Hace poco asistí, por invitación, a un acto relativamente privado en el que se reunían personas de cierta relevancia, todas ellas defensoras de la economía liberal. Las intervenciones tuvieron un gran nivel, no en vano estaban los principales expertos catalanes en liberalismo económico. Salí de ahí sorprendido por varios motivos.
No fue uno de ellos que, en unas dos horas, ni una sola palabra se refiriera al medio ambiente ni desde luego al cambio climático, que eso ya lo daba por descontado antes de entrar. También daba por descontado, mientras el metropolitano me acercaba al lugar de reunión, que la termodinámica no formaría parte de la estructura de personalidad de las personas ahí reunidas, economistas, empresarios o licenciados en derecho en su mayoría. Ni mucho menos pensaba que aquella gente creyera que había que comenzar a organizar la retirada, pues la necesidad del crecimiento, desde luego para un liberal, pero también para (casi) todo economista, es un auténtico dogma de fe.
Pero creía que el problema del pico del petróleo, por lo menos, si constituiría una preocupación, siquiera a medio plazo. Pues no. Tampoco una sola palabra.
El primer esfuerzo intelectual al que me enfrenté fue el de intentar entender cómo se conjuga lo que allí se dio por imprescindible, a saber, que los costes laborales deben disminuir un 20%, con el crecimiento del PIB. Porque vamos a ver. ¿Para qué demonios queremos entonces que crezca el PIB? ¿No se supone que es para tener más ingresos? Y si los sueldos se reducen ¿quiénes serán los que tendrán más ingresos si hay crecimiento? No queda otra opción que acudir a los que los obtienen por la vía del rendimiento del capital. De modo que, retomado (supuestamente) el crecimiento por la vía de disminuir el poder adquisitivo de la mayoría de la población, se produce un importante aumento del poder adquisitivo de una minoría.
Me parecía fantástico que la clase trabajadora aportara la inversión necesaria para que el rendimiento de esa inversión, y el principal, fuera recogido por otras personas, mucho menores en número, cuya voluntad para reinvertir en favor de la primera no está escrita en parte alguna. Veía yo cumplirse aquí la ley del capitalismo según la cual la riqueza tiende a concentrarse y la pobreza a distribuirse, pero no tanto como proceso económico, sino por decreto. De ser esto así, o bien los partidos (y sindicatos) que defendieran estas políticas iban a quedar en franca minoría en unas elecciones o, en caso contrario, habría que temer que la tensión insurrectiva y revolucionaria alcanzara un peligroso potencial.
Bueno, queda otra opción: que este crecimiento sea destinado a capitalizar las empresas. Supongamos pues, para poder seguir el argumento con serenidad, que se dan los dos efectos.
Tuve la ocurrencia de manifestar esta aparente contradicción a mis compañeros de mesa, quienes me miraron con cara de extrañeza sin, por ello, ofrecerme respuesta consoladora alguna. Esto podía ser indicativo de dos cosas. O bien la respuesta era obvia, y yo soy un idiota, o bien no hay respuesta, porque la pregunta es improcedente y yo soy un peligroso socialdemócrata. Como mínimo.
Como no me di la opción de creer que todos los asistentes al acto 1) anduvieran unos, los que obtienen ingresos por el capital, mirándose sólo el ombligo y 2) otros, que los obtienen por salario, estuvieran encantados de ser ellos los condenados por el resto de la audiencia a una menor retribución – en ningún caso compensada por mayores servicios sociales (¡socialismo!) pues todos tenían claro que también hay que reducirlos – durante el viaje de vuelta intenté hacer un esfuerzo de reflexión técnica en soledad. Esto debe de tener algún truco que yo todavía no he comprendido.
Hacer lo que hay que hacer
Veamos. Me dije que, si disminuyen los salarios, el consumo privado de familias e individuos disminuiría. Luego para que el PIB crezca sólo queda, para compensar esta disminución, el consumo de las empresas, además del gasto público. Pero este último también será mucho menor, pues hay que reducir el déficit del estado para no ser castigado por los mercados. Encima, los ingresos fiscales serán menores. Luego si el gasto público debe ser mucho menor, es necesario reducir parte de las prestaciones sociales, con lo que los asalariados tendrán que destinar parte de lo que les quede tras la reducción salarial a lo que antes les era opcionalmente sufragado por el estado en sanidad, educación, pensiones, dependencia, peajes o desgravaciones diversas. De modo que, para compensar esta fuerte disminución de la actividad económica pública, asalariada, y pensionista en sus diversos grados y condiciones, sólo queda un colectivo: las empresas.
Pero las ventas de las empresas no podrán serlo en el mercado nacional, puesto que ahí la capacidad de compra ha quedado severamente disminuida al reducirse los salarios. Luego tendrán que vender en el exterior. Exportar. Ahí si podría la cosa funcionar, porque la disminución de los costes salariales habrá supuesto una posibilidad de trasladar esa disminución a los precios de venta, de modo que esos productos serán más competitivos en el mercado exterior. Para ello, una condición sería que la reducción de costes salariales no fuera cubierta, por lo menos en su totalidad, con contratación de nuevo personal. Es decir, que la tasa de desempleo no disminuya demasiado.
Si mi razonamiento es correcto, de momento no vamos bien.
Pero de entrada ya tenemos una aparente ventaja. Los mercados, viendo que el gobierno hace lo que hay que hacer (o sea, lo que ellos quieren que hagamos), retoman la confianza en nosotros y pasan a financiarnos a un interés menor, lo que nos ayuda a reducir el déficit. Eso está bien, pero siempre y cuando no haya aumentado por otras vías, lo que anularía la ventaja del ahorro financiero y los mercados volverían a castigarnos.
Nos encontramos entonces en una situación en la que casi todos hemos perdido capacidad adquisitiva, la tasa de paro sigue siendo más o menos la misma y las empresas han disminuido un poco los precios de sus productos con la esperanza de vender más en el exterior. Por tanto, para que vuelva el crecimiento dependemos de la capacidad de compra de ese exterior. ¿Cuál es esta capacidad de compra de los exteriores?
Había tomado nota de dos tendencias que allí se dieron por buenas sin demostración, pero que procedían de personas cuya posición en los puestos internacionales donde se cuecen estas habas era muy relevante, y que di por ciertas para no agobiarme demasiado. Tanto para ganar competitividad como para depender en menor medida del gigante chino, que les hace de banquero y los tiene pillados, Estados Unidos va a proceder a la inmediata devaluación del dólar. Cuidado. No va a salir el presidente de la Reserva Federal diciendo que acaba de devaluar el dólar. Todo es más fino, más public relations. La Reserva Federal emite bonos a mansalva y, los que no se venden, los compra la misma Reserva Federal. Dicen que se hace así, aunque no acabé de pillarlo. En todo caso me quedé con que los americanos han ideado formas tan elegantes de devaluar su moneda que llegan a pasar inadvertidas al público en general.
Lo que quiero decir es que si Estados Unidos devalúa, sea directa o indirectamente, su moneda, la competitividad española relativa a los Estados Unidos ya no será la esperada. Ese mercado se quedará, en relación a España, más o menos como ahora, pero nosotros con menos salario. Igual no es muy grave, pues allí se anunció sin oposición que, dentro de 10 años, ese país va a representar ya sólo el 12-13% de la economía mundial.
Europa, nuestro mercado natural, no estará tampoco a la altura de nuestras necesidades – desde luego no de las salariales, tras el desembarco neoliberal que Bruselas ha recibido en los últimos años. Por una parte todos los países se encuentran sumidos en políticas de ajuste y, por otra, van a sufrir dificultades adicionales de exportación debido al fortalecimiento relativo del euro a medida que el dólar se vaya devaluando cada vez más. Cosa que desde luego tampoco favorece a las empresas españolas que, sin poderlo remediar, se van a encontrar con un euro todavía más fuerte respecto al dólar que ahora, lo que nos invitará más a comprarles en € que a venderles en $.
Quedan los países emergentes. China, por ejemplo. Por ahí tal vez si. Pero los asistentes y el técnico internacional que nos acompañaba, un auténtico figura, me dieron a conocer la posibilidad de la burbuja china. A pesar de la ventaja comparativa que supone poder cambiar políticas económicas de un día para otro que parece conferir a ese país su déficit democrático, se espera de China un tortazo espectacular dentro de unos 10 años debido, fundamentalmente, al envejecimiento de la población causado por su política de restricción demográfica. Pero mientras tanto puede funcionarnos. Como fuere, los asistentes consideraban a la India un país más económicamente confiable en la medida de que, contrariamente a China con su actividad orientada a la manufactura, el crecimiento hindú está más centrado en las tecnologías de la información y en productos y servicios más innovadores y orientados a la sociedad del conocimiento que, como todos los presentes daban por supuesto, es el futuro.
Saqué pues la conclusión, antes de llegar a mi destino, de que para que funcionen nuestras insustituibles exportaciones, este modelo liberal nos lleva a depender de países fuertemente exportadores. Yo no lo veo claro. Pero como es la primera vez que tengo la osadía de adentrarme por los derroteros de la macroeconomía, es posible que sea yo un completo ignorante de grandes verdades, reveladas en facultades que no fueron la mía – aunque algo de macroeconomía si nos enseñaban a los telecos. O tal vez se trate de un conocimiento exclusivo propio de círculos selectos, iniciáticos o no.
Pero para intentar entender la jugada vamos a suponer que funciona, y que las empresas españolas llegan a compensar, con sus ventas al exterior, la caída del consumo interno y del gasto público. Entre sus mayores ventas y sus menores costes salariales, accionistas y directivos con primas por beneficio podrán cantar victoria. ¿Y los demás? Bueno, es posible que en el siguiente convenio colectivo, a la vista del éxito colectivo y social – que habrá alcanzado gran eco en la prensa económica internacional de prestigio – se puedan conseguir incrementos salariales punto, o punto y medio, por encima de la inflación prevista.
Se supone entonces que los que se han hecho con el dinero van a invertirlo, y el gran capital internacional (perdón, los mercados, este hermoso neo-eufemismo post-marxista), a la vista de que hemos hecho lo que hay que hacer, va a fluir hacia la nueva productividad española con prontitud y abundancia. Ello crearía nuevos puestos de trabajo, siempre a un coste laboral unitario del orden de, entonces, un 18% inferior al actual. De acuerdo, ya tenemos a más gente ocupada y así vamos reduciendo el déficit del estado, que no tiene que subvencionar (así llamaron al seguro de desempleo) a los parados.
El Estado, siempre derecho
Como usted habrá advertido, para llegar hasta aquí, es decir, más gente trabajando por algo menos de un 20% menos, es necesario haber hecho multitud de suposiciones. Unas son matemáticas, pero otras no tanto. Hay que suponer que el demonio de la deflación habrá sido ahuyentado por otros medios (¿cuáles?), luego la pérdida de capacidad adquisitiva de los trabajadores será bien real y dolorosa. Ha tenido que transcurrir además un cierto tiempo, durante el cual no está nada claro que el personal se quede en casa tranquilito todo el día mirando la televisión y jugando al pasapalabra. Pero la suposición final, esa de que los que se han hecho con el dinero lo van a invertir, y además en el país, esa yo no me la creo de ninguna forma. El globo globalizado es muy grande. Podría servir como excusa, y funcionar siquiera en parte, en tiempos de energía abundante, barata y que fuera a fluir a ritmo creciente. Pero las perspectivas no son éstas y, por tanto, el ciclo terminaría ahí: con los asalariados empobrecidos y el capital (perdón, los mercados) encantado y a buen recaudo.
Desde luego que ni conferenciantes ni asistentes al acto intelectualmente estimulante renunciaban al papel del estado pero, lejos de mencionar las prestaciones sociales que pudiera satisfacer, siquiera a los expulsados del mercado por los mercados, incidían en su papel de garante del estado de derecho. Esto está muy bien cuando oímos esta expresión y la asociamos con la Justicia, así, con mayúscula por lo menos la inicial. Pero me temo que, después de haber pronunciado varias veces la palabra responsabilidad, la mayoría de los asistentes no estaba allí para grandes ideales justicieros, y la asociación principal era con lo que en Estados Unidos se conoce, sin tantos complejos, como la protección de los derechos de propiedad. Mi dinero es mío y el estado no me lo puede quitar para dárselo a otro, ni con impuestos ni con nada. Es la esencia del neoliberalismo.
Supongamos que ya somos un referente para los mercados y un socio de fiar para los inversores internacionales (que de hecho son los mercados, eufemismo moderno que sirve para no referirse al capital, que parece que suena mal), porque la prensa internacional (Economist, Financial Times, Wall Street Journal Europe) y los boletines confidenciales que circulan por los despachos de las plantas altas de los altos edificios de oficinas declaran que hemos saneado nuestra estructura macroeconómica y que, puesto que el gobierno ya es de derechas, el fantasma del aumento de los impuestos ha desaparecido del horizonte.
Pero el dinero es miedoso, como es bien sabido. Puede creer que tenemos una estructura económica sólida para ganar más dinero pero si, ya ahora, apenas se está invirtiendo en economía productiva, el capital se limitaba a la especulación financiera hasta ayer y, desde hoy, está especulando con los tipos de cambio (el Economist lo llama ‘Currency Wars’) es porque apenas cree en el presente, pero sobretodo porque no cree en el futuro. Hoy en día, el capital, el grande (los mercados), ya tiene miedo del pico del petróleo.
Quizás no tanto del cambio climático, pero dentro de cinco años, cuando nosotros hayamos hecho todo lo que hay que hacer, la concentración de CO2 en la atmósfera estará ya rozando las 400 ppm, la radiación solar estará en el máximo de su ciclo de 11 años y es posible que la corriente oceánica de El Niño se haya activado de nuevo, contribuyendo todo ello a un mayor calentamiento todavía que el actual, que ya estamos en récords. La temperatura estará pues aumentando todavía más, los fenómenos extremos, principalmente en verano, serán todavía más fuertes y numerosos, y el capital estará bastante más asustado que lo que hoy lo está con la crisis financiera y el pico del petróleo.
Aquí un mercado ¿dígame?
Los asistentes al acto atacaron, desde luego, el mensaje socialdemócrata. Pero lo cierto es que lo hicieron con respeto y sin acritud, calificándolo sólo de modelo agotado. De hecho eran pragmáticos, y entiendo que es en este punto donde reside su única fortaleza: estamos obligados a hacer esto, porque cualquier alternativa es peor. No me veo con razones para negar que eso sea realmente así, siempre que consideremos sólo el corto, cortísimo plazo. Pero ¿y después? ¿Qué nos dirán los mercados dentro de tres, cinco años? ¿Que reduzcamos otro 20% los salarios?
Me di cuenta, súbitamente, de que había partido de que los costes salariales unitarios (o sea, seguridad social y sueldos) habían disminuido el 20%, simplemente porque allí se decía que era una necesidad inexorable. No era un mero ejercicio de pensamiento, a ver qué sale, sino toda una declaración de intenciones. Quienes así lo sostenían son personas próximas a alcanzar el poder político, por lo que me pregunté cómo se consigue, en la práctica, reducir el 20% los costes salariales unitarios y, a la vez, mantener un orden social mínimo. Como parece difícil que algo así se pueda imponer por decreto-ley y no se me ocurren, en mi ingenuidad y torpeza económica, formas elegantes de que no se note, no veo que puedan hacerlo de otra forma que no sea a través de los mercados.
De modo que alguien va a un mercado y le dice: oye ¿te has dado cuenta de que en España hay que reducir los costes salariales el 20%? Voy a otro mercado y le digo lo mismo. No hará falta pasar por muchos, porque entre ellos, los mercados, están muy bien comunicados. Cuando la noticia llegue a publicarse en la prensa económica, estarán anunciando ya que los mercados han perdido la confianza en España. Problemas para la ministra, a la que la financiación de la deuda le descuadra todas las cuentas. La oposición chulea al gobierno, y los columnistas de la prensa nacional de gran tirada y canales digitales de TV responsabilizarán a la política económica del gobierno y llamarán por su nombre al primer ministro unas 200 veces por programa. Éste, agobiado, anunciará que va a reducir un 5% el sueldo de los funcionarios, y se organizará para ver si los mercados se creen que va a bajar las pensiones sin que sea del todo cierto, pero dejándose la posibilidad de bajarlas realmente. Dice el primer ministro, socialdemócrata de la tercera vía que, si es necesario, hará lo que tenga que hacer pese a quien pese.
Al cabo de un año, pocos meses antes de las elecciones generales, aquel alguien se entrevista con otro mercado. Oye, te traigo este informe. Te estaré muy agradecido si lo haces circular entre tus colegas. Date cuenta de que lo que hizo el gobierno socialista era insuficiente. De nuevo, problemas para la ministra, que tiene que organizarse para vender, en el interior, que decide por su propia cuenta hacer lo que los mercados, interiores y exteriores, le dicen que hay que hacer para que no le descuadren las cuentas del estado.
Y así. El proceso no se detiene, necesariamente, con la llegada de los liberales al gobierno. Se detiene cuando los costes salariales unitarios han disminuido el 20% en valor efectivo (aunque nominalmente no será así) y el déficit del estado sea por fin el que los mercados han decidido que, por ahora, quieren que sea.
Sesgo de confirmación
Lo que más me hizo reflexionar de aquel interesante acto fue el sesgo de confirmación que todos padecemos cuando, al encontrarnos con situaciones coincidentes, nos asalta el reflejo, casi siempre inconsciente, de atribuirles relaciones de causa a efecto, pero sólo en el caso de que eso permita justificar nuestras creencias y suposiciones previas. Así, nadie puso en duda que este neoliberalismo – cuya versión europea parece residir en el eslogan “no more regulation, better regulation”, más digerible que el “no regulation” americano, versión libertina, perdón, libertaria, a lo Sala-i-Martín-Cato-Institute – es una buena cosa. Pero en lugar de basarse en la corrección de los razonamientos o en el supuesto éxito (¿para quién?) de experiencias ya realizadas (Pinochet, Reagan, Bush y un montón de paises pobres y muy pobres), todos los comentarios de autoafirmación de su corrección ideológica se basaban en el efecto legitimador de autoestima que ofrece el hecho de que la mayoría de las democracias europeas hayan virado ya (¡por fin!), desde posiciones socialdemócratas, de cierto, o bastante, estado de bienestar, a posiciones liberales de menos, o casi nada, estado de bienestar. El Reino Unido es ahora la vanguardia de estas políticas que, según la teoría, hay que implantar antes de seis meses después de ganar las elecciones, pues, si se espera demasiado, la resistencia con que se enfrentarían las medidas necesarias sería ya insuperable.
No creo que, ahí dentro, nadie se preguntara por los motivos por los que los votantes se dedican últimamente a votar contra si mismos. Pues claro que se vota a los partidos liberales. Para ellos, por fin Europa está volviendo al orden natural de las cosas.
El acto estuvo salpicado de intervenciones del público a mayor gloria de lo liberal. En una de ellas el parlante dio con la fórmula para acabar con el debate de si nucleares si o nucleares no. Usted ponga en la factura de la luz qué porcentaje de la energía consumida procede de cada fuente: tanta del carbón, tanta de renovables, tanta nuclear. Eso en una columna. En la otra, diga a cuánto le cuesta el kWh de cada fuente. Al final, ofrezca la posibilidad, muy liberal (voilà la better regulation), de elegir cuál prefiere usted. Ese hombre (casi todos éramos hombres) tenía claro que yo iba a elegir la nuclear, que es ahora, de largo, la más barata, al estar ya muy amortizadas las instalaciones de generación. Puesto que, así, habrá más demanda nuclear, ya se encargarán los mercados de ofrecer toda la energía atómica demandada por el público. Se acabaría toda oposición porque, dejémonos de historias, prosiguió algo excitado, la gente lo que quiere es, siempre, lo más barato.
Sólo un interviniente se atrevió a mencionar a Keynes sin llamarlo por su nombre. ¿No será mejor aumentar la demanda por la vía del gasto y la inversión del estado, aunque aumente temporalmente el déficit? Nadie le hizo caso. En un mercado globalizado eso no es posible. Irreversiblemente globalizado el globo (perdón, los mercados), la competencia entre estados lleva inexorablemente a la competencia fiscal, y por tanto a que los niveles impositivos sean mínimos. Veremos más abajo que las políticas keynesianas a las que se refirió el despistado tampoco me parecen ya posibles en el marco de la próxima escasez energética.
Un poco de termodinámica
A la salida también había comentado a mis acompañantes que todo eso, suponiendo que funcionara, me parecía música celestial. Los asistentes parecían confundir la riqueza con el dinero, y eso, digo yo, les debe hacer creer que la fuente de toda prosperidad se encuentra en las máquinas de imprimir billetes o acuñar moneda o, para las mentes más elaboradas, en el plus que se crea con la existencia de los tipos de interés.
Pero no es así. El origen real de la riqueza no es otro que la energía, sin cuyo uso creciente no es posible pagar principal + intereses. En rigor, lo que mueve el mundo (y crea riqueza) es la denominada exergía, que es la parte fraccionaria de la energía que no se disipa en forma de calor y que es útil para realizar trabajo. Mover cosas, en definitiva. También puede verse como lo que permite disminuir la entropía. Lo que importa aquí es que, si el consumo de energía no aumenta y la productividad tampoco, alguien se queda sin cobrar lo acordado. La cantidad de energía (exergía) empleada y/o la productividad tienen que crecer siempre. Y ambas tienen límites.
Todo el sistema productivo mundial puede asimilarse a una máquina termodinámica que convierte energía en riqueza (el dinero es otra cosa). Hasta hace muy pocos siglos, esa máquina era propulsada exclusivamente por energía animal: la de los hombres y la de los demás animales (tracción, transporte). Hoy, la energía es suministrada de forma casi exclusiva por los combustibles fósiles: carbón, petróleo, gas natural en un 85%, y algo de nuclear y renovables. Por su parte, la productividad de este sistema económico mundial equivale a la eficiencia de la máquina. De modo que, a productividad constante, cuanta más energía consuma el sistema, mayor trabajo se habrá realizado y, por tanto, mayor riqueza se creará.
Esto nos dice que la generación (acumulación) de capital depende de la cantidad de energía consumida. De modo que, si lo que hay que hacer es crecer para que todo esto funcione, habrá que consumir más energía, pues los aumentos de productividad, por ahora, no alcanzan. Para consumir más energía habrá que extraer más materias primas que nos la permitan generar y convertirla en movimiento, electricidad, etc. O sea, hoy por hoy, sobretodo combustibles fósiles. Es decir que, en cada momento (cada año, supongamos, como referencia) la velocidad de extracción de combustibles fósiles del subsuelo y su procesamiento deberá ser mayor. Nótese que lo que importa aquí es la velocidad de extracción y procesado, pues podemos dar por cierto que combustibles fósiles quedan todavía para muchos años. Otra cosa será a qué precio.
Esto es muy importante. Cuando se habla del pico del petróleo no se está hablando de que se agote el petróleo, sino de que se ha llegado a, aproximadamente, el 50% de extracción del total de reservas conocidas. Lo que se agota es el aumento de la velocidad de extracción y procesado, que tiene un límite impuesto por la realidad física. Esto es así porque, aunque cueste llegar al pozo, al principio el oro negro sale muy bien y deprisa debido a la elevada presión pero, a partir de (más o menos) la mitad, la presión ha disminuido ostensiblemente y, en particular, la cantidad de agua, arena y otras impurezas obliga a un tratamiento posterior cada vez más exigente que, necesariamente, requiere un tiempo, que no es compensable con instalaciones de tratamiento adicionales.
Pues bien. Debido a las ventajas del liberalismo y lo privado, por lo menos el de la bad regulation, los datos sobre reservas, disponibilidad y ritmo de extracción de los combustibles fósiles están en manos privadas y, así, son secretas o poco de fiar. También lo son las que están en manos de estados poco dados a la transparencia, como Arabia Saudita o Venezuela. Bueno, más que secretas, es que, como los miembros de la OPEP funcionan por cuotas, todos tienen interés en decir que tienen mucho. Por supuesto que todos tienden a exagerar, no vayan los mercados a creer que se les están agotando las reservas o que no da su país más de si en ritmo de extracción, con el consiguiente castigo en forma de olvido mercantil ad kalendas græcas. Pero se han encontrado ya formas bastante aproximadas de conocer estos datos desde afuera y, en todo caso, los datos históricos si parecen ser confiables.
La figura 1 muestra la evolución del PIB frente al consumo mundial de petróleo, en términos anuales, y en unidades de logaritmo neperiano. Puede verse la correlación entre ambos valores, tanta, que podemos tomarla como confirmación de la ley (relación energía a PIB) que he enunciado. Nótese la zona 2, en una de las crisis del petróleo, en que se produjo un aumento de la eficiencia en el uso de la energía que hizo cambiar la pendiente de la demanda sin que el crecimiento del PIB mundial se viera afectado.
Pero ahora veamos la figura 2. En ella se presenta el consumo de petróleo frente a la raíz cuadrada (lo que salva la duplicación del logaritmo) del PIB mundial, en dólares USA. Lo más notable, que ya se adivinaba en la figura anterior, es el estancamiento del consumo de petróleo desde 2005, en 85 millones de barriles de petróleo al día (que se dice pronto). En cambio, el PIB mundial sigue aumentando. ¿Y eso? ¿Hemos aumentado otra vez la eficiencia?
No, la eficiencia no ha aumentado esta vez. La productividad no ha aumentado tanto como para explicar este desacoplamiento. ¿Cómo explicárnoslo? Sólo podemos explicárnoslo en términos de deuda. Es decir: hemos tomado prestado el crecimiento del futuro, de hecho como si se hubiera aplicado un estímulo de tipo keynesiano (aunque el gráfico incluye también la deuda privada) a nivel mundial. Pero ahora habrá que pagarlo.
Lo que quiero destacar aquí es que si el consumo de petróleo se ha estancado debido a las limitaciones de carácter físico en la extracción y procesado de las fuentes de energía, es decir, si hemos alcanzado ya el pico del petróleo, no parece haber manera de poder pagar esta deuda en algún momento del futuro. Dicho sea con la reserva de que no parece que el carbón se encuentre todavía en peligro inminente de su respectivo pico, pero si el gas natural. Pero con la convicción de que no hay tecnologías ni energías renovables capaces de llegar a tiempo de compensar los efectos de estos picotazos.
Así que lo que es una mala noticia para los socialdemócratas no tanto por agotamiento de un discurso más igualitario y asistencial, creo yo, como por agotamiento de la velocidad de extracción de las fuentes de energía, lo es también para los liberales, pues a ningún capital con sentido de la prudencia se le ocurrirá invertir con este panorama salvo que sea de forma especulativa y a muy corto plazo.
En este punto se manifiestan las personalidades, pues nadie parece disponer de un modelo predictivo lo bastante confiable salvo para alimentar la especulación. El optimista cree que la producción de petróleo, cuando comience a descender, hará que la economía descienda también de forma gradual, lo que impedirá cataclismos sociales insoportables. Cree que al aumentar mucho el precio del petróleo debido a que la oferta no cubre la demanda será el momento en que se disparará el desarrollo de las energías renovables. Otros (como yo) creen que al tratarse de un problema sistémico no es previsible que las transiciones sean graduales, sino exponenciales, que se van a producir oscilaciones bruscas y overshoots sucesivos (en los precios del petróleo, por ejemplo) a las que será cada vez más difícil responder con eficacia y que en algún momento se producirá un crash sistémico cuando ya no quede dinero público para salir al rescate.
Ahora podemos imaginar lo que parece que se nos puede venir encima cuando todavía la cuestión climática no se ha manifestado en toda su crueldad limitadora de los recursos de supervivencia pero estanflaciones, deflaciones o el cajero automático bloqueado y la ventanilla del banco cerrada súbitamente al público nos impidan por lo menos disponer de nuestros ahorros.
Es en lo que más insistían los asistentes al acto liberal. Hay que ahorrar, hay que ahorrar. En el hogar, en la empresa, en el Ayuntamiento, en la Generalitat, en el Estado. Liderazgo, hace falta mucho liderazgo, decía quien parecía querer ser señalado como líder.
Liderazgo, digo yo, es el que se necesitará para que, cuando se conozca la auténtica verdad del pico del petróleo y del cambio climático, y también la incompetencia, cuando no la mala fe, de quienes lo han estado ocultando para aprovecharse de ello, aceptemos que la salida no va a ser la venganza salvaje , sino que la prioridad real sea salvar el pellejo propio y el del mayor número posible de nuestros semejantes.
Nota: Los gráficos deben ser atribuidos al recientemente fallecido economista británico Angus Maddison, y a Bob Lloyd el comentario de que el crecimiento del PIB es debido a la deuda (1).
No voy a profundizar en el asunto de los costes laborales unitarios, la competitividad y todo esto porque es un asunto bastante más complejo y las opiniones simples (como que «es necesario una reducción del 20% en salarios», etc.) tienden a ser no simples sino simplistas. Comento, por ejemplo, un par de detalles: los costes laborales unitarios no son simplemente los salarios sino los salarios divididos entre la productividad (de ahí lo de «unitarios», porque son «por unidad de producto»), que se mezclan las variables nominales con las reales (ejemplo: salario nominal versus salario real – nominal entre un nivel de precios) y los ingresos totales de los trabajadores (abstrayéndonos de pensiones, ingresos por rendimientos sobre el capital) no son sólo proporcionales a los salarios sino al empleo. Añado, además, que gran parte del incremento de la desigualdad (en países anglosajones, sobre todo) durante los últimos 30 años y debida al 1% o 0.1% superior no procede de mayores rentas del capital sino de rentas del «trabajo» (una posible causa es que los directivos de hoy en día tienen más capacidad para capturar recursos de la empresa a sus propios bolsillos). Esto lo vi en algún trabajo de Saez y Piketty. Aprovecho para enlazar un artículo de opinión con el que estoy básicamente de acuerdo con el tema de los desequilibrios globales: http://www.project-syndicate.org/commentary/eichengreen23/English
Lo que sí quiero comentar con algo más de detalle es la relación entre petróleo, energía y PIB. Por ejemplo: «El origen de la riqueza no es otro que la energía, sin cuyo uso creciente no es posible pagar principal + intereses». En realidad, la riqueza en términos económicos no tiene que proceder necesariamente de la energía. Actividades como el desarrollo de software, el cuidado de niños en guarderías o la producción artística *generan* riqueza (económica) sin un consumo de energía significativo asociado. Por lo tanto, PIB no es simplemente igual a energía*(eficiencia del uso de la energía), sino que hay que añadir más términos representando la «fracción no energética». De la misma manera, generalmente se entiende capital como máquinas, grúas y ferrocarriles, pero cada vez va disminuyendo el peso del capital físico (peso cada vez más reducido de la industria frente a los servicios) y se habla del «capital humano» (que en realidad es antiguo como concepto, pero vale para ilustrar el hecho de que capital, en economía, se define de forma bastante genérica). Una última observación es que no es que haya que «crecer y usar más energía para pagar principal e intereses», sino que ese principal e intereses son una deuda que se contrae precisamente cuando se puede repagar. No es que el industrial tenga que aumentar su empresa para pagar al financiero, sino que el financiero prestó al industrial porque podía crecer su empresa con esos fondos.
De hecho, la inversión empresarial lleva una década de casi estancamiento en muchos sectores, comparando con los 90. Un comentario sobre este fenómeno: http://www.investorschronicle.co.uk/MarketsAndSectors/Markets/article/20100105/b3b05bce-f5f5-11de-b4b3-00144f2af8e8/The-dark-side-of-the-savings-glut.jsp
Finalmente, dudo que la divergencia entre PIB y consumo de petróleo se deba a que «hemos tomado prestado el crecimiento del futuro». Esto puede ser cierto para una persona o empresa aislada, pero cuando agregamos a toda la economía, lo que unos toman prestado es lo que otros prestan (luego no se puede tomar prestado «en agregado»). Es decir, que no se puede «tomar prestado» crecimiento del futuro salvo si lo interpretamos en un sentido específico (que al consumir recursos naturales para crecer hoy reducimos el crecimiento potencial del mañana, al dejar menos recursos), pero esto sería lo contrario de lo que vemos.
¿Cómo podemos interpretarlo, entonces? Los años de la divergencia vivimos precios relativos del petróleo crecientes (debido al poco crecimiento de la oferta y el gran crecimiento de la demanda – China, etc.). Aunque la economía tenga poca flexibilidad a gran escala en escalas temporales pequeñas (es decir, que no se pueden sustituir térmicas por renovables en poco tiempo, como explica el texto), puede tener flexibilidad a pequeña escala y siempre hay algo de sustituibilidad que permite crecer sin consumir mucho más petróleo. Conjeturo esto porque ya ocurrió a finales de los 70: el PIB de EEUU se mantuvo casi constante pero descendió el consumo de petróleo. No puedo ubicar la fecha exacta porque la figura 2 de este artículo muestra ln(PIB de EEUU) frente a ln(Consumo de petróleo de EEUU), no ambos frente al tiempo: http://dss.ucsd.edu/~jhamilto/Hamilton_oil_shock_08.pdf
Sobre si la economía podrá adaptarse cuando la escasez de petróleo eleve su precio (haciendo comparativamente rentables inversiones en energías alternativas, eficiencia y ahorro), creo que es un problema análogo al de si un proceso termodinámico es cuasi-estacionario, por emplear una analogía termodinámica. Si es cuasi-estacionario, la economía estará en todo momento cerca del equilibrio a largo plazo y la velocidad de los cambios estructurales se aproximará a la velocidad de variación de la disponibilidad de petróleo (una transición suave). Si no lo es, como se teme en este post, entonces no será suficiente y la transición no será suave sino turbulenta, con consecuencias imprevisibles.
¿Qué ocurrirá? Desde luego, yo no lo sé. Lo que es una razón más para cubrirse de los peores casos y comenzar ya con la transición (cuanto más se alargue en el tiempo, menos turbulenta será). Para ello, tanto un impuesto sobre el CO2 como un sistema de cap-and-trade pueden comenzar ya a proporcionar los incentivos adecuados para invertir en eficiencia energética y energías no-fósiles, y todo lo anterior es una razón más para utilizar estas dos herramientas (aparte del motivo obvio, que es el grave peligro del cambio climático).
Un saludo.
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Uf. Con lo que me ha costado escribir el texto desde mi declarada osadía de aprendiz y en tan pocos minutos después de publicar me contestas esta riqueza intelectual que apenas he leído en diagonal. La leeré con la atención que merece entre hoy y mañana.
Muchas gracias por participar.
Ferran
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Después de leer el comentario y los enlaces, e imprimir el paper de Hamilton destinado al fin de semana, poco más puedo hacer que agradecer la información complementaria y, sobretodo, las puntualizaciones conceptuales, que me aportan la medida de mi osadía y me señalan caminos.
Pero me voy a permitir aprovechar el honor de ser seguido por este nivel de cualificación para solicitar alguna luz adicional respecto a la divergencia PIB – energía desde 2005. Es verdad que tuve dudas al atribuirla a la deuda cuando vi que esa era la deuda total (cuya fuente menciono sin mayor detalle y que aquí si amplío), pero no podia imaginar que ese crecimiento se debiera solamente a un componente de tal magnitud correspondiente a energía no fósil-líquida. Me permito además llamar la atención acerca de la energía ‘oculta’: el software se desarrolla mucho más productivamente en un PC con unos programas de CASD que han sido desarrollados a su vez en PC’s en cuya fabricación y transporte se ha empleado no poca energía fósil… el cuidado profesional de niños suele utilizar el transporte de los cuidadores y distintos productos duraderos o desechables, etc. No he encontrado la referencia en primera instancia pero recuerdo haber visto que una búsqueda en Google ya emite algunos gramos de carbono. Según parece, sólo los servidores de Yahoo ya consumen tanto como todos los televisores del mundo (fuente)
Sea como fuere ¿cómo podríamos interpretar la convicción de Bob Lloyd?
Gracias una vez más.
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Hay casualidades que parecen increibles. Esta tarde he asistido a un acto en Cosmocaixa (museo de la ciencia de Barcelona), y ha sido sólo por la mañana que he sabido que, en uno de los paneles, estaba presente, precisamente, Gail Tverberg, alma de theoildrum.org, precisamente el web que aloja el texto de Bob Lloyd en el que me inspiré para atribuir a la deuda el crecimiento del PIB a partir de 2005. Naturalmente le he preguntado.
Ella cree que, desde luego, tiene que deberse a una aportación energetica, y que si se ha estancado la velocidad de producción de petróleo, el PIB mundial habrá crecido debido al carbón y el gas natural como sustitutos.
En el autobús, de vuelta, una casualidad más ha hecho que, entre los papers que llevaba para ir leyendo hoy, uno de ellos indicaba que, en 2009, el 85% del crecimiento de las emisiones mundiales de CO2 son atribuibles al carbón consumido por China, pues el crecimiento exponencial del PIB de ese país, del orden del 10% anual, es ‘financiado’ mediante centrales térmicas de carbón. China inaugura un promedio de 2 centrales térmicas a la semana desde hace años. Está llegando a su propio ‘pico del carbón’ y, adonde no alcanza, lo importa de Australia.
El acto de hoy ha sido para mi algo extraordinario. Un panel de científicos de lujo respondiendo en un máximo de 3 minutos cada una a decenas de preguntas formuladas por bachilleres que atestaban el Auditorio, que habían preparado antes sus intervenciones.
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Justamente Gail ha publicado un post recientemente sobre el tema:
http://ourfiniteworld.com/2012/12/19/why-world-coal-consumption-keeps-rising-what-economists-missed
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El post y el comentario de yyl magníficos y para imprimir y leer con calma.
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Es un placer y un fuerte estímulo teneros por aquí.
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¿Has oído hablar de Nicholas Georgescu-Roegen, economista? Te dejo el link por si acaso. Hoy mismo he leído sobre él y enseguida me he acordado de este post. También me ha recordado a Jeremy Rifkin, quien en su libro La civilización empática afirma:
«Hoy nos enfrentamos a la posibilidad esperanzadora y, al mismo tiempo, inquietante de acercarnos a una empatía global en un mundo interconectado, pero a costa de un gran consumo de energía que supone una factura entrópica creciente y que amenaza nuestra misma existencia con unos cambios climáticos catastróficos. Es probable que resolver la paradoja de la empatía y la entropía sea la prueba decisiva de la capacidad de nuestra especie para sobrevivir y prosperar en la Tierra. Pero para ello hará falta un replanteamiento radical de nuestros modelos filosóficos, económicos y sociales.»
Un saludo.
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Siii! Tengo su libro «The Entropy Law and The Economic Process» como una de las mejores obras que han caído en mis manos. Es un tostón, pero una gozada. De hecho lo estoy leyendo (si se puede decir así de un libro como este) ahora.
Y atención, que está escrito en 1971. No es que no lo supiéramos, es que no lo queríamos saber o alguien no quería que lo supiéramos. He echado un vistazo por los planes de estudio de las facultades de económicas y nada, ni rastro de esto.
Creo que Rifkin lleva razón, pero me sigue rechinando este «Es probable que…», que resulta desmovilizador, cuando él debiera de saber que es (virtualmente) seguro: las leyes de la termodinámica no fallan.
Gracias por tu enlace.
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Muy interesante el artículo y los comentarios, aunque, de momento, va en parte más allá de las capacidades que mi trasfondo me permiten.
Estaré observando… como siempre.
Saludos desde el sur de Chile.
Esteban.
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Ya que YYL ha tocado al final de su intervención el cap-and-trade (el comercio de emisiones) como una de las vías para comenzar -o acelerar- la transición hacia la independencia de los combustibles fósiles, quiero plantear una inquietud.
Por un lado, la comunidad científica pronostica un desastroso y cada vez más irreversible futuro. Estos pronósticos generales son matizables y perfectibles, pero en ningún caso, negables. Llegarán unas décadas antes o después, de un modo o de otro. Pronto.
Por otro lado, tenemos a los gobiernos -y por medio de ellos, a las grandes corporaciones- desarrollando laxas negociaciones que, luego de muchos años, siguen sin conseguir compromisos que permitan al mundo salir del hoyo en el que está, sino todo lo contrario: seguimos creciendo y aumentando nuestro consumo, tanto energético como de otro orden.
Estas negociaciones han ido otorgando cada vez más poder sobre el problema a las corporaciones por medio de la creación de los mercados de emisiones, bajo promesas de graduales y sucesivas disminuciones de los límites máximos de emisiones permitidas -y grandes estímulos económicos-, que parecen no cumplirse con el rigor que la apremiante necesidad exige.
Tenemos Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) que parten del supuesto de que el crecimiento no puede ni debe ser ralentizado -ni menos frenado o decrementado-, de modo que asumen que -por poner un ejemplo- la instalación de una granja de aerogeneradores en el sur de chile significa una cantidad de toneladas de CO2eq «ahorrado» (porque se supone que de otro modo esa energía habría sido producida con alguna termoeléctrica muy contaminante). Y, en virtud de este CO2eq «ahorrado», se le otorgan permisos de contaminación equivalentes a quienes deseen pagar por ellos. O sea, ponemos una generadora muy limpia en un hemisferio y contaminamos todo lo que esa generadora no contamina en el otro, dejando nuestro balance de contaminación en cero. Es como si el objetivo no fuera reducir emisiones, sino mantenerlas.
Pero esto no considera el hecho de que Chile, sin el estímulo económico que representa el MDL, probablemente nunca habría construido esos aerogeneradores tan limpios. ¿Es que el MDL finalmente estimula un desarrollo que nunca habría sido posible sin él? Yo pienso que sí. Nunca habríamos construido esos aerogeneradores ni otros más contaminantes en su lugar, porque no tenemos dinero para hacerlo. Habríamos crecido como hasta ahora, no más.
Esto es aun más patente en la instalación de proyectos MDL en países realmente pobres, donde las perspectivas de desarrollo son muy limitadas y donde los MDL significan efectivamente más desarrollo que el posible sin ellos.
Yo entiendo que los MDL buscan -al menos en los discursos y los textos de los ministerios de medio ambiente- permitir que se produzca desarrollo de forma limpia. ¿Pero cómo, si las tecnologías supuestamente limpias terminan vendiendo derechos para contaminar?
Si tuviéramos cientos de años para cumplir con las metas, podría ser (?). Tal vez porque mientras más proliferen y más visibles y comunes sean las tecnologías limpias (pensemos en esas elegantes aerogeneradoras blancas), más acostumbrada a ellas estaría la población (?).
Podría ser, en un mundo sin empresas MUY interesadas en que nadie les rebaje los márgenes de ganancia, que en el caso del mercado de emisiones es la resta entre lo que se proyecta que se habría contaminado y lo que se proyecta que se terminará contaminando. Pero la realidad es que esas rebajas cada vez más estrictas en los máximos de emisiones, nunca serán del agrado de las empresas, simplemente porque implican una reducción de la cantidad de «producto» (permisos de emision) que tienen para mover en su mercado.
Como yo lo veo, una transición gradual y suave es bastante imposible. Y mientras más la sociedad tarde en reconocer que no se puede pretender mantener nuestro estilo de vida opulento y, además, salvar nuestro clima, menos preparados podremos estar para cuando llegue el momento de la verdad. Y más gente morirá (incluídos, posiblemente, nuestros amados hijos).
¿Qué caminos seguir, entonces? Sin duda un gran conjunto de caminos, todos a la vez, pero ninguno propuesto por el voraz mercado que nos trajo hasta aquí. Suena como si la culpa fuera del «mercado» (como una persona ajena), pero lo cierto es que esta cosa a la que muchos prefieren referirse como una entidad, somos nosotros mismos, es nuestra cultura del consumo y del derroche. Y es nuestra cultura la que debemos sacudir, no con esperanzas en lo que se está haciendo o -peor- en lo que se hará, sino con la realidad, cruda y como es: el mundo que conocemos está jodido y ahora nos queda adaptarnos y aprender de la cagada que hemos hecho.
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Magnífico artículo y no menos las aportaciones.
Últimamente, con el crash del petróleo en ciernes, me planteo a veces si el colapso societal asociado conseguiría «salvarnos» del colapso mucho mas irreversible del Cambio Climático. Pero parece que las emisiones procedentes del carbón fósil o incluso del carbón vegetal, así como del resto de combustibles fósiles, impedirán esa salida.
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Una cuestión, más semántica que otra cosa: creo que ellos se llaman a sí mismos libertarianos (libertarian en inglés), mientras que en castellano el libertario sería un anarcocomunista de toda la vida (tipo CNT y similares)
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