“This is a great challenge for our democracy. We have the evidence, we see the train coming, but most ordinary Americans, in their day-to-day lives, cannot yet hear the whistle blowing.”[1] – Bill Clinton, 24/07/1997 (1)
Experimento (que no le aconsejo realizar): está usted dentro de un coche con cambio de marchas manual. El coche es de los antiguos o de los baratos: no dispone de ningún sistema electrónico de desconexión de la alimentación de carburante para el caso de régimen excesivo de revoluciones en el motor.
Tiene por delante una recta larguísima, no hay otos vehículos en el camino y no tiene limitación de velocidad. Usted pone la segunda. Arranca suavemente. Una vez el coche en movimiento, pulsa el acelerador a fondo. La aceleración que notará dependerá de la potencia del vehículo. Llega a 100 km/hora. Usted sigue igual. Más o menos a esta velocidad el motor se habrá ‘pasado de vueltas’: el cuentarrevoluciones estará en zona roja. Usted, impasible, sigue con el gas a fondo, hasta que el motor no dé más de si y la velocidad se haya estabilizado Llegará un momento en que oirá un extraño ruido, una vibración inusual. Habrá pasado un tiempo, mayor o menor según la ‘resiliencia’ del motor y su estado de mantenimiento (aceites, edad). Muy poco después, el motor se rompe. El vehículo ha quedado inutilizado. Acabará usted deteniéndose en otro lugar.
Esta analogía nos sirve para mostrar una característica de los sistemas, de aplicación al sistema climático de la Tierra y muy importante para comprender el fenómeno: el tiempo de retardo.
Cuando usted pisa a fondo el pedal del acelerador, al motor le llega el máximo de carburante, y esa cantidad se mantiene constante hasta el final. En cambio, el vehículo acelera, es decir, a pesar de recibir el mismo estímulo (la entrada al sistema es la cantidad de carburante) la respuesta (rpm, o velocidad) es variable, creciente. Y eso ocurre así hasta que, llegado determinado momento, la velocidad deja de aumentar y se mantiene constante.
Retardos intrínsecos del sistema climático
Pues bien. Al sistema climático de la Tierra le ocurre algo parecido: tiene retardos intrínsecos. La velocidad no alcanza de forma inmediata el nivel que corresponde al flujo de combustible que llega al motor, sino que transcurre cierto tiempo. Análogamente, la temperatura media de la Tierra no alcanza el nivel de equilibrio que corresponde a la concentración de gases forzadores del clima, sino que transcurre cierto tiempo.
Durante este tiempo de cambio de un estado a otro se dice que el sistema se encuentra en ‘régimen transitorio’ y, cuando la velocidad se ha estabilizado se dice que el sistema se encuentra en equilibrio, o en ‘régimen permanente’.
Así pues, si la concentración de gases atmosféricos forzadores del clima se estabilizara (atención: no las emisiones, sino la concentración), el efecto retardo se manifiesta de forma que la temperatura sigue aumentando durante cierto tiempo antes de estabilizarse a su vez. Desgraciadamente, la ciencia todavía no ha determinado con suficiente nivel de confianza el tiempo que tarda el sistema climático en alcanzar la temperatura que corresponde al régimen permanente, al nuevo equilibrio. Se trata de una de las actividades científicas actualmente más activas, aunque presenta grandes dificultades. Hoy se estima que este valor está entre 30 y 100 años. También hay cierta incertidumbre, pero no tanta, al determinar qué temperatura corresponde a determinada concentración constante de gases. En todo caso es muy dudoso que, al nivel actual, sea inferior a los famosos 2 ºC, considerados el límite del peligro, cuando la respuesta del sistema climático se tornaría exponencial .
El último incidente, la ruptura del motor, supone un nuevo estado estable del sistema. Situación poco atractiva, pero que también tiene su analogía con el sistema climático. Es así porque la Tierra no está exenta de poder llegar a ella si el forzamiento supera determinado umbral. En palabras de James Hansen, director del Goddard Institute for Space Studies de la NASA y considerado la máxima autoridad mundial, es el ‘Síndrome de Venus’ (2), que puede estar en nuestras manos favorecer o evitar.
En el sistema climático, el retardo es debido a la hidrosfera, en particular a los océanos, que ejercen una función de acumulación de calor primero, para devolver parte de ese calor más tarde. Una traducción de este efecto es que, aún en el imposible caso de que mañana cesaran todas las emisiones de gases a la atmósfera, la temperatura seguiría aumentando durante bastante tiempo.
Estamos pues ante el ‘retardo’ del sistema climático (time lag), según el cual el cambio climático que ahora se está produciendo, y que medimos bien en función del aumento de la temperatura media de la Tierra, no corresponde a la concentración actual de gases forzadores del clima, sino a concentraciones del pasado. Análogamente, la composición actual de la atmósfera es la que determinará la temperatura del futuro, y sus efectos meteorológicos y geológicos.
Esto es de la máxima importancia, y a menudo poco comprendido.
Hace cuatro años, la NASA estimó que, debido a los mecanismos de realimentación rápidos, aunque mañana cesaran en seco todas las emisiones la temperatura media de la Tierra aumentaría, a corto-medio plazo, 0,6 ºC más (3), que deberían sumarse a los 0,8 ºC ya experimentados. Es lo que se denomina ‘calentamiento en la recámara’, en inglés ‘in the pipeline’.
Más recientemente, el mismo organismo ha estimado también los mecanismos de realimentación de respuesta más lenta (centenares de años), a saber, la reducción de la superficie de hielo y la reducción de la superficie forestal por incendios y sus consiguientes cambios en el albedo (reflectividad de la Tierra a los rayos del sol). ¡Esto supone 1,4 ºC más!
Contando con todos los mecanismos, incluidos los de evolución lenta, la NASA estima que, en la recámara, digamos, quedan por realizarse todavía ¡2,0 ºC más! (4, 5). Son pues 0,6 ºC a corto-medio plazo (30 a 100 años) y 1,4 ºC más a largo plazo (unos siglos). Recuerde: inevitables. Recuerde: aunque mañana cesaran todas las emisiones. El anuncio y publicación formal de estos datos le costó a James Hansen serios disgustos, que resistió elegantemente (6).
Así, Matthews y Caldeira, de la Universidad de Standford afirmaron en 2008, en publicación tan respetada como el Proceedings of the National Academy of Sciences:
“Mantener el clima constante a un nivel dado de temperatura requiere que las futuras emisiones sean prácticamente cero … las emisiones antropogénicas futuras tendrán que ser eliminadas con el fin de estabilizar la temperatura media mundial … cualquier futura emisión antropogénica obligará al sistema a calentarse de forma esencialmente irreversible en los próximos siglos.” (7)
Otro estudio del máximo nivel en la misma publicación sitúa este valor de calentamiento por realizarse en 2,4 ºC como valor más probable, con un margen de incertidumbre entre 1,4 y 4,3 ºC. Parece más espeluznante, pero el resultado se basa en dos condiciones: 1) Las emisiones se mantienen constantes al nivel de 2005 y 2) No tiene en cuenta la reflectividad a la radiación solar por efecto de los aerosoles o partículas residuales subproductos de las combustiones. Contundentemente, señala:
«Incluso las más agresivas acciones de mitigación de las emisiones de CO2 en estudio sólo son capaces de limitar posteriores adiciones al calentamiento, pero no reducir el ya comprometido de 2,4ºC.» (8)
Por estos motivos Hansen, con el tono siempre cauto de la literatura científica, emplea sin embargo uno más grave para declarar, en un artículo firmado por 10 autores:
«Si la humanidad desea preservar un planeta similar a aquél en que se ha desarrollado la civilización y al que la vida se ha adaptado, la evidencia paleoclimática y el cambio climático en curso sugieren que el CO2 debe de ser reducido desde su [concentración] actual de 385 ppmv a 350 ppmv como mucho, pero probablemente a menos de este valor… si el actual exceso sobre este objetivo no es breve, existe la posibilidad de sembrar efectos catastróficos.» (9).
A todo esto es preciso recordar que el límite ‘peligroso’ se sitúa en los 2 ºC, pues se estima que a esa temperatura el sistema adquiere dinámica propia y entra en un cambio súbito, abrupto. Muchos creen que es demasiado; otros creen que pueden ser 3 ºC, pero lo dicen con voz cada vez más débil.
Por favor, no vea esto como alarmismo, o como algo que puede ser o puede no ser. Esto es ciencia. Ciencia de la más alta categoría. Véalo como alarma, si. Alarma global.
Global warning.
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Notas
[1] Tenemos la evidencia, vemos el tren acercarse, pero la mayoría de la gente, en su vida diaria, no escucha el silbato
A efectos de ampliar el símil, sería interesante conocer la importancia del efecto nevera de las masas de hielo polares. Sin tomar en cuenta el efecto del albedo, estas masas de hielo tienen el efecto de absorber calor manteniendo su temperatura a cero grados durante el proceso de fusión. Una vez fundidas y perdida esta inercia se elimina un factor limitante, el efecto sería parecido al de una nevera domèstica(no eléctrica) cuando se «gasta» el hielo.
Desconozco la valoración de este efecto. Pero al margen de su importancia real, es algo que a mucha gente le resulta fácil entender.
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Recordemos que el peak oil fue en 2006, por lo que esta civilización industrial (estando a pleno rendimiento) le quedan 5 años a lo sumo, o puede ser que con la crisis y el precio del barril brent a 110€ ya haya empezado su declive.
Si somos sensatos, dejamos de lado a los nefastos combustibles fósiles y empleamos sistemas de permacultura como el forest garden (bosques que dan alimento, se auto fertilizan y autorregulan y producen en 3d, quiero decir, horizontalmente, y verticalmente con los àboles.).
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podremos pararlo e incluso irnos a dormir con un saldo de co2 negativo. (perdón por dejarlo incompleto)
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