“Because they are atmospheric physicists.”[1]
Índice de la serie y enlaces
Cuando en el año 2000 Hans Joachim Schellnüber, probablemente el climatólogo europeo de mayor prestigio, publicó en Nature lo de la nueva revolución copernicana (188) ya se había identificado hacía tiempo el problema climático como un problema de control y establecido el interés de abordarlo mediante la ingeniería de sistemas, principalmente en Alemania a partir de los años 80 (189). Surgió de esta idea el modelo ICLIPS del instituto WBGU[2], una especie de híbrido que definía una Ventana Máxima Tolerable y cuyos límites eran, entre otros, los de la “La Creación” (190,191).
Así pues, como no podía ser de otra forma, la dinámica de sistemas ha encontrado aplicación en el terreno de la modelización del sistema climático de la Tierra. Pero la causación hacia arriba y la causación hacia abajo no acaban de encontrarse, aunque se vayan aproximando ya (192). Esta perspectiva sistémica a la que me refiero resulta todavía minoritaria o casi inexistente en el ámbito de, por ejemplo, el IPCC, reino del mejor reduccionismo hasta ahora posible y probablemente excesivo. El reduccionismo ciertamente ha triunfado por goleada en las ciencias del clima, y nos ha permitido grandes avances, pero su empeño ya no puede ir mucho más allá y sus rendimientos parecen ser decrecientes, como lo muestra el exiguo avance realizado en términos de, por ejemplo, el parámetro de sensibilidad climática[3] (193). Es preciso pues adoptar una nueva perspectiva: la sistémica.
Cuando, en 1975, esto de la dinámica de sistemas no había sido todavía completamente demonizado por los negacionistas de LLDC Wallace S. Broecker, de la Universidad de Columbia, analizó con esta metodología la posible evolución de la concentración de CO2 en la atmósfera, y predijo que sería de 403 ppmv[4] en 2010 (194). Bueno, las 400 ppmv las hemos superado ya en 2014, pero por aquel entonces el ciclo del carbono, y en particular la capacidad de absorción por parte de la biosfera y los océanos, era poco conocida, tardó en serlo (195) y todavía nos presenta novedades (196). Por la misma época Klaus Hasselmann, del instituto alemán Max Plank, teorizó los modelos climáticos estocásticos (197,198). Más tarde, el desaparecido Stephen Schneider (ingeniero), desde la Universidad de Stanford, fue el primero en darse cuenta de la inadecuación del modelo integrado económico-climático de nombre DICE[5], desarrollado por William Nordhaus, y en proponer mejoras. Después vinieron J.G. Lockwood y luego Timothy Lenton, ambos británicos, que comenzaron a señalar las ‘sorpresas inevitables’[6] (199), las posibles transiciones de estado súbitas y abruptas (200) y los ‘tipping points’, o valores de alguna variable que llevan a un cambio de estado de un subsistema[7] (201). Entretanto, Paul A. T. Higgins, de la Stanford University, nos mostró cómo no es posible examinar adecuadamente, sólo por separado, los distintos subcomponentes del sistema climático sin considerar sus interrelaciones (202).
Otra persona que percibe el sistema climático en términos sistémicos es James Lovelock (británico, ingeniero, el padre de la teoría Gaia, con sus sencillos modelos dinámicos Daisyworld) y sucesores (203,204), y de ahí su dramática comprensión del significado de los cambio de estado climático de alcance global. Lovelock sugiere, sin demostración, que el sistema climático de la Tierra tiene tres estados inherentes de equilibrio. La glaciación total (snowball Earth), las edades de hielo, y un estado 5-8 ºC más caliente que el actual y con el nivel del mar 75 m más arriba, que se dio hace 55,5 millones de años en el denominado máximo térmico del Paleoceno-Eoceno y al que ahora nos dirigiríamos. Sostiene que el interglaciar actual y los anteriores no son estados de equilibrio (aunque puedan mantenerse estables por un tiempo), sino fallos de regulación del planeta, cuya preferencia es por los estados glaciales (205). No obstante, la emergencia de carbono enterrado que hemos provocado estaría ahora haciendo bascular el clima hacia un nuevo máximo térmico. Los cocodrilos encontrados en el Ártico corresponden a esas condiciones.
Otros autores si han estudiado formalmente el sistema climático en términos de dinámica de sistemas. Comenzó el ruso Budyko en 1969 (206), y fue seguido por el matemático francés Michael Ghil en 1976 (207). Salvo Stephen Schneider en 2000 (208,209) no fue hasta 2010 cuando Bernard Etkin, de la Universidad de Toronto, analizó el espacio de fase desde la última glaciación, señalando dos estados estables[8]: el interglaciar actual y las edades de hielo (210). En cambio otros matemáticos han encontrado 4 estados estables (211).

Diagrama que muestra el riesgo de desestabilización (tipping points) de distintos subsistemas del sistema climático de la Tierra en función del incremento de su temperatura media respecto al año 2000 (237). No le extrañe que una nueva revisión haga descender el rojo masivamente hacia abajo, y mucho más en el caso del permafrost.
Está verde
La aproximación al sistema climático vía dinámica de sistemas o, de una forma más en general, mediante la teoría de sistemas complejos, está todavía verde por dos motivos principales. Uno es que hay dos formas de abordar el problema. La primera consideraría el forzamiento de los gases de efecto invernadero como la señal sobre un ruido formado por la variabilidad natural del sistema; la segunda consiste en considerar al sistema climático como accionado por la variabilidad natural, y examinar la influencia de los gases nuevos y en exceso sobre los autovalores y modos de funcionamiento inherentes al sistema considerado (212). El otro motivo por el que está verde es que cada día hay más acuerdo sobre el hecho de que el interglaciar actual no constituye un estado de equilibrio inherente al sistema climático de la Tierra. De ser así, los modelos calibrados bajo esta consideración resultarían de dudosa validez (213).
Hace unos meses hubo cierta polémica respecto a un meteorólogo sueco, hasta entonces persona razonable, que decidió súbitamente engrosar las filas del negacionismo climático organizado hard. Lennart Bengtsson, para quien es una pena que Alemania Oriental haya desaparecido para no poder enviar sin billete de vuelta ‘a todos estos socialistas’ y que se lamenta además de que no deseen ir a Corea del Norte (214), pidió su ingreso en el think-tank Global Warming Policy Foundation (GWPF). Esta organización es hoy el centro de emisión de desinformación climática más poderoso del Reino Unido, y probablemente de Europa, nido de negacionistas ultraliberales donde se sientan, entre otros figuras, el tramposo Richard Lindzen, el duendes Richard Tol y el cósmico Henrik Svensmark. Se niega a atender las repetidas peticiones acerca de sus orígenes de financiación, cosa que en Europa es posible hacer (y en los Estados Unidos cada vez más). La GWPF es presidida por Lord Nigel Lawson, quien fuera en su día adalid y artífice de la privatización de las empresas energéticas británicas y del debilitamiento sindical por orden de Margaret Thatcher (215).
Cuento esta anécdota porque ofrece pistas sobre la psicología unidireccional y algo hemipléjica de esta gente. Hemos visto cómo Hayek y Friedman, junto a la Dama de Hierro, consideraban que no hay sociedad, sino sólo la suma de todos los individuos. Pues bien. Para Bengtsson el clima no es otra cosa que la suma de todos los fenómenos meteorológicos durante un período dado de tiempo, y se dedica a elucubrar sobre cuán largo haya de ser este intervalo (216). Diríase que les viene bien pensar sólo con el hemisferio reduccionista. Lo cierto es que Bengtsson probablemente se equivocó en su movimiento de adscripción, y poco después se dio de baja de la GWPF respondiendo a un alud de duras críticas por parte de sus adláteres.
Por otra parte es interesante observar cómo los pocos modelos del sistema climático basados en dinámica de sistemas presentan un balance variado. Alguno muestra oscilaciones previas a un colapso climático relativamente inminente (años 2030) (217). Otros sugieren un valor de sensibilidad climática terrestre en la zona baja del margen de incertidumbre del IPCC (218-221). Stephen Schwartz, del Brookhaven National Laboratory, admite que su bajo valor de sensibilidad climática – incluso después de un error que se vio obligado a corregir para no quedar como un negacionista, y quedó finalmente establecida en 1,9±1 ºC – puede ser debido a la influencia de las emisiones de aerosoles por parte de las centrales térmicas de generación de electricidad a base de carbón no reguladas (222,223).
En todo caso no deberíamos descartar completamente la posibilidad de esas oscilaciones térmicas en un futuro, que resultan por ahora desconocidas por el IPCC (224). Al fin y al cabo, parece claro que nos hemos extralimitado severamente en nuestras emisiones de GHG.
En el ciclo de carbono si
Cabe mencionar finalmente distintas aplicaciones, más recientes, para el análisis del ciclo del carbono (195,211,225-229), clave para la determinación de la sensibilidad climática, junto a un análisis de cuál es la velocidad crítica de aumento de la temperatura media de la Tierra que lleva a la inestabilidad del permafrost, la denominada compost-bomb instability[9] (230).Y para que vea cómo estas cosas proceden de la ingeniería le recomiendo un análisis del sistema climático efectuado por el catedrático de ingeniería mecánica y fabricación de la Universidad de Chipre, Alessio Alexiadis, donde examina hasta qué punto el sistema climático ha entrado ya en zona de inestabilidad (231), disponiéndose pues a cambiar de estado[10].
Cuando empecé a interesarme por el cambio climático a mitades de la pasada década andaba yo convencido de que eso del (supuesto) límite de seguridad de +2 ºC, considerado el valor límite de la interferencia antropogénica peligrosa – según definición de la UFCCC en 1992 (232) – correspondía precisamente al margen de estabilidad del sistema climático (233). Por entonces no me era concebible que otros estudios superiores no emplearan la dinámica de sistemas, desde luego ni economistas ni, mucho menos, físicos. Tardé en salir de mi error. Ahora sé que este guarismo, los +2 ºC, no es otra cosa que una decisión política, y que toda interferencia en el sistema climático es peligrosa en sí misma.
Finalmente destacaré algo que me llevó de cabeza durante mucho tiempo. La definición precisa de ‘factor de realimentación’ y de ‘sensibilidad’ que emplean por defecto los climatólogos (los del IPCC, para entendernos) no es la misma que la que resulta de uso común en ingeniería. Este hecho ha sido señalado por J.R. Bates (234) y por Stephen Schwartz (222,223).
Anticiparse al colapso
Un aspecto de gran importancia en cambio climático, y en dinámica de sistemas en general, es la posibilidad de anticiparse a la llegada de un tipping point que degrade la resiliencia del sistema o de alguno de sus subsistemas. Si encontráramos una manera de ver venir la inminencia de la inestabilización con algún tiempo por delante por lo menos podríamos preguntarnos si estamos a tiempo de hacer algo. Las matemáticas de la dinámica de sistemas muestran cómo, sólo en algunas situaciones (235), es posible detectar la cercanía de la avalancha.
Son dos las señales posibles. Una es la ralentización del tiempo de respuesta del sistema frente a una misma perturbación. La otra es un aumento de la variabilidad de la respuesta del sistema. Ambos fenómenos deben estar presentes (236,237), pero no siempre es posible observarlos. Pero si observa usted una, como por ejemplo una oscilación inusual de la temperatura, de los precios del petróleo, etc., lagarto.
Esta situación ha sido analizada a fondo solamente en el caso de la corriente termohalina, conocida por la corriente del Golfo. Es posible asegurar que se va a detener como ha ocurrido en el pasado. Pero, al menos por ahora, no es posible anticipar cuándo se va a producir el hecho (238), con lo que en realidad no hemos avanzado mucho.
Geoingeniería, la última frontera
Quien haya leído de mí sólo estos textos puede creer que soy un auténtico tecnócrata, alguien que observa el mundo sólo desde las matemáticas, que abraza sueños tecnológicos racionales como respuesta a todos los problemas. Bueno, en mi vida anterior era un poco así, aunque sin llegar al extremismo que percibía en algunos de mis compañeros de formación. Creía en todo caso que los economistas sabían lo que se hacían y que, desde luego, empleaban la dinámica de sistemas para aconsejar el mejor aprovisionamiento de los bienes escasos y la mejor distribución de bienestar posible. Dicho esto, el mundo hay que verlo comprendiendo las matemáticas, que tienen una utilidad expresiva muy superior a lo que la mayoría de la gente supone. Pero no exclusivamente. Y ayudados por la tecnología, si, muchas veces fascinante (gracias entre otras cosas a la dinámica de sistemas), pero con mucho cuidado. Que ya vamos viendo su lado oscuro incluso en ámbitos hasta ahora insospechados (239).
La geoingeniería, o intento de controlar el clima de la Tierra interviniendo en el sistema climático de forma masiva es, ahí sí, terreno abonado para el enfoque sistémico, donde de verdad se emplea exhaustivamente. En términos de geoingeniería hard, a saber, la Solar Radiation Management[11] (SRM), supone mirar el planeta como si fuera un artefacto humano, y reducir la problemática planetaria (y social) a un problema de control de temperatura, de optimización de la radiación solar que llega al planeta. ¿Es esto llegar demasiado lejos?
Pues depende para quién, y de cuáles sean sus intereses. Hay figuras, como el negacionista climático sobrevenido, pero light, Brad Allenby[12], que sostienen sin rubor que es posible organizar un mundo (casi) completamente artificial contando sólo con el libre mercado (241), y que es económicamente mucho más adecuada la geoingeniería que las políticas de mitigación del cambio climático al uso o la adaptación al mismo.
Un aspecto muy interesante de la geoingeniería es que la investigan y desarrollan, y defienden, muchos negacionistas climáticos acérrimos, alojados en think tanks desde los tradicionales American Enterprise Institute y Hudson Institute al ad hoc Bipartisan Policy Center – una colección de neocons, halcones y neoliberales intervencionistas, según The Nation (242) – enfrascados ahora en promover la supremacía militar estadounidense y aumentar el poder corporativo por encima de la democracia representativa. Todo ello va de la mano de las grandes empresas energéticas, químicas, farmacéuticas y biotecnológicas (243). Muchos de estos personajes proceden o han colaborado con el Lawrence Livermore National Laboratory, centro del poder nuclear USA y de los estrategas de la guerra fría. Claro que el Copenhagen Consensus Center de Bjørn Lomborg (que está en Washington) ayuda, y mucho (244). Pero tranquilos porque, agencia de PR mediante, han rebautizado la geoingeniería como climate remediation[13], y la plantean sólo para situaciones de emergencia planetaria. Claro que los militares contemplan esta tecnología como un multiplicador de fuerza (245), e implican a la DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency) en el asunto (246). La cuestión es, como recomiendan, situar el centro de mando de la geoingeniería en la Casa Blanca (247). Lógico: ellos declaran abiertamente que la ingeniería climática servirá para poder esquivar la democracia (248), que sin duda les resulta muy molesta.
Hacen así suyas las palabras de Leonardo da Vinci en uno de sus sueños:
“¿Qué método de guerra hay que pueda infligir mayor daño al enemigo que el poder de privarle de sus cosechas? ¿Qué combate naval puede compararse con aquél que libraría quien tuviese el dominio de los vientos y pudiera causar ruinosas tempestades que hundirían hasta a la flota más poderosa? En verdad, quien dominase tan irresistibles fuerzas se convertiría en el señor de todas las naciones y no habrá capacidad humana que pueda oponerse a tan destructivo poder.” (240)
Junto a la renovada vocación de dominio ideológico y supremacía militar está el dinero. Imagínese que usted tiene la patente para modificar el clima a voluntad, que usted posee el clima (249). Para encontrar financiación vía capital riesgo lo primero es hacerse decir, vía informe ad hoc, que esto es un negocio fabuloso, que la temperatura óptima de la Tierra es 3,5 ºC más caliente y que por cada dólar invertido en ensuciar la estratosfera con azufre obtendré $25 (244). Añadiré que la batalla contra la acidificación del mar está definitivamente perdida (250). ¿Sabe qué emplean para calcular esto? ¡El modelo DICE de Nordhaus! Claro que para controlar el sistema climático han decidido que es mejor la dinámica de sistemas.
A lo que íbamos. ¿De dónde saldrá el dinero? Para la inversión ya vemos que los militares lo apoyan encantados, pero el promotor principal no es otro que Bill Gates, probablemente ebrio de tecnofilia y tecnocracia tras el éxito de su más que perfectible Windows. Bill Gates inyecta cantidades enormes de dinero en investigación en geoingeniería a través de su fundación hacia las firmas CRA International e Intellectual Ventures, donde residen Brad Allenby, Ken Caldeira y otros climatólogos conectados con el Lawrence Livermore National Laboratory. Paralelamente Gates tiene invertidos (o tenía a finales de 2013) más de mil millones de dólares en las grandes petroleras ExxonMobil y BP, como nos revela muy documentadamente Naomi Klein en This Changes Everything: Capitalism vs. The Climate (251).
Para que la inversión en geoingeniería rinda sus frutos, sin necesidad de contar con usos militares sobrevenidos que desde luego se pagarían generosamente, CRA International y/o Intellectual Ventures esperarán a que se produzca una emergencia climática de tal magnitud que provoque hileras de mandatarios aparentes arrodillados delante de su despacho suplicándole una autorización para emplear la tecnología que usted posee como último intento para salvar el mundo. A cualquier precio porque, ahora sí, ya todo es suyo.
Todas estas cosas y muchas más las cuenta el catedrático de ética pública de la Universidad australiana Charles Sturt, Clive Hamilton, en su documentada obra Earthmasters: The Dawn of the Age of Climate Engineering[14].
¿Quién dice que no quedan buenas oportunidades de negocio? ¡Cómo no van a ser negacionistas!
Parece una película de Hollywood, o de terror, con la salvedad de que es la pura realidad. A no ser que esta gente haya conseguido privadamente un conocimiento magnífico del sistema climático de la Tierra muy por encima de lo que miles de investigadores han podido hasta la fecha mostrar en el IPCC, la ilusión del control del clima de la Tierra es una fantasía cornucopiana digna de Julian Simon y otros espíritus hermanos. Un poco más adelante nos reencontraremos con este personaje, icono histórico de la ausencia de límites a la actividad económica, negacionista climático y económico de pro.
Porque la tecnología puede muchas cosas (mientras destruye otras), pero no es omnipotente. Tampoco la dinámica de sistemas. Ya el teórico Alexander László, con quien nos volveremos a encontrar también, nos advertía contra esta ‘ilusión de control’ (252, ver también 81). ¿Cómo podemos controlar mediante ingeniería un sistema que no conocemos del todo bien? (253). Para estos figuras la ingeniería es el triunfo definitivo del hombre sobre la naturaleza (254), la que ordena su desorden (255), el sueño modernista de la Ilustración llevado al paroxismo y beodo de sí mismo. La geoingeniería es la última frontera, sí, del capitalismo neoliberal.
Por mucha simpatía que pueda usted sentir por el libre mercado ¿no le parece que esto es llegar demasiado lejos? ¿No cree que habría que detenerlo?
Examinar referencias
Notas al pie
[1] Porque son físicos de la atmósfera. Respuesta de Andrew J. Jarvis, de la Lancaster University, a la sorpresa del autor dándose cuenta de que los asuntos del clima no eran examinados bajo el prisma de la dinámica de sistemas
[2] Wissenschaftlicher Beirat der Bundesregierung Globale Umweltveränderungen: Consejo Asesor Alemán sobre Cambio Global
[3] Se entiende popularmente por sensibilidad climática el aumento de la temperatura media de la Tierra resultante de duplicar la concentración atmosférica de CO2, o forzamiento equivalente
[4] Partes por millón, en volumen
[5] Dynamic Integrated Climate and Economy Model
[6] Son sorpresas porque no es posible predecir matemáticamente todas las posibilidades en detalle en un sistema no lineal, e inevitables porque sabemos, matemáticamente, que se producen
[7] Por ejemplo Groenlandia, considerado un subsistema de la criosfera, a su vez subsistema del sistema climático. Cuanto más se funde, menor es la altura del hielo, mayor es la temperatura, y más se funde
[8] No confundir un posible estado estable forzado con un estado de equilibrio inherente al sistema
[9] Según este análisis, la bomba se activaría a partir de una velocidad de aumento de la temperatura media de la Tierra de 0,9 ºC/década
[10] Alexiadis demuestra, teniendo en cuenta solo el forzamiento solar y el del CO2, que la probabilidad de que el sistema se haya desestabilizado ya era en 2008 del 12% (231). En 1970 era solamente del 8% (256)
[11] Gestión de la radiación solar que llega al planeta
[12] Luke warmist: negacionista climático light, el más peligroso.
[13] Remedio climático
[14] Dueños de la Tierra: el inicio de la era de la ingeniería climática
¡Más, queremos más, profesor!
Muchas gracias.
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Mañana, hasta entrado el mes.
Gracias a ti.
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