“The insidious thing about climate change is there’s nowhere to hide from it.” – Terry Hugues(478)

Esquema de los componentes críticos y sus alteraciones en el océano y la criosfera (IPCC SROCC Chap. 1. Fig. 3)
¿Y los océanos? ¿Cuál es el impacto del cambio climático en los océanos? ¿Es peor de lo esperado? Los océanos son más importantes en el sistema climático de lo que en general puede parecer sobre todo a quienes habitan zonas interiores. Son, de hecho, decisivos.
Ocupan los dos tercios de la superficie de la Tierra, sus corrientes distribuyen energía y nutrientes a lo ancho del globo, absorben y emiten CO2 y otros gases de efecto invernadero, y albergan los denominados bosques ocultos[1]Son tan importantes para el sistema climático que acumulan más 90% (!) de la energía en exceso que acumula el planeta entero debido al efecto invernadero aumentado por nuestras emisiones, y absorben el 25% de estas mediante distintos mecanismos. Nótese pues que de toda la energía en exceso solo una pequeña parte del calentamiento global, de solo el 2,3%, reside en la atmósfera – y es la parte que, hasta ahora, más nos ha preocupado(479).
Pero alguien dijo que el problema del calentamiento global es, en realidad, el problema del calentamiento de los océanos(480). Tal vez por ser especialmente frágiles, lo que se comprueba históricamente al constatar sus alteraciones mayores y extinciones masivas a circunstancias en principio menores, como la elevación del istmo de Panamá entre otros(481).
Una nota gaiana

Componentes del calentamiento global entre 1993 y 2003 calculados a partir de IPCC AR4 (Fuente: ref. 481)
Algunos autores han encontrado analogías significativas entre los océanos del mundo y la fisiología del sistema circulatorio humano. En particular, Josep Pelegrí, del Departamento de Oceanografía Física del Institut de Ciències del Mar (CSIC), publicó al respecto en la revista académica Scientia Marina contemplando las dinámicas oceánicas que tienen lugar a lo largo de los ciclos de glaciación-desglaciación bajo una nueva luz.
La perspectiva que asume Pelegrí es termodinámica, examinando los mecanismos que favorecen la homeostasis del Sistema Tierra a pesar de encontrarse en una situación lejana al equilibrio termodinámico. Contempla la Tierra como un organismo a la manera de la Gaia Orgánica de Carlos de Castro, encontrando una similitud con los sistemas pulsantes característicos de los seres vivos complejos. Las pulsaciones de la “bomba” (el corazón), vendrían determinados exteriormente mediante el ciclo anual estacional: una pulsación al año(482). La Tierra como gran organismo planetario, consistente con esta teoría recientemente retomada[2].
Se trata de una perspectiva altamente sugerente y, por lo demás, nada esotérica. Examinando el metabolismo en detalle, Pelegrí concluye que es posible concebir los ciclos glaciación-desglaciación como si la Tierra dispusiera de una organización interna que la hiciera comportarse de modo equivalente a un organismo que bascula desde un estado de reposo a uno de actividad y ejercicio.
Pero por ahora preguntémonos: ¿A qué velocidad se están calentando los océanos? ¿Es una velocidad creciente, es decir, se está acelerando? ¿Cuánto calor adicional han acumulado por causa del forzamiento climático? ¿Más o menos de lo que se creía? ¿A qué velocidad? ¿Seguirán los océanos en el futuro absorbiendo CO2 en la misma proporción que en la actualidad? ¿Qué son las olas de calor marinas y cuáles son sus consecuencias y cuáles son las previsiones? ¿Ocurren en mayor o menor medida de lo que se creía hace bien poco? ¿Y los desiertos marinos? ¿Tan grave es la acidificación de todos los océanos del mundo al absorber esa cuarta parte de un compuesto levemente ácido como el CO2? ¿Lo es más de lo esperado?
Cambios en las corrientes oceánicas
El calentamiento global lo altera todo. También las corrientes oceánicas. Detengámonos brevemente en solo dos de ellas: la corriente subecuatorial del Pacífico – los ciclos El Niño/La Niña – y el denominado dipolo del océano índico, llamado coloquialmente El Niño índico.
Parece claro por fin que a medida que aumenta la temperatura la corriente pacífica de El Niño, muy significativa climáticamente porque extrae calor de los océanos – y los años de su ocurrencia suponen siempre un aumento muy sensible de la temperatura media de la Tierra – no solo modifica su ubicación sino que favorece la frecuencia de aparición de los denominados Súper El Niños(483), episodios de calentamiento muy elevado como el que tuvo lugar en 2016, cuando la temperatura media de la Tierra alcanzó los +2 ºC durante unos pocos meses.
Por su parte el dipolo índico, una corriente subecuatorial entre África y Australia que presenta oscilaciones en su sentido de avance, resulta a su vez exacerbado con el calentamiento global. Cuando la diferencia de temperatura entre ambos extremos es muy elevada los fenómenos de sequía (incendios) e inundaciones se exacerban. Este ha sido el principal motor de los imponentes incendios de Australia 2019-2020, de extensión e intensidad hasta ahora desconocidas, y que no casualmente han coincidido con inundaciones especialmente destructivas en el este de África de las que apenas se habla. Su conexión: la fase positiva del dipolo índico, con un gradiente de temperatura inusualmente elevado en esta ocasión. Ocasiones que van a ir aumentando en frecuencia e intensidad(484).
Absorción de CO2
Hasta 1956 el peculiar negacionismo de la época aseguraba que los océanos lo arreglaban todo. “El mar es la gran depuradora”, recuerdo haber leído en mi juventud para justificar el vertido de cualquier cosa al mar, empezando por los residuos urbanos. También se suponía que entre la biosfera terrestre y los océanos se absorbía la totalidad del CO2 en exceso originado por la quema de combustibles fósiles.
Pero no. Desde 1956 sabemos que no es así. Roger Revelle y Hans Suess, geoquímicos del Scripps Institution of Oceanography, demostraron que no, que solo absorbían una fracción de las emisiones(485). Fracción que, hoy en día, supone cantidades ingentes y con consecuencias devastadoras. Por cierto que estos investigadores fueron quienes inauguraron la narrativa según la cual los humanos estaban iniciando un gran experimento a escala planetaria(486), expresión que hizo fortuna y de cuyos resultados estamos ahora tomando nota. Por lo demás fue este trabajo el que sirvió de base a la conocida advertencia histórica del presidente Lyndon B. Johnson (el sucesor de Kennedy) al congreso de los Estados Unidos en 1965(487). Y es que, por entonces, ellos ya lo sabían.
Desde el siglo XIX los océanos han absorbido ya cerca de la mitad del total de las emisiones de CO2(488); esa fracción fue solo del 31% entre 1997 y 2007(488). Últimamente varía solo ligeramente década a década en función de la climatología concreta, pero lo más variable es su distribución regional motivada por las alteraciones en la circulación oceánica debidas a la alteración de los vientos(489).
¿Seguirá siendo así? No es seguro; puede cambiar. A peor, naturalmente, porque va a ir apareciendo un efecto de saturación progresivo de forma que este tampón marino vaya menguando su capacidad y absorba una fracción cada vez menor de nuestras emisiones. Entonces la parte que permanecería en la atmósfera aumentaría, y con ella la temperatura media de la Tierra sería presionada al alza todavía más.
Hay dudas sobre si esto ya está ocurriendo o no de forma global(490), pero no hay tantas en relación a zonas concretas. Puede incluso llegar a ocurrir que, si la temperatura aumenta por encima de cierto valor, esos mares pasen de ser sumideros netos de CO2 a ser fuentes netas de CO2: de nuevo el planeta emitiendo por su cuenta, como ya está ocurriendo en el caso del permafrost. En el caso del Ártico, el prestigioso oceanógrafo Carlos Duarte estimó en 2012 que, a partir de un calentamiento del agua ártica de +5-6 ºC – cosa que está prevista para relativamente pronto – el océano Ártico, ya no glacial, pasará a ser también emisor neto(491).
No obstante veremos poco más adelante que los océanos absorben más dióxido de carbono del que se creía, a través de los denominados bosques ocultos.
Problemas (resueltos) con las medidas de temperatura
Se han encontraron problemas en las mediciones de temperatura, que por lo demás parecen definitivamente resueltos desde 2019.
El pasado mes de junio la oficina meteorológica británica, el MetOffice, actualizó sus propios datos de temperatura de la superficie de los océanos. Sorpresa (o no): se están calentando más de lo que se creía, tanto como 0,1 ºC más(492). Puede parecer poco, pero esto significa que el presupuesto de carbono, a saber, aquella cantidad de emisiones que, supuestamente, todavía podríamos permitirnos para tener una probabilidad del 66% de no superar +1,5 ºC, se reduce a 6-10 años de emisiones al nivel de las actuales en lugar de los 11-13 antes estimados(493). Sin embargo, veremos que estas estimaciones del denominado presupuesto de carbono tienen mucho de superfluas, tanto por las incertidumbres que albergan como por el hecho de que, en realidad, las emisiones deberían ser ya exactamente cero.
No es la primera vez que los datos de temperatura británicos han presentado problemas. El famoso hiato, la supuesta pausa térmica de la década de los 2000, tan magnificada por la negacionía hasta la náusea, desapareció hace tiempo en su mayor parte una vez se tiene en cuenta que las medidas británicas sobre las que se apoyaban estos personajillos, subestimaba el calentamiento general al no considerar suficientemente la amplificación polar(494), ni correctamente la temperatura de los océanos(495). Esto era así porque el instituto británico – uno de los cuatro del mundo que miden la temperatura global – no dispone de sensores en las latitudes más elevadas, y estima la temperatura en esas ubicaciones por interpolación de las medidas de los sensores circundantes.
Otra manera de ver que lo del hiato era un cuento chino consiste en darse cuenta de que durante ese mismo período de supuesta estabilidad térmica atmosférica los océanos no cesaron de absorber calor adicional, y a un ritmo similar al de décadas anteriores(496). Bueno, no exactamente, pues de hecho absorbieron más, como corresponde a la aceleración en curso del calentamiento global(497).
No solo los británicos, pues hace poco se ha visto que distintos conjuntos de datos estimaban mal la supuestamente anormal temperatura de los océanos a principios del siglo XX, lo que había llevado a estrujarse el cerebro a muchos climatólogos intentando explicarse un fenómeno que, de hecho, nunca existió. Solo ahora se ha visto que se trataba principalmente de un problema de truncamiento de decimales y a imprecisiones tal vez atribuibles a los tiempos de guerra(498).
Estas cosas ocurren a veces. Es difícil que vuelvan a ocurrir, pues desde los 2000 se dispone de una extensa red de casi 4.000 sensores de tecnología avanzada, denominada ARGO(499), que ofrece confiabilidad suficiente(500): no en vano el despliegue de esta red ha sido calificado como “uno de los triunfos científicos de nuestro tiempo”(501). A pesar de ello, todavía más de la mitad del océano sigue sin estar cubierto y por tanto no puede ser todavía examinado rutinariamente en tiempo real(502).
Calor oceánico

Evolución del calor acumulado por los océanos a distintas profundidades
Dado que el desequilibrio energético de la Tierra se concentra principalmente en los océanos, el conocimiento del calor que acumulan es uno de los mejores indicadores de la evolución del calentamiento global(503).
Desde luego el calor absorbido por los océanos había sido subestimado hasta ahora, de forma que es mucho mayor, acumulan más calor del que se creía. Esta infravaloración tuvo que ver con el hecho de que solo se medía el calor acumulado en las capas más superficiales, mientras el calor iba alcanzando capas más profundas. Un mayor calor oceánico tiene a su vez implicaciones en el aumento del nivel del mar, pues conlleva una mayor dilatación térmica. Por tanto el aumento del nivel del mar va a ser mayor que el estimado hasta ahora, también en este componente estérico(504).

Evolución del calor acumulado por los océanos en los dos primeros kilómetros de profundidad. Se observa una aceleración a partir de 1990s y un repunte a partir de 2019 (ref. 507)
Antes de 1980 el calor adicional acumulado en los océanos fue relativamente pequeño, y se limitaba a la capa superficial. A partir de entonces comenzó a aumentar en las capas superiores (700 m), y desde 1990 se ha ido desplazando a capas más profundas(505). Hoy los océanos, por lo menos el Pacífico, se están calentando ya más deprisa que en los últimos 10.000 años(506). En 2019 se ha experimentado un nuevo récord, y apuntado a una nueva aceleración(507), siendo el océano austral el más afectado hasta el punto de que entre 2005 y 2017 habría absorbido entre el 45 y el 62% del total(508).
Según el IPCC, los océanos seguirán calentándose durante este siglo en cualquier circunstancia entre 2 y 4 veces en el mejor escenario y entre 5 y 7 veces en el peor. Veces relativas, nada menos, que a todo el calentamiento acumulado desde 1970(509).
3.600 millones de bombas atómicas
Para tener una idea del calor que absorben los océanos podemos realizar una equivalencia con la cantidad de energía empleada por toda la humanidad: absorben el equivalente a 20 veces el total de la energía exosomática, fósil en su mayor parte.
Pero también es posible emplear la metáfora “hiro”. Se trata de determinar cuánto calor absorben los océanos empleando como unidad el calor que desprende una bomba atómica como la de Hiroshima. Es una forma un poco bestia, pero desde luego muy gráfica y fácil de recordar porque pasamos a comparar órdenes de magnitud similares y nos ahorramos muchos ceros (tantos como 22 cuando nos expresamos en julios). Fue James Hansen quien inauguró la analogía en una conferencia TED en 2012(510), y esta unidad de medida ha sido de alguna forma validada por el Bulletin of Atomic Scientists en tanto que dispositivo retórico(511). Si, esos físicos que en enero de 2020 han adelantado el “doomsday clock” dejando solamente 100 segundos para el final(512).
Efectivamente, cálculos sencillos llevan a la conclusión de que el calor en exceso acumulado por todos los reservorios hasta 2012 equivale al producido por la explosión de 400.000 bombas atómicas cada día, 365 días al año. Más de 4 bombas atómicas por segundo. Pero como todo se está acelerando, a día de hoy solo los océanos están ya absorbiendo calor a un ritmo de unas 5-6 detonaciones atómicas de este tipo por segundo(513). En algún lugar he visto cálculos que apuntaban a que en realidad ya son 12, pero da un poco lo mismo. En todo caso, a efectos de calor absorbido es como si en los últimos 25 años hubiéramos provocado la detonación de nada menos que 3.600.000.000 bombas atómicas: 3,6.109 hiros.
¿A que parece increíble? Pues esta es la magnitud de nuestra salvajada contra la vida en la Tierra y contra la Tierra en su conjunto.
Entre paréntesis y con la letra pequeña señalemos que hay que ir con cuidado con esta dinámica de peor de lo esperado, pues nadie está exento de la posibilidad de error. Por ejemplo, distintos comentaristas, entre ellos Naomi Klein(514) y un periodista del New York Times(515), aseguraron a principios de 2019 que un estudio publicado en Science afirmaba que el calor absorbido por los océanos había sido subestimado en un 40%(516). Eso era así solo aparentemente, pues una vez corregidas las medidas erróneas de principios de siglo, resultaba que modelos y observaciones cuadraban bastante. Michael Mann se encargó de puntualizar este extremo en Nature poco después – pero siempre desde una posición de proximidad(517).
Olas de calor oceánicas x23, x42
Si, en los océanos también se producen olas de calor. Se trata de eventos extremos con consecuencias letales para la fauna y la flora marinas, peores en este sentido que las de tierra firme por cuanto sus especies son menos resistentes a los fenómenos extremos bruscos. Además liquidan la importante función de secuestro de carbono por parte de la vegetación marina, la que realizan los bosques ocultos(518).
Estos episodios han venido aumentando en extensión, duración y frecuencia en las últimas décadas, y así van a seguir acelerándose. Tanto, que de haberse duplicado en número de eventos entre 1982 y 2016(519), se estima que van a multiplicarse por 16 en un escenario de aumento de la temperatura global de +1,5 ºC, o por 23 si es de +2 ºC(520). Efectivamente, se han acelerado: el tiempo que transcurre entre dos olas de calor consecutivas, el denominado período de retorno, que era de 25 años en los 1980s, es hoy de solo 6 años(521).
En todo caso la frecuencia de aparición de temperaturas marinas “sorprendentes”[3] es, no le extrañará a usted, mayor de lo que hasta ahora se creía, de hecho casi el doble de lo que se tenía por cierto(522). Las especies marinas son más sensibles a los cambios de temperatura que las terrestres y migran más deprisa(523), lo que las obliga a migrar en dirección a los polos – los de los primeros 200 metros lo vienen haciendo a razón de 26±16 km por década desde los años 1950(524) – y/o hacia el fondo, lo que está previsto que ocurra a razón de entre 19 y 32 m/década dependiendo del escenario. Naturalmente con los límites de las costas, del suelo y de la luz disponible, lo que va constriñendo progresivamente el espacio vital que, estiman oceanógrafos de la Universitat de les Illes Balears, se habrá agotado antes del fin de siglo(525). O a perecer directamente antes, siendo éste último el caso más frecuente en ecosistemas enteros limitados como los mediterráneos. Por ejemplo, la posidonia del Mediterráneo, una especie nómada entre la tierra firme y el fondo del mar, está ahora especialmente amenazada(526).
Desde agosto de 2019 sabemos que, desde 1982, los episodios de calor extremo más superficiales han tenido una duración media de 2 semanas y han llegado a cubrir la mitad de la cuenca. Los de mayor profundidad duran más tiempo y son más intensos, aunque menos frecuentes que los superficiales, habiéndose detectado por ahora temperaturas récord en 2012, 2015 y 2017(527).
En el caso concreto del Mediterráneo se ha estimado que, en el peor de los casos, se producirá por lo menos un episodio cada año de hasta tres meses de duración cubriendo toda la cuenca, cuatro veces más intensa y 42 veces más severa que las que tienen lugar actualmente(528). Entre otros desastres esta situación, de mantenerse, provocará la completa desaparición de las algas marinas(529) y la de todos los bosques oceánicos, a saber manglares, marismas y praderas, y con ellos no solo su fauna asociada sino también su capacidad de absorción de CO2(530).
Yo no consigo imaginar esta situación sin que la vida en el Mediterráneo se haya extinguido completamente, por no tener ocasión ni de adaptarse ni de evolucionar en tan breve plazo.
Los bosques ocultos ¿no existen?
Mucha gente no es consciente de que los mares albergan una gran cantidad de vegetación, sobre todo en las zonas próximas a la costa. Los sistemas vegetales costeros están formados por manglares, marismas, praderas marinas y macroalgas. A pesar de suponer solo el 0,2% del total de la masa vegetal mundial esta vegetación contribuye al 2% de la producción vegetal global(531) y alberga el 50% del carbono marino en forma de sedimentos enterrados que se van acumulando localmente o exportándolo a la profundidades del océano(532). Es el denominado “carbono azul”, cuya desatención provoca la emisión de 1 GtC anual(533).
Este secuestro y acumulación de carbono en el subsuelo costero marino es mucho más eficiente y permanente que el que tiene lugar en los bosques de tierra firme, del orden de 50 veces mayor a igualdad de superficie(534). Esto es así principalmente porque en el mar no tienen lugar los incendios que, periódicamente, asolan muchos de los bosques terrestres, quemando también buena parte de lo acumulado en el subsuelo. No solo es más permanente sino también mucho más denso, lo que contribuye a la elevación del fondo marino en unos 2-4 mm al año. Llegan a formar riscos que pueden alcanzar varios kilómetros de altura donde se ha llegado a encontrar patrimonio cultural perteneciente a épocas glaciales, cuando el nivel del mar era muy inferior al actual(535).
También las macroalgas secuestran una cantidad importante de carbono. Estos vegetales marinos, que cubren una extensión superior a la de los demás ecosistemas costeros juntos (7 MKm2), habían sido ignorados en la literatura(536) al creerse que, al crecer principalmente sobre roca, su capacidad de secuestro de carbono sería mínima(537). Pero hace poco se ha visto que cerca de 2 Mkm2 crecen sobre fondos blandos, y su secuestro de carbono es muy similar al de todos los demás ecosistemas costeros. La diferencia en este caso es que el 90% del carbono que secuestran acaba siendo exportado al océano profundo, y solo el 10% es retenido en los sedimentos costeros(538). Con todo, recientemente se ha encontrado escasez de estas algas en ubicaciones tradicionalmente muy pobladas, aunque es prematuro todavía atribuir este fenómeno a causa concreta(539).
Mediterráneo: no queda ni la mitad
Estos bosques, al igual que los corales, pueden perecer debido a cambios de temperatura de rapidez excesiva. Ya lo están haciendo a velocidades del orden de hasta el 5% al año (!) hasta el punto de que en 2009 se había perdido ya el 35% de todas las praderas marinas del mundo(540), y se estima que hoy quedan ya menos del 50%(541). El Mediterráneo es una buena muestra de ello: ya se han visto perecer los bosques de posidonia debido a las olas de calor marinas(542): para 2050 se puede haber producido una pérdida del 75% de su hábitat y en 2100 haber llegado a su extinción completa como ecosistema funcional(543), si no antes(544). Démonos cuenta de que, en los últimos 250.000 años la mayor brusquedad térmica que se conoce en el Mediterráneo fue de 1,5-2 ºC por siglo. Ahora, estimaciones moderadas apuntan a que solo en el siglo XXI habrá aumentado +2,8 ºC(545), lo que resulta especialmente preocupante(546).
Ocurre que el papel de estos bosques ocultos en el secuestro orgánico de carbono ha sido tradicionalmente subestimado(547). No solo eso: para el IPCC es como si no existieran. Esto es de hecho una buena noticia y supone una excepción a la ley cuasi general de peor de lo esperado aquí defendida.
Los intercambios de carbono de estos bosques ocultos no han sido asumidos todavía por el IPCC, y están ausentes de la figura adjunta. No están incluidos ni bajo la denominación de biota marina, que se refiere exclusivamente al plancton. Estos bosques son pues también ocultos para el IPCC. Carlos Duarte, su principal estudioso, estima que hacen falta todavía algunos años para que estos flujos de carbono sean “santificados” por este organismo. Duarte lamenta que estos trabajos no hayan sido considerados ni tan solo por el informe dedicado monográficamente a los océanos (SROCC 2019). Duarte denuncia, en la línea de lo que aquí defendemos, que en el IPCC el peer review es empleado de forma selectiva a pesar de décadas de estudio del fenómeno. Añade que cuesta mucho modificar los valores numéricos de ese gráfico que por otra parte, y sospechosamente, suman todos ellos exactamente cero a pesar de las importantes incertidumbres no solo inevitables en las mediciones, sino especialmente en los resultados obtenidos mediante inferencias(548).
Claro que igual no existen porque ya los dan por desaparecidos. Jeremy Jackson, veterano oceanógrafo también del instituto oceanográfico Scripps, señala que la liquidación de la vida del suelo océanico, su transformación de selva acuática a mero barro o sucia basura, equivale a la destrucción de todos los bosques de la tierra emergida que la humanidad ha acometido en toda su historia, y que lo hemos hecho en solo 250 años(549).
No es solo el cambio climático: la pesca industrial y la contaminación, entendida esta también como el aporte excesivo de nutrientes al mar originado en los fertilizantes nitrogenados, contribuyen también a este omnicidio, posible neologismo colapsista apuntado por Manuel Casal en su libro La izquierda ante el colapso y retomado ahora en ocasión de los devastadores incendios de Australia(550) que me permito trasladar a la vida oceánica. Omnicidio, si, pero submarino en este caso, oculto: el impacto humano había liquidado ya en 2006 más del 90% de las especies costeras y de estuarios de todo el mundo, y destruido más del 65% de las praderas marinas(551).
Entonces, el gráfico del IPCC que sigue, de agosto 2019, ¿no es excesivamente moderado?

IPCC SROCC Fig. 5.16 Ecosistemas costeros
Notas
[1] También nos proporcionan medicinas, el 20% de las proteínas que ingerimos y nada menos que la mitad del oxígeno que respiramos.
[2] A este respecto, véase el importante y muy reciente libro de Carlos de Castro ‘Reencontrando a Gaia. A hombros de James Lovelock y Lynn Margulis’
[3] > 2σ promedio últimos 30 años
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