A reserva de lo que puedan deparar los próximos días, creo que el denominado “Acuerdo de Copenhague”, que ayer suscribieron los países ‘elegidos’, a saber, Estados Unidos, India, China, Brasil y algunos más, hasta 20, y que es calificado de ‘fracaso’ en la prensa europea, contiene elementos esperanzadores. Precisamente por haberse aplazado y por el objetivo señalado en la declaración.
Uno de los valores más positivos de la Conferencia en general, a mi entender, es haber situado el problema en la mente popular. Hoy, muchas más personas conocen la seriedad del problema, muchísimas más, que hace un mes. Darse cuenta de la dificultad de encontrar soluciones es también positivo, por mucho que tengamos el tic de acusar a un país o a otro. Yo creo que muchos altos dignatarios mundiales saben también, hoy, mucho más de la profundidad del problema que hace una semana.
Hoy hay gente que sabe que hay islas que están desapareciendo ya, y pueden percibir que el nivel del mar de sus costas no es tan seguro como antes. Hoy hay muchos escépticos, incrédulos de buena fe que, frente a un reconocimiento del problema por parte de todos, absolutamente todos los países del mundo (excepto Arabia Saudí, que tuvo la ocurrencia de mencionar los famosos mails como prueba irrefutable de que hay que volver a empezar), y la mención repetida una y otra vez de la palabra ‘catástrofe’ por países de todo tipo y condición, se preguntarán si pueden estar equivocados todos a la vez o si es verosímil que hayan sucumbido todos ellos a una conspiración izquierdista de miles de científicos durante 30 años. Hoy, la calle, la gente, comienza a saber la severidad de lo que está ocurriendo. Y que no haya acuerdo dispara las alarmas interiores.
Cuando la inmensa mayoría de los más altos dignatarios se refieren a ‘nuestros hijos y nietos’ muchos se darán cuenta de que no estamos ante un problema tan distante en el tiempo. Ahora solo queda el paso de que reconozcan que, también a nosotros, y también a quienes todavía no tienen hijos ni nietos (yo si tengo una hija), también nos va a afectar. En este sentido mediático de concienciación ciudadana, Kioto sembró y Copenhague comienza a recoger. Si los líderes no responden, acabará siendo la gente, el pueblo, la calle quien se lo exija. Pero ellos temen a este movimiento como al diablo.
Veo críticas y decepción en la prensa europea, y una nueva manifestación inquietante en periódico de tanta influencia como El País que, una vez más, otorga voz a un negacionista encantado de la vida con el resultado del COP 15 y que tiene la osadía y la desvergüenza, que no la ignorancia, de hablar de ‘fascismo científico’ y el director lo amplifica hasta el titular. Seguir otorgando proyección pública al engaño organizado no sirve para otra cosa que para contribuir al desastre o para desactivar a la gente, que al cabo es lo mismo. Tal vez sea la larga mano de Hill & Knowlton y algunas campañas de publicidad en peligro.
Copenhague es también una demostración pública y visible de la diferencia de intereses entre los pueblos y los estados. Y de dónde están los centros reales de poder político (el Senado de los Estados Unidos, el gobierno chino) y económico (congreso y senado de los Estados Unidos debidamente engrasados por fundaciones de extrema derecha, think tanks, lobbies y PR, y el gobierno chino).
En el mar de comprensibles decepciones como reacción primera yo sostengo que no todo está perdido, como algunos comentaristas, habitualmente ponderados, anuncian hoy en sus crónicas desesperadas, tal vez influidos por la nefasta organización, el cansancio y unas expectativas sobredimensionadas.
Elementos esperanzadores
Hay un punto clave: no hay compromiso de reducción de emisiones, pero sí un compromiso formal, de una fuerza y un ámbito hasta ahora no alcanzado, para impedir que la temperatura supere los 2 ºC. Porque vamos a ver. La temperatura es función de la concentración de gases de efecto invernadero (y no sólo del CO2), luego pactar 2ºC es pactar mucho. Lo que no se ha pactado todavía es el reparto de tareas. De hecho es mucho mejor pactar 2 ºC que reducir las emisiones, digamos, el 80% en 2050. ¿Saben por qué? Porque para no superar los 2 ºC las emisiones en 2050 tendrían que ser… ¡cero! Pero cero patatero ¿eh? ¡Cero patatero! Vaya siguiendo este blog y procuraré mostrárselo con todo rigor.
¿Por qué no han pactado más cosas? Hay varias razones, entre las que no son menores las consideraciones de justicia y responsabilidad histórica. Pero hay otra, subyacente. Hoy, nadie, nadie, sabe cómo evitar + 2ºC con medidas políticas incrementales y mecanismos de mercado. ¿Qué han hecho pues los jefes de estado y de gobierno en la declaración final? Dejar que cada país, antes del 31 de enero de 2010, diga cuáles van a ser sus objetivos de reducción. El 1 de febrero, los científicos aplicarán las fórmulas correspondientes, pulsarán Intro y dirán: salen (supongamos) 4,3 ºC al 90%. Incertidumbre calculada ±0,7 ºC. Esto quiere decir que hay un 5% de probabilidades de que la realidad sea mayor que 5 ºC y un 5% de probabilidades de que sea menor de 3,6 ºC. No vale.
Y ya verán ustedes la que se arma en Méjico, en la próxima convocatoria. O antes. Porque si no la arman ellos tendremos que armarla nosotros. Pero hay que darles tiempo, hay que darles por lo menos hasta el verano. Tenemos la ventaja de que se han pasado 24 horas juntos hablando de lo mismo, probablemente por primera vez y esto, entiendo yo, es algo muy importante. Allí se habrán dicho, habrán puesto en común, que si reducen emisiones de las centrales de carbón, que se cuentan por miles en todo el mundo, reducirán simultáneamente el parasol de los aerosoles y la temperatura, lejos de disminuir, aumentaría. Se habrán dado cuenta de una vez que reducir 50% u 80% es correr con todos los inconvenientes sin aportar ventaja significativa alguna. Aquí no valen compromisos. Con el patrón de la Tierra, éste que diseñó el sistema climático, no se negocia. Es inflexible, inelástico.
Se habrán dado cuenta, tal vez por primera vez, por lo menos juntos, de que esto es muy, pero que muy serio, y de que las soluciones que piden los medios, que la gente y los manifestantes consideran solución, a saber, reducir las emisiones porque si, no arregla prácticamente nada. (No me malinterprete. Hay que reducirlas, drásticamente, pero con mucho cuidado. No vale sólo con esto, hay muchas más acciones complementarias que es preciso realizar simultáneamente, pero cuya afectación en la economía y la sociedad mundial es enorme).
Por este motivo, acordar los 2 ºC como valor máximo, no sé si vinculante jurídicamente pero como valor político de referencia de primer orden mundial, y no sólo de la Unión Europea, a mi me parece un buen paso. Ya tenemos objetivo. Porque lo que hay que limitar es la temperatura máxima, que es la causa directa de los impactos indeseados. Si es o no posible a estas alturas es dudoso. Pero, precisamente por serlo, vale la pena tenerlo como referencia, por mucho que Nature, la revista científica de mayor impacto del mundo, diga: ‘señores políticos: apunten a evitar +2 ºC, pero planifiquen para adaptarse a los 4 ºC. ¡Adaptarse a los 4ºC! ¿Sabe usted cómo será en mundo con 4 ºC más?
Luego como esta cuestión se tiene que resolver si o si, no podemos perder la esperanza. Si ellos, que lo saben (y lo sabían), no lo hacen, tendremos que hacerlo nosotros. Hoy, nosotros, somos muchos más que hace quince días, y sabemos más.
Somos muchos más, y estamos más cabreados.
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