Entrada anterior: 2: Dos grados más ¿respecto a qué? ¿Qué es lo realmente importante?
Mucha gente puede creer que dato tan importante para el futuro de todos nosotros como los +2 ºC procede, y es fruto, de un análisis riguroso, resultado de un proceso científico realizado con todas las de la ley y sancionado finalmente por el máximo órgano de autoridad científica: el IPCC. Por el contrario, veremos en este capítulo y en el siguiente la pobre fundamentación – y, por tanto, la carencia de credibilidad – del incremento máximo de la temperatura media de la Tierra que (algunas) naciones dicen que es la opinión de la comunidad científica (26).
Con notable éxito, la propia disciplina de la economía lleva siglos empeñada en abarcar todo el espacio-tiempo, incluyendo la totalidad de nuestras mentes y comportamientos[20], hasta el punto de esforzarse en cuantificarlo todo en términos monetarios. Rebasa así el terreno que le es propio, pero ha encontrado habilidades y complicidades suficientes como para presentar sus resultados al público como si las leyes de la naturaleza fueran a ser las suyas y el mundo fuera a hacerles caso a pesar de que su marco de validez, si alguna vez lo tuvo, hace ya décadas que ha sido rebasado. Hace esto en lugar de atender, como sería razonable esperar, a las leyes de la física como marco de referencia ineludible de la actividad económica.
Modelos integrados económico-climáticos
Para intentar estimar la influencia del clima en la economía del futuro se han desarrollado complejos modelos integrados económico-climáticos[21] – cuya discutible fundamentación ética discutiremos a no mucho tardar en este blog (27). Sirven principalmente para simular políticas: si el poder público interviene de esta o aquella manera, qué temperatura tendré y cuál será el nivel de vida en el futuro.
Si ya es complicado conocer el clima dentro de 40 años pues, aún tratándose de ciencia en sentido estricto, es preciso integrar modelos atmosféricos, oceánicos y del ciclo del carbono, imagínese si establecer la interacción entre economía y clima del año 2050 tiene algún sentido más allá de ciertos divertimentos matemáticos[22]. Tienen no obstante cierta utilidad cuando se desea aislar variables y examinar influencias concretas.
Análisis coste-beneficio
Pero la herramienta de elección de los economistas en los asuntos medioambientales, allí donde se mueven realmente cómodos y en su salsa, es el análisis coste-beneficio, que emplean a los modelos integrados económico-climáticos como subconjunto. Dos de sus limitaciones principales son 1) la elección de la tasa de descuento del futuro[23] y 2) la (muy discutible) valoración, estrictamente económica, de los servicios ecológicos que la naturaleza nos presta, y que podrían desaparecer sin saber de qué forma iban a ser sustituidos, pero suponiendo, irracionalmente, que eso es posible en cualquier caso, por lo menos en forma de capital (¿de quién?). Y es que los economistas ortodoxos piensan todavía, contra toda evidencia, en términos de sustitución indefinida (28).
El método del coste-beneficio que, en algunas circunstancias, podría aportar cierta utilidad (sólo analítica) para la ayuda a la toma de decisiones sobre proyectos medioambientales limitados en el espacio y en el tiempo, se basa en uno de los teoremas de la economía contemporánea. Según este precepto, una condición necesaria para tomar decisiones óptimas es que los costes marginales de la decisión en cuestión sean iguales o inferiores a los beneficios marginales (29). Nótese que lo importante es el concepto de marginal, y no tanto, como podría suponerse, el hecho de que los costes totales sean inferiores a los beneficios totales. En este sentido, lo que hay que hacer matemáticamente es igualar las derivadas de las funciones respectivas de beneficio y coste.
Con respecto a la tasa de descuento se suelen emplear valores entre el 2 y el 10%. Obsérvese que, en el caso moderado del 3%, el valor de 100 € en 2100 equivale a sólo 5 € de hoy, lo que significa valorar los daños climáticos estimados para 2100 en un valor económico, a día de hoy, 20 veces inferior. Cuando retome las entradas de este blog relacionadas con la ética del cambio climático volveré sobre este punto con mayor detenimiento, e incluiré en ese ámbito las formas con que se determina la valoración del medio ambiente en términos económicos.
Veamos ahora cómo razonó la Comisión Europea en 2005, año en que ratificó políticamente el límite de los dos grados que había adoptado una década antes mediante un razonamiento que tuvo más de religioso que de científico, pero por lo menos aparentaba fundamento. En cambio, dada la rendición de Bruselas al neoliberalismo sin moderación durante los últimos años, no es de extrañar que el razonamiento se hiciera en 2005 desde una óptica puramente economicista, que paso a describir.
Nota previa. Si no entiende los dos párrafos siguientes, no se apure y siga leyendo. Yo tampoco los entiendo. He intentado seguir el razonamiento de la referencia (30) sin éxito alguno tras varios intentos, así que me quedo con los deberes de profundizar un poco más para detectar, por lo menos, por qué no lo entiendo. Lo menciono porque creo que vale la pena mostrar la ligereza con que en el entorno político se aplican reglas de tres sin fundamentación alguna y se consigue minimizar un problema mayúsculo a base de reducirlo a una única dimensión (el dinero) y emplear una disciplina, la economía ortodoxa, cuyos márgenes de validez han sido superados hace ya mucho tiempo. Veamos.
Partiendo del Segundo Informe del IPCC, del año 1996, se determinaron los beneficios de las políticas que la Comisión iba a proponer en base a hacerlos equivaler a los daños que se evitarían con las mismas (coste de la inacción). Así, un incremento de temperatura de 2 o 2,5 ºC significaría, situados en 1996, un coste de 1,5 a 2% del producto interior bruto mundial en términos de daño futuro. A partir de ahí, se refiere la Comisión al Tercer Informe del IPCC, de 2001, e intenta abarcar todo el abanico de políticas de mitigación. De ahí deduce que, en promedio, el PIB se reduciría alrededor del 0,003% anual entre 1990 y 2100, siendo de 0,06 como máximo.
Si un incremento de 2,5 ºC supondría una pérdida de un 2% de PIB en 2100, entonces … dos grados serían una pérdida de 1,5% (!), luego el beneficio marginal sería del 0,5% del PIB en 2100. Pero, por otra parte, un límite de 2,5 ºC supondría una reducción del crecimiento anual del 0,003%, luego el límite de 2 ºC llevaría a una reducción del crecimiento anual del 0,0006%, luego a un coste marginal del 0,07% del PIB en 2100. Hasta aquí, si diéramos por válidas tan gruesas suposiciones, ni así +2 ºC funciona, pues el valor supuestamente óptimo sería de + 1ºC o incluso + 0,5 ºC (30).
Ningún problema. Introducimos aquí la tasa de descuento que más nos convenga para que nos dé… nos dé…¡hale hop!: ¡2 ºC! Así, por arte de razonamiento inverso, estas cifras resultaron coincidir con los análisis que el economista de cambio climático más veterano, el súper-ortodoxo William D. Nordhaus[24], había estimado de cara a 2100 (31). Lo interesante de los análisis de Nordhaus es que, lejos de estabilizarse, la temperatura sigue creciendo indefinidamente a partir de 2100. Pero dado que, para estos profesionales, el futuro vale menos que el presente, y tanto menos cuanto más lejano esté (y nosotros ya no estemos por aquí), pues ningún problema. Con las tasas de descuento adecuadas, esta inversión en combustibles fósiles, acaba pareciendo rentable. ¿Para quién?
El inmerecido impacto del Informe Stern
Con todo, el análisis coste-beneficio de apariencia más seria realizado hasta ahora es el famoso Informe Stern, dirigido por Lord Nicholas Stern (por aquel entonces era sólo Sir). Para no extenderme por hoy, baste saber que Stern parece sugerir que el incremento óptimo de temperatura media de la Tierra sería de +2,1 ºC, lo cual, de estar bien fundamentado, sería uno de los descubrimientos más importantes de la historia de la humanidad, digno como mínimo de premio Nobel pero no sólo. Pero lo interesante es que Lord Nicholas llega a este resultado sin especificar en ningún momento las funciones de coste ni las de beneficio, con lo que difícilmente puede igualar sus derivadas.
De modo que de ningún modo es posible afirmar que, científicamente, un economista liberal haya encontrado cuál es el óptimo económico-climático de la Tierra y de toda la humanidad a cualquier horizonte de futuro (32). Sólo podemos afirmar que, si a un político o economista le habla usted de cambio climático, lo primero que le viene a la cabeza, a modo de punto focal, es el Informe Stern. Ah, si, tenemos que potenciar las energías renovables porque Stern dice que así resolveremos el problema climático con sólo un 2% del PIB.
¡Venga ya!
Desgraciadamente, no había transcurrido un solo año de su voluminoso informe y Don Nicolás ya andaba desdiciéndose, argumentando en el mismísimo Financial Times que había subestimado seriamente la gravedad de problema (6,33,34). Convendrá usted conmigo en que si esto le ocurriera a algún científico es seguro que habría pasado ya al ostracismo profesional, y si el osado hubiera sido un arquitecto o ingeniero ya se le estarían exigiendo responsabilidades, civiles y tal vez penales, y acabaría en la miseria. Pero esto, con los economistas, no ocurre, y Nicholas Stern, que llegó a dirigir la London School of Economics, sigue paseándose por cancillerías, últimos pisos de rascacielos y páginas de El País, mientras la Fundación BBVA tiene la ceguera de otorgarle el premio Fronteras del Conocimiento, categoría Cambio Climático, cuando su trabajo ha sido ya refutado de forma contundente por distintas vías.
Críticos de Stern incluyen no sólo a Nordhaus quien, desde la ortodoxia neoclásica, calificó los resultados de Stern de políticamente inviables al no tener en cuenta los tipos de interés y tasas de ahorro reales del mercado (35,36). Pero la mejor crítica del informe Stern que he encontrado se puede ver en el paper de Clive L. Spash (2007) donde, entre muchas otras flaquezas, en su mayoría aplicables a todos estos modelos, demuestra que las preocupaciones éticas que nuestro Lord señala púdicamente en la introducción de su renombrado trabajo quedan convenientemente desatendidas en el cuerpo del informe y desde luego en sus conclusiones. Así, entre otros detalles nada menores, resulta que la tasa de descuento efectiva aplicada es muy superior a la declarada (37). Otras críticas llovidas desde la comunidad académica pueden encontrarse en las referencias 38 a 41.
Señalaré finalmente que se ha demostrado que la incorporación de la posibilidad de catástrofes en los modelos coste-beneficio, por otra parte nunca contempladas, resulta tan determinante de cara a los resultados que convierte a la tasa de descuento en poco menos que irrelevante (42). Este solo hallazgo me parece suficiente como para descartar cualquier resultado basado en estas metodologías.
Con todo, en favor de Stern debemos reconocer la habilidad que tuvo para llamar la atención de la clase política haciéndole creer que abordar el problema climático resulta rentable y bueno para la economía, lo que podía haber sido cierto hace muchos años pero está todavía por demostrar fundadamente a fecha de hoy. Un éxito de comunicación, que no otra cosa, es lo de nuestro Lord. Es similar al de Al Gore con su película Una verdad incómoda – mucho mejor fundada científicamente – pero más restringido a los insiders de la economía y la política. No es poco, a la vista de los bloqueos informativos de los últimos 50 años. No demonicemos a estos portavoces. Pero debemos saber leerlos correctamente.
En estas circunstancias ha tenido que intervenir la comunidad de las ciencias naturales que, junto a algunos economistas más rigurosos, intentaron introducir mayores dosis de racionalidad en el difícil diálogo entre ciencia y política. Para ello idearon, a finales de los años 1990, el concepto de ventana máxima tolerable, también denominado barrera de seguridad.
La veremos en la próxima entrada de esta serie, y nos daremos cuenta, asimismo, de su levedad científica e incluso de su componente religioso.
Entrada siguiente: 3: Historia de una cifra – 3.2. El origen religioso de la versión (supuestamente) científica
Examinar referencias
Entradas anteriores de la serie
1: Requerimientos para un objetivo global
2: Dos grados más ¿respecto a qué? ¿Qué es lo realmente importante?
Notas
[20] ¿Se le puede llamar a esto totalitarismo?
[21] Integrated Assessment Models. Se denominan así porque integran los modelos climáticos con los económicos. El más conocido es el DICE (Dynamic Integrated Climate-Economy)
[22] Sin embargo, por el apartado de los costes si que pueden los economistas aportar cierta sabiduría, siempre que se dejen en el cajón las tasas de descuento del futuro, que no son otra cosa que valorar menos a las futuras generaciones, y a los jóvenes, que a la población actual. Por ejemplo, es importante saber cuánto van a costar las reducciones de emisiones que se proponen, pues la experiencia demuestra que impactos del 3-5% del PIB pueden constituir un límite a la estabilidad social (27).
[23] Dado que está demostrado que tendemos a valorar más los bienes presentes que los futuros, la cuestión está en saber en qué medida. La ‘tasa de descuento’ (del futuro), en % anual, constituye una forma de estimación del valor del futuro, y opera de la misma forma que cuando un inversor calcula el rendimiento de su capital teniendo en cuenta la inflación o los tipos de interés.
[24] William Nordhaus escribió ya sobre la gravedad del cambio climático en 1977, en la American Economic Review [ver ‘Ellos’ lo sabían]
Muchísimas gracias, Ferrán, por las tres entregas. Por su enorme interés, claro, y por el trabajo que hay detrás.
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Hola, Ferrán. Llevo tiempo siguiendo el blog y recomendándolo a todo el que se me pone por delante. En realidad no se bien si agradecerte tu labor o cagarme en tu calavera por haberme amargado la vida… Pero creo que optaré por lo primero: muchísimas gracias, de corazón. Seguimos.
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Antonio Machado le hacía decir a Juan de Mairena: ‘La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero’.
Joan Manuel Serrat: ‘Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio’
Saludos cordiales y gracias por seguirme y recomendarme.
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Hola Ferran:
Sigo tu blog desde que ganaste el premio de la Fundación Biodiversidad.
Hace una semana estuve en Barcelona, en la conferencia que diste en la Biblioteca Arús, pero tuve que irme y no pude presentarme.
Te escribo porque estoy preparando un proyecto de concienciación sobre el cambio climático que creo puede funcionar, pero necesito una serie de datos básicos que a lo mejor tu me podrías facilitar ¿Te puedo escribir a algún sitio, por favor?
Un saludo y gracias,
Toni
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Te he enviado mi contacto por correo.
Saludos.
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