Uno de los primeros libros que cayó en mis manos cuando comencé a profundizar en el cambio climático fue The Carbon War, de Jeremy Leggett (1). Este hombre era catedrático de prospección petrolífera en la victoriana Royal School of Mines del Imperial College of Science, Technology and Medicine, en Kensington (Londres). Allí donde apuntaba salía petróleo. Ganó, así, mucho, muchísimo dinero.
Leggett, convertido después en objetivo de los negacionistas por haber dejado al descubierto sus fechorías en los años 1990, comenzó a sentirse incómodo en el elitista ambiente de los buscadores de petróleo a mitad de los años 80, cuando su privilegiada posición le permitió acceder a la documentación que, ya entonces, apuntaba al cambio climático como algo verdaderamente grave. Hombre honesto y, como buen científico, comprometido con la verdad, decidió mencionar este asunto en sus clases. Poco después comenzó a sentir el vació de sus colegas, que calificaban sus conferencias de ‘liberales’, o sea, de izquierdas. Un año después, Leggett abandonó su envidiable puesto y comenzó a trabajar para Greenpeace con dedicación exclusiva. Consideró, entonces, que tenía sentido hacer uso de las plataformas ecologistas establecidas, si bien la abandonó pocos años más tarde para fundar una empresa de energía solar.
El libro de Legget es completo en el sentido de que ofrece tanto una perspectiva muy asequible del fenómeno del cambio climático como una vivencia cronológica y detallada, en primera persona, de las líneas de fuerza que actuaron, hasta el año 2000, en las negociaciones internacionales. Él participó en todas, absolutamente todas las reuniones plenarias, preparatorias y congresuales. Muestra, en detalle, las actividades de presión de los grupos negacionistas. Este libro me hizo ver la necesidad de desenmascarar a estos individuos y organizaciones cuando yo decidiera comenzar a escribir sobre cambio climático con ánimo divulgativo.
Una de las anécdotas, si así puede llamarse, que a Leggett más le impresionaron fue su breve encuentro con uno de los responsables de control de emisiones de Ford Motor Company, de nombre John Schiller. Este hombre era uno de los enviados a las rondas negociadoras por parte de la industria, grupo al que él y sus colegas denominaban ‘the carbon club’, o el club del carbono (2).
Schiller no estaba realmente interesado en las cuestiones científicas, ni en si el dióxido de carbono o la combustión de energía primaria fósil podía poner en peligro la estabilidad climática del planeta. Schiller se dirigió a Legget apreciando la honestidad de su conferencia, al no haber evitado reconocer ciertas incertidumbres todavía, en rigor, irresueltas en 1994. Estaban en Ginebra, en las reuniones preparatorias de la I Conferencia de las Partes (COP 1) prevista para el año siguiente, y que más tarde fue conocida como la Cumbre de Berlín.
El primer choque intelectual de Leggett consistió en ser informado por Schiller de que el problema es mucho menor de lo que los ecologistas anuncian pues, para el ingeniero de la Ford, la velocidad de emisión del dióxido de carbono a la atmósfera no es tan distinta de la velocidad de formación de los combustibles fósiles como se cree. Esto no cuadra de ninguna forma, pues es bien sabido y contrastado hasta el extremo que el origen del petróleo es precisamente materia viva secuestrada bajo tierra y ‘cocida’ durante unos 150 millones de años, y ahora estamos quemándola en unos 150 años… un millón de veces más deprisa.
– ¿Pero no ve usted que eso es imposible? – declaraba Schiller con total convicción
– ¿…?
– El mundo no es tan antiguo
– ¿Ah no? ¿Qué edad tiene el mundo? – interrogó Legget incrédulo
– Diez mil años, como mucho – sentenció el informador
Uno puede imaginar la cara de asombro del catedrático de geología. Frente a este nuevo dato procedente del sector privado no cabía más que llamar a todos sus conocidos astrónomos, fechadores radiométricos, arqueólogos, paleontólogos y estratígrafos para que tuvieran en cuenta esa revelación. Pero había algo raro. Los productos de Ford Motor Co funcionaban con unas sustancias cuyos proveedores disponen de equipos de geólogos profesionales que, sin duda, no debían compartir aseveración tan novedosa.
– He leído mucho sobre el carbono 14, y he llegado a la conclusión de que las medidas son incorrectas. La evidencia es abrumadora – Miró fijamente a Leggett y soltó con seguridad – Cuanto más estudio, más evidentes me resultan las afirmaciones bíblicas
Leggett, también hombre de sentimientos espirituales, no quiso mofarse directamente de Schiller, y le pidió mayores precisiones. Así lo hizo el representante de Ford Motor Co:
– Todo está en el Libro de Daniel. Si usted lee las profecías allí escritas se dará cuenta de que no le hace falta preocuparse por las consecuencias del cambio climático
– ¡Que dice usted, hombre de Dios!
– En el Libro de la Revelación está bien claro que pronto se va a producir una gran devastación planetaria. No serán ustedes quienes van a evitarla…
Para Schiller, los problemas ecológicos son en realidad los prolegómenos de lo que nos anuncian las escrituras. Si el Génesis ya nos invitó a dominar la Tierra y a usarla para nuestro provecho es lógico que eso tenga un fin, y ese fin está en el Libro de la Revelación, el Libro de Daniel. Este libro no forma parte del Pentateuco, a saber, las Escrituras adoptadas por la Iglesia Católica. Pero para las creencias de la profesión evangelista, el Libro de Daniel, como todas las Sagradas Escrituras, son Palabra de Dios y, por tanto, son Verdad incontestable. Luego, para ellos, las profecías se cumplen. Inexorablemente. Todo lo demás (ciencia, evidencia, inferencia, deducción, y muchas otras cosas, sobre todo la ‘intelectualidad’, o son invenciones erradas de los hombres o, directamente, pruebas de la existencia del Anticristo.
– Si usted lo examina con detenimiento no podrá negarlo
Leggett recuerda haber respondido con palabras amables, procurando no ofender a tan singular creyente y mostrando interés por sus argumentaciones.
– Todo esto nos conducirá inexorablemente a un gobierno mundial – concluyó Schiller
Esto debió consolar a Leggett, quien hacía tiempo que se preguntaba qué organismo podría conducir al mundo a un nuevo estado donde la energía fuera un bien común y cuyo uso no resultara climáticamente peligroso.
– Será duro al principio, pues los creyentes lo pasaremos mal con el Anticristo. Pero afortunadamente durará poco – seguía Schiller imperturbable
– Según mis datos, en 1994 el Concilio Ecuménico Mundial emplazó a Naciones Unidas a considerar el cambio climático como un problema ineludible de justicia social, en un informe que incluía la expresión ‘Acto de fe’ – Leggett debía creer que todavía estaba en terreno racional – ¿Conoce usted ese documento?
– Jeremy, por favor, no considere a este grupo como auténticos cristianos
Estaba claro que Schiller sólo vivía su espiritualidad a través de los postulados de la denominada derecha cristiana americana, la Christian Right, nada que ver con la Democracia Cristiana europea. Según el Libro de la Revelación, tras el gobierno mundial del Anticristo[1] se producirá la batalla de Armaggedón, un escenario apocalíptico del que sólo se salvarán los auténticos cristianos gracias a que, en el momento oportuno, Jesús habrá vuelto a la Tierra para llevárselos al Cielo, en el evento denominado ‘El Arrebatamiento’ (The Rapture).
– En este escenario ¿qué lugar ocupamos los proteccionistas del clima?
La expresión de Schiller se tornó por primera vez evasiva. Leggett lo comprendió enseguida. Él pertenecía al equipo del Anticristo, aquellos a quienes hay que destruir. Lo dice el Libro de Daniel, el de la Revelación. No sólo los ecologistas son los enemigos durante el Armageddon, el arrebatamiento de la iglesia y, según si el cristiano right es de la subcorriente premilenarista o de la posmilenarista, ahora mismo o algo más adelante. También todos los liberales (en el sentido estadounidense del término, que aquí asociaríamos a centro-izquierda o socialistas), Naciones Unidas…
En definitiva, hay un enemigo principal: la Ilustración.
[1] Estos iluminados consideran a Naciones Unidas la sede del Anticristo. Ahora debaten si Obama lo es o si sólo les vale como precursor
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más deprisa.
– ¿Pero no ve usted que eso es imposible? – declaraba Schiller con total convicción
– ¿…?
– El mundo no es tan antiguo
– ¿Ah no? ¿Qué edad tiene el mundo? – interrogó Legget incrédulo
– Diez mil años, como mucho – sentenció el informador
Uno puede imaginar la cara de asombro del catedrático de geología. Frente a este nuevo dato procedente del sector privado no cabía más que llamar a todos sus conocidos astrónomos, fechadores radiométricos, arqueólogos, paleontólogos y estratígrafos para que tuvieran en cuenta esa revelación. Pero había algo raro. Los productos de Ford Motor Co funcionaban con unas sustancias cuyos proveedores disponen de equipos de geólogos profesionales que, sin duda, no debían compartir aseveración tan novedosa.
– He leído mucho sobre el carbono 14, y he llegado a la conclusión de que las medidas son incorrectas. La evidencia es abrumadora – Miró fijamente a Leggett y soltó con seguridad – Cuanto más estudio, más evidentes me resultan las afirmaciones bíblicas
Leggett, también hombre de sentimientos espirituales, no quiso mofarse directamente de Schiller, y le pidió mayores precisiones. Así lo hizo el representante de Ford Motor Co:
– Todo está en el Libro de Daniel. Si usted lee las profecías allí escritas se dará cuenta de que no le hace falta preocuparse por las consecuencias del cambio climático
– ¡Que dice usted, hombre de Dios!
– En el Libro de la Revelación está bien claro que pronto se va a producir una gran devastación planetaria. No serán ustedes quienes van a evitarla…
Para Schiller, los problemas ecológicos son en realidad los prolegómenos de lo que nos anuncian las escrituras. Si el Génesis ya nos invitó a dominar la Tierra y a usarla para nuestro provecho es lógico que eso tenga un fin, y ese fin está en el Libro de la Revelación, el Libro de Daniel. Este libro no forma parte del Pentateuco, a saber, las Escrituras adoptadas por la Iglesia Católica. Pero para las creencias de la profesión evangelista, el Libro de Daniel, como todas las Sagradas Escrituras, son Palabra de Dios y, por tanto, son Verdad incontestable. Luego, para ellos, las profecías se cumplen. Inexorablemente. Todo lo demás (ciencia, evidencia, inferencia, deducción, y muchas otras cosas, sobre todo la ‘intelectualidad’, o son invenciones erradas de los hombres o, directamente, pruebas de la existencia del Anticristo.
– Si usted lo examina con detenimiento no podrá negarlo
Leggett recuerda haber respondido con palabras amables, procurando no ofender a tan singular creyente y mostrando interés por sus argumentaciones.
– Todo esto nos conducirá inexorablemente a un gobierno mundial – concluyó Schiller
Esto debió consolar a Leggett, quien hacía tiempo que se preguntaba qué organismo podría conducir al mundo a un nuevo estado donde la energía fuera un bien común y cuyo uso no resultara climáticamente peligroso.
– Será duro al principio, pues los creyentes lo pasaremos mal con el Anticristo. Pero afortunadamente durará poco – seguía Schiller imperturbable
– Según mis datos, en 1994 el Concilio Ecuménico Mundial emplazó a Naciones Unidas a considerar el cambio climático como un problema ineludible de justicia social, en un informe que incluía la expresión ‘Acto de fe’ – Leggett debía creer que todavía estaba en terreno racional – ¿Conoce usted ese documento?
– Jeremy, por favor, no considere a este grupo como auténticos cristianos
Estaba claro que Schiller sólo vivía su espiritualidad a través de los postulados de la denominada derecha cristiana americana, la Christian Right, nada que ver con la Democracia Cristiana europea. Según el Libro de la Revelación, tras el gobierno mundial del Anticristo[1] se producirá la batalla de Armaggedón, un escenario apocalíptico del que sólo se salvarán los auténticos cristianos gracias a que, en el momento oportuno, Jesús habrá vuelto a la Tierra para llevárselos al Cielo, en el evento denominado ‘El Arrebatamiento’ (The Rapture).
– En este escenario ¿qué lugar ocupamos los proteccionistas del clima?
La expresión de Schiller se tornó por primera vez evasiva. Leggett lo comprendió enseguida. Él pertenecía al equipo del Anticristo, aquellos a quienes hay que destruir. Lo dice el Libro de Daniel, el de la Revelación. No sólo los ecologistas son los enemigos durante el Armageddon, el arrebatamiento de la iglesia y, según si el cristiano right es de la subcorriente premilenarista o de la posmilenarista, ahora mismo o algo más adelante. También todos los liberales (en el sentido estadounidense del término, que aquí asociaríamos a centro-izquierda o socialistas), Naciones Unidas…
En definitiva, hay un enemigo principal: la Ilustración.
[1] Estos iluminados consideran a Naciones Unidas la sede del Anticristo. Ahora debaten si Obama lo es o si sólo les vale como precursor
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