Examinamos hoy dos nuevos vectores de presión que aquejan a los científicos en su camino hacia la moderación.
Temor a las consecuencias personales: el “efecto John Mercer”
[Efecto 5] Siguiendo en el terreno climatológico ha sido también descrito el ‘efecto Mercer’. John Mercer, un glaciólogo expedicionario de la Ohio State University, advirtió en los años 60 que la singular configuración del hielo de la Antártida Occidental lo convertía en inherentemente inestable, hasta el punto de poder provocar aumentos del nivel del mar de entre 4 y 6 m (33). Diez años más tarde publicó un trabajo atribuyendo esa posibilidad a la quema de combustibles fósiles (34).
¡Anatema! Esta osadía para la época no solo le costó a Mercer la financiación para seguir investigando, además de tener que lidiar con la frialdad de sus colegas. Cuenta James Hansen, el que fuera durante más de 30 años director de climatología de la NASA, que quienes en su día consideraron alarmista ese hallazgo resultaron ser mejor considerados por sus compañeros. Hansen, que ha teorizado sobre esta “reticencia” científica, recuerda cómo los colegas que criticaron las conclusiones de Mercer, calificándolas de alarmistas, eran más celebrados por su entorno. Eran vistos como más razonables, más confiables (35). Se les tenía por más competentes y, en consecuencia, eran recompensados con más fondos para sus investigaciones.
Ocurre que a día de hoy, casi cincuenta años después, sabemos ya con gran certeza que las predicciones de Mercer se han demostrado certeras, aunque no fue hasta 2016 que se anunció que “la Antártida es más vulnerable al dióxido de carbono que lo que se creía hasta ahora” (36). Lo es tanto que la fusión de la Antártida Occidental (37) se considera ya virtualmente irreversible (y también la de Groenlandia en la medida de que superen los +1,6ºC (38), pues esta es también “más vulnerable de lo que se creía (39)) debido precisamente a los mecanismos que este glaciólogo identificó en sus expediciones de los años 60.
El propio Hansen sabe bien de lo que habla, pues sufrió este efecto en sus propias carnes. De joven él mismo perdió la financiación cuando en 1988 tuvo la gallardía de afirmar, nada menos que en una comparecencia en el Congreso de los Estados Unidos, que había detectado ya la señal del incremento de temperatura, anunció que la Tierra seguiría calentándose e incluso cuantificó su evolución previsible, evolución que se ha mostrado razonablemente certera transcurridos 30 años (40). Al igual que Mercer, Hansen aseguró que los responsables principales de ese calentamiento global eran los combustibles fósiles.
Hansen sabía ya el riesgo que corría y, efectivamente, fue objeto de las correspondientes represalias. En base a estas experiencias, propias y ajenas, Hansen insiste en que existe una presión sobre la comunidad científica del clima para que se exprese de forma conservadora (41).Nunca ha sido desmentido formalmente.
El sistema no los selecciona
Démonos cuenta de que en la economía del prestigio con la que opera la comunidad científica la reputación lo es todo (42). Muchos deciden proteger su credibilidad ejerciendo sistemáticamente la moderación evitando, por ejemplo, el riesgo de sobreestimar una amenaza. Para evitar la acusación de alarmismo se sitúan siempre lejos del caso peor (43), lo que acaba conllevando una forma de asimetría en la consideración de la incertidumbre. Más todavía: procuran suavizar incluso los riesgos bien establecidos (44).
En todo caso quien se encuentra en estas tesituras se cuidará mucho de que cualquier óptica novedosa o fuera de registro que él mismo albergue pueda ser calificada de “especulativa” y su portador de “especulatdor”, lo que en el mundo académico es muy parecido a una sentencia de muerte. Es lo que Hans Joachim Schellnhüber, director del Potsdam Institute for Climate Impact Research y probablemente el climatólogo europeo de mayor prestigio, define como la recompensa del abogado del diablo: no solo el afectado es ejecutado; sus verdugos son a su vez aplaudidos (45). A menudo inmerecidamente, como era el caso de quienes ningunearon a nuestro héroe antártico John Mercer.
Veremos más adelante cómo es posible defender la existencia de una dualidad en las ciencias del clima, según la cual la autocensura de casi todos los climatólogos no solo no es algo ocasional, sino que resulta ser la norma. Esto sugiere la existencia de un problema estructural que el presente texto va intentando desbrozar.
Y es que, como destacala Guy McPherson, catedrático emérito de biología evolutiva de la Universidad de Arizona,
“Si la ciencia selecciona hacia lo conservador, la academia selecciona hacia lo muy conservador.” (46)
Guy McPherson es alguien muy particular. Ha adoptado una posición extrema que no parece razonable (extinción humana a corto plazo) (47) pero esto no descalifica su opinión por lo menos en relación a las dinámicas académicas que observa (y sufre). Por lo demás sus credenciales son suficientes como para que tomarle por loco sea una temeridad y considerar sus afirmaciones meras conjeturas sin fundamento no pueda hacerse sin riesgo.
Es cierto que algunas de las menciones de la literatura sobre las que McPherson incide podrían no ser las más adecuadas y que su carácter no le favorece. Profundizaremos sobre las contundentes afirmaciones de McPherson más adelante. Por ahora confiemos no estar asistiendo a un efecto John Mercer del tiempo presente, pues nos va la existencia en ello.
Fuera del ámbito climático cabe destacar un ejemplo en el siempre controvertido asunto de la alimentación humana. El catedrático de nutrición británico John Yudkin señaló en 1972 al azúcar, y no a las grasas saturadas, como las responsables de la obesidad y de los problemas cardiovasculares. Yudkin, quien está siendo ahora reivindicado (48), fue también objeto de desconsideración sistemática por parte de sus compañeros, afectados éstos por una brutal campaña de desprestigio promovida por la industria del azúcar, mucho más estructurada e influyente que la industria cárnica, de carácter más local.
Los sutiles efectos de la presión negacionista
[Efecto 6] La presión por parte del entorno negacionista (49), con su inmisericorde acoso organizado, tiene una influencia mucho más profunda en el proceso estrictamente científico que la que cabría suponer y desear. Entre las funciones del negacionismo organizado se encuentra la de generar un clima poco propicio y restrictivo de las afirmaciones contundentes, por mucho que el investigador de turno las vea claras.
Veamos en primer lugar los efectos del negacionismo sobre la comunidad científica para después describir las formas e intensidad en que esta presión puede llegar a ejercerse y sufrirse.
Reto asimétrico
[Efecto 6a] La teoría de la presión asimétrica (Asymmetric Scientific Challenge, ASC), enunciada en 2010 por los investigadores de la Universidad de California y de Louisiana, respectivamente William Freudenburg y Violetta Muselli (50), muestra como el negacionismo influye de tal forma en el investigador en cuestión que éste, intentando evitar acusaciones, se siente impelido a aportar un nivel de evidencia sobredimensionado, mucho mayor que el que sería objetivamente suficiente y que referirían de manera natural de no existir esa presión[1]. Asimismo, algunos peligros potencialmente graves quedan sin ser enunciados. Cuando lo son, los distintos trabajos formales que a ellos se refieren acaban henchidos de tantas advertencias y precauciones [caveats] que sus conclusiones pierden fuerza expresiva, ya no son objeto de titulares periodísticos y encima ofrecen flancos débiles innecesarios por donde el negacionismo puede intentar objetar.
Este efecto tiene lugar aún a sabiendas (o no) de que el negacionismo organizado no necesita motivos ciertos para expresarse pues, cuando no los halla, directamente se los inventa. El negacionismo emplea, a sabiendas, una estrategia de razonamiento inverso de tipo jurídico-político. La dificultad por parte del público para deslindar la racionalidad de confrontación jurídico-política del razonamiento científico es así aprovechada para su objetivo mayor: la creación paralizante de dudas en la población y la clase política.
Esta situación origina, en el mejor de los casos, un retraso innecesario en la publicación de los resultados, aspecto crítico en problemas que sólo pueden empeorar con el tiempo. En todo caso este efecto va en la misma dirección, siempre hacia la moderación, con la que operan los valores de la comunidad científica mencionados más arriba, por lo que no es de extrañar que, solo hasta 2010, Freudenburg y Muselli encontraran una relación de 20:1 entre “peor de lo esperado” y “mejor de lo esperado” (51), que atribuyen a esa presión asimétrica.
Señalemos además que la presión del negacionismo organizado es ubicua, muy potente, y no deja flanco por cubrir. Dos ejemplos paradigmáticos: un magnífico trabajo publicado en la American Journal of Public Health a finales de la pasada década muestra de qué forma la industria farmacéutica consiguió forzar, aguándolas, las decisiones científicas acerca de la “significación estadística” y cómo acabó promoviendo la farsa de la “Data Quality Act” actuando sutilmente sobre el establecimiento de la definición de lo que es estadísticamente significativo y lo que no lo es (52). Sólo ahora comienzan a visualizarse las quejas de la comunidad científica al respecto, especialmente en este ámbito médico (53).
Encontramos el segundo ejemplo en el proceso que condujo al Protocolo de Monreal para frenar la reducción de la capa de ozono durante el proceso de generación de los informes científicos correspndientes que señalaban el problema y su magnitud. Pues bien, los Estados Unidos consiguieron alterar el valor de peligrosidad del pH en relación a la lluvia ácida. Ello provocó que centenares de lagos acidificados canadienses desaparecieran de un plumazo de las preocupaciones de los lectores de esos trabajos (54), entre ellos desde luego los políticos negociadores.
Marcar agenda
[Efecto 6b] En 2015 se publicó un trabajo liderado por el psicólogo social australiano Stephan Lewandowsky de la Universidad Occidental de Australia (elenco que incluye a la historiadora de la ciencia de la Universidad de California Naomi Oreskes) titulado “Seepage: Climate change denial and its effect on the scientific community”[2]. Este estudio, complementario al de la presión asimétrica muestra, con multitud de nuevos ejemplos, el significativo impacto que el negacionismo organizado consigue producir sobre la propia comunidad científica del clima, e incide en uno de gran significación.
Así, entre estos condicionantes se encuentra una influencia sensible nada menos que en la agenda de investigación, en el marco mental de trabajo de los investigadores e incluso en el propio lenguaje, que resulta ser impuesto por los asaltantes. Por ejemplo, en relación al hiato de temperatura de los años 2000 inexistente (55) e indetectable (56), con el que la negacionía pretendió afirmar que el aumento de temperatura se había detenido. No solo eso:
“Señalamos que en respuesta a los constantes, y a menudo tóxicos, retos públicos a los que se enfrentan, los científicos del clima han sobredimensionado la incertidumbre científica, y han permitido inadvertidamente que afirmaciones en contrario hayan afectado a su forma de expresarse e incluso de pensar sobre su propia labor de investigación. Demostramos que, incluso cuando los científicos desmienten los argumentarios negacionistas, lo hacen a menudo en un marco interpretativo y un lenguaje activamente creados por el negacionismo, y lo hacen además de una forma que llega a reforzar el mensaje del adversario.” (57)
Los autores concluyen que esta filtración del negacionismo hacia la comunidad científica ha contribuido a la tendencia generalizada a atenuar la importancia del problema climático. Efecto que, vamos viendo, se añade a los ya descritos en el mismo sentido.
Finalmente, los investigadores australianos antes mencionados analizaron también las emociones de los climatólogos en la revista Emotion, Space and Society, hallando de nuevo señales evidentes de la influencia del negacionismo en su propio estado de ánimo, que se superponía a la ansiedad propia que le produce los resultados que conocen (61).
Acoso despiadado
No debe sorprendernos que el efecto sobre la comunidad científica sea tan pronunciado, y solo podemos sentir empatía con su circunstancia no buscada. La presión del negacionismo no es algo fácil de quitarse de encima. Sobre todo en los países anglosajones[3], el acoso del negacionismo, organizado o no, tiene lugar por tierra, mar y aire. La presión es enorme, brutal, y por todos los flancos. El acoso, el harassment, el bullying, son realidades cotidianas que siguen sufriendo muchos climatólogos de todo el mundo en distintas intensidades. Estas personas se han encontrado situados, sin pretenderlo, en un escenario que no habían previsto y que, en su mayor parte, no saben o no se atreven a confrontar. Situación que, dicho sea de paso, influye en el ambiente de trabajo y obliga a los profesionales a estrategias estoicas diversas, que se añaden a la presión emocional propia por el profundo conocimiento que poseen del problema climático y la preocupación permanente que les embarga. Tampoco favorece precisamente la consolidación de vocaciones.
A poco que uno se haga algo visible los peligros acechan por doquier, con la inevitable dosis diaria de mails insultantes o amenazantes, animales muertos en la puerta de casa y otras lidnezas. Alcanza hasta las amenazas de muerte (58) tanto a científicos como a divulgadores, que incluso The Telegraph (59) se deja publicar por parte de uno de sus tradicionales voceros propagandistas de think tank ad hoc.
No sólo son amenazas, según el divulgador científico Mark Bowen en un libro sobre James Hansen, durante muchos años diana preferida del negacionismo organizado. Cuenta Bowen en esa biografía autorizada que, en tiempos de George W. Bush, a Hansen le incendiaron su vivienda precisamente el mismo día en que un camión atropellaba a un colega suyo en pleno Broadway. Bueno, ya no era su casa, pues la providencia, o la desidia, facilitaron que la secretaria de Hansen no hubiera comunicado todavía la mudanza de su jefe, que se había producido hacía pocas semanas (60).
Ya vamos viendo que la profesión de científico, que se tiene por bucólica e ideal, no suele ser fácil, tampoco socialmente, una vez se han alcanzado los niveles a los que cualquiera de ellos aspira a alcanzar.
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Notas
[1] De nuevo la economía del prestigio en acción
[2] Filtración: el negacionismo climático y su efecto sobre la comunidad científica
[3] No solo en esos países. Javier Martín Vide, climatólogo catalán de gran prestigio, fue también objeto en su día de una campaña orquestrada de acoso.