
Bjørn Lomborg en 2010
Bjørn Lomborg, un apuesto danés bien musculado de suéteres siempre ajustados, maestro como veremos del razonamiento inverso, ya americanizaba a principios de siglo tras una oscura estancia de tres años en el centro del imperio a finales del pasado siglo. En 2001 tituló su libro más popular, el que le catapultó a la fama climática, “The Skeptical Environmentalist”, así, con k y no con c como es lo propio en el inglés de Inglaterra usual en Europa. Ya iremos viendo que el rigor, lo que se dice rigor, no es demasiado lo suyo.
A Lomborg le detectaron nada menos que unos 500 errores en solo dos libros, muchos de ellos claramente intencionados. Tras haber sido declarado formalmente “científicamente deshonesto” por parte de un comité de apelación danés, Joseph J. Romm, quien fuera durante muchos años uno de los mejores y más activos blogueros sobre cambio climático – además de martillo de negacionistas diversos desde el Center for American Progress – sugirió a su primer patrocinador conocido, la revista The Economist, que pidiera a Lomborg la devolución del dinero[1], y dio entonces en calificarle de ecologista séptico[2]. Romm Advirtió que al mote septical no le falta letra alguna, sino que retrata perfectamente lo infecto del personaje y su capacidad de reproducción, bacteriana en este caso. Me he permitido tomar prestado de Joe este apelativo en el encabezado para caracterizar a este personaje.
Conviene así publicar hoy un retrato de Bjørn Lomborg, a quien considero el más peligroso y perverso de todos los negacionistas climáticos que en el mundo son y han sido. Brinda perfecta ocasión don Joaquín Leguina, militante del Partido Socialista Obrero Español y primer presidente de la Comunidad de Madrid. Don Joaquín, tras un reciente artículo mostrándose negacionista rama dura manchando a El Economista, deviene rápidamente, a nuestra sugerencia (Juan Carlos Barba y yo mismo) en negacionista más mainstream. Don Joaquín bascula hacia Lomborg cuando se le señala lo cutre y demodé de su posición anterior, creyendo encontrar ahí argumentos más digestibles y menos estiércol.
Sin embargo, Bjørn Lomborg es el ejemplo perfecto de cómo alguien joven, guaperas, inteligente, con mucha labia, estrategias de comunicación muy bien estudiadas y aplicadas, ejecutivo muy bien relacionado en el entorno business y con la veleta bien engrasada, puede llegar a lo más alto y forrarse increíblemente al tiempo que va confundiendo a un mundo entero deseoso de creerse lo que dice, como iremos viendo a lo largo de una breve sucesión de posts.
Lomborg encontró el producto perfecto, aquel que tanta gente demandaba, casi imploraba, sin ser muy consciente de ello: el cambio climático no es nada grave, el ecologismo lo magnifica irracionalmente y malévolamente para sus intereses (para Lomborg solo parecen existir estos). El cambio climático es cierto, su origen físico es, ciertamente, el CO2 originado en los combustibles fósiles como principal responsable. Pero no hay para tanto, no hay por qué preocuparse: los verdaderos problemas de la humanidad hay que buscarlos en otra parte. Es la forma de no parecer negacionista, aunque al final acabará consiguiendo los mismos fines que si lo fuera (bueno, de hecho lo es), con una efectividad incluso mayor. Y es que el negacionismo organizado no deja ningún frente por cubrir. No hay segmento de mercado desatendido.
Se tiene noticia de un tipo de mitades del siglo XIX, conocido por el mote de Parallax, carismático pico de oro que llegó a recorrer gran parte de Inglaterra retando a renombrados científicos a debatir con él frente al público en los teatros. Parallax defendía que la Tierra era plana. ¡Acababa ganando los debates! Tales eran sus habilidades retóricas que hizo de esa fantasmada su modo de vida durante más de 20 años. Lomborg es nuestro Parallax contemporáneo[3].
Es el mercado, amigos.
Este danés es doctor en ciencias políticas por la universidad danesa de Aarhus (y no economista o estadístico, como se suele afirmar tendenciosamente). Saltó a la fama en plena forma física y mental, a sus 36 años, tras la publicación de un infausto libro titulado “El ecologista escéptico: midiendo el estado real del mundo”. Este libro alcanzó gran notoriedad muy a principios de siglo y sigue siendo libro de cabecera de muchos empresarios por recomendación de las escuelas de negocios. En efecto, Lomborg procede de, y pertenecía a, la Copenhagen Business School. Desde su departamento de “Gestión, Política y Filosofía” daba clases de “política, conocimiento científico y el papel de los expertos”[4]. Se las sabía todas.
Dado que, como veremos, no ya la falta de rigor, sino también la falsedad flagrante de muchas de las afirmaciones de Lomborg es tan clamorosa, conviene examinar los motivos que han llevado a este impostor a alcanzar tan notable popularidad en distintos ámbitos. Singularmente entre economistas, empresarios y otros powers-that-be. Si no es posible encontrarlo en el fondo de su discurso fabricado habrá que buscar en la forma. Y sí, ahí sí, en las estrategias de comunicación y en el inaudito soporte mediático con que contó y sigue contando a pesar de todo, Lomborg brilla con luz propia y es sin ninguna duda el number one.
Las astucias comunicativas
El personaje
De entrada nos damos cuenta de que Lomborg se presenta como “ecologista”, si bien con adjetivo. Juntos producen una combinación omniabarcante: el nombre le asegura una parte de la audiencia, y el adjetivo el resto. Desde luego está bien elegido, teniendo además en cuenta que se hizo circular el bulo de que en su vida anterior había sido activista de Greenpeace. La supuesta condición de insider testimonio de cargo está también muy bien enfocada y le añade credibilidad aparente. Además se manifiesta, calculadamente, de centro-izquierda[5], aunque sus actos denoten un profundo sesgo ultraliberal de todo punto contrario a cualquier atisbo de socialdemocracia.
Lo cierto es que cuando uno examina las reflexiones de Lomborg desde el punto de vista económico se da cuenta de que aparentan tener buen aspecto. Y suenan bien, siempre que uno no sea especialista en ninguno de los campos por donde Lomborg se pasea o se sea economista de formación. Pero basta con serlo en solo una de esas disciplinas para darse cuenta de la intencionalidad malévola con que Lomborg discurre. Incluso un lector atento lo descubre a las pocas páginas, a poco que se ponga uno en modo sagaz. Pero muchos de sus lectores están íntimamente predispuestos a creerse todo lo que le cuentan con el fin, por ejemplo, de reducir cierta disonancia cognitiva generadora de ansiedad culpable. Y él lo sabe y lo explota.
Hacer números
“Hacer números” es, precisamente, algo que siempre suena bien. Todo aquello que está basado en números adquiere una aureola de objetividad en la medida de que todos podemos entendernos con el mismo lenguaje. Quien quiera convencer de algo tendrá mucha mayor credibilidad si acompaña sus aseveraciones con números (mejor con algún gráfico que los refleje) que, más allá de su adecuación, relevancia o precisión, transmiten un aire de racionalidad. Y desde luego el costado racional del problema climático a todo el mundo debe interesarle, ya que, es de creer, sería inadecuado tomar decisiones importantes si están contaminadas por emociones fuertes. Lomborg tenía aquí una pista libre que supo aprovechar magistralmente.
Cuando esos números son unidades monetarias tienen además la ventaja, para quien quiere defender un argumento, de que a todo el mundo le aprieta el bolsillo o la cuenta de explotación, y se preocupa por lo que cuestan las cosas. También tienen la ventaja de que la simplificación que introduce la exclusiva unidad monetaria permite dar muy pocas explicaciones. Por ejemplo éticas que, se asegura, presentarían un resultado poco racional, como contaminado.
Nuestro personaje sabe que hay actitudes y mensajes que coinciden con lo que determinados colectivos quieren oír y escuchar, circunstancia que produce entre emisor y receptor una sintonía de emociones con apariencia de razones. Pero esto no basta a un emisor negacionista preocupado por la vaselina. Por tanto, no deja de prescindir de la modulación de la señal para una mayor eficacia en la penetración.
Es necesario por tanto contar con asesores de comunicación sin demasiados escrúpulos, tampoco orales, pero conocedores de las teclas racionales y emocionales que hay que hacer sonar para que el mensaje cuele. Siquiera durante un cierto tiempo, el suficiente para rentabilizar la inversión.
Asesores PR de eficacia comprobada
Graham Readfearn del prestigioso Desmogblog observó que, tan pronto el think-tank de nombre Copenhagen Consensus Center que había montado Lomborg en Dinamarca desembarcó en Washington en 2008, sus ingresos ascendieron a 4 millones de dólares en becas y donaciones, y el gasto en PR[1] documentado en la persona del veterano spin doctor James Harff fue de por lo menos un millón de dólares entre 2008 y 2011. James Harff ya facturaba 5.000 dólares al mes por sus inestimables spin-consejos en 2006, cuando todavía le pagaban desde Europa[6].
Harff no es cualquier spin doctor. Harff no solo había sido un eficiente manipulador informativo en las guerras de los balcanes de los años 90 en tanto que presidente de la firma Ruder & Finn, sino también un experto pionero en negacionismo climático. Pues Ruder & Finn no es cualquier spin-organización, sino la empresa de PR que gestionó durante muchos años la Global Climate Coalition, una organización astroturf promovida por la industria fósil y automovilística de la misma década que intervino decisivamente, y exitosamente, en todas las convenciones climáticas (COPs) durante más de 10 años. El geólogo insider Jeremy Leggett en su The Carbon War mostró, tan pronto como 1999, como la Global Climate Coalition consiguió frustrar, desde sus inicios, cualquier acuerdo internacional significativo, al tiempo que definía los términos del debate[7].
Pero la Global Climate Coalition fue mucho más que eso: era un nido de extremistas de derecha, fundamentalistas cristianos à la USA, John Birchers, Lyndon LaRouchites, etc., los conspiranoicos del “Nuevo orden mundial”[8], etc. Pocas conspiraciones hay más creíbles y bien documentadas como la del negacionismo climático organizado como para no creer en que haberlas, haylas. Lo más rancio que la imaginación alcance queda superado por la realidad de la infausta GCC.
Con todo, en estos ambientes hay que tomar precauciones por si alguien quisiera un día levantarle la camisa a uno. Es prudente no emplear una única agencia de PR; mejor si son dos. La firma 42West ingresó más de 800.000 dólares en 2009 y 2010, aparentemente para promocionar su libro “En frío” y la película subsiguiente[9], que por cierto fue un auténtico fracaso[10].
El target
La cuestión es que se decidió que el mensaje de Lomborg fuera dirigido, en primera instancia, a economistas (los neoclásicos, claro). Eran estos, y también presidentes y directores generales diversos, quienes andaban a la búsqueda de soporte intelectual que justificara su actividad empresarial desconsiderada con el clima. La necesitaban, tanto de cara a reforzar su bien conocida capacidad de influencia en los medios de comunicación y en los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, como para sí mismos, personalmente y corporativamente. Lomborg y sus patronos saben que esta profesión es la que más influye en la acción política y, por si tenían algunas dudas, querían ponerles de su parte hablándoles en su mismo lenguaje y empleando sus mismas herramientas: dinero y coste-beneficio. Aunque para ello tuvieran que retorcerlas extrayéndolas de su ámbito natural de aplicación – siempre disimuladamente, como más adelante veremos.
Como el público objetivo deseado por el personaje suele tener muy poco tiempo para leer (salvo los libros de autoayuda del puente aéreo y ahora el AVE), lo que hace Lomborg es introducirse por la vía oral. Conferencias en clubes de alto standing, formales o no, donde se reúnen los buscadores de argumentos para justificar decisiones muchas veces tomadas de antemano fueron los dominios buscados – y encontrados – por Lomborg. Fue recibido como un héroe, un Galileo que tenía la valentía de enfrentarse a la Iglesia ecologista[11].
Su sepsis iba siendo diseminada a lo largo y ancho de toda la élite económica y política. Lomborg tampoco olvidaba preparar el futuro aplicando un tratamiento doctrinario similar a los inocentes escolares daneses, a quienes embrutecía con sus falacias bien condimentadas[12] contando con el beneplácito del gobierno danés del momento, neoliberal por supuesto. Así, cada dos años, la Copenhagen International School organiza la International Youth Conference, un atractivo encuentro de chavales daneses y suecos donde se inocula neoliberalismo y escepticismo climático en vena para el probable caso de que hubieran sido educados con excesivos rigores escandinavos de solidaridad social y respeto a la naturaleza[13]. Guerra cultural total, full swing, a generaciones vista, como son todas las que triunfan.
La estrategia lomborgiana de persuasión
Truco 1: “Letanías” frente a cabezas frías
El centro de la argumentación de Lomborg en su obra El Ecologista Escéptico consiste en asegurar que la mayoría de las afirmaciones relacionadas con la ecología y el medio ambiente no han sido probadas (al parecer todo lo demás, sobre todo si procede de las ciencias económicas, es cierto de toda certeza), y que el debate sobre el medio ambiente está basado más en mitos que en datos[2].
También sostiene que las incertidumbres son demasiado elevadas en muchos terrenos como para justificar acción alguna (cuando lo razonable sería proponer la consideración de las posibilidades de lo contrario, por si acaso). Paralelamente dibuja a sus oponentes con un tono de sospecha permanente sugiriendo sesgo y mala fe, no solo por la vía de las insinuaciones permanentes sino, especialmente, en el small talk, aquellos adjetivos y adverbios ubicados estratégicamente para que, sin que se note el cuidado, se consiga el efecto. El biólogo Kåre Fog, látigo de Lomborg a quien ha levantado todas las vergüenzas desde el principio, tiene un post entero analizando el personaje desde el punto de vista de la retórica y la estructura discursiva.
El debate, tal como Lomborg lo plantea, consiste en distinguir entre “alarmistas” y “gente equilibrada” (balanced people). Los alarmistas emiten “letanías”, y la gente equilibrada, la de la cabeza fría, se expresa, está claro, “con equilibrio” entre distintas situaciones, ponderando costes y beneficios. Siempre, y solo, económicos. Definidos los actores y el método de esta guisa de apariencia racional y equilibrada, la contraposición entre estos paradigmas discursivos opuestos resulta ser uno de los temas centrales del argumentario lomborgiano en todas sus obras.
Truco 2: los “ecologistas” no se basan en datos, sino en mitos
Alrededor de la mitad de los capítulos del “ecologista escéptico” tienen la siguiente estructura. Al principio se muestran las afirmaciones de los “alarmistas” sean estas veraces, sacadas de contexto, reinterpretadas libremente o directamente inventadas. Se pretende así demostrar su irracionalidad y, por extensión, la de sus portadores. Una vez afirmada la exageración, Lomborg, el balanceado, nos dice como son realmente las cosas, interpretando a su manera – mediando siempre algún tipo de falacia de difícil detección por el lector ávido – ciertas estadísticas oficiales y ciertos hechos factuales. De esta forma el lector es conducido una y otra vez a interpelarse a sí mismo sobre lo inadecuado de prestar atención al mensaje ecologista (y, por extensión, al de la comunidad científica sobre el que descansa) porque, concluye uno finalmente y Lomborg se lo refuerza por si no se había dado cuenta, esas aseveraciones no están basadas en hechos, sino en emociones[14].
La estrategia está bien pensada, porque a partir de entonces pudo ir tildando de alarmista a todo aquél que criticaba sus errores, con la tendencia ya insuflada en el oyente de que no debe prestar atención a esa gente exagerada con sus letanías. De alarmista y de imbécil, como sugiere constantemente entre líneas e incluso en los propios titulares. Solo un botón: Smarter thinking on climate change, diseminó en 2010 a través de Project Syndicate[15], texto que fue reproducido por los grandes medios de todo el mundo.
De la misma forma, en su película ‘Cool it!” de 2007 habla mucho de energías renovables, lo que entra bien por los ojos y parece otorgar un papel a las tecnología alternativas de generación de energía. Pero, cuando ya tiene al espectador de su parte, al final acaba hablando mal de ellas en su estado actual: lo único que hay que hacer es investigar más. Desde luego en el film aparecen negacionistas bien conocidos, los cutres tipo Richard Lindzen, decididamente desacreditado por la comunidad científica y bien conocido en este blog desde sus mismos inicios por sus trampas con las referencias, táctica que emplea generosamente.
La desinformación paralela
El panorama no estaría completo sin distintos elementos de contexto, un conjunto de adornos fabricados y convenientemente aliñados para una mayor efectividad del discurso central. Sabemos que no es estrictamente necesario que sean ciertos (fake news les llaman ahora), pues basta con que lo parezca y que sean efectivos para la causa.
Por ejemplo, se hizo correr la especie de que Lomborg había militado en Greenpeace. Falso. Que no le fue permitido responder a las críticas que se le hicieron desde Scientific American. Falso. Que sus acusadores enviaron centenares de páginas a la comisión sobre honestidad científica y que no le fue permitido responder. Falso. Que Lomborg fue liberado de todos los cargos por parte del ministro de investigación. Falso. Que la Agencia Medioambiental Europea (EEA) invitó a Lomborg a participar activamente en la priorización de sus proyectos. Falso. Que Naciones Unidas quería contratar a Lomborg para su programa PNUMA. Falso[16].
La cámara de resonancia lomborgiana
Su primer libro ya había sido objeto de fuerte controversia en Dinamarca cuando fue publicado en 1998 en su lengua vernácula sin revisión alguna, pero el escándalo se generalizó cuando fue publicado en inglés, en 2001[3], tras su presumible paso por distintos think-tanks[4] de los Estados Unidos[17], y quién sabe si por otras sedes menos recomendables todavía.
El entusiasmo de la prensa económica con la obra de Lomborg fue de auténtico idilio, como mostraron en su momento las reseñas del infausto libro escéptico en Daily Telegraph (“el mejor libro sobre medio ambiente jamás escrito”)[18] o Washington Post (“el mejor trabajo sobre medio ambiente desde su opuesto, Rachel Carson en 1962, un logro magnífico”)[19], por ejemplo. The Economist, su promotor (aunque acabó eyectándolo muchos años después), afirmó:
“Es uno de los libros sobre política más valiosos – no sólo de política ambiental – de la última década, escrito para lectores inteligentes … ‘El Ecologista Escéptico’ es un triunfo.”[20]
¿Triunfo? ¿Para quién? Para la economía política de Economist, desde luego.
Contraprogramación
Nótese además como todo está pensado. Los dos libros más promocionados de Lomborg aparecieron en 2001 y el 2007, justo en los años en que se publicaban sendos informes del IPCC, 3º y 4º respectivamente.
Desde por lo menos 2007 Lomborg escribe regularmente, alrededor de seis veces al año, para Project Syndicate, una plataforma mediática que reúne grandes firmas del establishment con apariencia de pluralidad de opiniones (desde Nouriel Roubini hasta Robert J. Schiller, desde Esther Dyson hasta Javier Solana y Kenneth Rogoff, desde George Soros hasta Yanis Varoufakis, desde Jeffrey Sachs y Joseph E. Stiglitz hasta Bjørn Lomborg). Los artículos de Project Syndicate alcanzan una difusión muy notable, pues son muy apreciados por los grandes medios internacionales, como El País, dado que raramente cuestionan el status quo. Lomborg afirmaba en 2014 que sus artículos habían sido traducidos a 19 idiomas y publicados en 30 periódicos de gran tirada, alcanzando a unos 30 millones de personas[21]. No mucho más de lo que este humilde blog podría alcanzar tras unas cuantas vidas de su autor.
Así pues, el triunfo de Lomborg solo se explica por la complicidad original de todos los medios de comunicación económicos sin excepción, y también por la de la mayoría de los generalistas. Tras unos años en los Estados Unidos, que siempre ha mantenido en la opacidad, Lomborg volvió transformado y dispuesto a escribir en todos los periódicos y revistas que se lo permitieran. Él gestionó personalmente todas esas complicidades[22] pero sin duda se las encontró ya teleengrasadas por la maquinaria de negación desde su centro, neurálgico aunque disperso, en los Estados Unidos.
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[Actualización 17:36] Ver también: A vueltas con el negacionismo climático de Joaquín Leguina
Notas
[1] Public Relations en la terminologia angolosajona. A saber: agencias de persuasión, de comunicación etc.
[2] Por cierto, las afirmaciones no son de “los ecologistas”, sino de académicos del más alto prestigio y prestancia. Si acaso, está ocurriendo ahora todo lo contrario. Hoy muchas organizaciones “ecologistas”, conquistadas en los 90 por el status quo, se quedan cortas o muy cortas en sus posicionamientos posibilistas. Y ni tan solo es preciso haber sido cooptado, porque nadie está a salvo del impulso de no quererse creer según qué aseveraciones.
[3] Cabe preguntarse por qué tardó tanto en ser publicada la traducción
[4] Centros de estudios para la persuasión
Magnífico artículo, como de costumbre, Ferran.
A este pájaro se le ve revolotear últimamente con frecuencia por numerosas publicaciones españolas, y no todas de derechas.
Gracias por desenmascararlo.
Un abrazo
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Esta serie promete. Espero con ganas la siguiente entrega (trampas científicas).
Gracias por poner el foco Ferrán, yo aún no conocía a este individuo a pesar de su gran influencia y me has dejado un poco en ascuas. No he podido esperar a tu siguiente post, e indagando un poco, he encontrado este artículo de John Bellamy Foster sobre «la inherente incapacidad de la economía ortodoxa o neoclásica para tomar en cuenta los costos ecológicos y sociales»:
https://rebelion.org/capitalismo-en-el-pais-de-las-maravillas/
Aquí explica que Lomborg tomó la antorcha del economista Julian Simon con tesis como «los problemas ambientales pueden ser solucionados por el capitalismo» o «tratar de prevenir el cambio climático (encadenando al mercado) podría ser mas costoso y dañino que dejar que ocurra».
También dice que «The Economist» proclamó que «The Skeptical Environmentalist» disiparía la idea de que el capitalismo es autodestructivo.
Sólo con esto ya nos hacemos una idea de cuáles son los intereses del «tronista» este.
Lomborg se acogió a las tesis del Economista William Nordhaus oponiéndose a cualquier reducción drástica de GEIs y argumentando, en cambio, a favor de un lento proceso de reducción de emisiones. Así, daba por sentado, por supuesto, que ni el peak oil ni el declive de la producción del resto de combustibles fósiles supondrían ningún impedimento a su programa de reducción lenta porque, sencillamente, ignoraba la existencia de estos límites, o, quizás, pensó que la innovación tecnológica y la inversión, debidamente motivadas y orientadas, impedirían que se dieran los bruscos declives que se vaticinan.
Son espeluznantes las «perlas» que proclaman algunos de sus correligionarios economistas y citadas en el artículo:
«los valores ecológicos pueden encontrar su espacio natural en el mercado, como cualquier otra demanda de consumo» (Milton Friedman)
«como los efectos del cambio climático van a recaer desproporcionadamente en las naciones mas pobres del Sur, es discutible cuántos recursos deben asignar las naciones ricas del Norte a la mitigación de la tendencia climática» (Thomas Schelling)
«La medida de los costos de la contaminación que daña la salud depende de la pérdida de los ingresos ocasionados por el incremento de la morbilidad y mortalidad. Desde este punto de vista, una determinada cantidad de contaminación que afecta la salud debe hacerse en el país con los costos más bajos, que será el país con los menores salarios» (Lawrence Summers)
«Si suponemos una alta tasa de crecimiento económico en el futuro indefinido, nos inclinaremos a evitar invertir en la resolución de los problemas ahora, porque suponemos que las generaciones futuras van a ser más ricas que lo que somos hoy y eso les podría permitir abordar mejor estos problemas, aún si los problemas se tornaran sustancialmente peores» (William Nordhaus)
Salut
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Un personaje increíble. Solo el título de científico deshonesto es para no volver a hacer una aparición en público; sin embargo, él sigue acumulando falsedades que difunde a diestro y siniestro. Y es que detrás de él se esconden intereses muy potentes.
Una información interesante y oportuna. Enhorabuena por la entrada.
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