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Divulgación científica y comunicación sobre cambio climático y escasez energética: una visión multidisciplinar

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¿Reducir emisiones para combatir el cambio climático? Depende. 1: Introducción y comportamiento sistémico »

Bruntland et al 2012: Hacia la sostenibilidad débil en Rio+20 (y 3: comentarios)

10/03/2012 por Ferran Puig Vilar

”When reality is changing faster than theory suggests it should, a certain amount of nervousness is a reasonable response” – The Economist, 24/09/2011

"Así pues, si bien en el escenario "fin del mundo" abundarán horrores inimaginables, creemos que el período previo estará repleto de oportunidades de negocio sin precedentes."

El documento Environment and Development Challenges: The Imperative to Act (en adelante Bru2012) que hemos descrito aquí y aquí, ofrece un diagnóstico muy duro de la situación. Dada la categoría de los firmantes, todos ellos galardonados con el premio Blue Planet, es de esperar que sea leído – otra cosa será atendido – por los principales representantes del poder económico y político, a quienes sin duda está dirigido.

Una primera pregunta que podemos hacernos es por qué motivo el documento no ha sido firmado por todos los laureados con el Blue Planet. Hay otros 20, aunque sólo 15 con vida (1). Una segunda, por qué motivo Bru2012 es tan moderado a la hora de establecer los objetivos de emisiones. Por ejemplo, uno de los firmantes, James Hansen, el climatólogo principal de la NASA, ha publicado que la reducción tiene que ser del 6% anual durante 30 años empezando el año próximo (más reforestación masiva de todo lo reforestado hasta ahora), lo que supone haber reducido las emisiones en un 90% en 2050 (2). En cambio, en Bru2012 se apunta a un objetivo de reducción del 60%, lo que significaría reducir sólo un 2,5% si empezamos mañana.

En ciencia no existen los compromisos, como bien dijo el propio Hansen en una ocasión en referencia a las negociaciones internacionales (3). Pero en economía ortodoxa, que no es una ciencia, sí existen las opiniones como bien sabemos, y la presencia del economista climático de referencia Nicholas Stern y también del indonesio Emil Salim en Bru2012 parece invadir el documento. Ahí podemos encontrar una primera respuesta. También hay compromiso, ahora en el otro sentido, por parte de Stern, quien en su famoso informe de 2006 recibió multitud de distinciones y parabienes por haber calculado que el coste de abordar el problema climático es del 2% del PIB mundial, para desdecirse poco después (4,5). En el documento se habla de costes del 5% del PIB, sin que yo sepa de qué forma ha obtenido ahora esta cifra sin emplear tasa de descuento cero, como afirman los firmantes que es la única posición ética. Ya sabemos que estos análisis de Lord Nicolás, y de otros economistas del cambio climático, son algo muy poco distinto a juegos matemáticos sin base real.

De modo que nos encontramos frente a un documento político firmado por científicos y economistas. Es un documento político con propósito, en el que los distintos firmantes pretenden, por encima de todo, emplear el lenguaje del poder con el fin de no generar un rechazo a priori que impediría no ya su atención, sino incluso su lectura. Esto resulta evidente en el siguiente párrafo, dirigido claramente a empresarios descreídos y negacionistas diversos:

“Estas nuevas realidades energéticas deben desplazar el debate sobre el clima desde los costes, las cargas y los sacrificios hacia los beneficios, el empleo y la ventaja competitiva. Incluso aunque uno rechace la ciencia del clima, una transición hacia una economía baja en carbono tiene sentido y permite ganar dinero por muchas otras poderosas razones.” [énfasis añadido]

Cuatro mensajes clave

Destacaré, de entre los mensajes que emite Bru2010, cuatro de ellos. El primero es la equiparación en importancia que efectúa entre el cambio climático, la reducción de la biodiversidad y la necesidad de reducir la pobreza. No sólo son igualmente importantes de cara al futuro inmediato, sino que son interdependientes, por lo que deben abordarse juntos: hacerlo por separado acabaría empeorando lo que se quiere resolver. Esto está bien, porque uno de los inconvenientes del reduccionismo científico trasladado a las estructuras académicas es que estos aspectos se estudian por separado, y la forma en que los mensajes llegan al público puede dar a entender que son cuestiones distintas.

En coherencia con el tono de desarrollo sostenible, casi siempre que Bru2012 se refiere a la biodiversidad lo hace desde una óptica antropocéntrica radical, en la medida de que la considera proveedora de servicios ecológicos con valor económico. El enfoque es hábil por el hecho de que ofrece un camino hacia el problema climático a aquellos que conciben el mundo exclusivamente en términos económicos.

La apelación a la necesaria base científica de la toma de decisiones y a la consideración de la dinámica de sistemas con visión holística como elemento central del avance constituye otro eje de Bru2010, aunque la referencia a la ciencia se compadece mal con el aspecto económico de Bru2012. Se percibe ahí la presencia del sueco Karl-Henrik Robèrt, impulsor del concepto The Natural Step. Robèrt ha definido unas condiciones de sostenibilidad que parecen haber hecho fortuna (6), tal vez por estar basadas en la aceptación a someterse a unas condiciones de contorno basadas en la idea de egoísmo ilustrado, que Bru2012 alaba.

El siguiente eje central del documento se refiere a la gobernanza. Desde luego Bru2012 adopta una posición ideológica al considerar a los gobiernos mucho más como árbitros de la complejidad que como impulsores y señaladores de caminos. Deja estos caminos a la iniciativa social, estructurada en base al principio de subsidiariedad y a un mercado sin fallos. Esta idea es esencial a la democracia liberal. Probablemente la mayoría de las personas estaríamos de acuerdo que es una de las mejores formas de organización social en condiciones normales. Yo también, aunque habría que ver cómo se definen ciertas cosas pues, como sabemos, el diablo está en los detalles.

En particular, el papel de la información al público es en estas condiciones clave, mientras que Bru 2012 lo toca sólo de pasada y con mucha prudencia. Por muchas estructuras institucionales, procesos de generación de decisiones desde abajo, mecanismos de control democrático, etc., que se establezcan, nada de esto puede generar resultados adecuados sin una información correcta en tiempo y forma. La información constituye el lazo de retroalimentación entre las decisiones políticas y el control democrático, y tenemos ya suficiente experiencia como para darnos cuenta de que ésta, cuando está sometida a las leyes del mercado, se convierte en un producto y, como tal, estará siempre condicionado por lo que los lectores quieran saber y los anunciantes promover. A esto le llaman prensa libre, cuando de hecho está limitada por dichas exigencias mercantiles, cuando no instrumentada por distintas ambiciones de poder.

Encontrar una forma para asegurar no ya la veracidad, para la cual ya existen ciertos mecanismos de corrección que convendría en todo caso reforzar para evitar la desinformación científica, sino el tratamiento de estos problemas con el lenguaje, la cadencia, la preeminencia y la exhaustividad correspondientes a su importancia capital es un elemento clave, todavía no resuelto, y que requiere solución prioritaria y urgente. En cambio, la palabra ‘comunicación’ no aparece en ningún momento en el texto.

En cualquier caso, el problema del tipo gobernanza que Bru2012 sugiere se plantea cuando nos preguntamos si ésta es la mejor opción en tiempos de amenaza vital que es preciso abordar en un tiempo limitado. La intensidad de la movilización colectiva para combatir  el cambio climático se ha comparado a menudo con la del esfuerzo bélico de los aliados en la 2ª guerra mundial (7). Como fuere, se trata de un esfuerzo titánico en el que no cabe otra posibilidad que la victoria, cualquiera que sea su definición. La cuestión central es que, para alcanzarla, no tenemos todo el tiempo del mundo (ni tan sólo sabemos si tenemos recursos suficientes). Nos es lícito aquí preguntarnos si la guerra contra el fascismo se hubiera ganado con gobernanzas basadas en el principio de subsidiariedad.

O con estrategias basadas en un mercado sin fallos, último de los ejes de Bru2012 que quiero destacar, y que constituye el instrumento complementario que los autores eligen en la parte propositiva de su mensaje.

Conceptos de economía medioambiental y de economía ecológica

Para abordar la cuestión climática, el problema de apelar a la environmental economics – que no asusta demasiado al poder por su origen ortodoxo – y no mencionar siquiera la alternativa ecological economics – que al poder le suena muy mal siquiera sea por su nombre – es doble. Por una parte, para la primera disciplina el medio ambiente está dentro de la economía, de modo que la economía humana lo es todo, y cualquier cosa, por ejemplo la naturaleza, está sometida a ella. Por el contrario, para la segunda la economía tiene lugar, y se desarrolla, en el marco del medio ambiente, luego éste es exterior y el proceso económico se desarrolla en su seno. ¿A qué parece más lógico?

En segundo lugar, para la environmental economics pueden existir algunas limitaciones medioambientales tales como la concentración atmosférica de CO2, pero las leyes de la termodinámica son ignoradas (de hecho no existen para ella). O bien se supone que el mercado todopoderoso ya las tendrá en cuenta a modo de automatismo: de nuevo la economía lo engloba todo, incluso las leyes de la física. En la ecological economics, en cambio, son todas las leyes de la física y de la naturaleza la que nos definen el marco de actuación. De forma que, si en algún momento despreciáramos alguna, acabaríamos chocando contra la realidad, con grave daño. No desprecia los mercados, pero no son la mano invisible benefactora casi divina de la economía ortodoxa sino que, en tanto que expresión de la interacción humana, deben ser regulados en función de criterios éticos democráticamente establecidos.

En general, cuando se habla de desarrollo sostenible, tanto los medios de comunicación como los economistas y la clase política quieren entender que, de lo que realmente se trata, es de sostener lo que ahora tenemos y, además, seguir creciendo sin causar daño al entorno actual. Cuando alguien acaba cayendo en la cuenta de que esto es insostenible se pierden un poco, pero por ahora casi nadie parece reconocer que lo que realmente no funciona, y nunca lo conseguirá, es el sistema económico dominante, basado en préstamos con interés – que obligan a un crecimiento permanente – otorgados por instituciones cuyo único norte es el lucro personal o corporativo – y no el bien a la sociedad que, cuando se la considera, queda siempre en una posición subordinada en la lista de prioridades. Hay excepciones muy loables en el mundo de la empresa, pero son coyunturales, en sectores que lo permiten, y debidas más a liderazgos singulares de carácter voluntario que a la exigencia del sistema, que presiona en la dirección contraria. Esto supone un verdadero riesgo, pues estas contradicciones sistémicas se manifiestan en las situaciones límite. ¿Tomará alguna vez un consejo de administración decisiones que, por ser más socialmente responsables (y más caras) que las de la competencia, pongan en riesgo su propia supervivencia?

Porque lo importante de los contextos económicos que se toman como base de discusión es lo que se maximiza. Ninguna función matemática (por ejemplo, una función de utilidad, o de producción, tan empleadas en economía) puede maximizarse por dos variables a la vez. De modo que si el objetivo de la economía es que sus agentes obtengan el máximo beneficio, las variables medioambientales no resultarán maximizadas. En cambio, si por razones, por ejemplo de urgencia, hay alguna otra variable, por ejemplo medioambiental, que desea maximizarse, los beneficios no lo serán. Esta es una certeza matemática que conviene no olvidar. Lo cual no quiere decir que no se puedan conseguir mejoras mediante distintas políticas, pero no serán nunca la primera prioridad cuando el motor de la actividad sea maximizar el beneficio económico.

Así que poner al mercado, por mucho que se le quieran suprimir sus fallos, como elemento que lo abarca todo, y a los gobiernos como meros árbitros del devenir es, cuando menos, arriesgado. Cuando sabemos que ya vamos pasados de vueltas ¿cuál es ahora la prioridad? Si quedara tiempo, podríamos discutirlo. Pero no queda tiempo. No-queda-tiempo.

Esto lo sabe muy bien James Hansen, para quien, si la acción se retrasa hasta 2020, la reducción de las emisiones debería de ser ya del orden del 15% anual (8), lo que parece a todas luces inmanejable. Se puede hablar y componer partituras de música celestial para tocar mejoras de eficiencia e instrumentar desacoplamientos de la evolución del PIB con respecto a la energía. Tal vez pueda evitarse el efecto rebote de la eficiencia con un precio muy elevado de la energía si realmente incorporara alguno de sus costes medioambientales. Pero lo del desacoplamiento, aparte de que a nivel global no se está produciendo, desde luego tiene un límite físico marcado por las leyes de la termodinámica. Además, un coste muy elevado de la energía, superior al 5,5% del PIB,  provoca recesión (9), cosa a la que los economistas ortodoxos son especialmente alérgicos.

Por lo demás, la apelación a la environmental economics supone la realización de análisis coste-beneficio en la toma de decisiones, a los que Bru2012 se refiere indirectamente. Entre las características de estos análisis se encuentran 1) el empleo de tasas de descuento del futuro y 2) la valorización de los impactos medioambientales en términos económicos, vidas humanas incluidas. El documento que analizamos señala acertadamente que, a plazos tan largos como generaciones, la tasa de descuento debe ser cero. Lo califica de posición ética. Pues claro que si. Pero ¿cómo se valoran el medio ambiente y las vidas en términos económicos?

Pues los economistas medioambientales de raíz ortodoxa resuelven esta cuestión preguntando, en lo que denominan la técnica de la valoración contingente, o bien de modo indirecto estudiando ciertos comportamientos de compra que se supone que pueden revelar cosas sobre nuestras preferencias (10). ¿Cuánto estaría usted dispuesto a pagar, o daño dispuesto a aceptar, para, por ejemplo, mantener o destrozar el parque nacional de Doñana,  o los glaciares del Perú, o els aiguamolls de l’Empordà? En nuestro caso más general: ¿para salvar la civilización?

El método puede valer como herramienta de orientación al analizar algunas situaciones de alcance local, y limitadas en el tiempo. Pero, en lo que estamos hablando, ya me dirá usted si son maneras. Además, la misma posición ética que lleva a una tasa de descuento cero entre generaciones debe llevar asimismo a que el valor de la civilización – alternativamente, de los sistemas de soporte de la vida (actual y futura) – sea infinito. Una tasa de descuento cero es concebible en el cálculo, pues nunca deja un denominador a cero. Pero a ver cómo me efectúa ahora usted, economista ambiental, un análisis coste-beneficio cuando una variable del numerador toma el valor infinito. ¿Cuál debería ser el coste de la energía fósil que incorpore el daño irreparable? ¡Infinito! Por lo menos mientras no encontremos formas asequibles de retirar el CO2 emitido – que ya tenemos, pero que no son asequibles y, si algún día llegaran a serlo, cosa muy improbable debido a la inmensa cantidad de energía que requieren (11), habrían hecho tarde. Mejor pues no contar con ello.

La apelación implícita al pragmatismo

El referente ético es una dimensión inevitable en nuestro tema, y no puede dejarse a medias por pragmatismo. El referente político es también inevitable: toda voluntad de salvar la absurda politización de la ciencia que la negacionía organizada ha conseguido hacer penetrar en algunas mentes indefensas, e intentarlo mediante el método de hacerle caso, acaba situando a los promotores en una posición política. Probablemente a su pesar.

Así, yo entendería mejor este documento si no lo hubieran firmado ni Hansen, ni Solomon, ni Manabe, ni Watson, ni Lovelock, que son científicos digamos puros. James Hansen destaca por ser quien mejor justifica una elevada sensibilidad del sistema climático a la concentración de CO2 (12). Alguna vez se ha declarado como conservador moderado (13), y en su activismo aboga por un impuesto redistributivo al carbono como solución (8). Susan Solomon fue cargo de confianza de George W. Bush en la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) y enviada del presidente de los Estados Unidos al liderazgo del Working Group I del IPCC, lo que también podría explicar alguna cosa. Robert Watson fue director del departamento de medio ambiente del Banco Mundial antes de ser presidente del IPCC (y ser después sustituido a iniciativa de ExxonMobil y el presidente Bush, por pasarse de la raya en unas declaraciones), y esta alta posición acarrea desde luego efectos secundarios. Pero no encuentro explicación a la presencia de Syukuro Manabe, y menos a la de James Lovelock, convertido ahora en posibilista. Y no me atrevo a especular con la influencia que el promedio de edad de los firmantes, nada menos que 75 años, pueda tener en la orientación de Bru2012.

Así pues, a pesar de las duras frases que contiene y de las profundas reformas estructurales que propone, que pretenden promover algo tan fuerte como una nueva revolución industrial, el camino que avista Bru2012 tiene mucho de pragmático.

¿Qué significa ser pragmático en este contexto? En teoría, el pragmatismo es algo relacionado con la ética de la responsabilidad, en términos de Max Weber (14), que consiste en otorgar prioridad a los fines frente a los medios, y supone una contraposición al formalismo y el racionalismo (15). ¿Y esto lo firman científicos de las ciencias duras?

Emplear la economía ortodoxa, versión modernizada, para solucionar el mayor problema con que se enfrenta la humanidad, no sé yo si es exactamente pragmatismo, pues no hay nada que nos asegure que se vayan a conseguir los objetivos pretendidos en el tiempo disponible. Lo que parece garantizado, en las condiciones que nos propone Bru2012, es que se van a mantener las estructuras de poder. Las actuales, las que nos han llevado hasta aquí. ¿Son éstas capaces de liderar una nueva revolución, por meramente industrial que ésta sea, y además a tiempo?

Una vez más, el totalitarismo implícito en la economía ortodoxa ha conseguido abarcarlo todo, y ha arrastrado con él a algunas de las mentes más brillantes y comprometidas del planeta. En este sentido nos es lícito preguntarnos si la ausencia de esos otros 15 laureados que no firman el documento responde a un desacuerdo de fondo con las tesis económicas de Bru2012.

Conclusión

En ocasión de Rio 92 estas mismas estructuras de poder estuvieron operando con toda su artillería, fina y pesada, visible e invisible, para conseguir un output liberal en lo económico (16). Lograron su objetivo (17), y es muy difícil que, iniciada esta senda y atrapados ya en ella (efecto lock-in, o de anclaje), sea posible salirse de ahí. Máxime cuando cualquier alternativa a considerar, o bien no convence, o bien no está lo bastante articulada. Y no lo va a estar en los tres meses que faltan para la convención como para realmente marcar una diferencia.

De modo que lo más probable, a pesar de su ortodoxia económica, es que el documento se constituya en un referente de máximos, a partir del cual las fuerzas opositoras, esas a las que se dirige Bru2012, obren para aguarlo en todo lo que les sea posible. A mi entender hubiera sido mucho mejor no transaccionar antes de tiempo y establecer los objetivos reales, científicamente fundamentados, por mucho que asusten. Creo que habría que haber evitado el pantanoso aspecto económico y limitarse a las cuestiones de gobernanza, insistiendo ahí mucho más en el papel clave de la información que llega al público y en cómo establecer mecanismos para promover veracidad, preeminencia y suficiencia de la misma. Pero tal vez entonces el documento hubiera sido rechazado sin más contemplaciones por los poderosos a los que se dirige.

En la situación que propongo, y con un poco de suerte (y la presión adecuada), el proceso de lavaje político de los máximos, bien previsible en Río+20, ya nos dejaría más o menos donde se sitúa Bru2012. A partir de ahí, y con la información correcta, el proceso democrático podría encargarse de evaluar si es la environmental economics y el principio de subsidiariedad, u otro tipo de organización económica y social, el necesario para avanzar en la dirección adecuada. Tampoco queda así garantizada una senda sin riesgos, pero por lo menos no la constriñe a un modelo preestablecido. Ahí situados, podríamos decidir si nos apuntamos pragmáticamente al carro que nos proponen, aunque sea  cruzando los dedos.

Porque lo cierto es que a todos nos gustaría que esto funcionara realmente, pues necesitamos con urgencia algo a lo que agarrarnos. Pero para ello debemos creérnoslo.

Así pues, por favor, eminencias firmantes, demuéstrennoslo.

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Las entradas anteriores de la serie

Bruntland et al 2012: Hacia la sostenibilidad débil en Rio+20 (1: Diagnóstico)
Bruntland et al 2012: Hacia la sostenibilidad débil en Rio+20 (2: Propuestas)

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Publicado en Opinión | Etiquetado Calentamiento global, Cambio Climático, Economía del cambio climático, Política del cambio climático, Rio+20 | 1 comentario

Una respuesta

  1. en 11/03/2012 a 04:54 Nube

    …nos gustaría que esto funcionara realmente…
    …nos gustaría que esto funcionara realmente…
    ….nos gustaría algo que funcionara realmente…
    gracias, Ferran

    La charla de Gilding se puede subtitular en el sitio de TED. Imperdible, motivadora. Excelente para 20 minutos. ¿Pero qué hacemos con las «estructuras de poder»?

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