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Divulgación científica y comunicación sobre cambio climático y escasez energética: una visión multidisciplinar

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¿Reducir emisiones para combatir el cambio climático? Depende. 3: El cielo no es lo que era

19/03/2012 por Ferran Puig Vilar

El texto que sigue corresponde a un artículo escrito por amable invitación de la revista Mientras Tanto, que he dividido en cinco entregas y añadido algunas ilustraciones. Recomiendo además la lectura de los demás artículos del ejemplar, dedicado a ‘Los límites del crecimiento: Crisis Energética y Cambio Climático’, a cargo de Antonio Turiel, Roberto Bermejo, Hermann Scheer y Richard Heinberg. Acceso a capítulos anteriores – [Actualización 26/03: Ver texto completo en una sola página]

El pacto de Fauto. Los humanos han gozado de los frutos de la revolución industrial y han evitado al mismo tiempo un gran coste en cambio climático mediante el efecto enfriador de los aerosoles del carbón. El pago se produce cuando la humanidad se da cuenta de que resulta intolerable el crecimiento exponencial de la contaminación atmosférica que sería necesario para una contínua mitigación del calentamiento debido a los gases de efecto invernadero

Uno de los malentendidos más flagrantes del problema climático se refiere a la creencia de que la reducción del empleo de combustibles fósiles, y en particular la reducción o eliminación de las centrales térmicas generadoras de energía eléctrica a base de carbón, supondría una disminución de la temperatura media de la Tierra y contribuiría, así, a mitigar la crisis climática.

Ciertamente, la clausura de las centrales térmicas de carbón y gas natural supondría una reducción muy sustancial de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Sin embargo, la mayoría de centrales térmicas emiten otros gases, resultado de las impurezas del carbón y de la combustión incompleta. Entre éstos se encuentran, de forma destacada, los compuestos de azufre. Éstos, al combinarse con el vapor de agua, forman el ácido sulfúrico de la conocida lluvia ácida, y generan micropartículas sólidas (aerosoles).

Este tipo de aerosoles tiene una propiedad singular en relación a los demás gases y partículas con los que contaminamos la atmósfera reguladora del clima. No sólo no añaden efecto invernadero sino que, por el contrario, reflejan parte de la luz del sol hacia el espacio. Así, la irradiación solar promedio que hoy alcanza la superficie de la Tierra es significativamente inferior a la que recibiríamos de no  existir estas centrales de carbón. Es lo que se conoce como el efecto de ‘oscurecimiento global’ que, en algunas zonas de la Tierra (EE.UU.) ha llegado a suponer una disminución del 10% en la radiación solar (22), si bien este efecto ha sido mitigado en las dos últimas décadas pero, en cambio, se prevé que pueda volver a aumentar a corto plazo (23). De no existir este efecto de apantallamiento se estima que  la temperatura media de la Tierra sería, ya hoy, sensiblemente superior a la actual, con consecuencias dramáticas.


El hecho de que el azufre causante de la lluvia ácida y distintos problemas de salud sea a su vez un protector térmico constituye una de las ironías del sistema climático, una especie de pacto de Fausto. Si bien la temperatura ha ido creciendo desde los inicios de la revolución industrial, en los 30 años posteriores a la segunda guerra mundial el crecimiento térmico se detuvo, para reiniciarse a finales de los 70 con nuevos bríos. El motivo no fue otro que inicio del crecimiento económico exponencial, que requirió del despliegue generalizado de miles de plantas térmicas de generación de energía a base de carbón. Éstas, que iban aumentaron la concentración de CO2 en la atmósfera, producían a su vez grandes cantidades de aerosoles de azufre, hasta el punto de compensar el forzamiento de los GEI, que actúan con menor inmediatez. En los años 70,  como resultado de la alarma ciudadana respecto a la lluvia ácida, muchos países establecieron una normativa por la cual las empresas eléctricas se vieron obligadas a filtrar el azufre. Esto produjo una reducción sensible del efecto de apantallamiento y, como resultado, la temperatura reinició su aumento.

En los Estados Unidos la normativa se aplicó únicamente a las centrales nuevas, con lo que todavía muchas centrales siguen emitiendo azufre y apantallando el planeta, si bien su efecto de compensación ya no alcanza a neutralizar el efecto del CO2. Pero en la mayoría de los países del mundo, y desde luego los de industrialización reciente, esta normativa es, todavía hoy, inexistente, o bien no se aplica.

La importancia de este fenómeno reside en el hecho de que el carbón debería ser el primero de la lista a la hora de reducir el consumo de combustibles fósiles. Esto es así debido a que, por unidad de energía producida, la cantidad de emisiones de CO2 generadas por la combustión de carbón es casi el doble del caso en que esa misma cantidad de energía se obtiene a partir de la combustión del metano (gas natural)[8]. En este sentido es importante saber que, si bien el CO2 se mantiene en la atmósfera de forma virtualmente indefinida ejerciendo su efecto invernadero, la vida media de estos aerosoles troposféricos es de sólo unos pocos días, pasados los cuales han decaído a la superficie. Si su concentración atmosférica sigue aumentando es solo debido a la producción continuada y creciente de electricidad, principalmente  en las centrales de carbón sin protección. Ocurre entonces que, de clausurarse éstas (o incorporar protección), la temperatura, en lugar de disminuir como podría suponerse, en realidad aumentaría a medida que fuera desapareciendo el efecto de apantallamiento.

Ciclistas a 100 km de Pekín (Getty Images)

Cuál fuera a ser el incremento de temperatura resultante sin la presencia de estos aerosoles reflectantes es algo sobre lo que la comunidad científica no ha dicho todavía la última palabra. El campo específico de los aerosoles, dada su amplia variedad, su distinta intensidad y signo de forzamiento, la dificultad de aislarlos para ser analizados separadamente, su mezcla con el polvo atmosférico de origen natural y su intervención necesaria en la formación de la nubosidad, resulta ser, en el marco del conjunto de la ciencia del clima, el que mayores márgenes de incertidumbre atesora todavía. En todo caso está claro que todos los aerosoles, salvo los de azufre y algunos nitratos en menor medida, añaden efecto invernadero. En particular la carbonilla orgánica o mineral, cuyo origen se encuentra en la actividad de cocción con leña en los países más tradicionales, como la India, en los incendios forestales, espontáneos o producto de la deforestación voluntaria, y en los motores diesel.

Con todo, en los distintos trabajos de investigación a este efecto de apantallamiento se le responsabiliza de ocultar entre 0,9 ºC y 3,0 ºC (refs. 24 y 25 respectivamente). Además, la curva de probabilidades no es simétrica, sino que está decantada hacia los valores superiores (26). La única forma de reducir este margen de incertidumbre consiste en efectuar mediciones por satélite, pero los que están actualmente en servicio no están preparados para la misión y los dos últimos satélites de observación climática, el Orbiting Carbon Observatory y el Glory, dedicado  este último al análisis de los aerosoles de forma específica, por algún motivo no llegaron a alcanzar la órbita prevista y yacen ahora en el fondo del mar.

¿Significa esto que el problema no tiene solución? Todavía no, pero lo complica extraordinariamente. Una forma de compensar el enfriamiento producido por los aerosoles al ir reduciendo la combustión de carbón sería reducir todavía más el nivel de CO2 pero, si en 2050 las emisiones de este gas  deben ser, como máximo, un 10% de las actuales, y bajando, no nos queda margen. La única alternativa es la reducción de los demás gases de efecto invernadero distintos al CO2, así como del otro tipo de aerosoles, que añaden efecto invernadero.

Se da la circunstancia de que el efecto de calentamiento del conjunto de todos esos otros gases resulta ser comparable al efecto de enfriamiento estimado de los aerosoles (27). De modo que si, a medida que se van clausurando las centrales de carbón para reducir el CO2, consiguiéramos una reducción paralela de las emisiones de todo lo demás, ambas acciones podrían compensarse, siquiera parcialmente. Nos damos cuenta de que este requerimiento necesario añade nuevos grados de dificultad a la tarea ya hercúlea de reducir las emisiones de CO2 al nivel requerido, constriñendo adicionalmente el espacio de salidas a la crisis climática. Además, las interacciones entre esos gases complican más el panorama pues si, por ejemplo, se produjera una reducción de emisiones de óxidos de nitrógeno, aumentaría el calentamiento provocado por el metano y el ozono, con los que el nitrógeno reacciona, resultando así parcialmente neutralizado el efecto de reducción de esos otros GEI (28).

Eficacia de los comportamientos personales

Un malentendido similar, ampliamente generalizado, se refiere a los comportamientos personales. Creemos que por reducir nuestro consumo energético contribuimos a evitar nuestra parte del calentamiento global. Esto es así pero, en las circunstancias actuales de mercado libre de los combustibles fósiles, la disminución del consumo supone una reducción del precio de estos materiales. Esta reducción permitirá el acceso a este tipo de energía a quienes hasta entonces no tenían acceso al mismo, con lo que las emisiones que yo no realice serán emitidas por otros. Así es la globalización.

No estoy diciendo que no se deba reducir el consumo de energía. Hay muchos motivos para hacerlo, entre los que la equidad y el comportamiento ejemplar ocupan lugares preferentes. Pero, a diferencia de la creencia general, estas acciones no tiene impacto alguno en la cuestión climática mientras el precio de los combustibles fósiles dependa de la demanda y el esfuerzo no sea generalizado en (casi) todo el mundo. Si usted desea comportarse de forma climáticamente responsable, hágase vegetariano. Una vida vegana durante 70 años evita la emisión de 100 toneladas de CO2 equivalente (29).

A este respecto, una posibilidad interesante que parece abrirse paso es la de establecer un impuesto creciente al carbono, hasta llegar a unos 100-150 €/tonelada de CO2. La totalidad de la recaudación obtenida en cada país podría ser repartida de forma equitativa entre la población lo cual, además de disuadir del empleo de combustibles fósiles a nivel global y convertir en competitivas otras fuentes de energía, permitiría una redistribución de riqueza en función de la responsabilidad climática de cada individuo o grupo. Por su parte, los mercados de carbono actuales de la Unión Europea, y el recientemente establecido en Australia, no parecen cumplir con el objetivo declarado de reducir las emisiones de forma efectiva, contrariamente a las apariencias.

Notas

[8] El petróleo, por su parte, se encuentra cerca del centro de estos dos extremos

Capítulos anteriores

1: Introducción y comportamiento sistémico
2: Emisiones, concentración e interacciones

Próxima entrada de la serie

4: Contra-geoingeniería al rescate (programada 22/03/2012)

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Publicado en Ciencia, Divulgación | Etiquetado Aerosoles, Ciencia del cambio climático, Divulgación, Sistema climático, Temperatura | 3 comentarios

3 respuestas

  1. en 22/03/2012 a 12:35 Hugo

    Hola, Ferran:

    Hace unos días hojeé la revista Mientras Tanto en la biblioteca pública de mi ciudad (Alicante) y reconozco que tu ensayo me gustó especialmente. En él dijiste cosas muy interesantes, como por ejemplo esta:

    Deberíamos haber aprendido ya que todo desarrollo tecnológico masivo dejado en manos de un grupo de púberes de la civilización desconocedores de los límites –como, inconsciente o inducidamente, somos todos nosotros- acaba generando más problemas que los que resuelve. (pág. 112).

    Me recordó mucho, y con agrado, al discurso luddita; que viene a decir algo así como: Tecnología sí, pero no así. En ese sentido, recomiendo la lectura del libro Una visión diferente del progreso: En defensa del luddismo, de David F. Noble. O Las ilusiones renovables, de Los amigos de Ludd.

    Un saludo ;)

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    • en 22/03/2012 a 13:57 Ferran P. Vilar

      Gracias Hugo, lo tendré en cuenta. El título me recuerda a un reciente artículo en Nature que tengo en la lista de lecturas pendientes.

      Me gustaMe gusta


  2. en 25/03/2012 a 20:48 Nube

    Muy bueno Ferran, especialmente el análisis de los aerosoles, tema difícil por su propia complejidad. A todo lo que mencionás falta agregar la interacción de los aerosoles con el vapor de agua. Según su tipo, altura y estado de la atmósfera, pueden prolongar la duración de las nubes, hacer que sean estas sean más brillantes,impedir su formación, impedir la evaporación en superficie, anular la formación de tormentas o hacer que sean más violentas, y seguro que algo más me falta.
    En las regiones tropicales, las quemas (tanto por deforestación como por prácticas agrícolas, y , en pocos casos por causas naturales) generan grandes cantidades de aerosoles. Ríos de humo que se desplazan cientos de km, desde el sur de Africa, desde Centroamérica hacia el norte, desde las regiones amazónicas hacia el sur…

    He visto que muchos hablan de las reducciones en las emisiones de CH4 y N2O como si fueran algo más fácil de hacer que las reducciones de CO2 : «reduzcamos los otros gases, ya que tienen mayor poder de calentamiento (y no tienen nada que ver con las petroleras)» . Y además los principales emisores no son los paises industrializados sino las grandes extensiones agrícolas (N2O) y los arrozales (CH4). Fuera de las emisiones fugitivas de CH4, creo que todo esto forma parte de la relación norte-sur, las responsabilidades comunes pero diferenciadas, etc. Un tema para profundizar…

    No tuve tiempo de revisar la ref 28, pero creo que por ahí hay alguna confusión entre N2O y NOx, el primero gas de efecto invernadero y los demás emisiones de la combustión. Un punto muy menor frente a too lo demás.

    Y una gran duda: con la carne ¿no pasa lo mismo que con la energía? Mientras haya mercado la reducción del consumo por parte de algunos …¿no alienta el consumo de otros?

    saludos

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