[Texto escrito en 2011, no publicado como post en su momento pero si accesible como borrador]
Negacionismo climático y religión
Cuando decidí adentrarme por los derroteros del cambio climático intuía que el camino me depararía sorpresas y emociones fuertes. Estaba en lo cierto, pues he acabado de bruces contra un cristal, con la cara plana y con los ojos en círculo. Pero lo que no podía intuir era que llegaría a percibir el mundo desde unas ópticas jamás imaginadas.
Una vez llegué, hace ya muchos meses, a la conclusión de que la incertidumbre científica actual no está en si hay cambio climático o no lo hay, o en cuáles son sus causas, que esto está clarísimo, sino si hemos, o no, atravesado ya el punto de no retorno y si queda alguna posibilidad de salvación, la primera cuestión que me asaltó es: ¿cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí?
Hasta entonces, mi proceso fue, en primer lugar, quedar pasmado por los argumentos de los negacionistas. Cuando uno los ve en papel o en pantalla y observa cómo van apareciendo y desapareciendo para reaparecer después con nuevas fórmulas de distracción, puede realizar la labor de investigación informativa correspondiente y situarse en condiciones de desbancar cualquiera de esas objeciones. Cuando lo ve en reportaje, multimedia, etc., al principio desorienta, pues la ciencia de la persuasión está, por lo general, impecablemente diseñada. Resituarse cuesta un poco más. Pero a poco que se mantenga el tipo acaba viéndoseles el plumero de una forma descarada.
Entonces me interesé por la personalidad de los negacionistas. No podía entender cómo hay gente, no poca, incluidos una cincuentena de científicos, algunos de alto nivel[1], capaces de sostener hipótesis repetidamente refutadas por la evidencia. Esta cincuentena, comparada con los cerca de 2.000 que intervienen en los trabajos del IPCC, suponen alrededor de un 2,5%[2]. No son muchos, pero tampoco son pocos. En todo caso, mas de los que cabría esperar. Pero lo que cuenta, al cabo, es que todos sus argumentos han sido refutados. Pero todos, todos. Y ellos siguen intoxicando al público presumiblemente a sabiendas, pues ellos tienen que saber que están equivocados. ¿Sólo es el dinero? ¿El dinero sucio, se dice, del petróleo? Esta respuesta, que al principio me parecía válida, dejó, en algún momento, de serme suficiente.
Es importante darse cuenta de que la maquinaria de negación no podría funcionar sin la existencia de estas personas. Sin nombres de científicos pertenecientes a instituciones aparentemente respetables, dispuestos ellos a mantener públicamente, contra viento, marea y evidencia, unas conclusiones distintas a las de la mayoría de sus compañeros de profesión y contradictorias con el buen hacer científico, la credibilidad de los argumentos negacionistas no hubiera podido mantenerse durante tanto tiempo. Es el hecho de creer que ‘los científicos no están de acuerdo’ lo que a unos hace dudar y a otros parece convencerles directamente de que aquí no pasa nada. Todo el dinero que alimenta la maquinaria, disponible en cantidades imponentes, sirve para mantener vivo el mensaje y para amplificarlo mediáticamente, con el fin de compensar no ya el bajo número de personas que sostienen esas posiciones irracionales sino, precisamente, la irracionalidad de estas posiciones. Por encima de todo, los científicos negacionistas son la clave de la maquinaria, una pieza necesaria e insustituible.
Que un comercial presente bien su producto es muy loable. Que oculte los defectos y maximice los puntos fuertes, nos gustará más o menos pero es normal y lo hacemos todos inconscientemente al referirnos a nosotros mismos. Que cuando los defectos se hacen evidentes lo niegue con cara de póker, pase. Pero cuando el cliente le muestra fehacientemente que hay un error en las especificaciones porque se ha equivocado, digamos, en una multiplicación, y al cabo de veinte años sigue manteniendo lo mismo frente a las mismas personas, esto parece increíble.
Esto es lo que hacen los científicos negacionistas. Cuando a un científico normal se le pilla en un error fundamental (‘fundamental flaw’), lo normal es que se retire a su despacho días, meses o años corrigiendo sus conclusiones o que decida cambiar de línea de investigación porque esa no ha llevado a ningún sitio. Algún obstinado se resistirá durante algún tiempo, pero el vacío de los compañeros acabará conduciéndole al ostracismo a pesar suyo. Pero si no lo hace, y además sabe a qué causa sirve su actitud, alguno lo hará exclusivamente por dinero. Pero en el caso de la mayoría, durante tantos años, yo creo que con esto no basta.
Una respuesta parcial a este dilema es que el huevo es antes. Es decir, a esta gente se le paga, primero, por tener un mensaje negacionista, y no sería tan cierto que divulguen este mensaje porque antes les han pagado. Eso vendrá después, como dosis de mantenimiento. Después otros oportunistas pueden seguir el ejemplo, el proceso comienza a tener lugar en los dos sentidos y ya no sabremos a quién le fue primero la gallina. En todo caso, tantos y tantos años, décadas, algunos repitiendo lo que es falso, y otros intentando colar resultados que después se demuestran falsos, todo ello tiene que ser una manifestación de algo menos material, más filosófico, más metafísico ¿Más religioso?
Cuando uno observa que la inmensa mayoría de estos personajes forma parte de los comités, la plantilla o los colaboradores habituales de los think tanks[3] más conservadores, tiende a creer que son presos del ultraliberalismo. Esto es realmente cierto, mucho más para los economistas que forman parte de la lista[4]. Pero sigue sorprendiendo. Esta explicación significaría elevar una ideología socioeconómica a categoría científica. Diríamos que a un nivel cuasi religioso pues, si bien a alguien de ‘la calle’ o, digamos, un economista de visión estrecha, se le puede comprender que sostenga convicciones incorregibles a pesar de la evidencia, esto resulta mucho más extraño en alguien con formación y ejercicio científico contrastado.
¿Qué queda entonces? ¿Son enfermos mentales que no perciben correctamente la realidad? Alguno habrá, pero no es razonable atribuir esta condición a la totalidad y menos habiendo alcanzado posiciones académicas de renombre.
La respuesta a este dilema comenzó a gestarse cuando supe que algunos de estos científicos son, a su vez, creacionistas[5]. Creacionismo y rigor científico son dos cosas que no pueden darse a la vez, por lo que está justificado dudar de la capacidad de razonamiento correcto en cualquier ámbito de quienes sostienen esta convicción. La Iglesia Católica ha asumido a la ciencia como fuente de verdad, revisando sus propias posiciones y ajustándolas a la evidencia conocida. No siempre ha sido así, pero al cabo lo ha hecho.
Pero otras corrientes cristianas, a falta de organismo normativo equivalente, consideran que la Biblia es la prueba última de la verdad científica, de forma que, en caso de contradicción, el error estaría en la ciencia. Esto puede sorprender a muchos europeos, como a mi me sorprendió poderosamente cuando tuve conocimiento de ello. Pero lo que más sorprende es la inmensa cantidad de personas que, en los Estados Unidos, profesan esta creencia.
Si los científicos negacionistas fueran, en su mayoría, seguidores de estas corrientes religiosas, centradas principalmente en el evangelicalismo estadounidense, esto podría ser una explicación a su comportamiento irracional. Sabemos del poder totalitario que tiene la religión sobre los espíritus: lo abarca todo, todo lo condiciona. Para muchas personas con fuerte convicción religiosa, este sentimiento es capaz de superar a la propia razón.
Por otra parte, además de los científicos que aportan árnica negacionista y generan apariencia de desacuerdo entre expertos, hay otras personas también cooperadoras necesarias. Son los que aportan el dinero, que en nuestro símil equivale a la energía que alimenta la máquina negacionista.
Como iremos viendo, este lubricante universal tiene dos orígenes principales: las grandes empresas energéticas o que se benefician de la energía basada en combustibles fósiles, y las fundaciones privadas mil millonarias, casi billonarias, que atesoran el patrimonio de las grandes riquezas estadounidenses (conocidos allí como los billionaires[6]). Uno podría entender, que no aceptar, que una empresa velara por el interés de sus accionistas a cambio de cualquier cosa. También que un magnate particular, una persona, varias personas (Olin, Koch, Coors, Scaife, etc.) financien una monumental estructura propagandística cuyo objetivo sea mantener el status quo y difundir la ideología ultraliberal. Pero hacer lo mismo con el cambio climático, conocedores como son del riesgo de que se les vaya la mano y manden el mundo a hacer puñetas, ellos (o sus descendientes) incluidos, supera mi capacidad de comprensión. ¿Tendrán al liberalismo económico como religión? ¿O será su conducta, precisamente, fruto de algún componente religioso íntimamente irrenunciable?
De modo que en los textos que siguen veremos, sucesivamente, qué predicamento tienen estas corrientes religiosas en los Estados Unidos (origen geográfico e ideológico de toda negación climática) y en el resto del mundo occidental, qué otros elementos de estas creencias, además del creacionismo, pueden influir en relación a nuestro asunto climático, y cuál es la influencia de estas personas y sus organizaciones en la estructura de poder político y mediático. Para acabar con la hipótesis planteada, presentaremos una lista de científicos negacionistas, grandes empresarios y sujetos políticos e intentaremos deducir su adscripción, o no, a alguno de estos credos, que nos impulsan así a todos al suicidio colectivo. ¿Suicidio?
La continuación natural será examinar cómo otros poderes más terrenales han aprovechado el asunto climático en particular, y el ecologista en general, para imponer su visión del mundo o, mejor dicho, la visión de su mundo, a todos los demás. Casi sin darnos cuenta.
Vaya por delante mi profundo respeto a toda convicción o sentimiento religioso, que yo sentí en mi niñez y que, ahora, queda lejos de mi alcance[7]. Pero también mi rechazo frontal a quien, en su nombre, pretende imponer cánones de conducta exclusivos de su creencia. Los no creyentes también tenemos ética, y es mucho más fácil y reconocible que distintas interpretaciones de los diez mandamientos o de la palabra de un representante espiritual. Es muy sencillo: no hagas aquello que, si lo hiciera todo el mundo, la sociedad o el mundo no podría funcionar.
Respeto o rechazo, lo cierto es que estas creencias, como veremos, están enormemente (y, para un europeo, muy sorprendentemente) extendidas justo en el país que domina cultural y económicamente el mundo, y en cuyas manos se encuentra, por lo menos, la mitad de la respuesta al problema climático. Es, además, un país donde la democracia liberal funciona, en el sentido de que difícilmente un gobierno tomará decisiones contrarias al sentir mayoritario de la población. Por tanto, es imprescindible conocerlas en profundidad, con el fin de encontrar la forma de conseguir, si no fuera posible la participación activa de estos colectivos, por lo menos su desistimiento a las acciones de obstrucción.
Notas
[1] Aunque unos pocos ocupan posiciones académicas de alto nivel, su producción científica se encuentra en el tramo inferior en cuanto a su calidad (ver: Tipología del negacionismo climático. Los climatólogos negacionistas no son sólo el 3%: son también los peores)
[2] Este porcentaje es inferior al que corresponde a las patologías mentales graves con rasgos psicótico para el conjunto de la población
[3] Centros de estudios orientados a la defensa del statu quo
[4] Los economistas en general ya no niegan ahora el cambio climático, pero siguen creyendo que, o la tecnología lo arreglará (¿cuándo?), o que nos adaptaremos gracias a sus recetas
[5]No creen en la teoría de la evolución y si, en cambio, en el “diseño inteligente”, que atribuyen a Dios. Generalmente piensan que el mundo no tiene una antigüedad superior a 10.000 años.
[6] Recuérdese que en EE.UU un billion no es un billón, sino mil millones
[7] Richard Dawkins también exhibe este respecto, señalando que no debe ser, en todo caso, superior al que otorgamos a las personas que atribuyen a sus hijos cualidades de las que carecen objetivamente
Textos adicionales
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Breve terminología del evangelicalismo
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