
Efectos de los bosques en la disponibilidad de agua y en el clima, a distintas escalas. Fuente: ref 301
El tan esperado pico de emisiones resulta pues esquivo, huidizo. Y es que, en las condiciones sociales actuales, solo una recesión global permanente permitiría reducir significativamente las emisiones de origen energético. Esta situación es peor de lo que se esperaba, por lo menos la que esperaban todavía quienes confiaban en el desacoplo entre emisiones mundiales y PIB global, en un alarde de pensamiento mágico contrario a la termodinámica. Hipótesis refutada ya por todas partes, como muestra un reciente informe de la Unión Europea que examina 300 trabajos al respecto (274).
En cualquier caso, y en consonancia con la concentración atmosférica, las emisiones globales de CO2 tampoco son peores de lo esperado, pero si están en la zona superior de los escenarios contemplados por el IPCC, el denominado el RCP8.5. De hecho, en función del desequilibrio energético actual, de 6,8 W/m2 estaríamos hoy en un escenario RCP6.8, si este existiera como tal (275) – confirmando que el superior RCP8.5 no puede ser considerado el business as usual(276). Recordemos que, de los cuatro escenarios contemplados por el IPCC, los dos superiores son RCP6.0 y RCP8.5 y que los números informan del forzamiento radiativo en W/m2.
Pero esta situación podría cambiar si atendemos a algunos parámetros que sí están siendo subestimados. Por ejemplo, las emisiones de CO2 procedentes del tráfico aéreo están creciendo a un ritmo un 70% superior al previsto (277); entre las demás fuentes de CO2 subestimadas se encuentran los suelos tropicales afectados por la deforestación y el aumento de las prácticas agrícolas, cuyo CO2 es vehiculado por las corrientes de agua (278). También una cantidad sorprendente de CO2, antes inimaginada, resulta ser expelida por los flujos turbulentos de agua procedentes de las montañas: ríos, torrentes, arroyos, cascadas, etc. (279)
Todo ello si es peor de lo que hasta ahora se tenía por cierto.
La deforestación, mayor que la esperada
La deforestación consiste en cosechar o incendiar bosques o selvas con el fin de alterar la función de ese suelo. Este es un aspecto muy sensible, porque estamos hablando de destrozar vida masivamente, matando a todos los seres vivos que habitan ecosistemas, zonas boscosas o selváticas con el objeto de convertir ese suelo a monocultivos, por ejemplo de soja o de palma, o a pastizales para nuevo ganado a explotar. Todo ello se lleva por delante toda la vegetación, que acaba descomponiéndose emitiendo CO2 en el proceso, y también buena parte de las especies animales ahí residentes, llevando a muchas de ellas a la extinción. La urbanización es otro de los motivos de la deforestación, pero de importancia mucho menor con respecto a los demás cambios de uso apuntados.
Las emisiones debidas a la deforestación se engloban usualmente bajo el acrónimo LULCC (Land Use and Land Use Change). De hecho ambas expresiones son sucedáneos eufemísticos de la destrucción de ecosistemas y hábitats naturales, análogamente a cuando se habla de reducción de biodiversidad para no mencionar la palabra extinción. Sí, el ataque letal a la biosfera perpetrado por la humanidad está resultando letal para una gran cantidad de especies biológicas, como veremos en el apartado sobre extinción de especies, que se revelará también mucho peor que lo esperado.
La creciente concentración de CO2 en la atmósfera que se inició con la revolución industrial no fue, como se suele creer, principalmente por la quema de carbón, sino por deforestación acelerada. Las emisiones procedentes de los combustibles fósiles solo superaron a las de la deforestación alrededor de 1950. Aunque actualmente las emisiones por deforestación suponen solo un 10% del total antropogénico (280), en términos históricos la relación es de 30%/70% (281).
Los valores cuantitativos relativos a estos orígenes son, comprensiblemente, menos precisos que los correspondientes a las emisiones de origen energético, la incertidumbre oscila alrededor de ± 50% y distintas fuentes presentan valores distintos según incluyan o no la agricultura en el cómputo. Según el informe del IPCC sobre los suelos de agosto de 2019, entre 2000 y 2010 el ritmo medio global de deforestación fue de unos 130.000 km2 anuales (282) correspondientes a unas emisiones netas de 5.2 ± 2.6 Gt de CO2 (2007-2016) (283), lo que supuso alrededor de un 10% del total de emisiones de este gas. Además la deforestación, junto a la agricultura (AFOLU[1] en la terminología IPCC) emite el 44% de todo el metano y el 82% de todo el óxido de nitrógeno (N2O) de origen antrópico (284). En cómputo histórico, las emisiones por deforestación suponen alrededor del 30%.
Pero se está viendo que la realidad va superando claramente las previsiones.
Los escenarios del IPCC más exigentes cuentan con una fuerte reducción (80%) de la deforestación a lo largo de la primera parte de este siglo(285). Sin embargo, estas emisiones, que según el Global Carbon Project fueron de 0,9 GtC/año en el promedio 2005-2014, habían pasado a ser de 1,5 GtC en 2018.
Y es que las emisiones por deforestación están siendo sistemáticamente peores de lo esperado. Por ejemplo, ya se había visto que América del Norte, que era considerado un sumidero neto, lo era mucho menos si se tomaban en consideración las emisiones de metano y N2O y no solo el CO2 (286). En Europa la absorción de los ecosistemas compensaba las emisiones de metano de la ganadería y las de N2O de la agricultura, resultando en una situación cercana a la neutralidad(287). Pero esto era así alrededor de 2009. Desde entonces, los sumideros se han ido saturando(288) y Europa se habrá convertido ya, presumiblemente, en emisora neta. Sin necesidad de acudir a otros gases, mediciones por satélite han comprobado que la zona tropical africana es ya también emisora neta de CO2, y que entre 2015 y 2016 las emisiones aumentaron en un 60%(289).
Además se acaba de ver que los EE.UU las emisiones de este origen son muy superiores a lo que hasta ahora se creía(290), y convierten a ese país en un emisor neto (292). Esto resulta ser así también a nivel global: la biosfera terrestre es hoy ya emisora neta de gases de efecto invernadero a la atmósfera (292).
Las emisiones por deforestación han sido también subestimadas en las proyecciones de futuro en el sentido de que no se ha contabilizado la “deuda de emisiones”. Así, si la desforestación se hubiera detenido bruscamente en 2010 en todo el mundo, el tiempo necesario para la descomposición haría que se siguieran emitiendo como mínimo 8.6 GtC durante cerca de una década adicional. Ello sería equivalente a 5-10 años de deforestación mundial, cosa con la que los modelos no contaban. Las consecuencias en términos de extinción de las especies desalojadas tendrían un comportamiento similar (293).
Se ha visto además que, aun cuando en 2015 hubieran cesado todas las emisiones de origen energético, de proseguir la deforestación solo al ritmo estimado por el IPCC se alcanzarían en cualquier caso los +1,5 ºC. Esto lleva a los autores a afirmar que la influencia de la deforestación es peor de la estimada hasta ahora (294).
Por cierto que la contribución histórica de la deforestación está siendo probablemente subestimada (295). Y es que la cantidad de N2O que la agricultura lanza a la atmósfera había sido también subestimada – corrigiéndose el IPCC a sí mismo – y es mayor de lo que hasta ahora se creía (296).
Las emisiones de CO2 también podrían seguir siendo subestimadas en la actualidad, pues por lo menos durante esta década, y por lo menos en el Amazonas, se ha estado deforestando en lugares que evitaban el control gubernamental, Mediciones por satélite han estimado en unos 9.000 km2 la deforestación ilegal entre 2008 y 2012 (297). El control de la deforestación del Amazonas ha sido pues peor de lo esperado.
Un campo de fútbol cada tres minutos
En 2015 culminaron distintos esfuerzos diplomáticos internacionales acera de la deforestación, que condujeron a la denominada Declaración de Nueva York. En ella gobiernos, empresas y sociedad civil se comprometieron a reducir a la mitad la deforestación en 2020, para haberla liquidado completamente en 2030. Pero lejos de estancarse o de disminuir, como prevén también los escenarios del IPCC, ha seguido aumentando: 2016 y 2017 señalaron récords en la pérdida de superficie arbórea de los bosques tropicales desde que se efectúan registros. Se está deforestando a razón de cuarenta campos de fútbol cada tres minutos, todo el año (298).
En realidad la deforestación se acelerando, pues en 2018 se liquidó una superficie forestal equivalente a toda Gran Bretaña (299).
Finalmente, démonos cuenta de que cuando se estiman las emisiones por deforestación, además de no contar con la inercia señalada tampoco se cuenta la cantidad de CO2 que esa biosfera eliminada habría absorbido de mantenerse ahí: el coste de oportunidad de los sumideros no suele contemplarse.
De modo que la realidad de las emisiones por deforestación es mucho peor de lo esperado. Pero hoy podemos terminar con alguna buena noticia: fuera de los trópicos, el crecimiento espontáneo de la vegetación, estimulado por el CO2 en exceso, ha compensado en cierta medida la deforestación. Así, la superficie arbórea total aumentó en un 7,1% entre 1986 y 2016 (300). Pero cuidado: solo la superficie, no necesariamente la masa total.
Notas
[1] Agriculture, Forestry and Land Use: Agricultura, silvicultura y uso de la tierra