Emisiones y concentración
Sabemos ya que distinguir entre perturbación al sistema climático y respuesta del mismo. Recordemos que lo que fuerza al sistema climático de la Tierra es la concentración de los gases de efecto invernadero, no las emisiones, como a veces se cree erróneamente. Recordemos también que el incremento de temperatura media de la Tierra que actualmente medimos no es el que corresponde a la concentración actual, pues el sistema tarda un cierto tiempo en responder a la perturbación, estimado en algunas décadas.
Dado que estos gases tienen tiempos de permanencia en la atmósfera variables según cada uno pero, en el caso del CO2, este tiempo se mide en milenios (2), el hecho de estabilizar las emisiones (es decir, no emitir más, sino igual), no arregla nada, pues su concentración en la atmósfera, es decir, la intensidad de la perturbación, seguiría aumentando.
La única forma de reducir la concentración de dióxido de carbono equivalente en la atmósfera es reduciéndolas, y mucho y, además, disponer de un sistema que o bien 1) impida la llegada de la totalidad de la radicación solar, como hacen ahora los aerosoles a base de azufre o 2) extraer estos gases de la atmósfera. O una combinación de ambas posibilidades.
Existe a menudo la percepción de que, estabilizando la cantidad de emisiones, se estabiliza la concentración y por tanto la temperatura. Error. Es la confusión entre ‘estabilidad de las emisiones’ y ‘estabilidad de la concentración de gases de efecto invernadero’ Es curioso que confusiones de este tipo, clásicas del ‘systems thinking’ sean tan comunes que incluso personas con las más altas titulaciones académicas y empresariales la padecen, según mostró un experimento realizado en el Massachusetts Institute of Technology en el año 2000 (14).
Las responsabilidades
Esto tiene consecuencias muy importantes al tratar las responsabilidades. El sistema climático responde a la concentración de gases perturbadores de la atmósfera (gases añadidos de efecto invernadero), no al nivel actual de emisiones. En este momento, debido al retardo inherente al sistema climático, éste está respondiendo a la concentración correspondiente a unos 30 a 100 años atrás, cuando la práctica totalidad de esos gases, hasta ese momento, habían sido emitidos por los países ricos. Por este motivo, los países menos desarrollados repiten incesantemente en la cumbre de Copenhague: este problema lo habéis provocado vosotros y a vosotros corresponde solucionarlo.
Actualmente, la concentración de gases perturbadores es mucho mayor, y la proporción correspondiente a las emisiones de los países ricos se estima en un 75% .
Complementariamente, examinar las emisiones por países y sostener que China es ahora la campeona (superó a los Estados Unidos en 2007) lleva a una flagrante injusticia. Esto es así porque la responsabilidad de los países no se mide por sus emisiones totales, sino por sus emisiones per cápita.
Como el CO2 que emitimos no se ve, parece que sea poco o nada. Pero cada español, en promedio, suelta a la atmósfera cada año 8,2 toneladas. Los campeones mundiales son los habitantes de Qatar, que emitieron 58,7 toneladas, casi el doble que los Emiratos Árabes Unidos, con 33,1 t/hab. Empequeñecen así a los Estados Unidos, voraz devorador de energía de forma bien visible para toda persona que haya viajado allí, que se sitúa en noveno lugar con 19,5 toneladas por cabeza, aproximadamente el doble que un ciudadano medio de la Unión Europea aunque Holanda, por ejemplo, se ha organizado para subsistir con 11 y Dinamarca con 8,6. A comparar con países como Turquía, con 3,2 y la mayoría de los países africanos, con menos de 0,1.
Las complicaciones no menores
Recordemos también la cuestión que se aplica principalmente a China, cuyas emisiones fueron de unas 5 toneladas por persona en 2008. Sin embargo, se ha calculado que 3 de ellas corresponden a la fabricación de productos destinados a la exportación, por lo que el debate sobre si deben o no ser contabilizadas en los tratados está abierto. A favor de no considerarlo está la cuestión no menor de que, en caso de tratados vinculantes para unos países pero no para otros, un país podría deslocalizar completamente su producción hacia los países no obligados, evitando así la eventual obligación en el país de origen.
Otra variable a considerar es hasta qué punto se incluye la paridad del poder de compra de cada país.
Importa también el origen de las emisiones. Por ejemplo, el 15% del total procede de la deforestación. Pero en España, por ejemplo, se deforesta mucho menos que en Brasil. Nueva complicación. Los que deforestan en Brasil no son, en muchos casos, brasileños, sino multinacionales.
Finalmente, en Kioto se tuvo en cuenta la capacidad de absorción de cada país, y Rusia aceptó el tratado cuando se le adjudicó el 95% de la capacidad europea de la supuesta absorción. Si yo emito tanto pero tengo muchos más bosques, se supone que es como si emitiera menos. Error. Los bosques, contrariamente a la creencia popular, no absorben CO2. Sólo absorbe la reforestación o el crecimiento espontáneo de un bosque o selva. En situación estable, una vez un árbol ha alcanzado la madurez, absorbe, al cabo del año, la misma cantidad de CO2 que emite. De no ser así, seguiría creciendo.
Finalmente, es interesante la figura de James Hansen al incluir la contribución no ya a las emisiones anuales o la concentración atmosférica de CO2 en exceso, sino lo que en realidad cuenta: su contribución al incremento de temperatura, lo que podríamos llamar la responsabilidad térmica de cada país.
Algunas cuestiones no siempre bien comprendidas (3)
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