The Economist, el medio liberal por excelencia – y a su vez una de las revistas de más prestigio en todo el mundo – no hace mucho que se convirtió a la razón climática, como comentamos en esta entrada: “En cuestión de cambio climático no hace falta inventarse nada; la verdad … ya da bastante miedo”. Del clásico negacionismo original de la mayoría de los economistas parece haber saltado, en poco tiempo, a la cruda realidad. Da la impresión de haber dejado atrás el negacionismo posibilista – a saber, no negar el problema pero creer que puede ser detenido mediante tecnología, etc. – y nos advierte ahora de que el cambio climático ‘no será detenido’: «It won’t be stopped, but its effects can be made less bad.»
Dos posibilidades. Una, el argumento economicista clásico adquiere carta de naturaleza: puesto que no podemos hacer nada, no hagamos nada en mitigación, o poco, o sólo lo que dé dinero. O sea, mantengamos el statu quo. Simplemente, adaptémonos y, aunque esté bien claro que la velocidad del cambio superará con mucho la capacidad de adaptación de la inmensa mayoría de nosotros, allá cada uno. Todo muy liberal, como está de moda.
Otra, que se han dado ya cuenta de que los avances científicos conocidos a lo largo de 2010 van apuntando a la dramática conclusión de que el sistema ya habría sido desestabilizado, y que cambiará de estado (de forma más o menos súbita) hagamos lo que hagamos, y ya comienzan a preparar al personal.
A la espera de una entrada de actualización científica al respecto que estoy preparando, juzgue el lector.
Ver editorial traducido:
Cómo convivir con el cambio climático
The Economist, 27/11/2010
Versión original
No podrá ser detenido, pero sus impactos pueden ser atenuados
En comparación con la extraordinaria fanfarria creada antes de la cumbre sobre el calentamiento global en Copenhague hace un año, la reunión de las Naciones Unidas de la Convención sobre el Cambio Climático que se inicia en Cancún la próxima semana está siendo poco conocida. Esto es en parte por la creencia generalizada de que la publicidad dada a los preparativos de la cumbre del año pasado contribuyó a su fracaso, pero también porque las expectativas han cambiado dramáticamente. A raíz de la cumbre de Copenhague, hay una creciente aceptación de que el esfuerzo para evitar el grave cambio climático se ha quedado sin fuelle.
Tal vez, después de un periodo de descanso y unos pocos desastres climáticos, se pondrá en marcha de nuevo. Sin duda debe ser así. Pero incluso si lo es, el mundo va a seguir calentándose más que antes (ver pág. 79-82 de la revista).
Aceptación, sin embargo, no significa inacción. Desde el principio de los tiempos, las criaturas han sufrido cambios en su entorno. Por desgracia, cada adaptación ha significado siempre un gran número de muertes. La evolución funciona de esa manera. Pero la especie humana es más afortunada que la mayoría de las especies. Ella tiene la ventaja de ser capaz de pensar en el futuro y prepararse para los cambios que vendrán. Eso es lo que tiene que suceder ahora.
Verano ruso:
Incluso si el actual ritmo moderado de reducción de emisiones se intensifica, la probabilidad es que la Tierra estará al menos 3º C más caliente al final de este siglo que lo estaba al comienzo de la revolución industrial; menos calentamiento es posible, pero también lo es más y más alto. Olas de calor que ahora marcan récords se convertirán en algo común. Los ecosistemas se verán sometidos a climas muy lejanos de aquellos en los que se desarrollaron poniendo en peligro muchas especies. Las lluvias caerán más fuertes en los lugares donde caen hoy, incrementando las inundaciones; pero en lugares propensos a la sequía tendrán sequías más duras, a veces hasta el punto de la desertificación. El hielo desaparecerá de los veranos árticos y en muchas cimas de montaña las nieves perpetuas empezarán a ser impermanentes. El nivel del mar seguirá subiendo.
Estos cambios beneficiarán a algunos. Como la fusión de hielo que permitirá el acceso al Ártico, Rusia empezará a ser aun más rica en petróleo. Para muchos sin embargo las perspectivas son sombrías. Sequías e inundaciones pondrán los medios de subsistencia de cientos de millones, sobre todo en países en desarrollo, en riesgo.
Aquellos que pueden adaptarse lo harán sobre todo a través de las decisiones privadas: por cambio de residencia, por ejemplo, o sembrando cultivos diferentes. Pero el gobierno tiene también un papel.
La mejor protección contra el calentamiento global es la prosperidad global (mundial). Las personas más ricas, más sanas, están en mejores condiciones para hacer frente a los precios de los alimentos, o invertir en nuevas técnicas agrícolas o trasladarse a otra ciudad o país que los pobres. Las economías más prosperas dependen menos de la agricultura, que es vulnerable al cambio climático, y más de la industria y de los servicios que por lo general no lo son. Los ricos tienden a trabajar en edificios con aire acondicionado. Los pobres no suelen.
Pero el desarrollo no es una solución fácil al problema. Ya hay un montón de buenas razones para que los gobiernos de los países pobres pongan políticas sensatas en su lugar, dejen de robar dinero y hagan las múltiples cosas que sean necesarias para conseguir que sus economías vayan en el camino correcto; y si no han hecho esas cosas ya el hilo del cambio climático no les va a estimular a la acción. El cambio climático proporciona, sin embargo una razón adicional para los países ricos -que causaron el problema en primer lugar- para encontrar caminos para ayudar a los países pobres a desarrollarse. Es una cuestión de justicia, no solo humanitaria.
Hay otro problema para confiar en el desarrollo: a pesar de que puede ayudar a proteger a los países pobres del cambio climático, también amenaza con empeorar el problema, porque a medida que crecen las economías, consumen más y más energía. Aquí de nuevo los países ricos pueden ayudar ofreciendo a los países pobres apoyo para tecnología en energías verdes, lo que les permita hacer uso de su capacidad de generación de energía renovable a partir del agua, el viento y la luz del sol.
Más allá de fomentar el desarrollo respetuoso con el clima, los gobiernos necesitan tomar algunas medidas centradas en tres áreas: infraestructura, emigración y comida. Los holandeses, que tienen siglos de experiencia protegiéndose del agua, ya están trabajando la manera de adaptar y construir infraestructura para minimizar los riesgos de inundación por subir el nivel del mar y del secano Rin. En otras partes los políticos necesitan evaluar la vulnerabilidad de sus ciudades a los cambios de las temperaturas máximas, las precipitaciones, la frecuencia de las tormentas severas y el nivel del mar y actuar en consecuencia. Como la vida se hace más difícil en lugares vulnerables, las personas tendrán que emigrar entre y dentro de los países. Los ricos pueden ayudar a hacer la vida más fácil para los pobres al permitir que un mayor número pase a través de sus fronteras. Dentro de los países ricos, los gobiernos deberían dejar de subvencionar los seguros en las zonas vulnerables- tales como las costas de Florida- y esto estimula el desarrollo allí. Las personas necesitan ser animadas a emigrar lejos de las zonas vulnerables, no dentro de ellas.
Yendo al grano:
La seguridad alimentaria se convertirá en un tema crucial. Se necesitan semillas resistentes a la sequía; y dado que los productores menos capaces de pagar necesitarán las variedades más duras, los esfuerzos de las compañías de semillas deberían ser complementados por la investigación financiada por el estado. Desde la modificación genética se ayudaría con esto, sería útil si las personas abandonaran sus prejuicios contra ella.
Incluso con mejores cultivos, una mejor conservación del suelo, mejores patrones de siembra y mejor pronóstico del tiempo, todos los cuales son necesarios, todavía habrá catastrofes regionales. Para asegurar que la comida está siempre disponible, el mercado mundial de alimentos tendrá que ser más profundo y más resistente de lo que es ahora, que significa abandonar el proteccionismo que hoy aqueja a la agricultura.
Nada de esto hará que el cambio climático vaya bien. Sigue siendo el experimento más loco que el hombre ha conducido. Puede ser que en el largo plazo, será puesto bajo control. Para poder prever el futuro, sin embargo, el mercurio seguirá subiendo y la raza humana debe vivir con el problema lo mejor que pueda.
Resulta interesante observar cómo The Economist no señala responsabilidad alguna por el gran número de muertes que anuncia. Quienes han mirado para otro lado, sabiéndolo, durante los últimos 50 años, y quienes han financiado la imponente maquinaria de negación que ha llevado a la inacción durante los últimos 20 años – durante los cuales se ha emitido la cantidad de CO2 que habría provocado la desestabilización – ¿no tienen ninguna responsabilidad? ¿O son también un producto natural de la evolución? ¿Quiénes han sido los que han querido seguir con el experimento sin decirnos nada, aún sabiendo que estaban encendiendo la mecha de la mayor bomba jamás fabricada?
Agradecimientos
A Rogelio Fernández por su traducción y a Julio Rodríguez por dármela a conocer.
Bueno ya hemos visto los culpable que se sienten los directivos de los bancos con problemas:
– ¿Dónde está mi indemnización?-.
Después de eso, las compañías de seguros ¿no tienen nada que decir? y … ¿las reaseguradoras? ¿o los fondos de garantía del seguro? Siempre había considerado que ellas serían el motor contra el negacionismo.
Salud, saludos y buenos alimentos!
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El enfoque de «The Economist» está bien claro: el medio ambiente es negocio, el cambio climático también, y es la forma de convencer de la necesidad de que el mercado (infalible, al parecer, para ellos) se haga cargo del cotarro. Transgénicos a la carta para quitar el hambre en el mundo (¿dónde habré oído eso antes?) y la esperanza depositada en los avances tecnológicos por venir. Muy bonito todo… para sus accionistas.
Está claro que es necesario combatir los efectos del cambio climático y adaptarse a ellos. Pero, ¿es la forma adecuada pisar más el acelerador?
Saludos.
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