Texto publicado en la revista mexicana Equilibrio, febrero de 2013. Versión original en web aquí.
Sostenibilidad sólo hay una: extraer de la Tierra una cantidad de recursos a un ritmo igual o inferior al que ésta sea capaz de regenerar, y emitir residuos a la naturaleza (tierra, mar y aire) a un ritmo igual o inferior al que ésta, junto a nosotros, seamos capaces de reciclar. Es lo que ha venido en denominarse sostenibilidad fuerte.
Esta definición, a todas luces intuitiva y clara, ha sido subvertida en uno de los ejercicios de persuasión más ejemplares que jamás se hayan dado. Así, poco después de la cumbre de Río de Janeiro de 1992, donde se origina el concepto, comenzó a tomar cuerpo una nueva definición promovida por el poder económico. Éste acababa de lograr el éxito de sancionar en los acuerdos finales una visión liberal y economicista del medio ambiente, y se organizó poco después para reforzar esta idea, redefinirla, y decantarla más hacia sus intereses.
Nació así lo que en los círculos académicos se conoce como sostenibilidad débil – o sea, no sostenibilidad suficiente. Aunque se han propuesto distintas definiciones al respecto, se trata en definitiva de sostener la situación actual, de garantizar el business as usual. En este marco bastará ahora con que convengamos en que la suma del capital económico resultado de la producción humana, y del capital natural, no disminuya. Esto supone que ambos tipos de capital son perfectamente sustituibles. Según este nuevo escenario, sería posible asegurar la sostenibilidad sustituyendo capital natural por capital producido. Esta definición está basada en distintos conceptos de uso general en la teoría economía neoclásica dominante, lo que plantea distintos inconvenientes.
Destacaré dos de ellos. El primero es que, para que esta suma sea posible y se puedan entonces efectuar determinadas comparaciones, ambas magnitudes (capital natural + capital fabricado) deben expresarse en la misma unidad, o sea una moneda. De ahí la necesidad de expresar la naturaleza en unidades monetarias. Pesos, supongamos. Pero esto nos lleva a algunas preguntas incómodas. Por ejemplo: ¿cuánto vale un bosque antes de ser talado, y cuánto valdrá después? ¿cuál es el valor económico de un clima estable? Y muy importante: ¿quién evalúa económicamente semejantes cosas que (todavía) no están sometidas al mercado?
En términos más generales: ¿cuánto cuesta, a nivel global y regional, el daño climático correspondiente a un incremento dado de temperatura y, por tanto, cuánto habría que pagar para compensarlo? Nótese que, una vez en este escenario económico, la pregunta no se refiere necesariamente a la evitación del daño: bastaría con poder compensarlo. Cambio de óptica: de la conservación se pasa al intercambio.
El segundo tiene que ver con que esta perspectiva obliga a la realización de los denominados análisis coste-beneficio relativos a cualquier acción o proyecto medioambiental que se pretenda acometer. También si estas acciones son el resultado de un comportamiento colectivo, como emitir gases a la atmósfera. Aquí entra en juego la denominada ‘tasa de descuento’.
El primer inconveniente citado es compatible con la tendencia totalitaria de la economía neoclásica. Para la inmensa mayoría de los economistas, desde luego todos los mainstream, la economía no está inserta en la naturaleza que la contiene. Por el contrario, internalizan la naturaleza, de modo que es la economía la que contiene a la naturaleza. Una vez se le ha atribuido valor (sólo) económico, queda automáticamente introducido en el mercado en términos de intercambio. La naturaleza global en venta.
El segundo tiene relación directa con la ética intergeneracional, por la vía de la tasa de descuento. Dado que puedo realizar una inversión que, al 7% anual de interés compuesto, haya duplicado su valor en 10 años, eso significa que para mí son lo mismo 1.000 pesos de hoy que 2.000 pesos de dentro de 10 años. De esta forma acabamos conviniendo que el coste del daño climático futuro que, supongamos, vaya a ser de 2.000 pesos, en realidad son sólo 1.000 de hoy. Mediante este juego de manos, el daño y su percepción quedan ocultamente disminuidos. Y con ellos, insuficientes las posibles acciones políticas correctoras.
En la medida en que en este razonamiento no interviene la inflación, es un auténtico absurdo y un agravio de la mayor magnitud a las generaciones jóvenes y futuras. Si el plazo fueran 30 años, lo que normalmente se considera una generación, el factor multiplicador sería de 7,6. De modo que dentro de 30 años algo a lo que se le haya atribuido valor económico, por ejemplo la naturaleza y la propia vida de las personas – expresada ésta en términos de PIB/cápita – vale, visto desde hoy, cerca de la octava parte a la tasa de interés del 7%.
Tasas de descuento menores suavizan la situación descrita, pero no alteran la ética inaceptable de fondo. La lógica subyacente al razonamiento económico es que, puesto que seremos más ricos, podremos aceptar más daño climático. A esto le llaman ahora economía verde. La sancionada en Rio+20.
Sin embargo, la traslación del mundo natural al económico, en términos de cambio climático, contiene un absurdo intrínseco. El coste económico del cambio climático está relacionado con el incremento de la temperatura media de la Tierra a través de alguna fórmula sobre la que nadie se pone de acuerdo (y que algunos consideran un ejercicio inútil), pero que en todos los casos está directamente relacionada con el incremento de temperatura.
Para validar el modelo, debemos realizar la transformación hacia atrás y examinar el modelo físico original, a saber, la naturaleza. El otro lado de la ecuación. Entonces es cuando aparece lo absurdo del razonamiento.
Al hacer esto nos encontramos con que, al ser la temperatura la variable multiplicadora, deberíamos a su vez aplicarle la tasa de descuento. En estas condiciones, las ‘ciencias’ económicas quieren que podamos imaginarnos el año 2060, cuando la Tierra sea ya 4 ºC más caliente, como si el incremento térmico fuera en realidad mucho menor. ¡Pero la temperatura habrá aumentado cuatro grados en cualquier caso! Esta situación sería un verdadero desastre, que muchos estiman incompatible con una civilización mundial organizada.
Pasar al mundo físico por el tamiz del interés y la tasa de descuento económico tiene pues el inconveniente de toparse con incoherencias cuando se vuelve a la realidad física tangible, al no contener ésta elementos virtuales como pueda serlo el dinero.
Por otra parte, nada indica que vayamos a ser más ricos en el futuro debido, entre otras cosas, a la limitación que ya está imponiendo el pico del petróleo y de otras fuentes energéticas y minerales. Además, un mundo tan caliente estará extinguiendo su biodiversidad y privando a la humanidad de buena parte de sus servicios ecológicos, necesarios no sólo para el funcionamiento de cualquier economía, sino para la simple supervivencia humana.
Resulta que estos modelos económico-climáticos (les denominan Integrated Assessment Models) son los que se emplean en Washington, en Bruselas y en cada capital del mundo con inquietud sobre la cuestión. Son los que distintas agencias de comunicación y relaciones públicas promueven para que sean los conocidos, los leídos y los considerados creíbles por parte de los demás empresarios y también de dirigentes políticos.
Dadas las insuficiencias de base mencionadas, adquieren cada día más sentido modelos matemáticos puramente físicos basados en las leyes de la termodinámica, leyes que son olímpicamente ignoradas por las ‘ciencias’ económicas actuales y que apenas se mencionan en esas facultades salvo en círculos muy restringidos. Estos modelos nos demuestran que las emisiones seguirán creciendo en cualquier escenario que no suponga el colapso de la civilización y que, en cualquier caso, finalmente acabarían provocándolo por catástrofe climática inexorable.
Por ahora, la situación empeora todavía poco a poco, pero cada vez un poco más deprisa.
Entretanto, los efluvios de algunas de las posiciones más negacionistas del problema han alcanzado a algunos países europeos. El gobierno español ha reducido a exactamente cero el presupuesto de 2013 para cuestiones de cambio climático, y el parlamento acaba de aprobar una Ley de Costas, a 75 años vista, a la voz de “el cambio climático no afectará a España”. Sólo se ha previsto una partida para comprar derechos de emisión en el marco europeo del protocolo de Kioto. Todo lo demás, a saber, núcleos de conocimiento o de difusión, han sido cancelados. A diferencia de convocatorias anteriores, las ayudas públicas para divulgación científica han eliminado todo proyecto que tuviera la menor relación con el cambio climático ya en el año en curso. El negacionismo económico-climático se ha adueñado de los resortes del poder central español.
Tras haber ejercido durante muchos años una posición de cierto liderazgo, Europa en su conjunto ha reducido el cambio climático a una cuestión meramente energética, y se encuentra en horas bajas y con serias dificultades para proponer objetivos mínimamente ambiciosos y transformadores. Tampoco es previsible que los Estados Unidos lideren nada en este terreno pues, si algo hace, es siempre a remolque de la presión mundial, con el freno de mano accionado en todo momento.
Por su parte, las instituciones supranacionales, cumbres de Rio y derivadas UNFCCC incluidas, también han asumido mayoritariamente esta visión totalitarista de la economía sobre la física. Por este motivo no es previsible que vayan a hacer nada significativo a corto o medio plazo en favor de un clima más habitable que no suponga intentar mantener como sea la senda del crecimiento. Pero el crecimiento nos lleva a seguir aumentando unas emisiones ya muy excesivas, y todo lo que queda ahora a nuestro alcance es el intento de atenuar su velocidad de crecimiento. Poco consuelo, y difíciles perspectivas.
En estas condiciones debemos preguntarnos cuál debería ser la actitud de una persona conocedora del problema y que sienta la responsabilidad social en sus venas. A menudo me encuentro en la situación de aconsejar trayectorias personales a personas jóvenes preocupadas por el cambio climático. Para ellos, la desesperanza no es una opción.
Pienso que la mejor apuesta de futuro para un@ joven de hoy es aprender a gestionar y a robustecer comunidades locales autónomas que sean autosuficientes en alimentación y energía. El cambio climático a medio plazo, y la más inmediata manifestación de la disminución del flujo de energía neta disponible – lo que viene en denominarse peak oil – comportarán una ruptura de las sociedades actuales, devolviéndolas a una dependencia de lo local en detrimento del acceso a bienes producidos en el marco del entramado global del presente.
Cuando los jóvenes de hoy tengan 40 o 50 años, si no antes, el desastre climático y económico estará siendo de tal magnitud que el objetivo de la mayoría de la población se limitará en la mayoría de los casos a la mera supervivencia. Será entonces cuando ésta vuelva a estar más garantizada localmente que contando con productos o servicios exteriores, y habrá que estar atentos a garantizar la mayor plenitud y duración de vida posible a las personas existentes. La capacidad de autogestión, cooperación y coordinación será en ese caso determinante en la optimización de estos parámetros, y en el establecimiento, que será ya entonces percibido como necesidad evidente, de una auténtica sostenibilidad fuerte. En esas condiciones, la integración interdisciplinar que reúna conocimientos físicos, climáticos, de ingeniería y arquitectura, en ecología, economía, sociología y psicología, y haya aprendido y ejercitado ciertas habilidades de gestión, será un valor muy apreciado y de la máxima utilidad práctica. No será preciso ser especialista en cada área, cosa por otra parte imposible. Bastará con tener bien entendidos los principios básicos de cada una.
Para que las comunidades puedan ser autosuficientes tendrán que ser en su mayoría necesariamente rurales, con el fin de disponer de un terreno suficiente en el que cultivar la alimentación y con un nivel mínimo y máximo de población en función de los recursos del entorno. Tarde o temprano las megaciudades sufrirán una explosión, pues el aseguramiento de los suministros en una red tan densa y compleja dejará de estar garantizado. Así pues, una comunidad que mantenga activos sus territorios rurales y los enriquezca con estructuras de autosuficiencia tendrá mucho mejor futuro a medio plazo que invirtiendo ahora en cualquier ficción económica que nos ofrezca un interés elevado. El conocimiento científico y de gestión será en estas circunstancias uno de los bienes más preciados.
Dedicarse a los demás es una de las mejores obras que puede hacer un ser humano. Prepararse y organizarse para promover y gestionar la supervivencia de nuestros semejantes, en el marco de comunidades locales autosuficientes que posibiliten el acceso a la felicidad de las personas, puede ser una de las empresas más estimulantes que la juventud tenga hoy por delante. Va a ser necesario mucho realismo, se necesitarán muchas vocaciones, y requerirán todo el apoyo posible.
[Actualización 19/04]
Hola Ferran,
Estoy completamente de acuerdo contigo, el futuro pinta mal y creo que debemos prepararnos para afrontarlo. Espero que sea más temprano que tarde cuando la gente vuelva la vista hacia el medio rural y se dé cuenta de que el regreso a él va a ser nuestra mejor opción. Durante el siglo pasado se despreció a las comunidades rurales, se asoció a la gente de pueblo con el atraso y la ignorancia, progresar pasaba por emigrar a la ciudad. En ningún momento nadie se paró a pensar en las funciones de mantenimiento de los ecosistemas naturales que cumplían las poblaciones rurales, ni en su baja huella de carbono, su eficaz aprovechamiento de los recursos renovables, su explotación agrícola sostenible, ni en tantos otros beneficios derivados de su existencia. En los pueblos han sido autosuficientes durante siglos de un modo que nunca podremos llegar a serlo en las ciudades.
También durante el siglo pasado, con una visión muy sesgada de los problemas por los que atravesaban las comunidades rurales, en lugar de tratar de mejorar la calidad de vida en los pueblos y aumentar su capacidad tecnológica, se promovió el escape de los mismos. Ahora, en los últimos años, han surgido algunas iniciativas estatales que de algún modo parecen tratar de revertir el proceso, sin embargo son tan tímidas que tienen pocos visos de lograr su objetivo.
De verdad espero que esto cambie pronto, que de una vez se les reconozca el valor a las pequeñas poblaciones rurales y que esto tiente a muchos jóvenes emprendedores y bien formados a volver al campo y recuperarlo.
Un saludo,
Eva
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Hola Eva,
Debe cambiar pronto, pues queda muy poco tiempo.
Aprovecho para dar a concer tu novela recién terminada: http://laconcienciadelahormiga.wordpress.com/
Saludos cordiales.
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Gracias por la entrada. Es una bien venida anticipación da las futuras comunidades sotenibles. Esperemos que la lógica fagocitadora de las megaurbes no acaben antes con los acuíferos y la necesaria biodiversidad del campo. No obstante, el ingenio al poder, sí! Un saludo.
Eneko
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Hola Ferrán,
Es de agradecer su esfuerzo por aportar datos para hacer comprensible la situación. Y aún así, mucha gente o no lo entiende, o tiene dudas, o directamente prefiere no saber.
Como dijo Giacomo Leopardi «La felicidad está en la ignorancia de la verdad»
Simplemente hay que mirar a nuestro alrededor, aplicar el sentido común, y preguntarnos;
-¿por qué los barcos pesqueros han de alejarse cada vez más de las costas?
-¿por qué aparecen como «salvadores» los sistemas de extracción (conocidos hace tiempo por la industria) de los llamados recursos no convencionales, como el fracking?
-¿por qué los nuevos hallazgos, que se publicitan, de petróleo se encuentran en aguas cada vez más profundas?
En el momento en que invertimos más por un recurso indispensable del sistema, es un aviso de algo.
Pero tristemente, se sigue pensando únicamente en el presente, sin valorar que esta lucha por apurar los recursos está creando un daño que puede ser irreversible.
Un saludo,
Víctor
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El acceso a la felicidad no depende de la sostenibilidad o insostenibilidad material, si no de nuestra evolución espiritual.
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Esta es mi muy personal y subjetiva visión sobre varios temas relacionados, así que ruego no se tome al pie de la letra lo que explico.
Desde este punto de vista personal, y como persona con ya 41 años, veo dos problemas relacionados delante, uno a medio plazo, y otro a más largo plazo. El primero es el post-peak oil o oil crash, que nos afecta ya mismo y que nos dará el coñazo los próximos 20 – 30 años, y a posteriori los problemas mayores ya serán del cambio climático, pasados estos primeros y muy convulsos años.
El centrarse exclusivamente en el evidente y grave problema del cambio ambiental, es en mi opinión, pura miopía.
El Oil Crash que estamos viviendo es en primera instancia el que está hundiendo la economía, y que está llevando al traste esta totalitaria visión. Si no podemos aumentar el consumo de energía, tampoco puede crecer la economía de ninguna manera.
Así pues, con la gente atendiendo cada vez más sus asuntos inmediatos, donde el comomer hoy se impondrá al pensar en la emisión de CO2, en las prxóximas décadas vamos a ver muchas cosas malas.
La falta de recursos, no sólo energéticos está poniendo sobre el tapete la capacidad de alimentar, a partir de unas tierras cada vez más empobrecidas, que necesitan de un aporte de fertilizantes obtenidos de recursos fósiles, a los más de 7000 millones de habitantes, cuando al parecer no se van a poder sustentar más de 1500 o 2000 dentro de dos décadas.
Todo esto llevará a una deforestación en su doble vertiente: la biomasa como fuente de energía (cortar un árbol para que el parado pueda cocer las gachas del año pasado que se ha encontrado en la basura) y como medio de aumentar la producción agrícola.
Hay que añadir las devastaciones por las cada vez más frecuentes guerras por los recursos (Mali es tan buen ejemplo como las guerras del golfo), la posibilidad nada remota del uso de ciertas armas de destrucción masiva en tales guerras o para acallar revueltas, incipientes guerras civiles, etc.
La reducción de energía disponible también va a poner en un brete los medios de contención de residuos radiactivos, por no hablar de la posibilidad de mantener operativas o de incluso de desmantelar las centrales nucleares. O el posible conflicto entre ciertas élites por ceder las reservas militares de uranio con fines civiles.
Aunque el Oil Crash presumiblemente acabe con la vida de más de 5000 millones de personas, dudo mucho que nos lleve a la extinción directamente.
Pero los efectos de tal colapso social me hacen pensar muy mucho en su impacto sobre la ecología. Creo que lo que va pasar en los próximos 20 años puede ser mucho peor que lo que hemos hecho en los anteriores 200.
Y si ahora dudo que la naturaleza pueda sostener 2000 millones dentro de 50 años debido al cambio climático que ahora visualizamos, si añado lo que yo creo que vamos a ver, las posibilidades del colapso total del planeta, incluyendo la extinción de la humanidad, me parecen nada remotas y cada vez más y más plausibles.
Así que creo que hay que tener uno ojo ya mismo es el tema del Peak Oil, el Oil Crash, y las consecuencias medioambientales que vamos a ver. Los recortes en esta temática precisamente vienen derivados del primer punto, y son un buen ejemplo de lo que nos espera. Aún no vamos ni por el aperitivo…
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Gracias por tu texto, beamspot. Y disculpa la tardanza en aprobarlo; lo he visto hoy por error.
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