“La ciencia aparece como lo que de verdad es / no como gloria nuestra ni como absoluta jactancia / Sino como sucedáneo y aún como muleta / Para nuestra invalidez.”– William Wordsworth (1853) (1)
Inicié mi viaje intelectual climático a mitad de los años 2000, de una forma un tanto casual. A finales de esa década decidí dedicar el resto de mi vida a esta cuestión, que pronto percibí de gravedad existencial, aunque por entonces todavía parecía manejable. Profundicé en las ciencias del clima – y también en su negacionismo. Comencé mi actividad climática hace ahora 10 años.
Al poco tiempo de comenzar me fue sorprendiendo comprobar cómo, a igualdad de circunstancias, los sucesivos informes de evaluación del IPCC[1] iban mostrando perspectivas cada vez más lúgubres y amenazantes, coincidentes con las que los climatólogos (y conexos) con los que comencé a contactar me referían en privado, pero que nunca llegaban a evidenciar en público.
[Excurso contextual: el primer informe del IPCC, abreviadamente FAR (First Assessment Report) apareció en 1990; el segundo (SAR) en 1995; el tercero (TAR) en 2001; el cuarto en 2007 (llamados a partir de entonces AR, AR4); y el quino (AR5) en 2013. Entretanto el IPCC emite informes parciales, siendo los más recientes el titulado ‘Global Warming of 1.5 ºC’ (SR15) de octubre de 2018 y mucho más recientes los que analizan la influencia y el impacto de los usos de la tierra (Special Report on Climate Change and Land, SRCCL) de agosto de 2019 y el papel y el impacto en los océanos y la criosfera, titulado (Special Report on the Ocean and Cryosphere in a Changing Climate, SROCC), previsto para finales de esta misma semana. El próximo informe general está programado para 2021-2022.]
Esta dinámica se ha ido evidenciando con mayor agudeza por lo menos a partir del AR4, siendo muy evidente en el AR5 y más recientemente en los informes parciales. Entretanto, informes de organismos paralelos equivalentes tales como el IPBES[2] 2019 mantienen, como veremos, la misma tendencia.
Ya en 2006 comenzó a aflorar en la literatura formal cierta preocupación en relación al tercer informe, preguntándose algunos si la comunidad científica no estaría subestimando el peligro del cambio climático (2). Ocurrió de nuevo en 2009, todavía tímidamente, respecto al 4º informe, si bien el fenómeno se atribuía casi en exclusiva a la influencia de unos pocos condicionamientos políticos presentes en las estructuras del IPCC (3).
Pero algo comenzó a cambiar cuando, en abril de 2009, Nature tituló en portada: “The Climate Crunch”. “A burden beyond bearing” (algo así como “una carga superior a lo soportable”), titulaba su artículo uno de los editores de esta publicación, la de mayor impacto en el circuito científico junto a Science y PNAS[3]:
“El problema climático puede ser incluso peor de lo que usted cree … [existe] evidencia de que el mantenimiento del dióxido de carbono por debajo de los niveles peligrosos es más difícil que lo que se creía hasta ahora.” (4) [énfasis añadido]
En una revista científica, ese usted iba dirigido, como no, a su comunidad.
Malte Meinshausen, del instituto alemán Potsdam Institute for Climate Impact Research, espetó al cronista:
“Para efectuar un aterrizaje suave nuestras opciones están esencialmente exhaustas.”
Naturalmente, acompañaban a esas aserciones distintos papers[4]. Uno de ellos, firmado por Stephen Schneider de la Stanford University, mostraba cómo la probabilidad de alcanzar incrementos de temperatura de 6,4 ºC una vez duplicada la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera (en principio dentro de este siglo) se sitúa nada menos que entre el 5 y el 17%.
Era el escenario del “caso peor” (5). Era fácil deducirlo del IPCC TAR, pero este no lo explicitaba con tanta contundencia. Las sospechas comenzaban a confirmarse.
Siempre a peor
Ocurre que esta dinámica de siempre a peor, como iremos viendo, sucede un poco en todos los ámbitos pero, no por casualidad, es especialmente notable (o sangrante) en los de fuerte impacto social, civilizatorio o existencial. En el terreno energético, como mínimo igual de controvertido, los informes anuales de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) llevan anunciando, también ceteris paribus[5], una disponibilidad futura de combustibles fósiles sistemáticamente menor que el informe anterior, de forma invariable desde hace casi dos décadas, y no (sólo) porque haya transcurrido el tiempo y quede menos por quemar.
Es cierto que la AIE no es un organismo propiamente científico como los hasta aquí indicados sino básicamente político, pero resulta interesante observar como su dinámica es muy similar. Pues observamos ahora como la misma Nature, diez años más tarde del Climate Crunch, publica una reseña del último libro de Vaclav Smil, autor especializado en energía y gurú de Bill Gates (6), bajo el título de “The Energy Crunch” (7). En efecto, Vaclav Smil parece finalmente ir aterrizando de sus tradicionales optimismos, energéticos y otros, hasta haber por fin concluido que el problema real no es otro que el crecimiento económico – si bien parece todavía reacio a admitir todas sus implicaciones (8). Bueno, hay que dar tiempo a asumir la nueva realidad, sobre todo a quienes han dedicado su vida a obviarla, conscientemente o no.
De forma general, a cada nueva investigación mayor los resultados son peores, en términos de impacto social y de perspectivas, que la anterior. A medida que se incorporan fenómenos en los modelos de predicción climática éstos presentan resultados sistemáticamente peores, de forma que para tal variable (por ejemplo las previsiones de nivel del mar), los medios generalistas nos anuncian que “las predicciones han empeorado respecto a lo que hasta ahora se creía”. Cada vez que se efectúan medidas y se contrastan con las predicciones efectuadas con anterioridad éstas resultan situarse “en el peor de los escenarios contemplados por los científicos” cuando no ocurre que ya se han “superado las peores previsiones de los científicos”. Tal fenómeno, también este otro, resulta ser “peor de lo esperado”.
Todo es peor de lo esperado, todo sucede a una velocidad mayor de la prevista y llega antes de lo anunciado, todo es más preocupante de lo que se creía hasta ahora. Todo es faster, sooner, higher, worse than expected, worse tan previously thought[6]. Este “peor de lo esperado” se ha convertido ya en un mantra que mucha gente reconoce.
Pero estas expresiones no son exclusivas de titulares mediáticos en busca de emociones fuertes que vendan publicidad. Como iremos viendo también las encontramos, y muy a menudo, en la literatura científica. Cabría en principio esperar que, en el proceso de avance del conocimiento, antes de llegar a alguna certeza en principio inobjetable se errara unas veces en un sentido y otras en el otro, si es que el fenómeno fuera producto de imperfecciones aleatorias. Pero no suele ser este el caso, y las ocasiones en que la afirmación tiene lugar en la dirección contraria, a mejor, son contadísimas, y desde luego apenas se dan en cuestiones o parámetros fundamentales.
Esto no puede ser fruto de la casualidad. ¿Corrupción? Por mucho que se ha buscado, especialmente en las ciencias del clima, no se han encontrado sospechas de fraude, manipulación o engaño deliberado por ninguna parte (9) – salvo en los contados casos en que la negacionía ha conseguido colar algo en la literatura formal y que resultan desenmascarados más pronto que tarde. Es pues muy difícil no sospechar de la existencia de una ley general que dé cuenta de este fenómeno.
Encontré la explicación en el proceso de avance de la ciencia, donde transcurre siempre un cierto tiempo, que puede llegar a ser de varias décadas, hasta que la realidad y su descripción científica consiguen coincidir – aunque es posible incluso que nunca lleguen a hacerlo completamente. De hecho es posible demostrar, y este es el objeto del conjunto del presente texto, que a lo largo de este recorrido se producen efectos de tipo psicológico y sociológico que, curiosamente, operan todos ellos en la misma dirección de moderación en la significación social de los resultados. Al final del proceso todos estos sesgos acumulativos habrán provocado que la descripción científica resultante en un momento histórico concreto – y por tanto la eventual llegada de esos resultados al público – sea significativamente menos preocupante de lo que en realidad debería. Esto es exactamente lo que está ocurriendo.
Fases y etapas desde una realidad problemática hasta su conocimiento público y eventual acción correctora
Entre una realidad potencialmente amenazante que pueda describirse en términos físicos y la eventual actuación potencialmente correctora de esa realidad de carácter eminentemente político tienen lugar distintos procesos de interrogación, observación, integración, institucionalización, transmisión y recepción.
Este recorrido desde la realidad-real hasta la eventual acción supuestamente correctora puede ser dividido en tres fases diferenciadas (ver figura). La primera, o Fase I, que consiste en su descripción formal, concierne exclusivamente a la comunidad científica, y consta de distintas etapas que serán examinadas en lo sucesivo. Pero le siguen otras dos fases, previas también a una eventual decisión acerca de una acción correctora del problema.
La Fase II está formada por los procesos que transcurren entre la descripción científica y el conocimiento público. Nótese que, de no tomarse las precauciones adecuadas, en esta fase es posible distorsionar la percepción de los resultados científicos hasta el punto de que los resultados y su percepción no resulten reconocibles como iguales, ni tan solo parecidos e incluso pueden llegar a ser contradictorios en su significación, cosa que no es infrecuente.
La Fase III, que transcurre entre el conocimiento público y la eventual acción correctora, tiene un marcado componente político.
Pues se da el caso de que estas otras dos fases que siguen a la descripción científica operan a su vez en la misma dirección de quitarle importancia al problema por parte del público y sus poderes actuantes.
Permítame insistir en el gran interés y fuerte relevancia que supone observar cómo se va generando un sesgo sistemático y acumulativo en la descripción de la realidad, y que este proceso opera siempre en la misma dirección: la de moderación creciente en relación a la gravedad de las afirmaciones y conclusiones. Esta situación va produciendo un efecto de ‘aguado’ o ‘dilución’ de la severidad del problema en cuestión que, de no tenerse en cuenta mediante un sistema de autocorrección adecuado (que apenas existe ni tan solo en la fase científica, por ser el problema todavía poco reconocido), conduce a que entre la realidad a, eventualmente, modificar, y las respuestas que, colectivamente (?), se acabe decidiendo acometer – activa o pasivamente – se esté produciendo una distorsión de magnitud suficiente como para que las políticas de abordaje y la acción final resulte ser inexistente, tardía en exceso, timorata, inadecuada o incluso contraproducente.
Objetivos de este texto
El objetivo principal de la primera parte de este texto consiste en examinar con cierto detalle las distintas etapas y efectos de la Fase I, la científica, mostrando qué efectos tienen lugar a lo largo de este vector de moderación. Se intercalarán ejemplos de subestimación de diferentes índices cuantitativos. No solo las ciencias del clima o la energía, sino también la economía y la medicina, entre otros, son campos especialmente abonados para la constatación de estos efectos, y no sólo (aunque también) por la influencia que en ellos ejercen los conglomerados financiero, químico-farmacéutico u otros. Los fenómenos que se describirán en son de mayor profundidad y calado sistémico, inherentes al propio proceso científico tal como tiene lugar en la actualidad. Desde luego todo ello no pasa inadvertido a los sicarios de los intereses referidos – que por lo demás habrán coadyuvado al desarrollo de esa dinámica moderadora – cuya habilidad consiste precisamente en hacerlos jugar a su favor.
Una segunda parte expandirá notablemente los ejemplos para el caso de las ciencias del clima y, en algunos casos, de la disponibilidad de energía. En muchos aspectos esta segunda parte podrá considerarse una actualización del estado de las ciencias del clima a fecha de otoño de 2019. Los ejemplos que mostraré, lejos de ser producto de una selección artificiosa, permitirán advertir que el fenómeno descrito constituye un patrón generalizado de la investigación científica relacionada con asuntos de fuerte implicación social.
El texto que sigue, y que será publicado a lo largo de una sucesión entradas de blog a razón de 2-3 por semana es, de hecho, una re-escritura, revisión formal profunda[7] y notable expansión de un artículo publicado en la revista PAPELES a principios de 2017 bajo el título “De la realidad ontológica a la percepción social del cambio climático: el papel de la comunidad científica en la dilución de la realidad” (10) que, según el portal academia.edu, ha sido citado varias veces en la literatura.
A efectos de contexto comentaré las Fases II y III simplificadamente al final, pero sin llegar a detallarlas ni sustanciar en exceso pues darían para mucho más de lo que me propongo para este escrito.
La importante distinción entre método científico y proceso científico
Para comprender lo que va a seguir es preciso evocar previamente una importante distinción conceptual, raramente tenida en cuenta por el público y los comunicadores que a él se dirigen, y fuente de importante confusión si no se tiene clara. Una cosa es el método científico propiamente dicho con sus herramientas lógicas, metodológicas y conceptuales a partir de distintos axiomas considerados autoevidentes con las que trabajan los científicos, y otra el proceso de avance de la ciencia, allí donde se manifiesta su inigualable poder de autocorrección con el tiempo.
Es en la aplicación del método donde se pueden producir los errores, las insuficiencias, incluso las trampas. Pero suelen detectarse con celeridad y, en el improbable caso de que lleguen a publicarse en sede formal por haber superado los primeros filtros, sus conclusiones suelen ser desmentidas en poco tiempo en el marco del segundo caso, el proceso de avance. Nuestro enfoque incide principalmente en este proceso, en lo que remite a sus aspectos de orden personal, grupal e institucional y abarca perspectivas psicológicas, sociológicas e históricas.
Esta distinción entre método y proceso puede compararse con la que el filósofo de la ciencia Hans Reichenbach (1891-1953) denominó, y Francisco Fernández Buey (1943-2012) recogió, “contexto de descubrimiento” y “contexto de validación”. Pero según la Enciclopedia de Filosofía de Stanford esta distinción fue formulada por Reichenbach – considerado miembro derechista de los históricos Círculo de Viena (11) y el Grupo de Berlin (12) – de una forma distinta a la que fue después interpretada (13), por ejemplo por Bruno Latour (14). En todo caso fue el también filósofo de la ciencia Thomas S. Kuhn quien propuso pasar de estudiar la ciencia como producto (de un método), como hasta entonces se había hecho, a estudiarla como proceso, a considerar a la ciencia siempre en construcción (15).
En todo caso, y esto es muy importante, las conclusiones que se derivan de lo expuesto en ningún caso deben extenderse a una crítica de la ciencia per se, pues deben comprenderse en el marco del proceso de avance de la ciencia, que es un proceso esencialmente sociológico[8].
Examinar referencias
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Notas
[1] Intergovernmental Panel for Climate Change, Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, sede del consenso ciemtífico en cambio climático
[2] Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (Plataforma Intergubernamental Ciencia-Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas)
[3] Proceedings of the National Academy of Sciences (Estados Unidos)
[4] Trabajos académicos publicados en revistes homologades y revisades por expertos
[5] Todo lo demás igual, en las mismas condiciones, sin variar otros parámetros
[6] Más deprisa, antes, mayor, peor de lo esperado, peor de lo que se creía hasta ahora
[7] A la hora de actualizarlo quedé desagradablemente sorprendido de su pobre calidad formal – que no argumentativa – por lo que ha sido adecuadamente revisado
[8] Mi formación de base en ingeniería me ha dificultado especialmente el reconocimiento de estos patrones. Esto es así porque en ingeniería los errores se detectan inmediatamente (bueno, casi) pues, si algo está mal sobre el papel su implementación física no va a responder a lo que se esperaba, y hay que proceder a la rectificación inmediatamente. En ingeniería los procesos sociales tienen lugar antes de su ejercicio, fuera de su ámbito técnico natural, y por lo general mi profesión, en el mejor de los casos, los desatiende.
[1] William Wordsworth (1853) – The Prelude. Citado en y traducido por Francisco J. Fernández Buey (2004), La ilusión del método: Ideas para un racionalismo bien temperado