“You are not mature enough to tell it like it is.” – Greta Thunberg. COP24 Katowice, 04/12/2018
Con respecto a la Fase I objeto de este texto descrita en la entrada anterior, examinemos ahora los fenómenos sucesivos que entran en juego y que permiten concluir que la descripción científica de la realidad es, por lo menos durante un cierto tiempo – que puede resultar decisivo – menos problemática socialmente de lo que lo es en realidad.
Los valores de la ciencia son por si mismos conservadores
Es precisamente a lo largo del proceso de avance donde resulta sorprendente advertir que, en lo profesional, el científico adopta, de forma intrínseca, un comportamiento extremadamente conservador. Veremos que al ejercer esta actitud en algunas de sus funciones se pueden producir distintos sesgos que, al cabo, resultarán ser acumulativos.
Este comportamiento es el resultado de una presión originada por una multiplicidad de factores. Unos son inherentes al propio método[1], prestados de él, como el necesario escepticismo militante. Otros aplican individualmente a cada científico, bien íntimamente, bien en su faceta de grupo. Otros, finalmente, condicionan los resultados del trabajo de grupo, singularmente en el establecimiento y emisión de consensos a la hora de integrar las incertidumbres, conjugar los marcos de referencia y salvar, cuando es posible, las barreras epistemológicas presentes en los distintos trabajos y disciplinas.
Todo esto no es nuevo, pero la preocupación por ello si es relativamente reciente estimulada por la constatación de la creciente distancia entre las predicciones, por ejemplo climáticas o de disponibilidad energética, y su contraste con la realidad cuando ésta se realiza, así como de la constante deriva, siempre a peor de los sucesivos trabajos e informes, por ejemplo del IPCC o de la Agencia Internacional de la Energía.
[Efecto 1] Ello ha dado lugar a que eminentes científicos senior e historiadores de la ciencia como Keynyn Brysse, Naomi Oreskes, Jessica O’Reilly y Michael Oppenheimer[2] se hayan sumergido en la filosofía de la ciencia y describieran, en un importante trabajo académico de referencia de finales de 2013 titulado «Climate change prediction: Erring on the side of least drama?» cómo estos efectos son debidos precisamente a los propios valores inherentes a la ciencia, de los que los científicos son valedores, defensores y portadores. Así,
«Afirmamos que los valores científicos de racionalidad, templanza y autocontención favorecen que los científicos exijan niveles mayores de evidencia en defensa de conclusiones sorprendentes, dramáticas o alarmantes que en defensa de conclusiones que sean menos sorprendentes, menos dramáticas o menos alarmantes, o más consistentes con el status quo científico. La contención, en la comunidad científica, es una norma, y favorece que muchos científicos … sean más cautos que alarmistas, más desapasionados que emocionales, más comedidos que exagerados o excesivos y, por encima de todo, más contenidos que espectaculares.» (16)
Y es que la comunidad científica es escéptica por naturaleza, por obligación y por necesidad, y debe ejercer este escepticismo en todo momento. Bajar la guardia en esta actitud podría conducir al denominado ‘error Tipo 1’, que consiste en atribuir erróneamente un efecto a una causa determinada. A este tipo de error se le teme especialmente y es considerado mucho peor que el ‘error Tipo 2’, consistente en omitir efectos que realmente ocurren, algo que los teóricos tienen por menos intolerable y que puede ser suavizado con la expresión de ‘oportunidad perdida’ (17).
Así pues este comportamiento da lugar a un sesgo que prioriza un determinado tipo de error sobre otro, dañando precisamente el casi siempre delicado terreno de la atribución de efectos a causas concretas. Y desde siempre el caballo de batalla principal del negacionismo organizado en el terreno climático, su objetivo último (follow the money), ha consistido, y sigue consistiendo, en generar dudas acerca de la asociación entre el calentamiento global y los combustibles fósiles. Interfiere así en el denominado “problema de la atribución” y, más recientemente, negando u obviando las limitaciones que imponen la geología y la termodinámica en la cuestión energética (18).
Resistencia al descubrimiento: el “efecto Barber”
[Efecto 2] En otro plano, cuando un científico examina e interroga la realidad con las herramientas y métodos que le son propios lo primero con lo que se encuentra es con el que podemos denominar ‘efecto Barber’. Consiste en la paradoja subyacente a la resistencia al descubrimiento por parte de los científicos. Diríase un contrasentido pues, en principio, cabría suponer que todo científico profesional estaría siempre al acecho de cualquier hallazgo que le facilite una oportunidad para destacar. Sin embargo, un trabajo de referencia publicado en Science en 1961 por el director del Centro para el Estudio del Conocimiento Experto de la Universidad de Cardiff, Bernard Barber, mostró cómo distintos vectores, personales y sociales, operan a modo de freno de esta pulsión aparente:
«Hay que distinguir varios tipos de resistencia cultural al descubrimiento … la forma en que conceptos y teorías sustantivas sostenidas por los científicos en un momento dado se convierten en una fuente de resistencia a nuevas ideas … Las concepciones metodológicas que los científicos mantienen en un momento dado constituyen una segunda fuente de resistencia … y son muy importantes en la determinación de la respuesta a las innovaciones … Las creencias religiosas de los científicos constituyen, tras los conceptos sustantivos y las concepciones metodológicas, una tercera fuente cultural de resistencia … Otra fuente de resistencia social es el patrón de especialización que prevalece en la ciencia en un momento dado.» (19) [énfasis añadido]
Nótese la expresión “en un momento dado”, que sugiere la dinámica de proceso apuntada.
Influencia de la gestión de las emociones
[Efecto 3] En ciertos casos especialmente sangrantes puede operar un efecto íntimo adicional. Puesto que, a fin de maximizar la objetividad, el científico debe ser a todas luces desapasionado y está entrenado para evitar el componente emocional – por lo menos en su trabajo – tendrá mucho cuidado en dar por bueno cualquier resultado que le produzca sensaciones fuertes. Entre esas sensaciones puede encontrarse la previsión de una catástrofe mucho más severa o cercana que lo estimado hasta ese momento (worse tan expected), o el señalamiento de determinados colectivos como causantes del estropicio que prevé o como especialmente afectados.
Si la persona emocionalmente afectada decide defender esa predicción extraordinaria entenderá, tanto por responsabilidad como para asegurarse la superación de las primeras barreras, que está obligado a aportar evidencia extraordinaria. Será entonces todavía más exigente consigo mismo, y podría no encontrar esa evidencia adicional tal vez por ser la obtenida suficientemente exhaustiva. También puede optar por abstenerse de publicar esos resultados, bien por temor al error o como precaución para evitar la provocación de una alarma quizás infundada.
En cualquier caso lo importante aquí es que existe una relación directa entre lo extremo de una afirmación y la pulsión escéptica por parte tanto de cada investigador individual como de la comunidad científica en general, situación que opera a modo de freno (20).
En el caso de los climatólogos esto debe ocurrir con mucha frecuencia, pues lo cierto es que estas personas sufren, y algunas sufren mucho, dados los avanzados conocimientos que atesoran sobre el sistema climático, su evolución previsible y la severidad de los impactos que de ello resultan. Solo recientemente este aspecto comienza a ser reconocido en público: “It’s the End of the World as They Know It. The distinct burden of being a climate scientist”, titulaba Mother Jones en Julio de 2019, apelando a la metáfora del canario en la mina, aquí en sentido psicológico (21). Parece claro, según investigadores australianos, que la gestión individual y colectiva de estas emociones opera en favor de la moderación aquí señalada (22). El prejuicio cultural de “ser optimista” se añade a estos fenómenos resultando en una suerte de “negacionismo cotidiano” (23), efecto que fue descrito en 2011 por Kary Marie Norgaard en relación a la población noruega (24) que tan beneficiada ha resultado con los yacimientos de petróleo explotados en los años 2000 (pero ya agotados).
A pesar de esta moderación formal, lo cierto es que los climatólogos, cuando son encuestados personalmente, se muestran mayoritariamente pesimistas con respecto a la evolución del clima. Esto contribuye, de hecho, a reforzar la cohesión de grupo y a una compulsión por trabajar más, lo que permite a muchos de ellos mantenerse activos (25). Con todo, muchos caen en la depresión temporal o permanente (26).
Existe una página web titulada “This is show scientists feel” donde algunos de los líderes expresan sus emociones, si bien algunos no dan la sensación de ser totalmente honestos y parecen más preocupados por su imagen pública al respecto (27).
Efecto anclaje y gradualismo subsiguiente: principio de la mínima sorpresa y efecto Millikan
Vayamos un poco más allá con la ayuda de un magnífico ejemplo de cómo pueden fluir los acontecimientos en el proceso de avance científico. A principios del siglo pasado, en el fulgor de los inicios del desarrollo de la mecánica cuántica, se idearon experimentos que debían conducir a la determinación cuantitativa de la carga del electrón. El primero de ellos, realizado por Robert A. Millikan (28), dio como resultado un valor que no pudo ser validado por estudios posteriores. Estaba mal, había un error. El motivo es que Millikan había empleado un valor incorrecto para la densidad del aire.
He señalado que estas cosas son normales en ciencia y forman parte del proceso de avance del conocimiento. Pero lo interesante es lo que fue ocurriendo después, cuando otros investigadores trataron de perseguir el mismo objetivo replicando el experimento o mediante experimentos alternativos con el fin de confirmar – o refutar – el valor de la carga del electrón que había establecido Millikan indiciariamente. Los sucesivos resultados desmentían, efectivamente, el valor numérico anunciado por Millikan, pero el valor real resultaba todavía esquivo.
Lo interesante es que todos ellos compartían una característica destacable: los resultados sucesivos se iban aproximando al que finalmente resultó ser el valor definitivo de una forma regular, monotónica, asintótica. Ninguno de los valores publicados pecó por exceso, ni presentó un resultado demasiado atípico respecto al anterior en su aproximación al valor real: los resultados iban difiriendo sólo levemente de los anteriores. A esto se le denomina efecto anclaje seguido de gradualismo. Si alguien hubiera dado con el valor real, el que finalmente resultó incontrovertible, probablemente no lo habría publicado. Podría haber pensado que no podía ser, que tal vez habría un error en su procedimiento que no acertaba a encontrar. O simplemente creyó que sus adláteres censurarían su actitud “extrema”, cosa que podría acarrearle consecuencias indeseables. Lo que acababa ocurriendo era que, de una forma más o menos consciente, el trabajo acababa incurriendo en otros errores, de forma que el resultado seguía sin ser el correcto al tiempo que no difería demasiado del anterior.
[Efecto 4] Esta tendencia al gradualismo ejemplificada por los correctores de Millikan opera también en distintos aspectos de las ciencias del clima o de la energía, cuyos científicos y comunicadores desearían, conscientemente o no, situarse en una zona de confort y evitar así complicarse la vida. Estarían adoptando lo que se ha venido a denominar el principio de la mínima sorpresa. Fue a este principio al que apelaron los geólogos cuando, en la primera mitad del siglo XX, debatían si la formación de los continentes era debida, o no, a los movimientos de las placas tectónicas – causa que era considerada inverosímil por muchos – o a quienes defendían que la extinción de los dinosaurios no podía tener nada que ver con el impacto de un meteorito[3].
Hay por lo menos otra persona relevante del mundo climático que no sólo manifiesta haber observado esta reticencia en otros, sino que ha sido además capaz de reconocerla en sí mismo. Se trata del prestigioso economista australiano Ross Garnaut, a quien en 2007 el gobierno había encargado la dirección de un informe que, al cabo, constituyó la base de la política climática de aquel país a principios de esta década (29) hasta la llegada a la presidencia del país austral del liberal Tony Abbott (30), un negacionista religioso que afirmaba que el cambio climático es bueno (31).
Cuenta Garnaut que, en los años 70, le fue encargado un informe sobre el futuro de la economía china. Efectivamente, la evolución de ese país se ha apoyado en los mecanismos que él había identificado. Él creyó en su momento que el crecimiento económico de ese país sería explosivo, como después realmente sucedió. Sin embargo, no se atrevió a predecir tamaña evolución, lo que le llevó a moderar las previsiones que hizo públicas en su informe. El hecho de haber vivido en primera persona esta reticencia académica, le permite reconocerla ahora en otros ámbitos, como la climatología.
Sostiene Garnaut:
“No es el optimismo lo que es considerado antiacadémico, sino el hecho de situarse demasiado lejos de lo establecido. En cambio climático esta situación podría, en teoría, operar en ambos sentidos. Sin embargo, en circunstancias en las que la corriente dominante se ha ido desplazando de modo continuo hacia una mayor certeza de que el cambio climático inducido es sustancial y potencialmente dañino, y hacia previsiones de un daño más severo, el hecho de no situarse demasiado lejos de la posición dominante ha sido asociado a una descripción insuficiente de los riesgos … Existe la posibilidad de que la reticencia académica, ampliada por los plazos de publicación excesivos, haya conducido a una descripción insuficiente de los riesgos.” (32) [énfasis añadido]
Veremos más adelante que el mismísimo IPCC se ve aquejado de esta insuficiencia.
Evidentemente, hay que evitar los errores en cualquier predicción. Pero si se decide correr algún riesgo, el científico interioriza que éste debe serlo por quedarse corto, nunca por excederse. Esto es causa de un sesgo acumulativo[4]. Por lo demás, el sesgo conservador aparece claramente al considerar que la posición estándar por defecto de un científico respecto a un tema es lo establecido, aquello que ha sido demostrado con anterioridad.
Examinar referencias
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Notas
[1] El método científico no es que sea inherentemente conservador, es que tiene que serlo. De otro modo, la exposición al error llegaría a ser excesiva y toda proposición perdería credibilidad.
[2] Michael Oppenheimer, científico ‘senior’ del clima; Jessica O’Reilly, doctora en sociología; y Naomi Oreskes, historiadora de la ciencia de la Universidad de Callifornia especialista en la evolución de las ciencias del clima
[3] Cosa, que, por cierto, vuelve a estar en cuestión[3]
[4] El caso del terremoto de 2012 en el norte de Italia, que había sido descartado por los sismólogos, es paradigmático a este respecto