Crisis energética, crisis climática, crisis de alimentos: la tormenta perfecta que ya no es coyuntural.
Continuación de Ineficiencia COP-optada (2/3)
En la entrada anterior examinamos tres estrategias de presión al estado de cara a la promoción de políticas de decrecimiento gestionado, concluyendo en la pobre incidencia que irían a conseguir. Pero queda una por mencionar, que es a la que me adscribo y que describiré brevemente tras una introducción.
Las dificultades del activismo climático

En todas las movilizaciones del celebrado activismo climático de los últimos años he ido encontrando un elemento común que me ha acabado perturbando, un déficit que las convierte en poco influyentes y que supone, a mi modo de ver, la debilidad principal del movimiento: nadie sabe lo que habría que hacer exactamente. La unidad se produce alrededor del diagnóstico (solo climático) y del miedo consiguiente, en particular por parte de los más jóvenes. Estos prevén un futuro en el que la casa se les irá cayendo encima mientras están estudiando o trabajando en disciplinas, profesiones u oficios contenidos en un marco cognitivo según el cual el edificio es estable y podrán conseguir, o tendrán la posibilidad de poner a su alcance, los bienes materiales que anhelan para proseguir su tarea o que desean para sí. No encuentran sentido a esta situación y se rebelan furiosamente contra ella, por ahora con amor. Piden entonces que los gobiernos actúen (¡act now!), aunque no señalan dirección común ni concreta alguna más allá de que hay que reducir las emisiones.
Pero no dicen cómo hay que hacer tal cosa. Delegan en los gobernantes la forma de hacerlo mientras siguen creyendo (desacertadamente) que la conversión del sistema eléctrico a energías renovables constituye, por lo menos, buena parte de la solución. En todo caso en este entorno activista encontramos un amplio abanico que va desde las personas que son perfectamente conscientes de la dificultad del empeño y de la gravedad de la situación hasta gentes que no están dispuestas a dejar de viajar en avión cuando les plazca, o poco menos.

Ocurre que hemos sido inducidos a creer en un excepcionalismo y, peor, exencionalismo[1] humano que nos lleva a pensar que todo problema tiene solución, y a considerar que si no se pone en práctica hay que buscar la causa en intereses particulares o empresariales, en un desarrollo insuficiente de la tecnología o porque no hay voluntad o coraje político suficiente. O que el problema es la organización social. O el sistema económico. O todo a la vez. Situaciones, todas ellas, que en la historia reciente se han ido abordando mediante aumentos de la complejidad técnica o social, sin caer en la cuenta de que hoy, en las nuevas circunstancias de declive energético y salvo pequeños ajustes de corto recorrido, esto ya no es posible.
Dado que percibo que muchos activistas climáticos no son del todo conscientes de la crisis energética concomitante, insisto de nuevo: si intentamos atenuar el problema climático empeoramos el energético; si nos aferramos a la máxima energía que podamos conseguir, el sistema climático quedaría (todavía más) fuera de control. Encima, ambas crisis llevan consigo dificultades muy serias en la disponibilidad alimentaria.
Con la información contrastada que hoy tenemos, seguir creyendo que podemos cambiar la fuente de energía y mantener a la vez una red eléctrica sin racionamiento o sin interrupciones, y todo ello sin emisiones, es una quimera. También lo es pretender la transformación de la movilidad a vehículos eléctricos o a base de hidrógeno de forma generalitzada, y creer además que todo esto es limpio. Y suponer ahora que dedicarnos a quemar leña como sustituto es inocuo y sostenible, todo ello ha dejado de ser una ingenuidad para pasar a ser, directamente, negacionismo. Por otra parte, si intentamos abordar el problema climático por la vía de evitar las emisiones empeoraremos el problema energético. Y entonces hay que tener claro que el coste en vidas humanas sería, en las condiciones sistémicas actuales, totalmente inasumible.
Así pues, ante la imposibilidad de resolver un problema sin crear otro igualmente existencial teniendo como requisito no olvidar un tercero – la alimentación – el activismo climático actual simplifica el problema y delega en los poderes públicos la solución en términos de reducción de emisiones o de presupuesto de carbono. Eso es reduccionismo.
Pero los poderes que supuestamente deberían solucionar todo esto están presos no tanto por sus intereses consuetudinarios sino, en mucha mayor medida paralizante, por la misma prisión cognoscitiva y conceptual que todos nosotros. En este marco no pueden, ni política ni físicamente, abordar el problema de otra forma que no sea ir aguantando el día a día, acogerse como mucho a los tratados internacionales o acuerdos supranacionales como excusa y mantener el discurso público de que saldremos de ésta. De muchos de ellos no voy a negar su buena fe, por desconocimiento de la magnitud y dificultades de la empresa en unos casos o confiando en que algún demiurgo pondrá a disposición de la humanidad una solución a tiempo. Por cierto que este es el ADN de los educados en la economía ortodoxa, que es la profesión dominante en los ámbitos de poder. Pero muchos no reparan en que las leyes de la física no son negociables con nadie, y en que la ciencia no solo nos informa sobre lo que es posible sino, especialmente, de lo que es imposible.
En este sentido, cognoscitivamente es imperativo darse cuenta cabal de que un entorno de decrecimiento/colapso – en cuya primera fase estamos ya inmersos – es algo muy distinto de uno con disponibilidad energética creciente y estabilidad climática, donde siempre parece que las dificultades personales, familiares o sociales van a ser resueltas tarde o temprano bien por la tecnología, por el mercado, por los gobiernos o por el sursuncorda. Y que un entorno de cambio climático con fenómenos catastróficos cada vez más frecuentes, intensos y duraderos es muy distinto a una situación de relativa estabilidad climática. A las ocasionales tormentas de otoño y otras catástrofes ocasionales ya se les tenía la medida tomada y era asumida por el sistema y por los estados por la vía de los sistemas de aseguramiento el primero y la declaración de zona catastrófica los segundos. Todo ello iba seguido de una restauración que podía incluso mejorar la situación previa. Pero ahora no solo por su mayor impacto, sino por una energía (y por tanto dinero: la energía es la auténtica moneda fuerte) cada vez más escasa, los estados tendrán cada vez menos posibilidades para responder de esta forma hasta ahora habitual. Y no digamos las compañías de seguros.
Todo lo anterior explica, a mi entender, las contradicciones y la desorientación del movimiento activismo climático y, por ende, su falta de eficacia. Pero no por empujar más fuerte la misma montaña ésta va a ceder en su posición.
Plantear correctamente el problema
En estas condiciones creo que el problema climático está mal planteado incluso en el caso de que el activismo osara presentar sendas concretas, cosa que por lo demás alguna ONG ha intentado ocasionalmente, por cierto con desbarres muy sonoros[9].
Cuando la experiencia nos demuestra la baja o nula eficacia de los esfuerzos, en lugar de presionar a los gobiernos para que reduzcan las emisiones al nivel requerido con un mínimo de incomodidades para la población – problema que no tiene solución – habría que preguntarse qué podría hacer la población para salirse del marco cognitivo que nos ha llevado hasta aquí y que impide que el problema se aborde adecuadamente. Creo que por ahí estaremos mucho más cerca del principio del abordaje correcto.
Porque no estamos frente a ninguna encrucijada. Estamos al final de un camino, el camino del progreso tal como lo teníamos entendido hasta ahora. Progreso por cierto reducido ya, desde hace muchas décadas, a un avance en la complejidad tecnológica que vamos viendo que también, con toda probabilidad, ha llegado a su límite, a su cénit, a su pico. Pues complejidad y disponibilidad energética van siempre de la mano.
Anclaje cognitivo y vía de escape
Nótese, y es muy importante reparar en ello, que nuestra cosmovisión, nuestro hábito mental acerca de las soluciones por la vía del aumento de la complejidad tiene casi tres siglos de historia, y que la presuposición de que el clima es virtualmente estable tiene muchos milenios detrás. Solo por esta última razón ya convendría reexaminar muchas ideas y prejuicios. Pero por las dos a la vez, condiciones de posibilidad hasta hora fijas pero que han dejado de existir como tales, un gran número de ellas deja de tener validez en la nueva situación. Entretanto, la inercia cultural impide su evolución transformadora a la velocidad de cambio que el reto requiere.
Démonos cuenta además de que la gran mayoría de desarrollos intelectuales del pasado – reciente o no – cosmovisiones, filosofías, valores o ideologías políticas enteras fueron desarrollados en un marco físico de crecimiento energético por una parte y de una estabilidad climática dada por supuesta por otra. Y todas ellas basadas en un marco cognitivo que tiene por fundamento la separación entre nosotros los humanos y el resto del mundo.
Es así bien comprensible que tengamos dificultades para pensar de otra manera.
¿Cómo se sale de aquí? Solo hay una vía. Cuando un problema no tiene solución bajo un sistema de referencia no hay más remedio que desbordarlo mediante la adición creativa de nuevas dimensiones.
Y es aquí donde entra en juego la filosofía. Me acojo en este sentido a las reflexiones al respecto de la filósofa francesa, mística cristiana y activista social Simone Weil, quien en su demasiado corta vida planteó este tipo de situaciones a principios del siglo XX, del siguiente modo:
“Cuando algo parece imposible de obtener, se hagan los esfuerzos que se hagan, significa que se ha llegado a un límite infranqueable en ese plano, e indica la necesidad de un cambio de plano, de una ruptura del techo. Esforzarse hasta el agotamiento en ese plano, degrada. Más vale aceptar el límite, contemplarlo y saborear toda su amargura.”[10]
Romper el techo. A esta misma categoría cabe también incluir ciertas astucias matemáticas bien conocidas en las ciencias físicas y la ingeniería: los ejemplos de la teoría de cuerdas o de las funciones de variable compleja acuden ahora a mi mente como casos en los que se añaden dimensiones y se obtienen conclusiones perfectamente válidas y verificables. La fábula del camello número 18[11] es también instructiva al respecto. Veremos más adelante cómo podemos implementar esta idea.
La gravedad, la inminencia
Todo esto en el plano cognitivo. En el plano fenomenológico vamos contemplando cómo las costuras se están desgarrando ya: el sistema ira cayendo por su propio peso, no sin dar algunos bandazos. Ningún sistema que pide cada vez mayor potencia puede funcionar con su fuente de alimentación deteriorada. Ya puestos, que se derrumbe cuanto antes, pues cuanto más tarde en hacerlo el sufrimiento será mayor y los supervivientes se encontrarán con un planeta todavía más devastado, con una capacidad de carga mucho menor y, por tanto, con mayores dificultades para la propia supervivencia. “Collapse now and avoid the rush”[2], titulaba ya en 2012 uno de sus libros el prolífico ecofilósofo John Michael Greer, resistente archidruida. Colapsemos ahora quienes podamos para intentar evitar la barbarie, puntualizo yo ahora.
Todo apunta a que, más pronto que tarde, ni el mercado ni el Estado podrán garantizar ya de forma general los servicios prometidos por el progreso que suponemos derechos irreversibles – por escasos que ahora nos parezcan – en educación, salud, pensiones y dependencia, y ya veremos hasta qué punto podrá cumplir mínimos en alimentación, en energía o en orden público y defensa (ver “fases del colapso” aquí).
Las señales se agolpan. Por ejemplo: ¿hay algo más preocupante que el posible cierre permanente de fábricas de fertilizantes nitrogenados? Recordemos de pasada que el sistema alimentario industrial actual, del que se nutren las sociedades desarrolladas como la nuestra, es de las cosas más irracionales que hemos creado en los últimos años. Tenemos ahora un sistema que convierte combustibles fósiles en alimentos, y además con un rendimiento muy escaso. Somos detritívoros, como argumenta Manuel Casal[12]. ¿Ha visto lo que ha ocurrido en Vancouver? Todo inundado y helado, previsiblemente hasta la primavera.

En cuanto a la energía, y más allá de que lleven perdiendo dinero a espuertas desde principios de la pasada década (ver figura), que debe estar aproximándose al billón de dólares ¿ha sido usted informado de las recientes quiebras de muchas empresas energéticas, que ni los bancos pueden ya sostener para no verse arrastrados a la misma suerte o provocar una inflación galopante? ¿Sabe usted que llevan más de un lustro con la inversión en exploración de nuevos yacimientos prácticamente paralizada? El caso de Repsol, que ha anunciado el abandono del petróleo, es muy gráfico y cercano. ¿Sabe usted del racionamiento de diésel en China y de los problemas energéticos de los Estados Unidos? ¿De las dificultades para conseguir carbón por parte de aquellos países, como China, Alemania y España, que han decidido reactivar sus mayores centrales?
Sin duda ha oído usted hablar de la crisis de los microchips, de las fábricas de automóviles que cierran por esta causa, dicen que temporalmente. Más allá de la excusas coyunturales por la falta de agua ¿no le parece elocuente que sean precisamente esos inauditos componentes, paradigma de la complejidad técnica – y de la social asociada – una de las primeras cosas en fallar? ¿Sabe usted que Internet puede fallar en cualquier momento? ¿Cree usted que las dificultades de suministro de gas en toda Europa son debidas únicamente a razones geopolíticas, como pretende el discurso mediático? ¿A la salida de la pandemia? ¡Ca! Por favor, contemple la realidad en su conjunto, ate cabos y no se deje confundir.
¡El fin del mundo!
Lo que se acerca, lo que ya tenemos prácticamente encima, el colapso más o menos agudo[13], no tiene por qué ser el fin del mundo. Pero desde luego es el fin de un mundo. Del mundo tal como lo conocemos. Es un cambio de época, una nueva axialidad[14] histórica que llevará consigo un cambio cosmológico, de paradigma, una mutación metafísica de la conciencia[15]. Estamos asistiendo en directo al fin de la civilización[16], lo cual propongo que sea visto como un cierto privilegio vital, siquiera en términos de asistir a la oportunidad de crear otra mucho mejor.
Un mundo de arrogancia antropocéntrica adolescente está a punto de finalizar, y es preciso ponerse ya a la labor de construir uno nuevo mucho más adaptado a los límites – también a los humanos y sociales[17] – y en conexión consciente e interrelacionada con el resto de la realidad, material y espiritual, de la que dependemos. Una realidad en la que somos copartícipes y no seres separados oteando desde una atalaya de superioridad. Quienes somos conscientes de ello tenemos la obligación, el imperativo categórico, de contribuir a crearlo, a darle forma y contenido, a co-crearla.
Los últimos años de mi viaje intelectual – que se inició con la revelación prácticamente súbita un 15 de agosto de la magnitud del peligro del cambio climático a principios de los 2000 y del energético a mitades de los 2010 – me han llevado a la convicción de que el marco cognitivo, la cosmovisión moderna no solo ha alcanzado sus propios límites, sino que constituye precisamente la auténtica raíz de los problemas civilizatorios que nos aquejan. Y así, agotado de haberme convertido en el profeta del desastre, he sentido la necesidad, la pulsión íntima, de resultar más propositivo, lo que me ha llevado al atrevimiento primerizo de sugerir una (re)construcción de una nueva forma de contemplar el mundo, de relacionarnos con él. De amarlo, de amarnos.
En el proceso es menester generar una redefinición de la idea de progreso, proponiendo una nueva cosmovisión que ofrezca un sentido a la existencia mucho más adaptado a la humilde condición humana, y adaptado desde luego a las nuevas condiciones que nos está tocando vivir, a un futuro siempre cambiante de disminución energética (que puede ser brusca) e inestabilidad climática creciente. Y a lo que seamos capaces de anticipar que llegará.
En pocas palabras, a convertirnos en adultos.
4. Salirse
Como señalaban acertadamente Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes en el segundo volumen de su obra magna “La espiral de la energía”, las grandes ciudades no podrán mantener su metabolismo al nivel actual (ni mucho menos), lo que provocará su abandono más o menos súbito[18] a la búsqueda de supervivencia en el campo. Como ha ocurrido en Detroit pero de forma ahora generalizada y esperemos que sucesiva. Esto va a ocurrir. Tardará más o menos, pero ocurrirá indefectiblemente a no mucho tardar, y confiemos en poder evitar las estampidas.
Se trata pues de anticiparse, y de hacerlo creativamente. Todos los estudios confiables – sin excepción – sobre cómo sobrellevar la que se nos viene encima tienen un denominador común: la respuesta reside geográficamente en lo local y socialmente en distintas formas de comunitarismo, colaboración y ayuda mutua[3]. Y podemos hacerlo bajo el sabio criterio práctico de que, en cada eslabón de la caída, conviene ir instalándose sucesivamente en la condición que sea razonable prever como plausible en la siguiente.
En la medida de que las vagas promesas del progreso solo se han cumplido en lo tecnológico y no en lo humano, y que los problemas de suministro pueden ser inminentes, queda una posibilidad para redefinir la idea de progreso y, al mismo tiempo procurar sobrevivir: salirse del sistema. Entre las cuatro opciones de intervención política planteadas por Giacomo D’Alisa y Giorgos Kallis me detendré hoy en esta, que denominan estrategia intersticial. Se trata de aprovechar los intersticios actuales del sistema y los huecos que vaya creando en su descenso, para situarnos fuera del estado[19] con la idea de ejercer presión creciente a medida que estas iniciativas van tomando cuerpo.
Acción intersticial, pero con sentido
Entiendo pues que es necesario y urgente irse organizando – auto-organizarse – todo lo que nos sea posible fuera del mercado, sea éste de productos, de servicios o de comercio de personas (mercado laboral). Es preciso constituirse en comunidades rurales autosuficientes que no dependan para nada del exterior, como mínimo en alimentación. Tampoco en energía, pero con el objetivo permanente de ir minimizando su producción y consumo mientras la realidad no obligue a ello. Y que hagan lo posible por prepararse para defender esas posiciones de soberanía con todos los medios disponibles, sin ingenuidades. Que sean comunidades auténticamente resilientes[4].
Entretanto es imperativo exigir al poder político, mientras exista en su configuración actual, no solo que las dejen en paz, sino que levanten todas las trabas administrativas vigentes y, muy particulrmente, que nos defiendan de las posibles agresiones. El municipalismo tiene aquí una gran responsabilidad.
No es esta la ocasión para profundizar en la (difícil) viabilidad operativa de estas comunidades, que necesariamente constituirán en su conjunto, una vez alcanzada cierta masa crítica en número y diversidad, una ecología cultural con ejercicios de prueba y error de los que ir aprendiendo, como de hecho ya ocurre ahora. He visitado alguna con décadas de existencia, heredera de la Revolución del 68, bajo la inspiración teórica y práctica de Dieter Duhm[20], que parece ser muy funcional y donde lo que más me conmovió fue la expresión de felicidad y mirada límpida de sus moradores. Que lo son de todas las edades, en número de unos 500. A considerar también como ejemplo y contraste la historia de muchas sociedades isleñas, los falansterios, los kibutz y la multiplicidad de comunidades monacales de todo el mundo, algunas con milenios a sus espaldas.
Ello no significa que vayan a vivir aisladas, pues pueden y deben intercambiar organización, experiencias, conocimientos, personas y posibles excedentes con otras comunidades equivalentes mientras puedan aprovechar los (menguantes) recursos comunicativos que vayan quedando y las pandemias actuales o por llegar lo permitan. Eventualmente pueden crearse organismos de coordinación y defensa, comenzando por la propia bioregión. Su tamaño debe ser relativamente pequeño (ver nota 3).
Considero de especial interés tanto práctico como filosófico el contacto con las comunidades indígenas, a las que pertenecen hoy entre 370 y 600 millones de personas distribuidas en 87 países[5] – de las que solo se habla para calificarlas de atrasadas – que gestionan como mínimo la cuarta parte de la superficie terrestre[21] y llevan manteniendo su hábitat, su biodiversidad y la fertilidad de sus suelos desde hace miles de años, en ocasiones decenas de miles, sobreviviendo a cambios climáticos comparables al actual . Son gentes que, viéndolas venir, decidieron no sumarse a nuestra exuberancia suicida. Conviene escucharlas, pero con humildad. Con mucha humildad.
En Europa tenemos más a mano la experiencia de la red de ecoaldeas o la Red de Transición y algunas experiencias de okupación, si bien todas ellas constituyen movimientos precoces que, salvo contadas excepciones, siguen de hecho integrados en el sistema sin haber asumido toda la amplitud del problema y sus consecuencias. Lo mismo aplica al zapatismo o a Marinaleda o al rebelde Kurdistán, este último de la mano de una cosmovisión feminista y no dualista teorizada por Abdullah Öcalan[22]. Las denominadas epistemologías del sur son también de gran interés aunque, como se verá, lo que propongo es de más calado: una transformación ontológica, consciente, del propio ser.
Todos estos ejemplos actuales, y muchos otros históricos, constituyen polos de atracción, iniciativas no necesariamente a imitar sino para ser analizadas, dejarse aconsejar y aprender de ellas adaptando lo que se considere válido a la nueva condición. Creo además que hay poca literatura rigurosa al respecto, y que convendría estimularla mientras todavía sea posible.
Por lo demás esta senda, que puede sonar radical a muchos e ingenua y poco combativa a otros, no constituye solución milagrosa alguna y es de todo menos fácil. Requiere mucha determinación y coraje. De ser ciertas las consideraciones del capítulo anterior, es la única posible y, bien llevada, la única que permite el tránsito a una reconsideración cosmológica creativa, ilusionante. La única que une en la misma acción la maximización práctica de las probabilidades de supervivencia con la recuperación del sentido de la vida y de aportación renovada al acervo humano y gaiano. Pues una vez los planteamientos reduccionistas del progreso en su actual concepción han dejado de ser convincentes para muchos, decepcionantes para otros y, en cualquier circunstancia, imposibles para el mundo físico y vital, estamos en condiciones de darnos cuenta del fondo real, de la causa primigenia de la crisis que vivimos: una crisis de sentido.
Somos mucho más que nuestros miedos[6]
Propongo pues recuperarlo mediante una suerte de avance antropológico consciente, un primer paso hacia la madurez de una especie que decide dejarse ya de tonterías y hacerse mayor de una vez. Hasta aquí hemos transitado de la información al conocimiento. ¿No le apetece intentar el salto a la sabiduría? ¿Pasar de la colapsología pasiva a la colapsosofía[23] activa?
Sin embargo, hay que ser bien conscientes de que el tránsito a este crecimiento interior, por mucha determinación y coraje que requiera, es un camino psicológicamente duro que no está exento de momentos de desánimo e incluso depresión con tentaciones de abandono. Pero para eso está la ayuda mutua – el factor evolutivo esencial[24] descrito por el príncipe ruso Kropotkin ya en 1902 -, la empatía, las redes de apoyo que cada comunidad debe establecer.
Todos los finales de civilización han conocido este proceso de re-ruralización y comunitarismo de quienes percibían su colapso y veían amenazadas sus perspectivas vitales o su propia vida. Estas comunidades intencionales tienen muchas debilidades, y a menudo son de corta duración, máxime si solo tienen un objetivo, como pueda ser la supervivencia. Con más motivo por cuanto un cambio de vida tan abrupto puede provocar que muchos, atrapados todavía en la prisión cognitiva previa – o en tránsito – consideren, siquiera inicialmente, que los cambios lo son a peor, creándose así tensiones a menudo insuperables. Si las ha promovido un líder entran en decepción cuando el paso del tiempo lo descubre como alguien con tantas virtudes y defectos como el común de los mortales. En las comunidades más pobladas son típicos los conflictos de poder.
Pero puesto que se trata de un cambio de conciencia, de renovación de valores previamente imbuidos, nada mejor que su práctica real para ir asumiendo los nuevos, mejorándolos y apreciándolos, pues el camino entre los valores y su práctica es, afortunadamente, de doble dirección. La experiencia muestra que se realimentan mutuamente, lo que resulta comprensible cuando nos damos cuenta de que estamos pretendiendo recuperar valores atávicos, universales antropológicos como la verdad, la bondad, la belleza, la vida, la armonía, la equidad… El mundo, a pesar de las apariencias culturalmente inducidas, no ha sido tradicionalmente una selva donde luchar, “rojo en dientes y garras”[7].
La condición humana no es intrínsecamente mala, egoísta ni necesariamente egocéntrica, como nos han hecho creer – por lo menos desde Hobbes – hasta el extremo de que muchas epistemologías positivistas toman esta presuposición como punto de partida. El ser humano solo se degrada cuando su perspectiva vital resulta empequeñecida y los estímulos exteriores a los que está sometido le inducen a ello. Pero entonces enferma personal y socialmente. Desde luego el mal existe, hay que confrontarlo y defenderse de él. Pero la gran mayoría de las personas saben (casi siempre) reconocerlo y autocontenerse. “Limitarse para dejar existir al otro”, como insiste Jorge Riechmann[25]. A este respecto afirma el antropólogo Pablo Herreros Ubalde:
“No dejemos que un puñado de indeseables nos impida ver los actos más bellos y nobles que forman parte nosotros desde hace millones de años. La mirada centrada en lo negativo, esto es, pesimista respecto a la verdadera naturaleza de nuestra especie, además de ser errónea, nos impide ser felices y acudir de nuevo a la que fue, es y será siempre la llave para nuestra supervivencia: la cooperación y la ayuda mutua.”[26]
Recuperar el cultivo del espíritu y el sentido de lo sagrado
Hay que dejarse aconsejar por las comunidades vigentes e históricas también, y por encima de todo, espiritualmente. Con una cosmovisión de procedencia solo materialista, y sin un cultivo del espíritu en comunidad que permita un crecimiento, ahora interior – que genere vínculos por la vía de cosmovisiones compartidas, y no solo de ideologías o sensibilidades – no hay salida, no hay comunidad ni movimiento que consiga mantenerse.
Algunos analistas aseguran, con razón a mi modo actual de ver, que el movimiento ecologista surgido en los años 70 fracasó en sus objetivos precisamente por orillar este componente y centrarse solo en lo político, en lo ecosocialista. Lo espiritual, de estar presente, se manifestaba y se manifiesta en un amor difuso por la naturaleza viviente y los paisajes maravillosos, pero demasiado a menudo reducidos a su belleza extrínseca y desprovistos de su amplitud, su profundidad, sus señales, su misterio intrínseco. En otros ámbitos quedó reducido a un mero conservacionismo, con o sin tintes utilitaristas. O a unos ecosistemas formulados solo matemáticamente. O a una Gaia académicamente aceptada solo en términos cibernéticos (y lo que le costó), cuyas implicaciones espirituales no han prosperado en la práctica mucho más allá de la simplicidad New Age.
Nada de todo esto es incierto ni absurdo, pues conduce a una ampliación de la sensibilidad y del conocimiento que, desde luego, contiene un componente espiritual inherente y generan cierto sentido vital en el mundo en que vivimos. Pero en estas condiciones, por muy preciosa que sea una orquídea, nos cautive el comportamiento de muchos animales o algunos nos extasiemos momentáneamente ante la belleza de ciertas ecuaciones, el vínculo será poco consistente y efímero. Seguiremos presos del desencanto del mundo, en feliz expresión de Max Weber[27].
Fue precisamente esta liviandad espiritual la que motivó el nacimiento de la corriente de la Ecología Profunda en los años 80. Arne Naess, George Sessions, Gary Snyder y muchos otros intentaron cubrir el vacío adoptando para ello perspectivas renovadas de inspiración animista y conexiones con la naturaleza de profunda intimación. Pero fue denostado tan pronto surgió (años 80) por derechas e izquierdas[28], y poco después combatido mediante el denominado movimiento Bright Green[29], de ínfulas ecomodernistas y aceleracionistas y aires, una vez más, New Age.
Por tanto por favor no me malinterprete. En ningún caso me estoy refiriendo a establecer comunidades ingenuas de este tipo o similar. Demasiado a menudo se reducen a refugios de escapismo místico naïf donde reina la sinrazón militante, la inacción colectiva y el conformismo anestesiante. Desde luego no excluyo la contemplación y la misticidad siempre que no sean sustitutos, sino los complementos enriquecedores que pueden ser, de la acción consciente, decidida, alegre y responsable. Hemos estado apuntando tan arriba, creyéndonos dioses, que hemos perdido el contacto con el suelo, con la Tierra – lo que Yayo Herrero denomina el “síndrome del astronauta”[30] – y ahora la caída será muy dura. No cometamos el mismo error por otro camino. En todo caso la diversidad será siempre bienvenida en la medida de que permita ir generando lo que he calificado de ecología cultural y facilitando el aprendizaje cruzado y la evolución del conjunto.
Se trata, en lo material y operativo, de comenzar a poner en práctica desde ahora mismo lo que Ted Trainer y Samuel Alexander llevan algunos años teorizando: la vía de la simplicidad[31], para lo cual ponen como ejemplo las comunas catalanas de los años 1936-1937, liquidadas durante la guerra civil española («Els fets de maig») con la inestimable colaboración del PSUC, la UGT i la Generalitat de Catalunya. ¿Anarquismo? Llámelo como quiera. Como ve, no estoy planteando solo una respuesta política [32] sino, principalmente, una renovación de la cosmovisión, una nueva percepción de la realidad que, con el tiempo, podrá irse concretando en formas de organización diversas. Pero ahora hay que empezar por aquí.
Así pues, abogo por una nueva cosmovisión alejada de la modernidad dualista y escindidora del ser, que nos aprisiona en el ego. Por un cambio cultural radical, una conversión, una metanoia, una ampliación de la conciencia. Un pensar distinto, el inicio de un camino hacia un sentir distinto (o viceversa). Ampliación cognitiva que solo puede comenzar por un (difícil) cambio de conciencia personal, una transformación y un crecimiento interior junto a otros, una nueva forma de estar y de relacionarse con el mundo que posibilite el derrumbe progresivo del principal mito, perverso y disociador, de la modernidad: la división ontológica entre el ser humano y el resto de la naturaleza (en sentido lato). Hay mucho más recorrido en la percepción, el sentimiento si usted quiere, de conexión, de pertenencia, de reverencia por la vida, de unicidad de la existencia. Todo esto no se educa. Si acaso, se ayuda a despertar.
De modo que nada de vuelta a las cavernas ni bobadas por el estilo, pues es mucho lo que hemos aprendido y que debemos poner en valor – eso sí, selectivamente. Pero ahora desmercantilizando y desmaterializando, dejando la ética utilitarista muy en segundo plano, abandonando el mercado regulador como criterio dominante y totalitario y abrazando una nueva manera no dual de contemplar la realidad. Por cierto por lo menos tan ilustrada como la vigente, pero que, por haber permanecido en muy segundo plano, es muy poco conocida y requiere más desarrollo.
Otra ilustración fue posible

Esta bifurcación naturaleza-cultura viene de muy lejos. Está vigente en la filosofía de Occidente desde hace más de 25 siglos. Tomó velocidad en la tardía edad media con Petrarca y Pico della Mirandola y el surgimiento del humanismo, aunque todavía por entonces la idea de Madre Tierra se mantenía vigente[33]. Pero esa bifurcación no mostró en sus inicios una separación ontológica tan radical como la que más adelante abrazó, posibilitando a partir de ahí la denominada “angustia cartesiana”. Pero adquirió especial ímpetu totalizante cuando, a caballo entre los siglos XVII y XVIII, fracasó una de las corrientes de la Ilustración en sus inicios británicos: la denominada “Ilustración Radical”.
La historia quiso optar por una cosmología dualista-mecanicista cartesiana y newtoniana, teísta y determinista, masculinizante, dominadora, impulsada por Francis Bacon – más resultona en lo material a corto plazo – que está en la base de todas las ideologías del mercado ideológico y político vigente y, por tanto, ninguna nos sirve a día de hoy. Mark Hathaway y Leonardo Boff denominan monocultivo de la mente[34] Boaventura de Sousa Santos “western cognitive empire”[35] a esta forma de entender el mundo de la que muy pocos somos explícitamente conscientes. Y si alguna vez lo somos la damos por buena, por útil, incluso la encontramos autoevidente sin mayor reflexión, pero sin nada esencial que nos lleve a pensar que así es. Es una cosmovisión educada, inducida, imbuida. Herbert Marcuse se refería en los años 50 a la llegada del hombre unidimensional[36]. Le ruego que reflexione sobre esto.
En cambio, otra Ilustración podría haber sido posible, cosmovisión que el romanticismo intentó reavivar muchas décadas más tarde. Era la de Giordano Bruno, Baruch Spinoza y John Toland, de orientación más deísta, panteísta (en sus diversas variantes, panenteísmo incluido), organicista y vitalista. Republicana y antimonárquica, con la inclusión del ser humano en la naturaleza como copartícipe en tanto que punto de partida[37]. Ese debería ser el nuestro.
Respecto al romanticismo: ¿será atribuible a la casualidad la aparición en ese marco de genios como Goethe, Schelling, Beethoven o William Blake, junto a distintos precursores[38] de la teoría de la evolución de Darwin (pero críticos con la selección natural generalizada)? Por otra parte algunos autores, con los que coincido en tanto que coetáneo algo tardío, afirman que restos del romanticismo estaban todavía presentes en lo que consideran su punto final: la Revolución del 68[8]. Ahí donde convergen la mirada holística que llevó al desarrollo del pensamiento sistémico condensado alrededor de las conferencias Macy, con Ludwig von Bertalanffy seguido de Francisco Varela y Humberto Maturana en la nueva biología y las ciencias cognitivas que se unieron a Lynn Margulis, James Lovelock, Gregory Bateson y Fritjof Capra y muchos otros agrupados por William Irwin Thompson en la Lindisfarne Association, desarrollando nuevas ciencias de la vida y la autopoiesis con perspectiva gaiana y los inicios de la ciencia con conciencia[39] que, inspirada en Goethe, propugnaba David C. Orr.
Fue el tiempo de The Beatles, Pink Floyd, Led Zeppelin y The Who, de Fredy Mercury, Elton John y Simon & Garfunkel, también de Joan Baez, Leonard Cohen, George Brassens y George Moustaki, de Lluís Llach, Maria del Mar Bonet, Luis Eduardo Aute y Joan Manuel Serrat – y de tantos otros – en la época más densa de creatividad y excelencia musical de la historia. Paco de Lucía, Dalí, Picasso … ¿Fue casualidad? ¿O sería su cosmovisión? ¿No es esto el verdadero, el auténtico progreso? ¿No necesitamos ahora un Romanticismo 2.0, como propone el filósofo alemán Andreas Weber, un Enlivenment?[40]
Concluyendo: la tarea
En la medida que es mi convicción (y la de muchos) que el Titanic ha chocado ya con el gran iceberg, que se está ya escorando perceptiblemente – mientras unos intentan fijar las sillas de cubierta, otros recolocarlas y otros, en fin, tocan el violín – propongo que nos dediquemos, desde ahora mismo, a organizar creativamente los botes salvavidas. Este es el reto de nuestro tiempo.
Vivimos inmersos en lo que la filósofa catalana Marina Garcés denomina “condición póstuma”[41], para lo cual solicita la emergencia de una “nueva ilustración radical” como acto de insumisión respecto a los códigos, los mensajes y los argumentos del poder. Considera que la tarea actual del pensamiento crítico consiste precisamente en esta declaración de insumisión a la “ideología póstuma”, y que esta rebelión, si no quiere seguir siendo un acto suicida o autocomplaciente, necesita herramientas para sostener esas posiciones[42]. David C. Korten, exprofesor de la Harvard Business School, aboga asimismo por una nueva ilustración que incluya una espiritualidad inmanente como desarrollo del ser[43].
Sin embargo, con esto no bastaría. Si los consideramos como meras tablas de salvación en lo físico sin una profunda reconversión cognitiva personal y colectiva en la creación de un nuevo sentido vital su recorrido será limitado, su potencial no desarrollado, su existencia efímera. Su defunción, previsible. Ciertamente, hay que sustituir el lema “sálvese quien pueda” con el de “salva cuantos puedas”. Pero esto requiere de esperanza, de responsabilidad y también de alegría, como apunta acertadamente Luis González Reyes. Emplear simultáneamente tres frentes, como apuntan Rob Hopkins y Joanna Macy: la cabeza, el corazón y las manos. Y añado que eso exige trabajar siempre con las dos manos: una para sí, y la otra para los demás.
Este es el reto, y también la nueva esperanza: convertir estos botes en humanamente viables al tiempo que, filosóficamente y en común, les vamos dotamos progresivamente de un sentido vital creciente, enriqueciéndolo y creando un mundo nuevo, más amable y más rico, donde podamos tener tanto tiempo de trabajo como para el juego, la música, la danza, el arte, la sexualidad reposada, para la reflexión y para la contemplación. Para crear, para co-crearnos, para cuidarnos.
Celebremos pues los hitos alcanzados (y pongámoslos a salvo) por las posibilidades que nos ha ofrecido el reduccionismo metodológico y la enormidad de la energía fósil a disposición para el avance del conocimiento y del arte. Pero teniendo claro que, deslumbrados como estábamos, no habíamos reparado en los costes a corto plazo y mucho menos en los de largo plazo. Y abracemos, recuperemos y desarrollemos la perspectiva holística, sistémica, vitalista, incluso animista[44] de la realidad, de toda la realidad interrelacionada, interconectada e interdependiente.
Tenemos para ello como herramientas a disposición una suerte de ciencia 2.0 con más de 50 años de recorrido, académicamente aceptada en su mayor parte – o que lo será – que nos sirve tanto de justificación[45] como de inspiración: pensamiento sistémico, no linealidad, indeterminación, sistemas complejos, termodinámica del no-equilibrio, propiedades y dominios emergentes, no localidad, nuevas ciencias de la vida, ecología integral, ciencias cognitivas, psicología transpersonal, noosfera, Gaia…: la denominada “ciencia con conciencia”. Y filosofías y perspectivas atemporales como las de Goethe, Friedrich von Schelling, Alfred North Whitehead, Albert Schweitzer, Owen Barfield, Jean Gebser y tantos otros, sensibilidades como las de Alexander von Humboldt o Rachel Carson[46]… La lista sería enorme. Convirtamos esas comunidades en arcas de Noé de todo este conocimiento inestimable, y procuremos, en la medida de nuestras nuevas posibilidades, hacerlas avanzar. Con tiempo, lentamente, reposadamente.

Hay también mucho que desaprender, y mucho más, y sin duda mejor, por reaprender. Descolonicemos nuestra política y nuestro imaginario de un monocultivo impuesto. Asimismo despatriarcalicémonos , y atendamos más a los valores intrínsecos, generalmente atribuidos a la condición femenina frente a los extrínsecos. Es en este sentido es muy posible, y tal vez necesario, que en este cambio de época las mujeres adquieran un papel decisivo. Transitemos desde una percepción de escasez a una de suficiencia material y de abundancia espiritual. Se trata, en definitiva, de añadir dimensiones a la existencia, de desarrollarlas y de hacerlas crecer.
Percibamos pues la realidad, toda ella, en los términos evolutivos de los que formamos parte, y no como una foto fija a la que aferrarnos mirándola desde afuera. Abandonemos la necesidad de certidumbres de detalle, integrando en el gran conocimiento adquirido también la docta ignorancia[47], reconociendo no solo lo que no sabemos sino lo que sabemos que nunca vamos a saber. Recuperemos y revaloremos saberes y técnicas[48] del pasado, de otras culturas del presente, y desarrollemos otras apropiadas a la nueva realidad cambiante[50]. Consideremos, con Thomas Berry, a la Tierra y a la realidad toda como una comunión de sujetos y no como una colección de objetos. Percibamos la amplitud y profundidad de la tríada evolutiva cosmogenética diferenciación-autopoiesis-comunión planteada por este mismo autor (o autopoiesis-diferenciación-comunión, el orden preferido por Sean Kelly citando a Raimon Panikkar[50]), y reflexionemos acerca de nuestra posición en ella.
Quitémonos las orejeras, percibamos más ancho, más largo y más interiormente; ejerzamos la imaginación creativa. Porque se trata de eso: de crear un nuevo mundo alejado del actual en descomposición. Una nueva cultura, un nuevo mundo más rico, más justo, más profundo, más inmanente y quién sabe si más trascendente.
Afirma Jordi Pigem:
“Si a las distintas variedades de experiencia religiosa se las despoja de lo que tienen de dogmático, sectario o superficial, en muchas de ellas no quedará nada. Lo que quede en el resto, es decir, lo esencial, lo mejor del cristianismo, budismo, hinduismo, taoísmo, etcétera, puede verse como distintas metáforas que con el tiempo se transforman y reescriben, todas ellas válidas mientras no se arroguen la posesión de la Verdad.”[51]
Josep Maria Mallarach nos recuerda a este respecto un elocuente párrafo del preámbulo de la Carta de la Tierra, aprobada por Naciones Unidas en el año 2000:
“El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza.»[52]
Pero ya
El momento es ahora. Hay indicios de que distintos aromas de esta nueva cosmovisión están ya en el ambiente, apuntando a un zeitgeist[10] prometedor.
Percibí con claridad esta espiritualidad en la COP alternativa de Madrid de 2019 expresada desde distintas culturas y con distintas voces de Blockadia, de feminismo, de naturalismo… Ese lazo conductor estaba ahí presente pero, ay, salvo ese foro nada operativo parecía unirlas. También había sido muy evidente, con mayor profundidad incluso, pocos meses antes durante una visita a la comunidad de Tamera en el Alentejo portugués en ocasión de la conferencia ‘Defend The Sacred: Conference for Global Change Makers’[11] en agosto de 2019 acompañado de la paz e inspiración serena de Marga Mediavilla. Nos encontramos ahí centenares de personas en lo que califiqué como magnífico costado espiritual del Foro de Porto Alegre – sin que pretendiera parecerlo en ningún momento – donde todas las culturas, religiones y cosmovisiones eran bienvenidas y apreciadas. La enorme sala de conferencias, llena a rebosar durante los cuatro días que duró el evento, estaba construida toda ella en madera y recordaba inequívocamente un templo. Junto a las presentaciones, distintos talleres, exquisitamente no invasivos, conseguían hacer aflorar emociones diversas y promover sentimientos de conexión profunda.
Por otra parte, más allá de los convencidos del colapso, a algunos de los cuales esta invitación puede sorprenderles, es posible ya detectar en muchas personas una conciencia difusa de que algo no encaja, de que algo va realmente mal. Que abarcaría mucha más gente[12] de la que tiene conciencia clara del tiempo póstumo descrito por Garcés. La denominada “Gran Dimisión”[53], que muchas personas están ejerciendo ya, puede ser indicativa del principio de una renovación del inconsciente colectivo todavía por cristalizar. La pandemia y la perspectiva de colapso estarían, en este sentido, operando como rito de paso hacia una nueva realidad en proceso de nucleación.
En este punto tengo la convicción de que la teoría Gaia Orgánica de Carlos de Castro puede constituir una buena base para esa religación necesaria, como relato fundacional[54]. Plantea, en el lenguaje que Occidente valida – el científico – una realidad que muchas cosmovisiones han expresado a lo largo de la historia en términos religiosos o que, simplemente, han vivido como una certeza autoevidente. Creo que esa teoría, que requiere desarrollo y profundización, marca un antes y un después en nuestra concepción del mundo y de la vida, y que es potencialmente nucleadora de una nueva espiritualidad, una re-sacralización, laica si se quiere, pero necesaria para la recuperación del sentido de la vida.

Hemos pues de reconectar con la Tierra, con Gaia – pulsión atávica a reencontrar -, soltar lastre antropocéntrico, reverenciar la vida – toda ella y así también la de los demás seres -, desdualizar nuestra visión del mundo superando la división sujeto-objeto que nos aprisiona el ego y limita y corrompe el amor, y naturaleza-cultura que convierte al resto del mundo en un instrumento a disposición. Por el contrario conviene atribuir, con Henryk Skolimowski, a la Tierra, a Gaia, la condición de templo, de santuario. Un temenos – que en griego significa recinto [cerrado] sagrado[55].
También debemos desdualizarnos a nosotros mismos allanando la separación mente-cuerpo, que escinde el ser. Desarrollemos, hagamos crecer esta nueva espiritualidad enriquecedora. Espiritualidad, insisto, que puede ser perfectamente laica, participativa, sin apriorismo[56]. Laica o no, o que se encuentre a mitad de camino entre la religión y la laicidad, que re-ligue y razone al mismo tiempo, que entienda la materia y el espíritu como dos aspectos de una misma realidad. Una espiritualidad inmanente, rica, basada en la belleza, el conocimiento y el amor. ¿Nos vamos preparando?
Pues todo esto es lo que podemos intentar legar a nuestros hijos, a las generaciones venideras: esta es la forma de retomar la ética generacional que resulta de imposible ejercicio desde dentro. También hacia atrás: homenajeando, a la manera de Walter Benjamin, a quienes nos precedieron en estos esfuerzos[57].
“Vivo para conocer, conozco para vivir. Vivo para amar, amo para vivir.”, articuló Edgar Morin[58]. Lo que no amemos no lo vamos a salvar, puntualizó el biólogo Stephen Jay Gould. Esa es la tarea que tenemos por delante.
Nada menos.
[Post dedicado a Jordi Pigem, Jordi Solé, Josep Maria Mallarach, Carlos de Castro y Jorge Riechmann, como agradecimiento por haberme abierto perspectivas cognitivas y vías perceptivas que desconocía]
Notas
[1] Creencia según la cual el ser humano está exento de las leyes de la naturaleza o que puede desbordarlas a voluntad
[2] Colapsemos ahora y evitemos la estampida
[3] Lo local no es necesariamente lo municipal pues, de hecho, el tamaño óptimo estimado por sociólogos e historiadores para este tipo de comunidades es considerablemente reducido: se estima que un máximo de 150 personas permite mantener la cohesión, facilita intercambios suficientes y evita la necesidad de jerarquías y privilegios reales o percibidos. Esto es así porque con un mayor número de personas no parece bastar con la presión de los iguales para evitar comportamientos socialmente inadecuados para el mantenimiento de la estabilidad y la continuidad festiva del grupo. Existen incluso comunidades que se escinden voluntariamente cuando corren el riesgo de superar este número.
[4] Y siempre cruzando los dedos para que no llegue, precisamente ahí, una tormenta imposible o un incendio de sexta generación que se lleve por delante todo lo construido y cultivado. O una agresión indefendible. Pero teniendo en cuenta esa posibilidad, asumiéndola a la manera de Sísifo. Pero la creación espiritual debería subsistir
[5] Dependiendo de la definición adoptada
[6] Cita atribuida a Esteban Goode Hill. Ver sus consideraciones sobre la crisis alimentaria en este video
[7]] Expresión de Nietzsche que fue tergiversada y sacada de contexto para justificar la barbarie civilizada. Ver Mazzino Montinari (2003), Lo que dijo Nietzsche, Editorial Salamandra (gracias, Elena Nájera)
[8] Sin embargo, hoy parece estar renaciendo a través distintas variantes de la denominada Ecología Integral. Pero cuidado con Ken Wilber.
[9] Del 67, me corregiria Jordi Vilardell desde California
[10] Palabra en alemán que puede traducirse como «espíritu del tiempo» o «espíritu de la época». Hace referencia al clima, ambiente o atmósfera intelectual y cultural de una determinada era (Wikipedia)
[11] Defiende lo sagrado. Conferencia para los practicantes del cambio global.
[12] Un test interesante puede practicarse en el ascensor. Haga la prueba.
Con toda seguridad es el texto más desasosegante, inquietante, certero e influyente que he leído nunca.
Desde la humildad, mi unidad familiar ya ha iniciado la transición a esa reconexión natural. El tiempo y el camino irán encontrando y eligiendo compañeros de viaje.
Gracias
Me gustaLe gusta a 2 personas
Gaialogía o ciencia gaiana. Gaiasofía o simbioética gaiana. Gaiarquismo o espiritualidad gaiana. Gaiarquía o sociedad gaiana. Trabajo colectivo para los próximos siglos. Una aventura extraordinaria para el Gaiaceno. A mí me toca contribuir con el más sencillo pero no por ello menos excitante.
Gracias Ferran, saber que otros están en lo mismo es el Apoyo mutuo que necesitamos para nunca desfallecer, incluso para los que sabemos que nos hundiremos con el Titanic.
Me gustaLe gusta a 3 personas
Felicidades, ha logrado condensar, como nadie, el momento presente y la perspectiva que tenemos por delante.
Simplemente gracias, con todo lo que eso significa.
Me gustaLe gusta a 1 persona
maravilloso artículo.
Gracias por tu aportación al intento de buscar una luz entre tanta oscuridad, Ferran
Me gustaLe gusta a 1 persona
Echo de menos alguna mención al problema de la violencia. ¿Cómo evitarán esas comunidades ser saqueadas y/o reducidas a la esclavitud por sus vecinos?
Y aún en caso de que esa sociedad fuera estable, habría que llegar primero a ella. ¿Cuánta población podría sostener ese tipo de sociedad? ¿Cómo alcanzaríamos ese número desde la población actual?
Me gustaMe gusta
Si lo menciono Barto, es verdad que con la boca pequeña, pero no lo rehuyo. El tamaño también (nota 3)
Me gustaMe gusta
https://crashoil.blogspot.com/2015/09/tus-vecinos-no-se-conformaran-con-un-ya.html?m=1
Me gustaLe gusta a 1 persona
He empezado a leer ahora The dawn of everything: A new history of humanity de David Graeber (póstumo) y David Wengrow y creo que puede aportar mucha luz sobre las numerosas y variadas formas de organización social a lo largo de la historia y pre-historia. Nuestra civilización occidental, lejos de ser una manifestación de progreso humano, queda a menudo mal parada en comparación con otras que hemos considerado más atrasadas.
«Some Jesuits went further, remarking – not without a trace of frustration – that New World savages seemed rather cleverer overall than the people they were used to dealing with at home (e.g. ‘they nearly all show more intelligence in their business, speeches, courtesies, intercourse, tricks, and subtleties, than do the shrewdest citizens and merchants in France’).»
Reseña:
https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2021/11/graeber-wengrow-dawn-of-everything-history-humanity/620177/
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Gran artículo!. Como, alegro de participar aunque solo sea como humilde lector ( y activista en lo que puedo) de este grupo de auténticos maestros españoles que estáis, habéis formado: tu mismo, Yayo Herrero, Jorge Riechman, Margarita Mediavilla, Carlos de Castro, AntonioTuriel, Alicia Valero por nombrar algunas que vienen a vuela pluma, que me perdonen otros muchos más. Seguramente porque estoy atrapado en la «prisión cognitiva previa» me inquieta, aunque intuya que es lo que va a ocurrir, esa atomización en pequeñas comunidades. ¿Dónde queda mi Estado protector, la salud pública, las vacunación centralizada, la red eléctrica estable y ubicua, esas carreteras, el sueño igualitario del siglo XX?… Esas comunidades cuasi tribales tendremos que aprender a colaborar entre si, sin pelearse por los escaso recursos naturales que queden…¡Cuánto por aprender, cuánto por reflexionar, cuánto que transformarnos, cuanto por entender a nuestra querida Gaia que somos nosotros mismos tambien!. Muchas gracias.
Me gustaMe gusta
Aún teniendo algunas diferencias en algún planteamiento (que ya hemos comentado incluso en tu hospitalaria casa, como por ejemplo que creer que es la única vía útil es caer un poco en un tipo de dualismo, y que creo que todas son necesarias y se alimentan unas a otras) no puedo más que quitarme todos los sombreros del mundo, Ferran. Cuánta sabiduría concentrada y qué intento más amoroso de iluminar a los que se pasen por esta página maravillosa. Gracias de corazón. Abrazo grande.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muy, pero muy interesante. Felicitaciones. Desde mi perspectiva este proceso es la Adaptación++ desde la Cultura Patriarcal Autodestructiva a una Cultura del Respeto. Por si es de utilidad:
https://gusdonblog.blogspot.com/2020/10/cultura-del-respeto.html?m=1
Hay algunas referencias, poco profundas, a la teoría de la autopoiesis de Maturana y su uso por Niklas Luhmann que quizá le haga sentido a más de alguno. En Chile la Cultura Mapuche tiene un concepto, Itrofill Mongen, que corresponde al concepto de Respeto propuesto en el post.
Suerte GD
Me gustaMe gusta
Ferran, no sé si has oído hablar del llamado Proyecto Drawdown, que postula 95 posibles soluciones para mitigar el impacto del cambio climático.
https://drawdown.org/solutions
Supongo que estarás muy liado con tus artículos y conferencias, pero si en algún momento tienes el tiempo necesario para ello, sería enormemente interesante conocer tu opinión sobre la utilidad y sobretodo, la viabilidad real de dichas medidas, en cuanto a disponibilidad de recursos energéticos y materiales, cambio socio legislativos implícitos, etc…
Me gustaMe gusta
Maravilloso. Abrazo fuerte Ferran
Me gustaLe gusta a 1 persona