“El hombre … aún habla de una batalla contra la naturaleza olvidándose que, en el caso de ganar, se encontraría él mismo en el bando perdedor.” – Ernst F. Schumacher(760)
En su obra Esperanza en la oscuridad, Rebecca Solnit describe escenas históricas donde emerge lo mejor de la especie humana y reconstruye sociedades que han sido devastadas por fenómenos extremos, de origen humano o natural(727). La necesidad de ayudar es el título de uno de sus capítulos, donde muestra cómo, tras un desastre, la pulsión de amor es ubicua, brilla una solidaridad antes desconocida alcanzando a todo lo importante mientras las tendencias a la barbarie son activamente contenidas. Vamos a tener que ejercer esta cualidad abundantemente en el futuro. Estamos en un nuevo escenario que nos brinda una oportunidad para extraer lo mejor de nosotros mismos.
En este sentido, antes de sumergirme en mi estilo habitual permítame también, querido lector, un preámbulo gozoso relacionado con el párrafo anterior. Esta crisis tiene un punto ético de altísima categoría. Tal vez en el futuro veamos que hemos sido pasto de un discurso fabricado – tipo 11-S – pero aun así afirmo y me congratulo del hecho de que es preciso reconocer y asentir éticamente al hecho de que la detención y confinamiento de medio mundo se hace ahora, principalmente, para poder atender a nuestros mayores y a las personas más vulnerables en términos sanitarios. En efecto, entre los menores de 50 años la mortalidad es muy baja o todos parecen poder tener acceso a un respirador si lo requieren. Aunque me inquieto por su perdurabilidad, lo que ahora estamos haciendo es intentar contrarrestar la tendencia natural a que, previendo la saturación del sistema sanitario, se deje morir sobre todo a los mayores. Al mismo tiempo surgen mascarillas populares por todas partes y grupos de ingenieros diseñan respiradores fáciles de fabricar masivamente.
Veo esto como algo extraordinario, aunque me inquiete por la perdurabilidad de este sentimiento, en este momento muy mayoritario pero que algunos gobiernos como el español parecen comenzar a orillar. Lo interesante es que este es un comportamiento de difícil marcha atrás. Si volvieran a aumentar las muertes por relajación de la normativa motivada económicamente, la demanda social para volver a las medidas drásticas sería enorme.
Me inquieta también la reacción de las élites, todavía no manifestada más allá de lo propagandístico y de proseguir su política de intercambio – y no de donación – consiguiendo prebendas adicionales, actuales o futuras, por parte del estado. Pero es todavía selectivo geográfica y afectivamente: ayer, 8.500 niños murieron por desnutrición, solo en África. Hoy, otros tantos.