Nota para visitantes asiduos: aparentemente la dinámica de este blog ha disminuido en intensidad. No es exactamente así, pues hay trabajo entre bambalinas. Estoy preparando simultáneamente una serie sobre ética del cambio climático, otra sobre la maquinaria de negación, otra sobre incertidumbre y textos sobre comunicación. Creo que es mejor no iniciar la publicación antes de tener la serie completa. Entretanto publico entradas cortas cuando encuentro algo de actualidad que me parece de interés. Gracias por la paciencia, que puede requerir entre uno y dos meses.
La presencia de la maquinaria negacionista en el asunto climático es una auténtica enfermedad inmunodeficiente para la humanidad. Una dolencia que no ha sido todavía diagnosticada en toda su extensión a pesar de que sus gérmenes son bien conocidos con nombres y apellidos para quien quiera conocerlos pero que, como el SIDA, no mata directamente sino a través de la pérdida de defensas de las víctimas. Sin el tratamiento adecuado, sea éste bacteriológico, químico, quirúrgico o penal, quienes lo sufrimos por ser conscientes de su manifestaciones nos defendemos como mucho con aspirinas, cuando no con tisanas diversas que unas veces son inocuas y otras hacen que nos sintamos incluso peor.
La necesidad de encontrar antídotos es crucial, por lo que el área de la comunicación del cambio climático se ha convertido en una compleja disciplina universitaria. [Pero tras 30 años de asalto empresarial, la Academia no es tampoco inmune a algunas manifestaciones del virus.] Como sea, la presencia ubicua de las agencias de comunicación y relaciones públicas generando argumentos digeribles en forma de vaselina retórica en favor del negacionismo y de la inacción obliga a un ejercicio de imaginación a quienes no son especialistas en confundir sino en decir la verdad, pero que son presentados por la maquinaria como sospechosos permanentes.
Un ejemplo magnífico de esfuerzo en este sentido nos lo ofrece James Hansen, conocido por ser considerado el mejor climatólogo del mundo. Esta consideración hacia el climatólogo de referencia de la NASA la expresa el mismísimo presidente de la National Academy of Sciences de los Estados Unidos, Ralf Cicerone, en sus declaraciones: “está él y, después, todos los demás”. En 1988, en una famosa intervención en el congreso, un joven Hansen declaró inaugurado el cambio climático y efectuó unas predicciones de evolución de la temperatura media de la Tierra que se han cumplido razonablemente 20 años después.

James Hansen, detenido en Washington en pasado 27 de septiembre por manifestarse contra la minería del carbón
Pues bien. Hansen, cuyo sentido de la responsabilidad hacia sus semejantes le lleva a trabajar 18 horas al día, entre las que desde hace algunos años unas pocas están dedicadas al activismo (ha sido detenido dos veces por su participación en manifestaciones contra la industria del carbón) es, tras el reciente fallecimiento de Stephen Schneider, el científico más preocupado por la comunicación. Echa de menos a Carl Sagan, cuya ausencia lamenta al creer que si estuviera en vida el problema climático sería mucho más conocido.
Yo no estoy tan seguro. Si los buenos comunicadores no aparecen no es porque no los haya, sino porque actualmente no encuentran canal de comunicación eficaz, porque sus habilidades naturales no son valoradas por el mercado, o sea, por quienes lo manejan e intervienen calladamente, y porque el sistema mediático bloquea (de forma automática) la transmisión de los mensajes considerados dañinos para los intereses de las clases dominantes y, asi, las personas que ostentan estas cualidades tienen que buscarse la vida en otros menesteres.
Hansen intenta cubrir ese hueco desde su privilegiada atalaya y punto de emisión, aunque su reciente informe sobre las temperaturas de este verano no haya sido reflejado en casi ningún medio convencional, en coherencia con lo que acabo de señalar. No deja de ser una buena noticia que este hombre haya irrumpido en este terreno, porque personajes de esta categoría intelectual alcanzan allí donde otros sólo podemos admirar: nos preocupamos por encontrar respuestas, mientras que la alta sabiduría consiste en ser capaz, además, de formular correctamente las preguntas adecuadas. A menudo, como saben los buenos profesores, lo que se quiere dar a entender se consigue mejor con una sencilla pregunta que con una extensa, documentada y erudita respuesta.
Vimos en el mes de agosto la dificultad que supone atribuir un fenómeno meteorológico extremo al calentamiento global. Sólo puede hacerse a través de la estadística y, por tanto, de forma probabilística. De modo que si nos preguntamos:
– La abundancia de los fenómenos meteorológicos extremos de este año 2010 ¿es debida al cambio climático?
La respuesta científica rigurosa es: no es posible atribuir un fenómeno extremo concreto, sea éste meteorológico o climático, al calentamiento global, pues nada nos asegura que no pueda producirse, ocasionalmente, sin él. ¿Qué impresión retiene el público de esta díada pregunta-respuesta? Que no hay relación entre una cosa y la otra.
Sin embargo, cuando la pregunta es:
– ¿Se hubieran producido estos fenómenos en un solo verano de ser la concentración de CO2 equivalente de 280 ppm, como en la era preindustrial?
La respuesta científica rigurosa es: casi seguro que no. La impresión que el público registra es que si, los humanos somos los causantes de esos fenómenos.
Atentos pues a la forma de presentar la información, en particular al denominado framing (marco referencial).
Fuente: How Warm Was This Summer? – James Hansen, 01/10/2010
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