emergency situations we need emergency action» – Ban Ki-Moon, Secretario General de Naciones Unidas – 07/11/2007[1]

COP15
El pasado jueves por la tarde sentí un gran alivio cuando los asistentes a la reunión preparatoria de Barcelona recibieron lo que, para muchos, habrá sido un jarro de agua fría. Estados Unidos no iba acordar nada antes de diciembre, y el texto del comunicado daba a entender que en Copenhague tampoco se alcanzarían acuerdos vinculantes. La razón esgrimida era que el proyecto de ley de control de emisiones que se está debatiendo al otro lado del Atlántico todavía se encuentra en trámite parlamentario, por lo que este país no puede saber, a tiempo del COP 15, a qué puede comprometerse. Yo creo que la razón de fondo no es ésta y, si lo fuese, no sería una buena señal. Aunque el hecho de darnos más tiempo para decidir es, creo yo, una de las mejores noticias de los últimos tiempos, climáticamente muy deprimentes.
Hay varias razones que aconsejan este aplazamiento. Pero hay una que considero capital: un acuerdo alcanzado en base a los datos de trabajo que está manejando ahora la clase política no sería un buen acuerdo. Por favor, dese cuenta de qué cosa significaría un acuerdo que casi todo el mundo diera por bueno (en el mejor de los casos) pero que no respondiera a la realidad física del sistema climático en base a los datos científicos reales. El esfuerzo que habría significado alcanzar (supuestamente) ese ‘buen’ acuerdo habría sido tan grande que tendría como consecuencia una dificultad enorme en ser nuevamente modificado, por lo menos a corto plazo. Y desde luego sería imperativo modificarlo en un sentido mucho más restrictivo a la luz del nuevo conocimiento. Incluso sobre nuevas bases.
Si de Kioto a Copenhague han pasado más de 10 años cabe preguntarse cuánto tardaríamos en alcanzar un post-Copenhague en un momento en que la crisis climática estará ya entrando en sus primeras manifestaciones destructivas geográficamente próximas y, además, la crisis energética prevista para 2010-2015 se estará manifestado en toda su crudeza. Habría que imponerlo por la fuerza, si es que alguien estuviera dispuesto a ello, y no es cosa de emplear el lanzallamas para una situación que sólo puede ir a peor.
Yo tengo la convicción de que los principales mandatarios mundiales tienen encima de la mesa un informe confidencial donde se les explica la gravedad de la situación sin los edulcorantes habituales no ya de la prensa de quiosco sino incluso los que se expresan, aunque cada día con menor convicción, en las revistas académicas y las de circulación restringida a las élites. Ellas ya lo saben con toda la crudeza que hace al caso. Están consternados, no saben exactamente qué hacer y … quién sabe si están planeando reunirse en secreto o si ya lo han hecho.
¿Qué es lo que dicen esos informes? Yo nos los he visto, pero llevo siguiendo este asunto desde hace tiempo y, cada día que pasa, las cosas empeoran. Empeoran simplemente porque pasa el tiempo sin aplicar soluciones – si las hubiere – mientras el sistema físico, ajeno a nuestras dificultades para deshacer el daño, prosigue indiferente su evolución exponencial. Empeora asimismo nuestro margen de actuación a partir de los resultados que la ciencia nos va suministrando. La evolución del cambio climático se ha subestimado en gran medida. Las previsiones se han quedado no ya cortas, sino muy cortas. Nuestra capacidad de control es mínima, si existe.
Gran parte del 4º informe del IPCC, emitido en 2007 (pero con datos de 2005), es considerado obsoleto por los climatólogos de todo el mundo, salvo en el hecho de que, al no haber hecho caso de lo que este organismo nos viene advirtiendo desde 1990, el escenario de emisiones actual es el que estos informes consideraban el peor de los posibles[2]. Con todas sus consecuencias.
Todo se está acelerando muy deprisa. Tanto, que la probabilidad de que nada de lo que hagamos consiga evitar un cambio en el estado de equilibrio del sistema climático de la Tierra es, ya hoy, muy elevada. Demasiado elevada como para mantener la ficción de que las políticas de carácter ‘incremental’ pueden solucionar algo. La cifra ‘oficial’, la que se publica en Nature, la revista de mayor impacto científico de todo el mundo[3], es del 25% -como mínimo- incluso en el caso extremo de que fuéramos capaces de tomar la más extrema de todas las medidas: detener ‘mañana mismo’ todas las emisiones a la atmósfera, lo cual usted ya se da cuenta de que es imposible. He dicho como mínimo y espero que no sea más que eso, a sabiendas de que científicos del máximo prestigio mundial dicen en privado[4], sólo en privado, pues ellos tienen por cierto que la cifra es mucho mayor. Sólo unos pocos se atreven a decirlo en público, y son aquellos cuyo puesto de trabajo, o financiación de proyectos, no depende de lo que digan. Así somos, y así nos va.
Es, por tanto, muy aconsejable darse un tiempo de reflexión adicional y a ver cómo lidiamos con esto. Se necesitan soluciones radicales, cambios profundos, o bien el planeta se nos va a hacer gárgaras entre nuestra generación y la venidera.

Hipocresía en acción: Montaje sobre los ejecutivos de la industria del tabaco jurando solemnemente su inocuidad (Fuente: Climate Progress)
Hay otros motivos más prácticos, pero secundarios, para retrasar un acuerdo. Uno de ellos es que el aplazamiento ejercería la función de ‘despeje’, esquivando así, por lo menos temporalmente, la presión de la industria y de los negacionistas, que sin duda están preparados para echar el resto en la segunda semana de diciembre. No hay nada peor que ir a golpear el balón con fuerza y que de repente haya desaparecido. La lesión puede durar meses – y puede ser de por vida. Si a ello se suma el aturdimiento y descalificación generalizada consecutivos al anuncio de que el problema es incluso peor que lo hasta ahora conocido, esas huestes podrían quedar temporalmente desorientadas y la ocasión podría presentar alguna oportunidad para reducir o anular definitivamente su influencia (que no sus acciones, que continuarán).
Otro motivo para pensarlo mejor es la interdependencia que presenta un acuerdo relativo al cambio climático con otras iniciativas y llamamientos medioambientales de alcance global, aspecto poco trabajado todavía. Por ejemplo, el convenio sobre biodiversidad o el protocolo de Montreal sobre los gases perjudiciales para la capa de ozono[5], entre muchos otros.

Copenhague es una ciudad muy bella y convivencial
Un tercer elemento tiene que ver con recientes aportaciones científicas complementarias que entiendo muy significativas. La ciencia ha avanzado en los últimos meses-años de forma que, en lugar de ampliarnos el campo de actuación, nos lo reduce. Sin embargo también nos está aportando nuevos conocimientos y herramientas muy útiles, como por ejemplo darnos cuenta de que los escenarios considerados por el IPCC no son los mejores posibles[6], o que la contribución de la deforestación a las emisiones parece ser, según muy reciente análisis publicado en Nature Geoscience, menor de lo hasta ahora considerado[7]. En este asunto un avance incremental puede ser de gran importancia, pues puede comportar una sensible reducción de incertidumbre. Otro avance importante está relacionado con la teoría de juegos, que está siendo aplicada por distintos grupos de investigación al caso de la negociación en curso y que, por el momento, no ofrece resultados esperanzadores[8]. Las soluciones no están siempre disponibles en el momento deseado y, en los casos en que pueda parecerlo, nada nos asegura que sean factibles – contrariamente al modelo mental dominante según el cual el simple hecho de plantearnos un problema parece suponer que existe una solución. No tiene por qué. Caso de existir, necesita su tiempo. Y el sistema climático no espera. No se le puede detener como los relojes de los parlamentos. ‘Tempus fugit’: la flecha del tiempo es hoy más inexorable que nunca.
Sea como fuere, los humanos que, nos guste o no, estamos sometidos a sus leyes, necesitamos un tiempo para saber que ya no estamos hablando de lo mismo de lo que hablábamos hace 2 años, ni tan siquiera uno. El contenido de Nature del pasado 30 de abril[9] supuso un impacto tan grande, tan contundente, también sobre los científicos, que tengo para mí que no ha sido asimilado todavía. Debemos madurarlo, procesarlo. Las cosas se verán de muy distinta forma en muy poco tiempo. o así debería ser, por el bien de todos.
¿Qué hacer entonces? ¿Cancelar la reunión y convocar otra para finales de 2010 o 2011? Es una posibilidad, aunque tiene el inconveniente no menor de que provocaría fuerte agitación social y un reparto estéril de responsabilidades por el ‘fracaso’. Y si se reúnen ¿servirá para algo?
Hay una salida que se me antoja la única posible. Hay que buscar puntos de encuentro sólidos y no compromisos a regañadientes que sabríamos por adelantado inútiles. Hay que llegar a acuerdos, pero no a los que está ‘oficialmente’ previsto llegar. Deberían ir los jefes de estado y de gobierno y suscribir un acuerdo sobre las materias a ponerse de acuerdo, y darse un plazo para ello. Hay que acordar qué se entenderá por fracaso. Hay que señalar el punto de llegada, sabiendo que, de no alcanzarlo, esa situación tendría efectos severamente perjudiciales sobre toda la humanidad. Digo toda, si, también sobre usted y sobre mi.
Es preferible dejar la definición del camino para cuando este punto o puntos hayan sido asumidos y se haya conseguido cohesión en torno suyo. En otras palabras: hay que definir los límites globales, que son los que han cambiado en los últimos meses, y dejar los compromisos particulares para un nuevo encuentro dentro de uno o dos años.
Para que esto tenga validez es imprescindible el acuerdo de la comunidad científica con exclusión expresa y explícita de quienes se hayan mostrado negacionistas. Veámoslo con un ejemplo. Parece claro a estas alturas que es preciso reducir cuanto antes la concentración de CO2 equivalente a 350 ppm a partir de los cerca de 490 ppm de CO2-e de la actualidad. Eso en una primera fase, para pasar después a 300 ppm[10]. El acuerdo debe ser fijar un calendario (tentativo) para alcanzar estas metas y establecer equipos de trabajo de alto nivel que ofrezcan distintas posibilidades, distintos caminos. Desde luego, y eso será lo más difícil, hay que tener claro qué significa fracasar en el proceso. Cuáles son las consecuencias.
Por cierto: no es cosa de que tengan que ponerse de acuerdo respecto a estos valores de concentración de gases forzadores del clima, pues quienes tienen la competencia para hacerlo ya lo han hecho. Bastará pues con tomar nota conjunta de las leyes de la naturaleza y trasladarlas al público para que las conozca, que ya va siendo hora de resituar de una vez a la ciencia de donde nunca debiera haber salido.
Además de movilizar al mundo en la búsqueda de soluciones, este mecanismo tiene la virtud de que permitiría también reflexionar sobre la gobernabilidad futura. Existe un fuerte debate entre bastidores sobre si son las Naciones Unidas en general, y el Consejo de Seguridad en particular, las instituciones llamadas a garantizar los acuerdos que se tomen. Finalmente, la gran decisión a tomar será no ya qué aporta cada uno, sino cuántos recursos globales son necesarios y, la más difícil de todas, cuanto se dedica a reducir las emisiones (mitigación) y cuánto a prepararnos para las consecuencias inevitables del daño ya realizado (adaptación). Ésa será la cuestión fundamental.
La decisión será muy distinta si acabamos conviniendo que el sistema climático ya ha sido desestabilizado y nada de lo que hagamos podrá detener su dinámica (si acaso retrasarla una o dos décadas), es decir, si hemos atravesado el punto de no retorno o si, por el contrario, se estima que medidas drásticas y radicales (y viables) estarían a tiempo de no superar el umbral de los +2 ºC, considerado fatídico.
La era de las consecuencias, como dijo Churchill poco antes de la 2ª Guerra Mundial, ya está aquí, nos guste o no. Décadas de desinformación calculada y a sabiendas y egoísmo ultraliberal ideológicamente prefabricado nos han llevado a vivir el momento más grave con que jamás se haya encontrado la humanidad (probablemente). Debemos saberlo, tenemos derecho a saber cuáles son estas consecuencias y cuáles han sido las causas. Desconocer el destino y por qué se ha producido, cuando éste ya está establecido, equivale a ocultar el diagnóstico a un enfermo adulto con capacidad de reacción. Una falta suprema de respeto. Y ésta ya no la vamos a tolerar.
Permítaseme terminar con dos deseos (probablemente) ingenuos. El primero consiste en exigir la obligación de reconocimiento del problema y de juramento de –por lo menos– no entorpecer las acciones que la comunidad internacional pueda acordar para afrontarlo a todas aquellas personas y organizaciones que por su posición formal, influencia popular o historia negacionista fueran sospechosos de conflicto de intereses con las posibles consecuencias de esas decisiones. Habría pues que definir quiénes son, empezando desde luego por responsables y accionistas de empresas energéticas, fundaciones milmillonarias, think tanks diversos, muchos medios de comunicación y las agencias de relaciones públicas en general. Bajo apercibimiento de retirada de sus derechos civiles.
La otra es que el movimiento ecologista se redefina completamente, se refunde. Volveremos sobre el asunto, pero para empezar yo creo que deberían aprovechar Copenhague también ellos para orientar sus exigencias hacia un nuevo mecanismo. Éste consistiría promover la reunión en un mismo lugar, amplio y soleado, de los jefes de estado y de gobierno del G20, los mejores climatólogos, sociólogos, psicólogos sociales, ecólogos, comunicadores, ingenieros de sistemas, ingenieros civiles, economistas, organizaciones sociales… la mayor inteligencia del mundo jamás reunida. Un lugar cómodo, apto para la reflexión, el debate sereno y favorecedor de acuerdos. Encerrados. Que no salgan hasta que no haya un acuerdo ‘suficiente’. Que se tomen el tiempo necesario. Un año, dos sin es preciso. Todos lo demás en stand-by, pero vigilantes. Claro que primero habrá que ponerse de acuerdo –el mundo entero– sobre los criterios y procedimientos para otorgar legitimidad a los intervinientes.
Lo demás es marear la perdiz con los mismos mecanismos que nos han llevado hasta aquí y nos van a llevar todavía más lejos. Demasiado lejos.
Notas
[1] «Esto es una emergencia, y para situaciones de emergencia se necesitan acciones de emergencia»
[3] Es el denominado escenario A1FI, que ha recibido poca atención científica al haberse estimado poco probable. El Tyndall Centre prevé lo siguiente: En 2060, la temperatura media habrá aumentado ya en 4 ºC, y hasta 7-10 ºC en muchas zonas del planeta. Y subiendo, sin que se tenga una idea clara de cuándo pueden detenerse pero si de los desoladores impactos para la civilización y muchas, muchísimas vidas humanas.
[3] Seguida muy de cerca por Science, con la tercera a mucha distancia de estas dos.
[4] En la última reunión de los climatólogos del mundo, del pasado mes de marzo – también en Copenhague – la desolación era palpable: ‘It’s over’, decían. Pero sólo en los breaks, en la cafetería. No en las keynotes ni las presentaciones. Ver crónica de Georges Mobiot en (1)
[5] Por cierto, de un efecto invernadero unas 10.000 veces superior al CO2
[6] Esto es una forma suave de referirse a un muy reciente trabajo de Carlos Gay en Climatic Change que parece demostrar, mediante el teorema de Shanon y el principio de máxima entropía informacional de Jaynes, que los escenarios planteados por el IPCC y, por tanto, las proyecciones a futuro 1) No han hecho uso de toda la información disponible y 2) Son objeto de ‘subjetividad’ (cosa que, por otra parte, demuestra como inevitable en cualquier caso) y, por tanto, incorporan ‘ideología’ (2).
[7] De considerar un 20% se ha pasado a un 15%, y el artículo presenta limitaciones fundamentales a la reducción (3)
[8] Pero no hay nada que nos diga que no hay esperanza, pues es preciso ampliar los ensayos con nuevas hipótesis (4)
[9] Ese ejemplar de Nature supuso un antes y un después con respecto a la percepción del problema entre los especialistas (5, 6), si bien sus supuestos de partida han sido considerados una ‘falsa ilusión’ nada menos que por científicos de la Universidad de Standford … ¡Por irreales! (7)
[10] Algunas voces científicas declaran su disconformidad en plantear estos objetivos al considerar que es ‘imposible’ alcanzar ahora un acuerdo sobre estas bases. Pero ya es público el valor de 350, y pronto lo será que tiene que ser todavía menor.
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Hola, primero felicitarle por este articulo, me ha gustado mucho, y en general por el blog.
Le hemos puesto una link en nuestro blog como sugeria. http://serdioclima.blogspot.com/.
Es un blog humilde que editamos mi hermana y yo. Yo me engargo del cambio climatico, aunque siento no poder escribir todo lo que me gustaria.
Aunque la cosa este dificil, nuestro deber es informar, la desinformacion es muy peligrosa. En eso y en un poquito de investigacion en este campo consiste mi grano de arena dentro de esta inmensa playa.
Un Saludo
Silvia Caloca
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Gracias y ánimo, Silvia
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