El terreno donde los economistas se mueven más cómodos es el de los cálculos de coste-beneficio. Su principal inconveniente es la elección de la tasa de descuento.
El análisis coste-beneficio de apariencia más seria realizado hasta ahora es el famoso Informe Stern, dirigido por Lord Nicholas Stern (por aquel entonces era sólo Sir). Para no extenderme, baste saber que concluye con el cálculo de cuál debería ser el impuesto al CO2. Pero lo interesante es que Lord Nicholas llega a este resultado sin especificar en ningún momento las funciones de coste ni las de beneficio, con lo que difícilmente puede igualar sus derivadas. De modo que no es posible afirmar que, científicamente, un economista liberal haya encontrado cuál es el impuesto adecuado. Sólo podemos afirmar que, si a un político o economista le habla usted de cambio climático, lo primero que le viene a la cabeza, a modo de focal point, y precisamente por la desinformación que les caracteriza, es el Informe Stern. Ah, si, tenemos que potenciar las energías renovables porque Stern dice que así resolveremos el problema.
Desgraciadamente, no había transcurrido un solo año de su voluminoso informe y Don Nicolás ya andaba desdiciéndose, argumentando en el mismísimo Financial Times que había subestimado seriamente la gravedad de problema (5). Si esto le ocurriera a algún científico tenga por seguro que habría pasado ya al ostracismo profesional, y si el osado hubiera sido un arquitecto o ingeniero ya se le estarían exigiendo responsabilidades, civiles y tal vez penales, y acabaría en la miseria. Pero esto, con los economistas, no ocurre, y Nicholas Stern, que llegó a dirigir la London School of Economics, sigue paseándose por cancillerías, últimos pisos de rascacielos y páginas de El País cuando la Fundación BBVA tiene la ceguera científica de otorgarle el premio Fronteras del Conocimiento en la categoría de Cambio Climático.
Hasta los científicos le invitan a sus reuniones, pero debe ser para ver si por fin se entera. En su favor debemos reconocer la habilidad que tuvo para llamar la atención de la clase política frente a la cuestión haciéndole creer que abordar el problema climático resulta rentable y bueno para la economía, lo que podía ser cierto hace algunos años pero está todavía por demostrar fundadamente a fecha de hoy. Un éxito de comunicación, que no otra cosa, es el de nuestro Lord. Equivalente al de Al Gore con su película Una verdad incómoda – mucho mejor fundada científicamente – pero más restringido a los insiders de la economía y la política. No es poco, a la vista de los bloqueos informativos de los últimos 50 años. No los demonicemos. Pero leámoslos correctamente.
En estas circunstancias ha tenido que intervenir la comunidad científica que, junto a algunos economistas más responsables, han introducido cierto sentido común en el difícil diálogo entre ciencia y política. Para ello idearon, a finales de los años 1990, el concepto de ventana máxima tolerable, también denominado barrera de seguridad. Nicholas no parece haberse dado por enterado.
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