“La razón no es una facultad congénita que actúa en nosotros de manera espontánea y sin esfuerzo” – Massimo Piattelli, biofísico y químico (Universidad de Arizona)
El negacionismo organizado del cambio climático no podría alcanzar las cotas de influencia que ha consegudo durante décadas sin la aparencia de legitimidad que permite la existencia de algunos sujetos que, con el adjetivo de ‘científico’ en su tarjeta de visita, tienen la imposibilidad emocional o la falta de vergüenza de negar la evidencia. Le ruego no tenga usted duda ninguna de que ellos, la evidencia, la ven, la conocen perfectamente, y saben que está clarísimo. Pero algún mecanismo de alteración situado en el trayecto cognitivo que va desde la evidencia percibida hasta la manifestación escrita o verbal consigue un efecto de disociación que es oportuna y magistralmente aprovechado por quienes tienen algún interés en encontrar personas que proporcionen una apariencia de legitimación de sus afirmaciones sesgadas.
He averiguado que hay tres mecanismos básicos de este tipo: el mecanismo religioso, el mecanismo económico, y la simple idiotez.
El mecanismo religioso
El religioso tiene dos expresiones. La primera consiste en la fe en lo sobrenatural, que les lleva a 1) creer que el Altísimo restablecerá el equilibrio climático tarde o temprano, o a 2) asumir algún grado de teocracia que, en casos extremos, pero no tan infrecuentes como se cree y en todo caso muy influyentes, les lleva a desear que la predicción bíblica del apocalipsis se realice con la finalidad tal vez subconsciente de confirmar su fe en la literalidad de los Libros. De modo que optan por negar la evidencia, pues así no hacemos nada por evitarlo y es más fácil que ocurra.
Esta creencia está presente en distintas confesiones cristianas no católicas, entre ellas la evangélica, mayoritaria en los Estados Unidos, a través del Libro de Daniel. Muchos seguidores de estas fes toman las Escrituras como verdad literal. He detectado además que no pocos científicos negacionistas (y sus seguidores) son creacionistas, es decir, creen que el mundo existe desde hace sólo unos 6.000 años (sumando hacia atrás las dataciones de los libros sagrados) y que nuestros antepasados no son otros que los mismísimos Adán y Eva, manzana y serpiente incluidas. No creen pues en la teoría científica de la evolución ni en la del cambio climático, y tal vez tampoco en algunas otras de marcada significación política (recuerde: teoría, en ciencia, no significa hipótesis, sino certeza bien establecida).
La segunda expresión del componente religioso se basa en la adicción a lo que denomino econocracia, una de cuyas manifestaciones más dañinas y desde luego más deseadas por el poder económico consiste en dar por hecho que el capitalismo liberal desregulado (o sea, sin impuestos) es la mejor de las soluciones posibles para la sociedad en su conjunto, de modo que, en la imaginación del portador de la fe, el mercado resulta ser hasta tal punto garante de nuestro bienestar que se le debe imponer el papel de regulador último. Que esta creencia sea sostenida contra toda evidencia me lleva a considerarla de orden religioso, si bien tiene la ventaja de que en este caso la fe desciende una dimensión y transita desde las alturas hacia los asuntos más mundanos, más abajo, donde es más fácil realizar comprobaciones. Se da el caso de que la proporción de economistas ultraliberales en el mundo negacionista es sensiblemente elevado.
El mecanismo económico
El mecanismo directamente económico es aquél que se produce tanto mediante la inyección de líquido en las cuentas corrientes del interfecto como con el suministro de especies en forma de bienes y servicios de alto valor añadido, respectivamente transferidos o prestados al científico influenciable junto a otras prebendas y parabienes. O de todo a la vez. Su forma más suave es aquella en que los complementos de sueldo (realización de informes ad-hoc, edición de libros no sujetos a revisión, pertenencia a consejos directivos de think tanks, etc.) dependen de que la condición escéptica sea expresada en tiempo y forma. En todo caso se trata siempre de marionetas ventrílocuas que, por lo general, no sienten remordimiento alguno por su actitud.
La idiotez y sus derivados
Con respecto a la idiotez no me refiero a que sean tan malos en su especialidad que no se enteren, pues han tenido que pasar duras pruebas de habilidad para poder imprimir sus tarjetas con el cargo académico. Me refiero a que alguna pulsión interior les impele a llevar la contraria por gusto. A menudo son exhibicionistas, personajes algo histriónicos que se apuntan siempre a la oposición. Incluyo en esta categoría a los casos de personajes chulescos, que también los hay, que se creen asistidos por una verdad revelada y consideran idiotas a todos los demás. En catalán les llamamos poca-soltes.
En definitiva, se trata de motivaciones emocionales, nada objetivas como exigiría el método científico. Al fin y al cabo, el porcentaje de la población con algún componente psicótico ronda el 2%.
La incompetencia directa
Sin embargo, cierto grado de incompetencia si parece haber sido detectado en estos personajes, cualquiera que sea la etiología de su desvarío. Nada que no intuyéramos ya, pero siempre viene bien que alguien lo haya reflexionado y cuantificado y nos lo ofrezca en sede formal.
Un reciente paper (1) publicado en una de las más prestigiosas revistas científicas (Proceedings of the National Academy of Sciences) ha sido firmado por un estudiante de doctorado en la Universidad de Standford (William R. L. Anderegg) como líder de otros tres firmantes – entre los que se encuentra Stephen Schneider, también de Standford, un auténtico candidato a premio Nobel – que le otorgan su confianza y validan sus resultados. Este trabajo confirma cuantitativamente lo que ya podíamos intuir: los científicos conocidos por su negacionismo en el asunto climático son los menos competentes.
¿Qué quiere decir que un climatólogo, físico de la atmósfera, biólogo, oceanógrafo o similar sea, formalmente, poco competente? Para entenderlo bien, debemos repasar de qué forma se ordena la competencia científica.
Lo que realmente cuenta de un científico es lo que publica en las revistas académicas. Los hitos de conocimiento se expresan en forma de papers, es decir, sesudos artículos publicados en revistas académicas peer reviewed. A saber, revisados, previamente a su publicación, por expertos en el mismo campo. Una medida de la cantidad de actividad investigadora considerada digna de ser tomada en consideración y de la credibilidad de las afirmaciones de un científico es, pues, la cantidad de papers que ha publicado. Esto es así hasta el punto de que una parte de su sueldo oficial y su reconocimiento jerárquico se basa en parte en este dato. Sin embargo, aún habiendo sido aceptados por sus colegas y por los editores de las respectivas publicaciones, esos trabajos podrían ser poco relevantes, al no constituir un avance significativo en el conocimiento, que es de lo que en realidad se trata.
Estos papers contienen, por lo general, una lista de referencias (citas) a otros papers, siempre abundante y a veces enorme, con centenares de ellas. Esto es así porque el proceso de avance científico es acumulativo: se basa en trabajos anteriores, propios o ajenos, que no sólo los revisores, sino el tiempo, ha acabado dando por válidos. Si el paper que yo he escrito y ha sido finalmente aceptado tras todo el proceso de mejora del peer review no forma nunca parte de la lista de referencias de otro trabajo posterior, cabe suponer que ese trabajo, por muy correcto que sea, no ha sido relevante para el avance del conocimiento. De modo que, aparte de haber publicado mucho, es importante que mis papers hayan sido citados. En principio, cuantas más veces mejor.
Así, los autores del paper al que me refiero denominan ‘pericia’ (expertise) al número de papers, e ‘importancia’ (prominence) al de citaciones. Constituyeron una base de datos de 1372 científicos relacionados con la climatología donde queda claro que se incluyen todos los negacionistas, pues los obtienen de aquellos manifiestos, declaraciones públicas, etc., a los que son tan aficionados. Con cierta ironía, a unos les denominan «convencidos por la evidencia» (CE), y a los otros «no convencidos por la evidencia» (NCE).
Pues bien. Sólo el 2% de los primeros 50 son NCE. O sea, uno. De modo que no todos los científicos son iguales, porque queda claro que los investigadores líderes tienen mucha más pericia científica que los negacionistas.
La cifra es consistente con el hecho de que, al considerar los primeros 100, hay tres aparentemente inconvencidos y, en los primeros 200, cinco. Más todavía: los investigadores con menos de 20 publicaciones suponen el 80% del grupo de los «no convencidos».
CE | NCE | |
Promedio de papers publicados (pericia) | 119 | 60 |
– primeros 50 | 49 | 1 |
– primeros 100 | 97 | 3 |
– primeros 200 | 195 | 5 |
Promedio de citaciones (importancia) | 172 | 105 |
– sin single paper effect | 133 | 84 |
Pero cuando se consideran las citaciones a esos artículos uno encuentra que esta gente no sólo publica menos, sino que también sus publicaciones son menos citadas, o sea, son científicamente menos relevantes. No me ha sorprendido que sean menos citados pero, en primera instancia, parece raro que sean bastante citados. Esta sorpresa se resuelve teniendo en cuenta que en muchos casos son citados en negativo, es decir, se menciona su trabajo precisamente para rebatirlo y poner así de manifiesto sus errores matemáticos, lógicos y/o metodológicos.
Este estudio ha sido criticado, incluso desde dentro (2). Las críticas se han centrado en tres puntos (3): la elección de la población, la forma en que ha sido dividida y el hecho de que el proceso de peer review podría decantar el resultado en favor de los convencidos (4). Es posible que exista algún sesgo de este tipo, cosa que afirmo por mera prudencia intelectual más que por convicción. Pero los resultados son robustos, presumiblemente conservadores, y tan, tan contundentes, que no ofrecen lugar a dudas. Punto porcentual arriba, punto porcentual abajo.
Que tomen buena nota los medios de comunicación y transmisores diversos de los argumentos de las agencias de comunicación PR. Y que los sufridos lectores de blogs celtibéricos que, hurgando en las falsedades de los NCE, se llenan la boca con el método científico y de debate, debate, debate, sepan dónde reside la competencia científica y dónde mora la incompetencia y la idiotez.
Referencias
- William R. L. Anderegg et al (2010) – Expert credibility in climate change – Proceedings of the National Academy of Sciences PNAS doi:10.1073/pnas.1003187107 – Published online: 21/06/2010 – Department of Biology, Stanford University – Peer reviewed
«But we suggest that our methods and our expertise and prominence criteria provide conservative, robust, and relevant indicators of relative credibility of CE and UE groups of climate researchers … this suggests that not all experts are equal, and top CE researchers have much stronger expertise in climate science than those in the top UE group … We examined the top four most-cited papers for each CE and UE researcher with 20 or more climate publications and found immense disparity in scientific prominence between CE and UE communities … CE researchers’ top papers were cited an average of 172 times, compared with 105 times for UE researchers. Because a single, highly cited paper does not establish a highly credible reputation but might instead reflect the controversial nature of that paper (often called the single-paper effect), we also considered the average the citation count of the second through fourth most-highly cited papers of each researcher. Results were robust when only these papers were considered.» - Gavin Schmidt and Eric Steig – What do climate scientists think? – Real Climate, 24/06/2010 – http://www.realclimate.org/index.php/archives/2010/06/what-do-climate-scientists-think/
«It isn’t always clear that every signatory of each letter really believes every point in the statement. For instance, does Lindzen really believe that attribution is impossible unless current changes exceed all known natural variations (implying that nothing could be said unless we got colder than Snowball Earth or warmer than the Cretaceous or sea level rose more than 120 meters….)? We doubt it … However, any attempt to use political opinions (as opposed to scientific merit) to affect funding, influence academic hiring, launch investigations, or personally harass scientists has no place in a free society – from whichever direction that comes. In this context, we note that once the categorization goes beyond a self-declared policy position, one is on very thin ice because the danger of ‘guilt by association’.» - Eli Kintisch (2010) – Scientists ‘Convinced’ of Climate Consensus More Prominent Than Opponents, Says Paper – Science Insider, 21/06/2010 – http://news.sciencemag.org/scienceinsider/2010/06/scientists-convinced-of-climate.html
«But the paper, published today in the Proceedings of the National Academy of Sciences, faces criticism on three fronts: how it divides scientists into one of two groups, whether the scientists have been chosen properly, and whether the peer review process stacks the deck in favor of the consensus view … Prall agrees that the system may not be perfect, but he thinks it’s good enough. «It’s conceivable that some people have formed a fixed point of view,» he says. «But the editors of journals, if they have formed a resistance to outside points of view, they have done so after years of seeing all the good, bad, and in-between papers. They know the field better than anyone else.» - Michael Levi – Are Climate Skeptics Lousy Scientists? – Slate, 24/06/2010 – http://www.slate.com/id/2258088/
«If skeptics are being shut out of journals, their publication counts would go down, which would produce precisely the results shown in the PNAS paper. The same logic applies to the skeptics’ claim that they are being starved of research funding for political reasons. The authors make no attempt to tease out the extent to which prejudice, rather than a disparity in expertise, can explain why so few skeptics rank among the top climate authors. «
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Creo que la que está muy enfadada es Curry, que cultivaba una posición intermedia y jugaba a ser «tercera vía» con la idea de no enfadarse con nadie y hacer de mediadora. Le han fastidiado bien porque, si hay consenso ¿quién necesita un mediador?
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Estas situaciones son ideales para los oportunistas…
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