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Ética (y responsabilidad) del cambio climático – 1. Introducción: El Problema de la Verdad Climática

10/10/2010 por Ferran Puig Vilar

“All truth passes through three stages. First, it is ridiculed. Second, it is violently opposed. Third, it is accepted as being self-evident[1].” – Arthur Schopenhauer – “First they ignore you. Then they laugh at you. Then they fight you. Then you win[1].” – Gandhi

Hace dos mil años, los romanos iluminaban sus fiestas nocturnas quemando esclavos a modo de antorchas. Hace doscientos, el valor de una persona se medía por el número de esclavos que poseía. Hace, sólo, cien años, hombres borrachos subastaban a sus mujeres y a sus hijas en la plaza pública. Luego las tradiciones y las culturas no son constantes de nuestro mundo sino que, por el contrario, lo constante es el cambio permanente – y el progreso del amor.

Hoy calificamos de bárbaras, y no civilizadas, esas prácticas. ¿Qué será lo que nuestros descendientes considerarán de algunos de nuestros comportamientos actuales, que hoy nos parecen tan naturales? ¿Realmente creemos estar viviendo en el mejor de los mundos, al menos en Occidente, cuando estamos a punto de legar un planeta irreconocible, henchido de arqueología reciente, y donde las áreas habitables estarán delimitadas de forma muy distinta a los contornos de los mapas-mundi de hoy?

¿Por qué la crisis climática es, fundamentalmente, un conflicto ético?

La respuesta más breve a esta cuestión es: estamos frente a un problema de valores y de crisis de los mitos fundacionales de la civilización occidental. Entre estos mitos se encuentra 1) dar por supuesto que todo problema tiene solución y 2) sostener una fe irracional en el poder futuro de la tecnología. Creemos inconscientemente que el conocimiento necesario estará disponible cuando se le necesite, como si fuera algo que ocurre forma automática bastando para ello destinar más recursos a investigación. Esta fe ha alcanzado cotas sorprendentes en detrimento de la razón objetiva, sólo superada cuando se añade la fe adicional de que quien proveerá ese conocimiento y esa tecnología será el mercado. Todo ello forma parte de las más irracionales creencias colectivas del presente.

En los últimos años hemos abrazado así la ilusión de que, mediante energías alternativas, podremos, por lo menos, seguir manteniendo el nivel de vida (de consumo, es decir, de uso de la energía) actual. Pero casi nadie ha hecho correctamente los números, por el motivo tan simple de que los economistas no saben termodinámica y los ingenieros, que (sólo algunos) si saben, suelen obedecer las consignas de los economistas. En cambio, quienes los han hecho, en su afán interdisciplinar se han dado cuenta de que eso no es físicamente posible. De ninguna forma. Lo impiden, precisamente, las leyes de la termodinámica (1,2), que es una disciplina propia de la física avanzada y de la ingeniería y que, como otras muchas leyes – por ejemplo la de la gravedad, empeñada ella en mantenernos pegados al suelo – son muy molestas, y nos restringen inexorablemente no nuestro afán, sino nuestro margen posible de libertad. De modo que, quien lo supera, lo está haciendo a costa de restringir la de otro. Conozco a personas de gran nivel intelectual que parecen incapaces de entender esto y siguen hablando de liberty como si, en su endiosamiento, fueran ellos quienes definieran las leyes de la física.

De modo que, o dejamos de seguir viviendo como reyes,  o el cambio climático abrupto está servido. Pronto, es decir, dentro de este siglo.  El nivel de vida de la segunda mitad del siglo XX y, a la vez, la tranquilidad climática, pronto será un oxímoron, o sea, contradictio in terminis. Se acabó la fiesta: nos guste o no, las dos cosas a la vez ya no pueden ser.

Es una certeza termodinámica. Matemática, digamos.

Es más: si fuera cierto, como muchos defienden – pocos en público (3,4,5,6,7), bastantes más en privado (8,9) – que el sistema climático está ya desestabilizado, resultaría indecente hacer creer que todavía estamos a tiempo de arreglar algo. Démonos cuenta de que este punto de no retorno, aparte de no conocerse con la deseable exactitud – aunque presumiblemente se encuentra por debajo de los 2 ºC en que se centra el debate político (10) – es invisible, es decir que, al atravesarlo, no nos daríamos cuenta. Para la entrada al infierno no hay rito de paso. Pero una vez superado, el sistema climático adquiere entonces dinámica propia, y la energía necesaria para controlarlo deja de estar al alcance de la voluntad humana.

Resultaría indecente por varios motivos, entre los que uno capital se refiere a la distribución de los recursos económicos disponibles entre mitigación y adaptación. En el caso que planteo, buena parte de los fondos que ahora se ponen sobre la mesa destinados a la mitigación serían dinero gastado inútilmente por los estados, o sea por los ciudadanos, parte del cual acabaría en el bolsillo de los accionistas de algunas empresas energéticas alternativas pero no ofrecería retorno significativo alguno respecto a la finalidad social real a la que fueron destinados. Podrían emplearse en adaptación, es decir a salvar vidas, a evitar muertes masivas, a preservar el patrimonio de la humanidad de las inclemencias venideras. Lo decente sería, pues, intentar ponernos todos a salvo, individualmente a la vez que como civilización. Por lo menos en la medida en que eso fuera posible (11), lo que introduce nuevos componentes éticos.

Los recursos económicos disponibles por los estados a veces parecen infinitos (como el petróleo), pero cuando se piensan en relación a la enormidad de modificaciones estructurales y de recursos de supervivencia que pueden llegar a ser necesarios (12), son poco menos que calderilla. Pues no sólo no son infinitos sino que, al resultar a su vez desestabilizado el sistema económico, perderían gran parte de su valor actual. Sin poder definir el futuro, la economía de inversión desaparece, cabalgan la deflación o la inflación desbocada y la mayoría de los activos pasan a valer muy poco.

Hoy en día ningún científico serio, conocedor del problema climático, pone en duda que los informes del IPCC son conservadores, o muy conservadores, en sus consideraciones y predicciones básicas, por varias razones (13,14,15,16,17,18), pero una especialmente importante: los climatólogos, físicos atmosféricos de formación en su mayoría, apenas toman en consideración la biosfera (19,20). Así, la mayoría de los modelos climáticos o no incorporan, o lo hacen deficientemente, el forzamiento del sistema climático originado por la respuesta de la biosfera al forzamiento antropogénico del sistema climático.

Por todo ello, hoy en día,  ningún climatólogo experto pondría la mano en el fuego sosteniendo a la vez que no se ha superado ya el punto de no retorno. No son pocos los que apuestan precisamente por que si, por que, hagamos lo que hagamos, el sistema climático está ya destinado a cambiar de estado y a situarnos en un punto similar al del denominado Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno, hace 55 millones de años. El nivel del mar era entonces 70 m superior al actual.

Esta posibilidad no desdeñable de umbral superado no es de dominio público. Entre otras cosas porque, así como los economistas no saben termodinámica, la gran mayoría de climatólogos, además de considerar deficientemente la respuesta de la biosfera – lo que científicamente se conoce como interacción con el ciclo del carbono – no conoce el aparataje matemático de la dinámica de sistemas, más propio de algunas ingenierías (21,22). La dinámica de sistemas es la única forma de conocer el margen de estabilidad del sistema climático – saber por tanto si lo hemos superado ya. El reduccionismo ha triunfado hasta ese punto (23), y sólo ahora comienza tímidamente a manifestarse una cierta voluntad holística que de momento se expresa en una tendencia creciente hacia una mayor interdisciplinariedad,  precisamente en ocasión de la ciencia del cambio climático.  Pero los  pocos que conocen ese aparataje matemático, y sus implicaciones, éstos, si lo dicen. Con la prudencia que hace al caso, pero también con la alarma que hace al caso.

No parece haber todavía pruebas documentales definitivas en forma de ecuaciones inequívocas. Pero esas personas si tienen el suficiente conocimiento experto (24) como para dar por bueno que las acciones de mitigación pueden ser inútiles o que, como mucho, su adopción permitiría retrasar alguna década o décadas aquello que no podemos excluir con certeza que no vaya a producirse ya en la próxima, aunque por ahora creemos saber que es muy improbable. Cosa que ya no podemos decir con tanto aplomo con respecto a la década de 2030, por ejemplo. Recordemos que la dinámica del sistema climático de la Tierra tiene un comportamiento no proporcional, sino de carácter exponencial.

Evolución de la temperatura 1850-2100. Puede verse la evolución exponencial - Pulsar para mayor resolución

De modo que estamos ante un conflicto ético de la mayor magnitud, con connotaciones y ramificaciones en muchos campos.

Pero para darse cuenta cabal de ello es preciso antes creerse cinco premisas, que yo me creo y le ruego que usted también. Si tiene dudas, por favor consulte las referencias (o pídamelas si no tiene acceso).

  1. El cambio climático es una realidad, está provocado por los gases de efecto invernadero emitidos por la acción del hombre, y ya se ha iniciado
  2. El cambio climático severo no sólo afectará, con casi toda seguridad, a la próxima generación, sino que, con gran probabilidad, nos afectará a la mayoría de las personas actualmente en vida, provocando una disrupción de los sistemas de supervivencia (25)
  3. Es muy improbable que las políticas destinadas a mitigarlo alcancen los objetivos deseados, debido a la inercia del sistema climático y del sistema socio-económico (26,27)
  4. Aún cuando se consiguiera, un mundo +2 ºC más caliente es ya un mundo bastante distinto al actual, tanto físicamente como debido a las limitaciones de disponibilidad energética que conllevaría pues, en el caso más favorable, las emisiones deberían ser muy próximas a cero antes de 2050 (28)
  5. Es posible que no las haya nunca, pero en todo caso no se conocen ahora soluciones tecnológicas en energías alternativas capaces de llegar a tiempo de evitar estos cambios fundamentales (29)

Si todo esto es así, cosa bien probable aunque formalmente se califique tímidamente de caso peor, el conflicto ético-económico de la mayor magnitud imaginable está servido, y además no podríamos demorar su consideración. Adiós desarrollo sostenible y recursos económicos destinados a la inútil mitigación del cambio climático, y bienvenidos esos recursos a la adaptación de las condiciones futuras – en el caso de que seamos capaces de anticipar cuáles van a ser éstas con algún grado de verosimilitud.

Si fuera cierto, o fuera lo más probable, que el sistema climático de la Tierra ya estuviera en zona inestable y que, por tanto, hubiera entrado en la dinámica de cambio climático súbito[3], lo que no sería ético, aparte de ser inútil, sería simular que estamos a tiempo de evitarlo, aún en el caso de que no podamos anticipar exactamente cuándo va a tener lugar la transición al nuevo estado de equilibrio, cuánto va a durar, ni qué consecuencias va a acarrearnos.

Si no lo fuera, o lo más probable fuera que todavía estamos a tiempo de evitar la desestabilización, deberíamos celebrarlo pero, inmediatamente después, darnos cuenta de que para evitar que esa inestabilización se produzca el reto y el esfuerzo consiguiente es enorme, de hecho monumental – no valen las medidas incrementales ni las instituciones existentes – y es mucho más caro de lo que se suele considerar. Y todo para acabar en que la energía máxima promedio a disposición de cada persona estaría, con suerte, un 75% por debajo de la que ahora empleamos en Occidente (1,2). ¿Es estimulante el reto?

Este problema es, a mi entender, central, y tiene que ver con el grado de incertidumbre que acompaña a las predicciones climáticas. Si el sistema todavía no ha sido desestabilizado, la creencia de que ya lo ha sido puede perfectamente constituir una profecía autocumplida: si ya no hay nada que hacer ¿para qué hacer algo? Si ya lo ha sido, o bien si entendemos que la inercia del sistema socioeconómico no podrá evitar que se entre en zona de inestabilidad en el futuro inmediato (años, quizás alguna década), creer que no lo ha sido lleva a malbaratar en mitigación los inestimables recursos que deberían estar siendo ya destinados a adaptación.

Tengo para mi que es esta cuestión, y no otra, la que está en el fondo de las dificultades para alcanzar un acuerdo internacional. Debe ser esta cuestión, y no otra, la que hace que los jefes de estado y primeros ministros muestren en sus discursos climáticos internacionales, para quien sepa entender, que conocen realmente la gravedad del asunto, pero una vez en casa callen la boca y se dediquen al crecimiento.

A estas disyuntivas y dudas podríamos denominarlas el Problema Ético de la Verdad Climática (podría añadir “de Vilar”, aunque sin duda no voy a tener el éxito del sociólogo Anthony Giddens en su afán autobautizador de algunas obviedades climáticas). Intentaré desarrollar más y mejor estas ideas en capítulos sucesivos.

Entretanto, recordemos cómo el climatólogo jefe de la NASA, James Hansen, mencionó en 2007 un artículo clásico de Bernard Barber (30) publicado en Science en 1961. Barber describía las dificultades íntimas con las que se pueden encontrar algunos científicos cuando obtienen resultados que contradicen sus valores personales, y apuntaba a un cierto grado de resistencia de los profesionales de la ciencia al propio descubrimiento científico.

Hansen proseguía su argumentación afirmando que, en los años 1970, los climatólogos que anunciaban crecimientos increíbles de la temperatura debido a la creciente concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera no eran bien considerados – a menudo tampoco por sus propios colegas. Los que decían que no pasaba nada, o que pasaba poco, o que ya se encontraría una solución a tiempo, eran los considerados razonables, aquellos con quienes se podía contar (31). Al propio Hansen, cuando en 1988 predijo la evolución de la temperatura de los siguientes 20 años en el Congreso de los Estados Unidos, le fue retirada la asignación económica para investigación.

Hoy, sus predicciones se han cumplido (32).

El cambio climático ¿una cuestión medioambiental?

Desde que me dedico a los temas del cambio climático muchas personas me llaman ecologista, o ecólogo, o dicen que me dedico a las cosas del medio ambiente. Yo lo niego insistentemente.

No lo niego sólo para huir de estas etiquetas, portadoras de connotaciones en las que no siempre me siento representado. Una cuestión medioambiental relacionada principalmente con la atmósfera, pero capaz de alterar de manera fundamental, y a corto-medio plazo, todos los ecosistemas de todo el mundo y, con ellos, provocar una disrupción de las condiciones en las que se han desarrollado todas las civilizaciones de todo el mundo, (y no sólo, ni en primer lugar, la que lo ha provocado) no es un problema medioambiental tipo ballenas, lluvia ácida, deforestación, plásticos o contaminación atmosférica que nos hace toser. Esto no lo van a solucionar los Ministerios de Medio Ambiente.

El estudio de qué hacer con el cambio climático no corresponde ya solamente, ni tan solo prioritariamente, a ecólogos, ni a físicos de la atmósfera, ni a oceanógrafos, glaciólogos o climatólogos en general. Corresponde a toda la comunidad científica, incluidas, ahora con mayor peso, las ciencias sociales[4], desde luego las ciencias políticas. Los de las ciencias ‘duras’ ya han hablado con claridad suficiente, en público y en privado, individual y colectivamente, en las universidades y en los despachos del poder, ya han hablado, digo, lo bastante, lo bastante claro, lo bastante alto y, desde hace ya mucho tiempo, con certezas suficientes, por mucho que sus voces hayan sido ignoradas, filtradas o acalladas, y no hayan llegado al público o lo hayan hecho de forma minoritaria, distorsionada y selectiva.

Además, una buena parte de la ciencia física de la climatología se encuentra hoy en día en un cierto impasse, que previsiblemente va a durar bastantes años (33,34). Se busca incansablemente reducir los márgenes de incertidumbre. Incertidumbre en el sentido científico del término, que no es sinónimo del sentido popular de ‘no se sabe’: queremos saber más exactamente en cuánto va a aumentar la temperatura, cuál es el incremento máximo tolerable (¿para quién?), cuál es el umbral de estabilidad del sistema climático y en qué año, o por lo menos década, podremos estar midiendo esos valores.

Sin embargo, parecen existir limitaciones de carácter fundamental en el nivel de precisión de las predicciones climáticas (35). De modo que lo más seguro es que nos quedemos con los márgenes de incertidumbre que ahora conocemos durante mucho tiempo, podamos reducirlos sólo levemente (nada significativo), y que la exactitud suficiente sólo la alcancemos cuando ya todo se nos esté viniendo encima. No es pues previsible que, a corto plazo, sepamos científicamente mucho más, podamos afinar mucho más. Pero conocemos lo suficiente, y ahí si con virtual certeza, como para saber que llevamos décadas de retraso en la toma en consideración de las medidas que nos impone la realidad física.

También niego que yo me dedique sólo al medio ambiente porque la crisis climática, mucho más que la crisis económica actual, es un fenómeno que provoca una sacudida fundamental en la forma de ver el mundo, la forma de ver a los demás e incluso la forma de verse a sí mismo.

La sola consideración de si, en función del Problema de la Verdad Climática (de Vilar, digamos), el abordaje de la cuestión es algo que debe reservarse sólo a las élites, o si debe ser abordado mediante un gran diálogo público y democrático, ya es directamente una cuestión de la más alta incumbencia ética (y práctica) – en el caso de que lo segundo fuera posible en los sistemas dirigistas de las democracias actuales. Otro elemento crucial está constituido por la ética intergeneracional, con el agravante de que los que más van a verse afectados por nuestras decisiones de hoy no están todavía presentes para participar en el eventual debate.

En todo caso yo me dedico, como primera fase de mi activismo, a darlo a conocer, a intentar extraerlo del críptico mundo científico y del cerrado mundo de las bambalinas políticas y comunicativas, a evidenciar las fuerzas que se empeñan en negar la evidencia y a ofrecer criterios para que este mensaje pueda llegar más lejos y con mayor coherencia a través de los medios de comunicación, si es que esto fuera posible. También a analizar por qué no lo es. Pero, a medida que voy avanzando, a cada elemento con el que me tropiezo sea éste comunicativo, económico, político, periodístico, social, e incluso religioso, aparece una fuerte carga ética subyacente a cada campo en general y a casi cada aseveración particular que me atrevo a reflejar.

Fundamentalismo, nihilismo o activismo

Esto es así porque el fenómeno del cambio climático lo trastoca todo: prejuicios, hábitos, prioridades, estructura institucional, sistemas completos. También emociones, e incluso las relaciones interpersonales (y tu ¿qué haces?). Obliga a una reformulación de uno mismo y de todo el conjunto. No es pues de extrañar la dificultad que tienen muchas personas en comprender el problema: el reflejo psicológico, involuntario, de protección a corto plazo, actúa subconscientemente de forma determinante, desviando la atención e impidiendo el abordaje. Uno intuye que, en esencia, sólo hay tres opciones: nihilismo[5] (me da lo mismo, yo ya no estaré, no quiero saber, divirtámonos mientras tanto); fundamentalismo (una de cuyas manifestaciones más leves consiste en la negación total, o sólo la de la gravedad del problema); o activismo. La elección es dura, muy difícil. Si elige activismo, la sucesión de  decisiones difíciles simplemente acaba de empezar. Si elige alguna de las otras dos, todo es mucho más fácil.

Ethics Y/NEl problema ético del cambio climático tiene muchas dimensiones, y uno de los ejes posibles es que puede verse hacia adelante o hacia atrás en el tiempo. Hacia adelante nos encontramos con los impactos del cambio climático: el aspecto y biodiversidad (también humana) del planeta que dejamos en herencia, la imposibilidad de sostener la sociedad tal como la conocemos y estimamos en sus cosas positivas, las graves dificultades con que nos vamos a encontrar en disponibilidad de agua y alimentos, las migraciones masivas y, previsiblemente, las guerras por los recursos.

Hacia adelante sabemos ya que, a nuestra descendencia, le vamos a dejar un planeta hecho un asco. Inconscientemente, jugamos con el espejismo de que nuestro legado es un inmueble estropeado, sucio y disfuncional pero que, cuando esté a punto de derrumbarse, ellos lo arreglarán. Hacemos esto sin preguntarnos si realmente tiene arreglo o, si lo tuviere, cuanto costaría la reparación o si tendrán que declararlo siniestro total. Salvo que, a diferencia de un accidente, no habría forma de levantar un nuevo edificio que se asemeje mínimamente al anterior. Desde luego, por lo menos el jardín no sería el mismo[6].

Yo creo que mantener este espejismo es un error muy serio, aunque a la opción nihilista le importe poco equivocarse por aquí. Mi generación, en los últimos 30 años, ha emitido a la atmósfera más de la mitad de gases de efecto invernadero adicionales que los que se han emitido en toda la historia. Mi generación pasará a esa Historia como la que alteró el planeta más allá de sus límites. Aquella que, incluso cuando lo supo, siguió de fiesta como si nada, con un colocón permanente de carbono, tan flipante, que le impedía ser consciente de las consecuencias futuras de sus actos, tanto para si mismos como para su descendencia.

¿Podemos considerarnos responsables?

Hacia atrás nos topamos con las responsabilidades del daño. Además de víctimas, todos somos perpetradores. Pero somos y hemos sido perpetradores, hasta hace muy poco tiempo, en la más completa ignorancia. Hemos sido engañados por una fenomenal maquinaria de ocultación y desinformación perfectamente conocedora de los mecanismos de la persuasión psicológica de masas, la misma que ha generado dudas sobre la nocividad del tabaco durante 50 años, la misma que ha trabajado para instalar la econocracia[7] y el individualismo en nuestras mentes, haciéndonos creer que ‘la vida es así por sentido común’ y la misma que ha convertido la democracia deliberativa en un sucedáneo de si misma. De todo ello hablaré de aquí a fin de año.

De modo que yo atribuyo una responsabilidad directa, inequívoca, contundente, y de carácter criminal, a quienes han constituido esta maquinaria de negación y de ocultación del cambio climático, a quienes la financian, a quienes forman parte de ella a sabiendas o sin preguntarse por sus consecuencias, a sus cómplices necesarios y a todos sus secuaces que, por acción o por omisión, son los mismos que han impedido que la Humanidad haya podido decidir a tiempo su futuro, han fomentado que esta decisión haya sido tomada por los mercados intervenidos mediante su propaganda, y que siguen impidiendo ahora que tome conciencia del insoportable riesgo a la que está sometida, con el fin de prevenir su llegada o afrontar sus consecuencias.

Si llega el cataclismo no habrá sido nada inexorable según una interpretación de Nostradamus o de los Mayas, por mucho que insistan últimamente los canales ‘cultos’ de las plataformas de TV de pago que obvian acusar, en cambio, al efecto invernadero aumentado como responsable, mencionándolo sólo de pasada. Un conocido sociólogo alemán, Ulrich Beck, se preguntaba hace poco en una revista académica de sociología por los motivos por los que no hemos hecho todavía el ‘asalto a la Bastilla’[8] (36).

Todos debemos admitir de una vez que estamos en una situación de emergencia, como ya señaló Ban Ki-Moon en 2007 (37). Prosiguió diciendo que las situaciones de emergencia exigen acciones de emergencia.

Las situaciones de emergencia exigen, por encima de todo, un compromiso personal y colectivo de la mayor valentía.

Notas

[1] Toda verdad pasa por tres fases. En la primera, es ridiculizada. En la segunda resulta ser violentamente combatida. En la tercera es aceptada como algo auto-evidente

[2] Primero te ignoran. Después se rien de ti. Después te combaten. Entonces, ya has ganado

[3] Hace 12.800 años tuvo lugar un cambio tan súbito como que la temperatura media de la Tierra aumentó entre 5 y 10 ºC en el velocísimo tiempo de 10 años.

[4] Sus representantes deberían admitir sin más dilación, aunque sólo sea por razones prácticas, que la ciencia impone límites naturales preexistentes, idea que, curiosamente, muchos se resisten a aceptar.

[5] El nihilismo es el abandono de la creencia en el orden social o moral, y lleva a la decadencia de las normas de convivencia

[6] Jugamos también con la idea de que todo el mundo cree que lo ‘natural’ es lo que ha visto a los 15 años, y que por tanto pocos serán los que nos darán la culpa.

[7] Denomino econocracia al sucesor político de la teocracia: dejar que sea la economía o el mercado, en lugar del Altísimo – o nosotros mismos- quien gobierne nuestras vidas y nuestros pensamientos.

[8] En realidad hay mucho mito sobre ese supuesto asalto, pero vale como imagen.

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Publicado en Sociología | Etiquetado Ética del cambio climático, Calentamiento global, Cambio Climático, Negacionismo, Política del cambio climático | 5 comentarios

5 respuestas

  1. en 11/10/2010 a 07:11 Ludwig Giovanni

    ¡CREO QUE VD HA DADO EN EL CLAVO! LE FELICITO POR SU ENORME SAGACIDAD. LUDWIG.

    Me gustaMe gusta


  2. en 19/10/2010 a 23:52 Carmelo Lara

    Mis mas sinceras felicitaciones.
    Un blog increible, el mejor, sin duda, que he visto sobre el cambio climático.
    Lo que son las cosas, lo he visitado gracias a un artículo tuyo publicado en una revista nacional de tirada trimestral.
    Enhorabuena, todo un descubrimiento para mi.

    Me gustaMe gusta


    • en 20/10/2010 a 08:55 Ferran P. Vilar

      Muchas gracias, Carmelo. Eres muy amable. Acabo de conocer el tuyo y es excelente. Te añado en mis enlaces.
      Un fuerte abrazo.

      Me gustaMe gusta


  3. en 02/01/2011 a 20:54 Esteban Bruna

    Felicidades por este sobresaliente blog. Me ha sido de enorme utilidad.

    Saludos desde Chile.

    Me gustaMe gusta


    • en 02/01/2011 a 21:16 Ferran P. Vilar

      IUna de las mejores cosas que me puedes decir.
      Gracias a ti por seguirme.
      Un abrazo desde Barcelona.

      Ferran

      Me gustaMe gusta



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    Canvi climàtic: el darrer límit – Jornades “Els límits del planeta” - Facultat de Ciències Biològiques, Universitat de Barcelona, 16/04/2013

    El negacionisme climàtic organitzat: Estructura, finançament, influència i tentacles a Catalunya - Facultat de Ciències Geològiques, Universitat de Barcelona, 17/01/2013

    El negacionisme climàtic organitzat: Estructura, finançament, influència i tentacles a Catalunya – Ateneu Barcelonès, 16/11/2012

    Organització i comunicació del negacionisme climàtic a Catalunya – Reunió del Grup d’Experts en Canvi Climàtic de Catalunya – Monestir de les Avellanes, 29/06/2012

    Cambio climático: ¿Cuánto es demasiado? + Análisis de puntos focales en comunicación del cambio climático – Jornadas Medios de Comunicación y Cambio Climático, Sevilla, 23/11/2012
    El impacto emocional del cambio climático en las personas informadas - Centro Nacional de Educación Ambiental, Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, Valsaín (Segovia), 06/11/2012

    Ètica econòmica, científica i periodística del canvi climàtic – Biblioteca Pública Arús, Barcelona, 19/09/2011
    La comunicación del cambio climático en Internet – Centro Nacional de Educación Ambiental, Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, Valsaín (Segovia), 06/04/2011

    El negacionismo de la crisis climática: historia y presente - Jornadas sobre Cambio Climático, Granada, 14/05/2010
    Internet, la última esperanza del primer “Tipping point” – Centro Nacional de Educación Ambiental, Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, Valsaín (Segovia), 14/04/2010

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