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Usted no se lo cree

Divulgación científica y comunicación sobre cambio climático y escasez energética: una visión multidisciplinar

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‘Ellos’ lo sabían

27/11/2009 por Ferran Puig Vilar

“This generation has altered the composition of the atmosphere on a global scale through . . . a steady increase in carbon dioxide from the burning of fossil fuels.” – Lyndon B. Johnson, febrero de 1965 – Discurso en el Congreso de los EE.UU.

Roger Revelle - US Senate, 1961

Roger Revelle declaró en el Senado de EE.UU sobre el peligro del cambio climático en 1961

Muy a menudo, al entablar conversaciones de orden político, social o económico con una persona cuya ideología se sitúa a la izquierda del centro izquierda, habrá usted oído la expresión ‘ellos’. “Ellos nos quieren hacer creer que…”, “Ellos no nos dicen que…” ¿Verdad que les suena? Mi reflejo, a estas alturas ya moderado, es siempre preguntar: ¿A quiénes te refieres? “¡A ellos!”, suele ser la respuesta, como si fuera una obviedad.

Un mayor grado de elaboración lleva a un leve intento de reducir la generalización: se refieren entonces a “los poderosos”. ¿Pero qué poderosos? – suelo insistir. ¡Ellooos! me responden, muy poco antes de dejar de considerarme candidato a ser uno de los suyos, momento que detecto y que debería servirme para detenerme ahí. Lo que me gustaría es que me dieran nombres, apellidos, de personas físicas o, por lo menos, jurídicas. Evaluadas.

Mucha gente de izquierdas, y algunos de derechas, tienen la sensación de que el mundo está gobernado por fuerzas ocultas, por un grupo de conspiradores encerrados en un cuarto oscuro y decidiendo en qué debemos creer, qué debemos comprar y hasta qué debemos pensar (1). Es la visión conspirativa de la política y de la historia, que nunca he compartido[1]. No soy tan ingenuo como para negar que haya conspiraciones. Pero no todo es una gran conspiración. Mucho de lo que se atribuye a ‘ellos’ es el resultado de unos modelos mentales que, de hecho, la inmensa mayoría de nosotros acepta, a menudo implícitamente, sin ser conscientes de los mismos.

Pero referirnos a ‘ellos’ así, en abstracto, nos resulta útil, porque de esta forma nos descargamos de responsabilidad y no nos sentimos obligados a oponernos activamente a lo que no nos gusta en la medida en que, además, les otorgamos un poder supuestamente imbatible. Creemos que contra ‘ellos’ no se puede luchar, mucho menos si no sabemos ni a quiénes nos estamos refiriendo y por supuesto dónde están, y muchas veces ni tan sólo a qué. Presos de cierto síndrome de Estocolmo, estamos esperando a que nos digan qué es lo que tenemos que hacer para ser ciudadanos climáticamente responsables. Seguimos así viendo la televisión. Que no nos dice nada porque, al fin y al cabo, forma parte de ‘ellos’.

Pues no es así. Estaba equivocado. En mis averiguaciones he descubierto una fenomenal maquinaria de propaganda[2], difusa y policéntrica, que, desde los años 1970, está orientada a la manipulación colectiva y al establecimiento de modelos mentales y pautas de comportamiento coherentes con la ideología ultraliberal. Decidieron cargarse el movimiento ecologista ya entonces, pero después de la caída de muro de Berlín lo consideraron su principal enemigo. Lo han hecho, y lo hacen, con tal habilidad, que todos acabamos convirtiéndonos en instrumentos propagadores de un supuesto ‘sentido común’ artificial y erróneo. Tan erróneo que opera en contra de nosotros mismos, individualmente a corto plazo y colectivamente a largo.

Romeu, El País 2004

Romeu, El País 2004

Está formado, fundamentalmente, por una red de ‘think tanks’ (2), algo así como centros de estudios, cuya función real es diseñar estrategias y generar retórica digerible por políticos y periodistas, y por sus brazos ejecutores, las agencias de comunicación, también denominadas y conocidas en los Estados Unidos como PR, o relaciones públicas, término que en realidad deriva de la palabra ‘propaganda’[3] (3, 4, 5, 6). Claro que no les niego el derecho a hacer valer su ideología (siempre que no medie engaño y desinformación, por lo demás bien frecuente). Pero, al no formar parte de la estructura democrática, el problema de fondo es la ausencia o silenciamiento público ‘de facto’ de propuestas alternativas  capaces de proponer públicamente un ‘contraste de ideas’ en términos igualitarios. Las denominadas fundaciones ‘liberales’ [4] (liberales en el sentido político estadounidense, concepto que se identifica con la izquierda, contrariamente a cuando este adjetivo se emplea en clave económica) podrían ejercer esta función, pero no dejan de ser defensores del mismo ‘statu quo’ que nos ha llevado hasta aquí (7). Los resultados a la vista están: una crisis climática de la peor magnitud imaginable.

‘Ellos’ sabían lo que estaba ocurriendo, desde el primer día, y nos lo han ocultado.

Toda esta gente, y sus financiadores[5], lo sabían, lo saben, y siguen infestando papel impreso, ondas y ordenadores, y contaminando salas de conferencias de medio mundo con su abyecta información sesgada. Lo hacen a sabiendas. Resulta evidente para cualquiera que se haya interesado por el fenómeno con rigor pero, a finales de abril, el New York Times publicó una prueba documental. En efecto, los equipos técnicos de la Global Climate Coalition (GCC) (8, 9), cuyo objetivo fundamental fue torpedear la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992[6] y el protocolo de Kioto[7], emitían informes a sus responsables en los que se mostraban incapaces de desmentir la ciencia bien establecida, mientras que, en cambio, ponían en cuestión su propia ‘ciencia’ alternativa y fraudulenta.

Pero no. Con una estulticia que a mi me resulta inaudita y hasta divertida si no fuera por lo que está en juego, la GCC, asociación formada por las principales compañías energéticas estadounidenses (y del automóvil, las autopistas, etc.) empleó todo tipo de armas de propaganda, coacción, soborno (presumiblemente) y un sinnúmero de sicarios -incluyendo a la propia realeza saudita- para forzar una visión liberal y economicista del medio ambiente en la cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992 (10), aguar las conclusiones del IPCC (Panel Internacional de Expertos en Cambio Climático), evitar compromisos vinculantes, reducir prácticamente a la nada el Protocolo de Kioto de 1998 a pesar de haber forzado mecanismos de reducción que no eran del agrado de la Unión Europea (11) y contribuir, finalmente, a encumbrar a un ventrílocuo como George W. Bush a la presidencia de los Estados Unidos en el año 2000. Final de trayecto, porque Bush se retractó inmediatamente de los compromisos de su antecesor Clinton respecto al protocolo de Kioto[8], no ratificó el acuerdo y colocó en puestos clave de la política científica y energética a enviados de ExxonMobil, General Motors, el American Petroleum Institute, y los think tanks por ellos financiados (12). A lo largo de su mandato, desmontó toda la legislación medioambiental de los Estados Unidos para mayor gloria de los intoxicadores, suciedad y toxicidad de su propio país y alteración del clima mundial presumiblemente irreversible.

No contentos con esto, esta gente se dedicó, en lo sucesivo, a desacreditar, desde tan altos puestos, los resultados de la ciencia, hasta el punto de llegar ¡a censurarla! (13). La GCC se disolvió en el año 2002 por vergüenza o conveniencia de algunos de sus miembros (14, 15, 16), pero ExxonMobil continuó con la labor, potenciándola (17). Lo hicieron empleando cualquier método. Cualquiera[9]. Ahora el testigo lo ha recogido la industria del carbón a través de la denominada Asociación para la Electricidad con Carbón Limpio (!) (American Coalition for Clean Coal Electricity, ACCCE) (18), cuya agencia de PR se dedica a enviar cartas falsas e inventadas a los representantes del Congreso estadounidense (19) simulando ser ciudadanos anónimos preocupados.

Ellos, a sabiendas, siguen, no paran nunca, son inasequibles al desaliento.

La publicación de los documentos internos de la Global Climate Coalition en el New York Times constituye un hito periodístico de primer orden. A mi me viene muy bien, pues me evita el trabajo de sistematizar todo el cuerpo de doctrina para convencer al lector. Bastará con que lean el artículo de Andrew Revkin[10] (20) y su blog (21), y examinen la documentación interna de la GCC, accesible desde ahí (22). Baste saber que esa organización evaluaba los argumentos científicos ‘contrarios’ que exhibían sus propios científicos ‘escépticos’, ¡y los declaraba inciertos! También examinaba la ciencia académica ¡y la declaraba cierta! Pero, ellos, seguían, y siguen, publicando y venteando sus falsedades, mucho más a sabiendas de lo que hasta ahora podíamos suponer.

Esta asociación empresarial de infausta memoria fue la principal responsable de las estrategias de desinformación y de presión política, a todos los niveles, y de una intensidad fenomenal, a lo largo de los años 90, La iremos desgranando en escritos sucesivos. Conocer el fraude al que hemos sido sometidos ayuda a comprender la magnitud del fenómeno.

Sin embargo, la historia había comenzado en el siglo XVIII.

Joseph Black formuló el CO2 y trabajó con James Watt en máquinas de vapor, el efecto invernadero fue descrito y formulado en el siglo XIX con Joseph Fourier, Müller Pouillet y John Tyndall, y el sueco Svante August Arrhenius lo cuantificó a finales del XIX[11]. El lector interesado puede examinar la entrada ‘Breve historia del descubrimiento del cambio climático’ o la web de Spencer Weart, un físico historiador de la ciencia (en inglés) (23).

Ya en el siglo XX, un ingeniero de procesos químicos (área de vapor) aficionado a la climatología, Guy Steward Callendar, pronunció asimismo una conferencia en la Royal Society británica en 1938 (24), en la que vaticinó que el planeta se calentaría, aunque en ese momento dijo que eso estaría muy bien para la humanidad y que los combustibles fósiles eran una bendición[12]. Pocos años después de que el Saturday Evening Post titulara un artículo preguntándose si el mundo se estaba calentado (25), Gilbert N. Plass insistió en el hecho y, en un trabajo académico con el inequívoco título de “The Carbon Dioxide Theory of Climatic Change”[13] (26), mostró que el vapor de agua no enmascara en absoluto el efecto del dióxido de carbono, como algunos creían o querían hacer creer. Y anticipó el principio de lo que Roger Revelle[14] y su colega Hans Suess presentaron a continuación, a saber, que los océanos absorberían sólo una parte del CO2 en exceso y que esa absorción sería cada vez menor, quedando el resto en la atmósfera e incrementando la temperatura de forma acelerada. Revelle y Suess, en ese trabajo de referencia, escribieron una frase que después ha hecho fortuna:

Los seres humanos estamos llevando a cabo un experimento geofísico de gran escala que puede no haber ocurrido nunca en el pasado ni ser reproducido en el futuro … Este experimento, si es correctamente documentado, puede proporcionar un conocimiento de amplio alcance de los procesos que determinan el tiempo meteorológico y el clima (27).

Tal vez lo de documentar el experimento sea una muestra de humor británico, pero el alcance de la mirada de Plass había sido mayor:

Si la humanidad consumiera todos los combustibles fósiles a lo largo del próximo milenio, la Tierra se calentaría por lo menos 7 ºC.

Debía ser la primera vez que alguien se quedaba corto en las predicciones climáticas, cosa que por lo demás ha venido ocurriendo sistemáticamente. Si se consumen todos los combustibles fósiles, en un escenario de no tomar medidas severas[15], el destino del planeta es convertirse en algo parecido a lo que ahora es Venus (28, 29).  El poco sospechoso de izquierdismo Christian Science Monitor se preguntó en 1957 si la humanidad estaba alterando el clima del planeta (30), para callar después para siempre[16].

El sueco Bert Bolin, que treinta años más tarde presidiría el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC)[17], coordinó en 1958 una publicación de varios autores, oceanógrafos y especialistas en ciencias de la atmósfera, para profundizar en la absorción del dióxido de carbono por los océanos (31). En 1961, Charles David Keeling presentó en sociedad los primeros resultados de mediciones muy precisas, que había iniciado en 1958, y que mostraban bien a las claras la concentración creciente de CO2 en la atmósfera (32) señalando, a partir de los isótopos detectados, que el origen del exceso eran los combustibles fósiles. El New York Times se hizo eco de la noticia y del origen de los gases (33).

Spencer Weart, historiador de la ciencia del clima, señala el punto de inflexión al que se había llegado entre la comunidad científica:

En los primeros 1960 mucho había cambiado. Muchos científicos comenzaron a preocuparse seriamente por el hecho de que este calentamiento no fuera una mera fase de un modesto ciclo natural sino el inicio de un ascenso acelerado, descontrolado y sin precedentes. Este cambio en la comprensión y en la atención puede algún día ser visto como uno de los avances científicos cruciales del siglo (34)

En una declaración y presentación del problema en el senado estadounidense en marzo de 1961, Revelle manifestó que un 20% de incremento de la concentración de dióxido de carbono atmosférico, que él esperaba que se produjera en el año 2000, comportaría ‘cambios considerables’ en el clima (35).

Revelle, que era un auténtico figura y muy respetado, era el más firme candidato a primer canciller de la nueva Universidad de California en San Diego. Es posible especular con que fuera la primera víctima del negacionismo del cambio climático o su equivalente por aquél entonces[18], pues el presidente del consejo rector, el conocido industrial del petróleo Edwin Pauley, impidió su nombramiento y le adjudicó un puesto de baja relevancia (36).

La financiación disminuyó considerablemente. Los años 1960 no fueron buenos para la investigación en las ciencias del clima. Revelle abandonó California para dedicarse temporalmente a la enseñanza de política demográfica en Harvard, pero mantuvo su contacto con el fenómeno (37, 38) y siguió formando parte de la comisión asesora del congreso en ciencia y tecnología (39), formada por los mejores científicos del país y en la que había ingresado en el momento de su fundación en 1959[19].

John F. Kennedy se había interesado por la modificación del clima a efectos militares de la guerra fría pero su sucesor, Lyndon B. Johnson, debió tener sus motivos para considerar oportuno el anuncio del fenómeno en el mismísimo congreso de los Estados Unidos en febrero de 1965:

Esta generación ha alterado la composición de la atmósfera a escala global mediante … un incremento sostenido de dióxido de carbono procedente de la quema de combustibles fósiles … [que pueden generar] cambios importantes en el clima (40, 41).

La preocupación por los aspectos ecológicos y la finitud de los recursos comenzaba a crecer de forma importante entre la población y los movimientos ecologistas que generó resultaron alarmantes para algunos. Un profesor de historia medieval de Standford especializado en la tecnología de la Edad Media, Lynn Townsend White, Jr., tuvo acceso a las páginas de Science, la revista científica estadounidense de mayor prestigio, mediante un trabajo que, bajo el título de ‘Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica’, apuntó, desde luego, a la raíz:

Personalmente dudo que pueda evitarse un problema ecológico de gran magnitud aplicando a nuestros problemas, simplemente, más ciencia y más tecnología. Nuestra ciencia y nuestra tecnología se han desarrollado junto al pensamiento cristiano respecto a la relación entre el hombre y la naturaleza, sostenido de forma prácticamente universal no sólo por cristianos y neocristianos, sino por quienes se tienen ingenuamente a si mismos como postcristianos. A pesar de Copérnico, todo el cosmos sigue girando alrededor de nuestro pequeño globo. A pesar de Darwin no formamos parte, íntimamente, de los procesos naturales. Somos superiores a la naturaleza, despectivos con ella, y la usamos para cualquier capricho… Lo que hagamos con la ecología dependerá de nuestra concepción de la relación entre el hombre y la naturaleza. Más ciencia y tecnología no nos va a sacar de la presente crisis ecológica hasta que encontremos una nueva religión o reconsideremos la nuestra, envejecida (42).

No fue hasta los años 1970 cuando el Massachusetts Institute of Technology editó unos estudios sobre la influencia humana en el clima, bajo la suave denominación de ‘Modificación involuntaria del clima’ y los estudios SMIC: Influencia humana en el clima[20] (43, 44, 45).

Entretanto, Europa había tomado el relevo, con la creación, en 1964, del Committee on Atmospheric Sciences (CAS) y cierta actividad entre Ginebra, sede de la Organización Meteorológica Mundial, la Universidad de Oxford y la Universidad de Estocolmo (46). Los escandinavos, muy activos, promovieron  un encuentro en Estocolmo en 1971 al que acudieron 30 científicos de 14 países. Y al año siguiente se celebró, bajo el patrocinio de Naciones Unidas, el primer congreso sobre la problemática ecológica, bajo la denominación de Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, más conocida como la Conferencia de Estocolmo. Destaca en los debates:

El concepto de ‘no crecimiento’ puede no ser políticamente viable en ninguna sociedad, pero es necesario repensar los conceptos tradicionales de los distintos propósitos del crecimiento[21] (47).

En 1975 la Organización Meteorológica Mundial organizó en Norwich (Inglaterra) el Primer Simposio Internacional sobre Fluctuaciones Climáticas a Largo Plazo. Poco después, en 1979, Ginebra fue la sede de la primera Conferencia Climática Mundial.

Gerald Ford, presidente republicano de los Estados Unidos, informó al Congreso acerca de los informes científicos del más alto nivel:

El Consejo Científico Nacional ha realizado importantes contribuciones estudiando cuidadosamente distintos retos a los que se enfrenta nuestro país y el mundo, tales como el crecimiento de la población, la seguridad alimentaria, la demanda de energía, el acceso a recursos minerales, la modificación del tiempo meteorológico y del clima, y el cambio medioambiental (48).

Ya ve usted que fue mucho más suave que Johnson en 1965. La historiadora de la ciencia de la Universidad de California, Naomi Oreskes, señala:

La mayoría de científicos desconoce que ellos – y otras personas – estuvieron, desde los años 60, comunicando su preocupación por el calentamiento global a los presidentes de ambos partidos (49).

Ellos, pues, lo sabían.

El disimulo culpable del poder económico

¿Usted cree que empresas con una cifra de negocios del orden del PIB de un estado de tamaño medio pueden no tener a nadie dedicado a saber qué es lo que ocurre cuando se consumen los productos que venden (carbón, petróleo, gas natural), cuánto pesa el resultado de esa combustión y adónde va a parar? Pero vamos a suponer que no lo hacían. Vamos a suponer que pasaron por alto el New York Times en 1961 y que no hicieron el menor caso a las advertencias del presidente Lyndon B. Johnson. Supongamos también que ningún científico leyó el editorial de Science de 1977 (50), que retomaba la tesis del ‘experimento’, que nadie trasladó al consejo de administración los resultados del ‘informe Charney’ solicitado por el asesor científico de Jimmy Carter, James Gustave Speth, a la National Academy of Sciences de 1979 (51, 52, 53) ni el artículo en Science de un joven y prometedor James Hansen en 1981 (54). Cuesta menos creerse que no leyeran The Environmentalist, que también en 1981 publicó un artículo muy en prosa que consistía en una reproducción de una declaración oficial (statement) de la UNEP (United Nations Environmental Program)[22] (55).

Pero alguien de entre sus primeros ejecutivos debía ser lector de las revistas económicas y de empresa, y con más razón los miembros del consejo de administración. ¿Usted cree que el presidente o los miembros del consejo de administración de Exxon no leían ‘American Economic Review’, el órgano de la asociación estadounidense de economistas?

Ciertamente, este tipo de publicaciones, desde las más académicas hasta las de mayor difusión (Financial Times, The Economist, Wall Street Journal), han tratado poco o muy poco (¡un 0,9 ‰ artículos entre 1970 y 2006!)[23], y casi siempre escépticamente o de forma abiertamente negacionista, el problema del cambio climático y cómo esto va a afectar a algunos negocios en particular y a todos nosotros en general (56). Pero poco no quiere decir nada en absoluto, y ya en 1975 la American Economic Review publicó un artículo premonitorio que no dejaba lugar a dudas:

Una preocupación constante es el hecho de que la actividad económica humana pueda alcanzar una escala en la que el clima global resulte significativamente afectado… Este aspecto, en mi opinión, debe ser tratado muy seriamente… El resultado sería el descontrol del sistema económico-climático. El problema es una dis-economía de la magnitud más extrema imaginable, en la que la quema de combustibles fósiles no tenga en cuenta las consecuencias climáticas afectando así, no sólo al clima global actual, sino al de los siglos venideros (57, 58),

Desde entonces, el clamor ha ido aumentando. En 1985 y 1987, sendos congresos que reunieron a la flor y nata mundial y a miles de científicos[24] reveló bien a las claras que había más certezas que incertidumbres. El revuelo que provocaron entre las élites políticas y empresariales la Conferencia de Villach (Austria) y, en particular, la de Toronto en 1988, bajo el título de ‘Implicaciones para la Seguridad Global’ fue notable, pues los científicos nada menos que osaron pedir una reducción de las emisiones de dióxido de carbono ¡del 20% para 2005![25] (59). Esto llevó a George H.W. Bush (el padre) a intentar una maniobra de distracción, a saber, a promover la creación de un organismo que debió suponer lento de respuesta e influenciable en contenido. Así, en 1988, nació el IPCC, de la mano de Naciones Unidas y de la Organización Meteorológica Mundial.

Para no alargar más este texto me detendré aquí[26], no sin antes mencionar unas palabras de James Gustav Speth:

Yo era el director del Consejo de Calidad Medioambiental de Jimmy Carter, y ese informe fue nuestro tercer, y mayor, informe sobre el reto del cambio climático. Quien lo lea detenidamente verá que, hace tres décadas, contenía información suficiente como para despertar la mayor de las preocupaciones (53).

Espero haber demostrado que el efecto de calentamiento de la Tierra debido a los gases de efecto invernadero, por lo menos el CO2 resultante de la combustión del carbón, petróleo y gas natural, se conoce desde el siglo XIX, sus consecuencias para el clima se dieron a conocer en sede formal a principios del siglo XX y en los años 1950, se dio a conocer suficientemente en los años 70 y, desde 1979, la certeza científica era abrumadoramente suficiente como para haber tomado medidas o, por lo menos, no presionar en contrario hasta el indecente extremo en que lo han hecho.

Entretanto la población se ha más que duplicado, y la concentración de gases forzadores del clima no ha dejado de crecer, habiendo superado ya ampliamente los niveles de seguridad.

Pero por si quedaba alguna duda de que la campaña de desinformación es esencialmente perversa y de cuál es su origen, cabe acudir a la carta que un grupito de ‘científicos’, todos ellos conocidos negacionistas ‘sin complejos’, enviaron hace poco al secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon. En ella, bajo la máxima de “no luchar, adaptarse”, esta gente admite que hay un cambio climático severo en ciernes, lo atribuye exclusivamente a la naturaleza y pide que no se haga nada por reducir las emisiones, pues esto distrae a los gobiernos de lo que debería, según ellos, ser su única preocupación: adaptarse (60). Más cinismo parece imposible. Deduzca usted mismo el origen real de esa misiva abyecta. Califíquelo usted también, por favor, que yo debo contenerme. La palabra escrita tiene sus limitaciones.

Luego ellos, los que tenían la obligación de saberlo, lo sabían. No hicieron nada y, después, hicieron todo lo contrario, generando un montaje espectacular para engañarnos y mantenernos a todos en la inopia dudando que si sí o que si no. Así hemos llegado a un punto donde ni siquiera sabemos si estamos a tiempo de intervenir eficazmente, las consecuencias pueden ser infernales y algunos tienen razones para pedir, ya, que aceptemos humildemente la derrota.

Que los dioses los confundan.


Notas

[1] Hasta ahora

[2] Trataremos exhaustivamente este tema en estos escritos

[3] ¿Se ha dado usted cuenta de que antes se hablaba de ‘calentamiento global’ (global warming)  y ahora todo el mundo habla de ‘cambio climático’? ¡Todo el mundo!  No crea que esto es espontáneo: la primera expresión señala dirección y sugiere peligro general, mientras la segunda es más neutra y sugiere procesos naturales, no antropogénicos.

[4] Las fundaciones Carnegie, Ford y Rockefeller, denominadas ‘the big three’, a las que se ha añadido ahora la Bill and Melinda Gates Foundation

[5] Las mayores empresas del planeta y, sobre todo, las fundaciones más conservadoras de los Estados Unidos: Coors, Olin, Koch, Scaife, etc. Lo que en Europa conocemos como extrema derecha, pero más inteligentes, y en Estados Unidos denominan ‘New Right’, con fuerte presencia de la ‘Christian Right’)

[6] Lo consiguieron sólo en parte, pero a partir de ese momento la maquinaria fue fuertemente reforzada

[7] En Kioto, una votación informal entre los delegados presentes en la convención y los grupos verdes, bajo el título de ‘Premio a la Tierra Abrasada’ (Scorched Earth Award), dio como resultado que la Global Climate Coalition fue considerada la organización que más había contribuido al naufragio de las negociaciones, por delante incluso de Exxon, que resultó ser la segunda. El cinismo de la GCC les hizo aceptar el premio ‘con orgullo’ (61)

[8] Y del suyo propio expresado en campaña electoral

[9] Marc Bowen cuenta en su libro ‘Censoring Science’ cómo James Hansen sufrió un incendio provocado en su antiguo domicilio y, el mismo día, uno de sus principales colaboradores fue atacado y herido por un camión en la mismísima avenida Broadway (62)

[10] Renombrado y galardonado por su buena comunicación medioambiental, en los últimos meses Andrew Revkin parece haber sucumbido a la presión de su editor (63)

[11] Aprovecho la melancolía de un divorcio. Acabó siendo rector de la Universidad de Estocolomo y redactando los estatutos de los premios Nobel

[12] A la vista de los que ha venido después, convendría investigar si corresponde otorgarle el título de primer negacionista, a la vista de su pertenencia a la British Electric and Allied Industries Research Association (64)
[13] Recuérdese que el término teoría no tiene el mismo significado en ciencia que en el lenguaje popular. En el primer tiene una connotación de algo bien establecido, mientras en el segundo tiene la connotación de ‘hipótesis’, ‘suposición’

[14] Revelle fue profesor de Benazir Bhutto y de Al Gore en la Universidad, lo que podría ser la motivación inicial de quien fuera vicepresidente demócrata de los Estados Unidos para dedicarse a la intervención humana sobre el clima (65)

[15] El denominado ‘Business as Usual’, y que en el IPCC adopta el humilde código de A1FI

[16] Sólo recientemente el CSM ha retomado la cuestión

[17] Organismo promovido por Naciones Unidas y la Organización Meteorológica Mundial en 1988

[18] A la vista de cómo se las gastan, he llegado a pensar si la primera víctima fue, en realidad, el mismísimo John  Fritzerald Kennedy

[19] Este comité fue disuelto en 1972 por Richard Nixon (66)

[20] Study of Man’s Impact on Climate (SMIC)

[21] Las conclusiones y recomendaciones de esta conferencia asustaron, sin duda, a muchos. Tal vez no sea inocente que la red europea de think tanks (centros de estudios) negacionistas y neoliberales se haya unido en la denominada ‘Stockholm Network’. Los miembros españoles de esta red  son la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES, Madrid), Instituto Juan de Mariana (Madrid), Fundació Catalunya Oberta (FCO, Barcelona), Institución Futuro (Navarra), y Poder Limitado (La Coruña) (67)

[22] Tal vez tampoco, pues la derecha republicana le hace muy poco caso a Naciones Unidas, y la derecha religiosa la considera un instrumento del Anticristo (68).
[23] Analizadas las 30 primeras publicaciones sobre ‘management’ ¿No le parece raro?

[24] Estos congresos consagraron definitivamente a la climatología como ciencia de alto rango por derecho propio

[25] Y creo que los científicos pecaron aquí de ingenuidad. La maquinaria de negación se puso en marcha a partir de ese preciso momento. La política, hecha de falsas verdades, no es lo suyo

[26] El lector interesado encontrará mayor información en la relación bibliográfica complementaria

Examinar referencias

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Publicado en Negacionismo, Política | 6 comentarios

6 respuestas

  1. en 18/02/2010 a 13:45 Jesús Rosino

    Hola, Ferran,

    Excelente trabajo de investigación. Un complemento esencial para la ciencia debe ser reportar los intentos de desinformación desde un punto de vista histórico. Así puedes distinguir el patrón de quienes son los que opinan cambiando de argumento cada 3 meses (o, lo que es lo mismo: sin arguemntos).

    Espero que no te moleste un pequeño comentario escéptico sobre esto:

    Si se consumen todos los combustibles fósiles, en un escenario de no tomar medidas severas[15], el destino del planeta es convertirse en algo parecido a lo que ahora es Venus (28, 29)

    Hansen no aclara qué son «todos los combustibles fósiles». Da la sensación de que se refiere a todos los que haya en el planeta, que no creo que podamos llegar a disponer de ellos. Tampoco creo que esa presentación de Hansen pueda considerarse peer-review. Igual que defiendo el consenso científico contra los negacionistas, también lo defiendo contra los científicos de primera línea como Hansen: creo que ningún estudio peer review apunta a que en la Tierra pueda tener lugar una retroalimentación sostenida (runaway feedback) hasta suceder lo que en Venus. Al menos así lo explicaban en RealClimate:

    Is there a risk that anthropogenic global warming could kick the Earth into a runaway greenhouse state? Almost certainly not.
    http://www.realclimate.org/index.php/archives/2006/04/lessons-from-venus/

    Dan una explicación técnica a continuación.

    Quizá sería teóricamente posible, pero a día de hoy, se considera demasiado improbable.

    Un saludo.

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    • en 18/02/2010 a 18:58 Ferran P. Vilar

      Salvando todas las distancias (y más) habré hecho algo así como el IPCC con la gray literature, en este caso la gray lecture. De eminencia tan respetable, que hasta Ralph Cicerone dice que en climatología está él y todos los demás; de quien hizo una predicción en 1988 en una declaración en el Parlamento, que además resulto razonablemente cierta al cabo de 20 años, no me parecía esperable una salida de tono. Pensaba que afirmación tan vistosa como un ‘síndrome de Venus’ vendría seguida después un artículo académico. Pero no, o no lo conozco.
      Recuerdo que supe de este caso extremo de runaway a partir del ppt de la conferencia, pero no había visto la disertación. No ha sido hasta muy recientemente que vi su conferencia entera en diferido en el web de la AGU. Me chocó mucho ver a una eminencia como Hansen hablando aparentemente inseguro, casi huidizo. Todo el mundo tiene un mal día, pero le había visto en entrevistas televisivas y, a pesar de su tono siempre calmado, parecía más entero, más ‘asertivo’. Quedé algo desconcertado, me pregunté por los motivos. ¿Sería eso? Bueno, también podía ser que, para un hombre religioso como él, hablar del pacto de Fausto le estuviera incomodando.
      En todo caso Hansen ya advirtió de que es necesario un forzamiento de 10-20 Wm-2, y ahora no pasamos de 3 como mucho. Dice exactamente:

      “If we burn all the coal, we might kick in a runaway greenhouse effect, and if we burn all the tar shale and tar sands we definitely will.”

      y se supone que ya conocía el texto del enlace que me mandas (que yo no conocía: muchas gracias). También James Lovelock habla de la posibilidad de un efecto similar en sus dos últimos libros, y entre los dos se disputan la máxima respetabilidad.
      En todo caso tu observación me induce a indagar algo más sobre este punto a no mucho tardar.
      Desde luego que no me molestan tus precisiones. Bien al contrario: siempre que quieras.
      Cordialmente,
      Ferran

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  2. en 18/02/2010 a 20:45 Jesús Rosino

    Sin duda, Hansen ha sido el auténtico pionero de la modelización climática moderna, ¡un crack! Y sigue publicando estudios peer review sin parar*, pero en esto está bastante solo. Lo que más me choca es eso que comentas, precisamente, que Hansen habla de 10-20 W/m2, mientras que en RealClimate hablan de unos 375 W/m2! De los números no puedo decirte, lo que sí creo es que la mayoría de los científicos no están de acuerdo ;-)

    *Aprovecho para recomendarte un artículo de hace unos meses en que colaboró Hansen (aunque no sea estrictamente de climatología), por si no lo conocías:

    A safe operating space for humanity
    Rockström et al 2009
    Nature 461, 472-475 (24 September 2009) | doi:10.1038/461472a
    http://www.nature.com/nature/journal/v461/n7263/full/461472a.html

    Los límites concretos son un tanto especulativos, pero me gusta que se molesten en investigar estas cosas.

    Un abrazo.

    Me gustaMe gusta


    • en 18/02/2010 a 22:25 Ferran P. Vilar

      Éste si lo conocía ¡gracias! Además he visto que ha trascendido bastante; se ha convertido en una referencia en muchas charlas sobre sostenibilidad.

      Me gustaMe gusta


  3. en 30/11/2010 a 17:45 Amanda

    Hola pensadores; me gustaría mucho leer el artículo de que hablabais más arriba:
    A safe operating space for humanity
    Rockström et al 2009

    pero al seguir el enlace observo que me «invitan» a pagar una especie de tasa para descargarlo…¿sabéis si hay algún modo de obtenerlo gratuitamente?

    Por cierto Ferrán; vuelvo a felicitarte, esta vez por el trabajo de investigación y, sobre todo, por dar pie a todos estos nuevos frentes de información. Para quien no nos dedicamos al Cambio Climático, pero nos preocupamos por ello, es harto útil el trabajo de divulgación de personas como tú.

    Amanda

    Me gustaMe gusta


    • en 01/12/2010 a 00:58 Ferran P. Vilar

      Gracias de nuevo Amanda.
      Te mando el artículo por mail.
      Besitos.

      Me gustaMe gusta



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