Continuación de Ineficiencia COP-optada (y van 26) (1/3)

Los tiempos que vienen van a ser muy duros, como atestigua la imagen adjunta elaborada por Rafael Fernández Díez y publicada hace pocos días en el blog de Antonio Turiel. Diésel y fuel-oil son la sangre del sistema. Además de muchos vehículos privados, en principio prescindibles, lo emplean todos los barcos, los camiones, toda la maquinaria pesada de minería y de obra civil, la maquinaria agrícola, muchos grupos electrógenos de campo[1].
¿Transición ecológica renovable sin apagones?
Ocurre, además, que hay otro problema del que he tenido conocimiento muy recientemente. Por si no fueran suficientes las limitaciones termodinámicas y de disponibilidad de materiales en relación a los sistemas alternativos de generación de energía, sabemos ahora que no es posible mantener la estabilidad de la red eléctrica integrada de corriente alterna por encima de cierto nivel de generadores alternativos geográficamente distribuidos y conectados a la red.
Pronto sabremos más acerca de esta nueva limitación fundamental a las soluciones que se venden, restricción nunca contemplada en el discurso público verde. Dicha limitación está relacionada con la dificultad de mantener en sincronismo la fase de la frecuencia de 50 Hz de la red. Si la compleja regulación automática fallara se producirían unas sobretensiones tan imponentes que llegarían a reventar centrales enteras y, presumiblemente, todos los equipos a ellas conectados. Las averías serían de tal magnitud que su reparación llevaría semanas o meses, tal vez muchos. Esta es la auténtica razón de fondo que subyace a la reciente alarma acerca de un posible apagón, que ha dado ya un par de sustos mayúsculos en Europa central y que fueron resueltos in extremis mediante la desconexión manual de la red interconectada.
Esto es así porque en la configuración actual del sistema eléctrico parece haber un compromiso teórico entre la capacidad de estabilizar automáticamente la red y el número de generadores renovables a ella conectados. Esa estabilización solo puede conseguirse mediante el ajuste de las centrales de baja inercia sin intermitencias, tales como las térmicas o cierta generación hidroeléctrica. Las segundas resultan ser insuficientes y las primeras son todas ellas de combustible fósil, generadoras por tanto de emisiones.
Este nuevo descubrimiento echa por tierra cualquier esperanza de transición ecológica renovable mediante generación distribuida conectada a la red sin el concurso de una cantidad significativa de combustibles fósiles como reguladores. Una razón más por la cual, si queremos sostener el sistema eléctrico – que por lo demás es solo el vector de canalización de 20-25% del consumo total de energía – y mantener un sistema de transporte de mercancías, por ejemplo alimentos, el sistema climático pone la directa y su daño se haría, se está haciendo ya, también inasumible.
No preveo un colapso inmediato, pero parece claro que estamos sufriendo un infarto necrosante que va a impedir que el sistema socioeconómico vigente recupere la aparente estabilidad a la que nos tenía acostumbrados. Creo más bien que distintos órganos (transporte, sistemas de comunicación, Internet, sistema eléctrico, agua potable, medicamentos, servicios de salud, etc.) irán perdiendo funcionalidades con frecuencia creciente en áreas geográficas cada vez mayores. Ocasionalmente algunos fallarán completamente, y solo en algunos casos podrán ser reactivados mediante distintos parches o esfuerzos hercúleos. Esas intervenciones se revelarán como remedios peores que la enfermedad original: perjudicarán otros órganos, creando a su vez problemas nuevos. Fallará entonces otro órgano, y otro, y después otra vez el primero, que tendremos ya que abandonar.
De hecho este ha sido el modo clásico de proceder de la modernidad en su denominado pensamiento lineal. El modelo mecanicista, resultón pero cortoplacista en tiempo, espacio e intelectualidad, funciona más o menos así: Si tengo problemas de insectos en mi cosecha, aplico un insecticida industrial. SI ese insecticida liquida especies de insectos que mantienen los hongos bajo control, aplicaré un fungicida industrial. Dado que estos hongos contienen una parte vegetativa denominada micelio, cuya función es mantener la integridad biológica de los suelos y retener la humedad, la respuesta será la irrigación. Dado que la irrigación y las agresiones químicas acabarán contaminando o agotando los acuíferos, tendré que buscar agua en otra parte o trasladar la cosecha – si eso es posible. Es así como Charles Einsenstein describe[2]. con un ejemplo paradigmático lo que denomina Story of Separation, el hecho de haber desconectado completamente de los flujos de toda vida que no sea la nuestra. Yo le llamaría también Story of Arrogance.
La diferencia con el pasado inmediato es que ahora no ya tenemos energía con la que resolver problemas aumentando la complejidad técnica y social como hemos hecho hasta ahora, siquiera con rendimientos decrecientes desde hace ya muchos años[3].; por el contrario, esta complejidad irá siendo progresivamente menor, a ratos muy sonoramente. Ello comportará la reducción progresiva, y ocasionalmente brusca, tanto del número de elementos, de sus relaciones y de sus nodos de conexión. En el proceso, se irá perdiendo complejidad social y tecnológica. El aumento de la frecuencia e intensidad de esos fallos subsistémicos concluirá con un fallo sistémico general. El colapso es esto: un proceso de descomplexificación con un derrumbe final. Es posible asegurar el hecho, pero no determinar el momento en que ocurrirá cada cosa o cada etapa. Como fuere, todo apunta a que el proceso se ha iniciado ya, como en su día avanzó el todavía hoy denostado informe sobre Los Límites del Crecimiento.
¿Cómo afrontar esta situación?
Un paper de los economistas Giacomo D’Alisa y Giorgos Kallis publicado a finales de 2019 en la académica Ecological Economics titulado “Decrecimiento y Estado” nos puede dar algunas pistas sobre posibles los caminos a seguir[4].. D’Alisa y Kallis nos recordaban en la introducción cómo la escuela de la economía ecológica había llegado a la conclusión inequívoca de que para abordar el problema climático no había otra posibilidad que planificar el decrecimiento económico. Parten del supuesto, a mi parecer dudoso, de que tal decrecimiento sea gestionable. Carlos de Castro nos ha mostrado estos días que incluso el IPCC así lo considera, siquiera implícitamente. El informe del grupo III (mitigación), previsto para 2022, debería sancionar este veredicto ineluctable, aunque está por ver con qué agallas y retórica lo va a presentar.
Decrecimiento necesario, decrecimiento inevitable

Más allá de las argucias de los economistas ortodoxos (y de algunos ingenieros de mirada corta) que pretenden violar los principios de conservación de la materia y de la energía con sus inventos fake de desmaterialización y desacoplo global[5]., la necesidad e inevitabilidad del decrecimiento es muy fácil de argumentar. El PIB no mide riqueza: es en realidad un indicador de actividad[6].. La actividad requiere movimiento (si, también la digital, a pesar de Jeremy Rifkin y Joseph Stiglitz). Y no hay movimiento sin energía. A menos energía, menos actividad. Lo que quiere decir que ocurren menos cosas, en el mercado y en casa. Sean estas buenas o malas.
Dado que la necesidad imperiosa de reducir drásticamente las emisiones lleva aparejada una reducción de magnitud comparable de la energía neta a disposición – por muchas proclamas mágicas que los energéticos renovables se crean – esa reducción de emisiones llevaría aparejado que en el mundo que sucedieran menos cosas: en términos más formales, se produciría una reducción de la fenomenología social y material. Y ello con cualquier forma de estado o gobierno sea este de derechas, de izquierdas o de todo lo contrario.
¿Qué gobierno, qué estado profundo va a consentir eso voluntariamente? ¿Quién va a tener el valor de presentarse a unas elecciones con un programa decrecentista o cuyas políticas lleven aparejado un decrecimiento? En este sentido habría que entender las piruetas electorales de John Biden o de Pedro Sánchez como muy coyunturales y basadas en la persuasión y el desconocimiento.
Por lo demás en la figura podemos observar que, a partir de 2011 y a nivel global, las emisiones crecen más deprisa que la economía. ¡Viva el desacoplo!
D’Alisa y Kallis planteaban en el texto mencionado que existen solo cuatro únicas posibilidades de interacción con el estado, que me permito reordenar a efectos de mi argumento.
1. Gramsci
Una de las vías planteadas, de hecho por la que abogan, consiste en la estrategia que podemos denominar gramsciana, la de procurar la hegemonía cultural.

Esta vía no hay que abandonarla nunca, es y será siempre necesaria: aquí me tiene usted ejerciéndola. Pero a mi modo de ver tiene dos limitaciones evidentes:
- La potencia de fuego comunicativa fuera del mainstream es incomparablemente menor que la del adversario. De hecho, fueron las élites económicas libertarias, fusionadas con algunas religiosas (evangelistas, teología de la prosperidad)[7]. las que, como reacción a la Revolución del 68, abrazaron esta estrategia que fue teorizada en los Cuadernos de la Cárcel del comunista italiano Antonio Gramsci a principios del siglo XX. Y a fe mía que la ejerce con gran eficacia y, cuando no, la inmensidad de los recursos a disposición compensa sobradamente sus errores más flagrantes (ver figura).
Creada y mantenida con cantidades ingentes de dinero procedente de las principales fortunas, las principales empresas y las principales asociaciones empresariales, la maquinaria llegó a adquirir vida propia. Funciona ahora prácticamente sola, con intervenciones mínimas distintas de las de la selección de los receptores de los fondos.
Así conquistaron medios, una imponente red de think tanks, agencias PR, universidades, escuelas, ONG… Así consiguieron los estados profundos hacerse elegir a Ronald Reagan y a Margaret Thatcher, a Felipe González y a Tony Blair, para acabar descubriendo que no le hacen falta ya ni personalidades especialmente carismáticas: Berlusconis, Bushes, Aznares, Trumps, Boris Johnson… Basta con que sean buenos actores, tengan poca vergüenza y estén bien engrasados. - No solo nuestra potencia de fuego es comparativamente ridícula. Somos además limitados en nuestro alcance mediante técnicas algorítmicas difíciles incluso de percibir o detectar.
Uno podría pensar que esto no es importante pues, al final, la razón triunfa. Pero eso es una ingenuidad en la que he dejado de creer. En todo caso raramente lo hace a tiempo, y ahora ya no tenemos tiempo para convencer pacientemente a nadie que no quiera saber. Bueno, a nadie no. Quiero decir a nadie o a suficientes como para hacer bascular el sistema político, cooptado ya como hemos visto por las mismas élites extractivas que nos han llevado hasta aquí.
De modo que seguiremos intentando mostrar nuestras razones, éticas y científicas, en lo que podamos y mientras nos dejen. Pero esperar de ello una conversión cultural generalizada a corto plazo del nivel que el reto requiere para que ese cambio de conciencia tenga repercusión decisiva en el poder político no me parece razonable. Lo ha pedido hasta el Papa de Roma, pero los resultados de su manifiesto-Encíclica de 2015, aun siendo relevantes para muchas personas, son a todas luces insuficientes socialmente y parecen haber abocado a una mayor polarización sobre estos asuntos[8]. Sorprende que D’Alisa y Kallis no hayan tenido en cuenta este fenómeno.
2. Convencer al poder desde dentro
Otra opción planteada es la que denominan estrategia simbiótica. Consiste esta en penetrar en el poder político para intentar convencerlo desde dentro.
Más allá de las conversiones al pragmatismo contemporizador que he ido observando en gentes bien informadas y bienintencionadas que han apostado por esta vía cuando han escalado posiciones, a todo lo que hemos podido aspirar en España ha sido a una Ley de Cambio Climático que no es otra cosa una ley de crecimiento verde, oxímoron donde los haya; en Europa a un Next Generation con ínfulas de Green New Deal pero completamente fake; y en la arena internacional a un Acuerdo de París manifiestamente insuficiente tanto desde la perspectiva científica como política y ahora a una COP-optación y COP-rrupción del propio proceso internacional. Todas estas iniciativas conforman sendas huidas hacia adelante gatopardianas: aparentar que todo cambia para que no cambie nada sustancial. Desde luego el problema de fondo se mantiene intacto, como muestra bien a las claras la evolución de la concentración atmosférica de dióxido de carbono.
Y es que en un entorno económico (y psicológico) capitalista ningún gobierno, llámese socialista u otros eufemismos de marca, puede proponer a la población, y mucho menos al estado profundo, el decrecimiento económico. Ni tan solo anunciar una crisis de crecimiento sin relativizar su importancia y sin apelar en la frase siguiente a la perspectiva de volver a su senda, siquiera a medio o largo plazo, con las medidas que hagan falta, medidas que acabarán siendo digeridas por la población. Realimentación positiva que sería de gran intensidad, profecía autocumplida reforzada donde las haya. He vivido esta situación en 1977,1981, 1992, 2000, 2008, 2010 y ahora tras la pandemia. El motivo es simple: de hacerlo, la inversión se retraería inmediatamente, la banca restringiría fuertemente su crédito y la crisis se agudizaría todavía más, y mucho más deprisa. El sistema financiero no tiene sentido sin la posibilidad de que se le devuelva el crédito con intereses.
Hay que mantener la esperanza (económica), la ilusión, la fe en el sistema a toda costa, contra toda evidencia. Hay que simular que no pasa nada – o por lo menos nada especialmente grave – y hacer creer al personal que la recuperación está a la vuelta de la esquina para que, por lo menos el público, mantenga la actividad inversora con sus ahorros personales en ausencia del crédito bancario que, en todo caso, resulta menguado. En esta ocasión el poder seguirá, ya está siguiendo, este mismo patrón, y ello a pesar de la gran cantidad de señales que se agolpan, de origen multifactorial pero con un denominador común: la disponibilidad de energía neta está ya en claro retroceso.
¿Qué opciones tiene la política ante estas restricciones innegociables que nos impone la naturaleza? Sabemos que las medidas incrementales han dejado de ser suficientes desde hace mucho tiempo. En relación a otras más drásticas, hagamos un poco de política-ficción.
Política-ficción
En teoría, una opción radical al alcance del estado podría dar lugar una situación extrema en la que los gobiernos del mundo decretaran un paro general, tipo confinamiento pandémico, garantizando la pervivencia simplificada de algunos sectores considerados esenciales como la alimentación (sin tanto envoltorio). La interacción social presencial si debería sería permitida, si bien los viajes quedarían severamente limitados, desde luego el uso del vehículo particular y los de muy larga distancia en cualquier medio. En definitiva, un racionamiento energético explícito y lo más igualitario posible.
Desde luego esto se haría bajo el civilizado lema de preservar el planeta y la democracia, pero nada garantizaría lo primero ni mucho menos lo segundo. Dudo incluso del éxito en el mantenimiento de los suministros esenciales – por lo menos según los tenemos entendidos hoy en el denominado primer mundo – en la medida de que han alcanzado un grado tal de complejidad en sus tecnologías y procesos que no veo cómo podrían garantizarse en un entorno de disponibilidad energética limitada sin que ello supusiera en la práctica relajaciones de esa nueva normalidad que la hicieran inoperativa de cara al objetivo deseado. Y con respecto a lo segundo dudo mucho que no acabara derivando en un auténtico ecofascismo duro, sangriento – si es que esa situación no pudiera considerarse ya directamente una forma de fascismo siquiera medido en la intensidad de la propaganda que habría que desplegar.
No voy a insistir mucho en esta simulación porque tampoco creo que fuera a funcionar. Una cosa es asumir un confinamiento temporal para proteger la salud, y otra perder indefinidamente perspectivas vitales asumidas para salvar el planeta sin una perspectiva clara ni una cosmovisión funcional alternativa. Y ello sin mencionar el negacionismo recalcitrante y la ultraderecha sociológica en ascenso. La insurrección social podría llevar primero al ecofascismo, para perder a continuación el prefijo y la vergüenza derivando en eugenesias de distinto pelaje. O, acabáramos, en un retorno al status quo actual.
De modo que por ahí tampoco. NI por lo físico ni por lo político-social. Los esfuerzos por la vía simbiótica pueden no ser del todo inútiles. Algunos intentos son encomiables de cara a cierta concienciación pública, pero no para esperar resultado concreto alguno ni mucho menos solución al problema sistémico.
3. Sublevación

Otra opción (3) es hacer la revolución, sublevarse, tomar el poder. Dado que hay ciertos métodos que, por varios motivos, no queremos emplear activamente, a los partidarios de esta vía siempre les pregunto cuántos manifestantes quiere usted ver en la calle, y durante cuánto tiempo, para que una revolución sea posible.
La Revolución Catalana de 2017 llevaba unos cuantos años organizando anualmente manifestaciones festivas con alrededor del 20% de la población movilizada, lo que las convirtió en las mayores manifestaciones como mínimo desde la Segunda Guerra Mundial, por lo menos en Europa.
A pesar de que todos llevábamos ya un competente espía en el bolsillo, todo ello culminó en la organización de un referéndum que solo pudo ser desautorizado a base de hostias para todas las edades unidas a una fuerte diplomacia económica internacional por parte el estado. La inmensa mayoría vivimos todo aquello como un hartazgo del estado dominante (en ningún caso de sus pobladores como asegura la propaganda) al que creímos haberle dado todas las oportunidades de diálogo, y como un ejemplo maravilloso de auto-organización popular inclusiva, que desbordó por unos días a todos los poderes.

A lo que voy es a poner de manifiesto con un ejemplo reciente que el poder – no solo los gobiernos – ayudado por los avances en psicología de masas, tiene muy buen tomada la medida a los movimientos sociales, y sabe muy bien cómo combatir este tipo de afrentas. Pues lo que quiero destacar es que, en la práctica, nada cambió. De hecho, ha ido a peor. Los medios mintieron a todo tren por acción y por omisión, siguen haciéndolo y se encargan ahora de demonizar y perseguir por todos las vías, legales o no, una sublevación popular ejemplar y, con la colaboración de una judicatura servil convertida en ejército soft, se dedican ahora sigilosamente a provocar la ruina y muerte civil de los protagonistas que no se rindieron y de los miles de actores que tuvieron alguna participación a cualquier nivel. Ese movimiento popular está desde entonces sometido a un redoble en sus campañas de acoso y desprestigio, y de miedo, con mentiras flagrantes e informes inventados en una impúdica exhibición de lawfare. Y no pasa nada.
Volviendo a nuestro caso tengo para mí que, por las razones ejemplificadas y al menos por ahora, es este un camino sin recorrido. Y dado que nuestras energías son cada vez más escasas porque van a suceder cada vez menos cosas, conviene afinar más el tiro: el margen de error es cada vez más reducido.
¿Quiere esto decir que el activismo debe abandonar las calles? ¡De ninguna manera! La calle es muy importante para encontrarse, crear comunidad, decirle al mundo que aquí estamos y que no nos rendimos ni al negacionismo ni al nihilismo. Y para mirarnos a los ojos y reconocernos en el amor entre nosotros, a la vida y a la construcción del futuro.
Resumiendo hasta aquí. ¿Es inútil preparar la revolución? Creo que hoy por hoy sí. ¿Es inútil la estrategia gramsciana? En absoluto, es más necesaria que nunca. Pero no es posible contar con alcanzar por esa vía una hegemonía cultural a corto plazo. ¿Es inútil la estrategia simbiótica? No, pero no se llegarán a conseguir nunca mayorías democráticas nacionales transformadoras del nivel que la situación requiere ni a influir significativamente en las existentes. De ocurrir (de nuevo política ficción), el sistema internacional lo impediría.
Sin embargo, esta estrategia puede ser útil para intentar facilitar el levantamiento de las múltiples barreras legales y administrativas que limitan hoy el desarrollo de la vía intersticial. Que es la que queda por mencionar de entre las posibilidades apuntadas por D’Alisa y Kallis. A la que me adscribo, y que desarrollaré en la próxima entrada.
Próxima entrada: Ineficiencia COP-optada (3/3): Trabajo intersticial de supervivencia creativa
Magistral artículo Ferran, lo difundo ..
Una cosa, yo cambiaría lo de «las élites económicas libertarias» por «las élites económicas liberales», que lo de libertario suena a «anarca», y no vayamos a regalarles méritos que no les corresponden ..
Otra cosa, las imágenes no se ven muy bien, yo al menos las veo con poca calidad, y es una pena, son muy buenas, la del «desacople» entre tasas de crecimiento de CO2 y PIB para explicar la falacia del desacople, es brutal.
Me quedo con el ansia de conocer la «vía intersticial», pero imagino que irá en la línea de la vía de la simplicidad de Ted Trainer, votar con los pies y todo eso .. Yo también abogo por esa vía, pero sinceramente creo que habrá que esperar a que (de manera obligada, por pura colisión contra límites) se descomplexifique lo suficiente la civilización de mercado global actual, eliminándose nodos y conexiones, para que se abran espacios de oportunidad reales donde puedan cuajar esas vías alternativas de autogestión eco-social. Aún así, el peligro de que esos nuevos espacios o nichos puedan ser ocupados por agentes dominadores (mafias, eco-fascismos, neofeudalismos) es muy real. Pero sí, hay que ir «simulando» o ensayando ese retorno a lo comunitario, a lo local, a recuperar la soberanía y la coordinación con los ciclos de Gaia, hay que ir sembrando las semillas, pese a que siga habiendo mil pajarracos alrededor devorándolas y aún tengamos todo en nuestra contra, alguna enraizará ..
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Hola Alejandro. Las élites económicas que fusionaron la estrategia con el fundamentalismo cristiano son las que en EEUU denominan «libertarian», que aquí traduciríamos mejor por «ulltraliberales» o «anarco-capitalistas». El neoliberalismo se apoya en ello.
A las imágenes que comentas les he añadido un enlace al fichero original. Pulsa y encontrarás mejor resolución. PPara las demás no tengo nada mejor
Y si, va en la línea que tu dices, tambén gaiana.
Gracias por yu participación. Un abrazo.
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M’encanta Ferran. És admirable la profunditat del teu anàlisi i m’ha servit per treure’m una mica de pes a l’ànima, doncs porto temps buscant i treballant obsessivament en solucions que com explica aquest article, i crec que m’has convençut, són inviables, inassolibles.
Després de molt patiment puc trobar una mica de pau en sentir la derrota i rendir-me.
Queda resistir localment en xarxa i viure els embats de la catàstrofe climàtica i de l’empobriment dels serveis essencials, i com diuen per aquí de provables agents dominadors…
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Muchas gracias Sr. Puig por compartir sus ideas, que como siempre (y por desgracia) están muy acertadas.
Como también tengo ganas de aportar algo a la reflexión, indicar que sería muy importante que se generara una corriente política que asumiera la situación real en la que nos encontramos y hacia donde nos dirigimos y ofreciera opciones viables de transformación económica y de modos de vida (avaladas científicamente). Es decir una evolución de las corrientes de izquierda en la que se creara una «cosmovisión funcional alternativa». Mientras sigamos teniendo democracia, por supuesto que electoralmente sería minoritaria, pero a medida que la situación empeore (más pronto que tarde) y la gente busque opciones que les dé respuesta a la consiguiente pregunta de «y ahora que podemos hacer» más apoyo tendría. No hay que menospreciar una salida democrática y colectiva. Si no hay una opción política alternativa elaborada y con bagaje entonces si que la vía fascista tiene todas las de ganar.
Mi nombre es Luis, un saludo.
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A propósito de lo que pareces anunciar, Ferrán, y de lo que apoyan algunos comentarios anteriores, considero útil repasar un artículo de Craig Collins en «Rebelion.org» del 27/03/2021 titulado: «Ecoaldeas y saqueadores. ¿Quién sobrevivirá al colapso?». Y también otro del mismo autor en el mismo sitio del 18/03/2020 que alude a otros apartados de tu post, titulado: «Cuatro razones por las que nuestra civilización no se irá apagando: colapsará». Sus tesis me parecen plausibles y merecedoras, cuando menos, de una detenida reflexión, por más que den la impresión de contradecir algunos de tus actuales supuestos. Gracias y un cordial saludo.
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Hola Juan Ignacio. Pienso que tu comentario es muy certero y oportuno.
Yo pretendo ir bastante más allá de las ecoaldeas cool o survivalistas ingenuos proponiendo una nueva cosmovisión. No doy por supuesto que el mundo «despertará»; doy por hecho que no lo hará a tiempo y que por tanto hay que anticiparse. La respuesta de Collins a Greer es muy acertada.
Estoy también muy de acuerdo con Craig Collins en la cuestión de la seguridad. Llevo años preguntándome repetidamente por esta debilidad, que no me abandona a medida que intento estos días profundizar en este tipo de comunidades. Por ahora en el borrador tengo una frase acerca de la necesidad de «defender las posiciones» si el estado no lo hace o no lo puede hacer, si bien en ese último capítulo no pretendo tanto profundizar en las condiciones de la supervivencia sino en el cambio de cosmovisión que las nuevas condiciones requieren.
Conozco la bestialidad de esos «tribalistas» y el odio religioso que nos tienen. Los textos que me citas son muy explícitos al respecto, más incluso de lo que suponía. He profundizado en el fundamentalismo cristiano y su Nueva Reforma Apostólica pre-milenarista y creo haberme hecho una idea de lo que son capaces. Por otra parte creo (o quiero creer) que se trata de un fenómeno bastante circunscrito a los Estados Unidos, donde este tipo de armamento y entrenamiento está mucho más al alcance y la pulsión fundamentalista es característica de su sociedad y constituye el fondo de su actual división. También quiero creer que este tipo de iniciativas de preparación bélica están por estos lares más contenidas. Sin embargo toquemos madera, porque la posibilidad de un colapso abrupto es muy real, el estado no podrá garantizar la seguridad y puede ser el propio ejército el que asuma esta función «en nombre de la patria». Y ya conocemos como se las gastan las fuerzas de seguridad españolas cuando se las deja a su aire, pues no otra cosa fue (y es) el franquismo: fundamentalismo cristiano versión católica integrista y supremacista.
También es posible conjeturar que en caso de colapso total y abrupto tampoco los ejércitos, privados o no, van a tener capacidad operativa por encima de sus reservas de munición. Salvo locuras aisladas, estas serían empleadas en primera instancia para defender a sus élites de la insurrección popular y a liquidar a los poderosos de enfrente (los considerados del NWO). Antes que ir a liquidar posiciones ecologistas podrían acabar liquidándose entre sí.
Es, en cualquier caso, un asunto a examinar muy de cerca y sin prejuicios ingenuos.
Un saludo cordial.
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Buenos días, Ferrán. De acuerdo en general, aunque mucho me temo que podría haber «para todos». Aguardo con interés tu próximo post y te saludo cordialmente.
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Muchas gracias por tu participación Juan Ignacio. Creo que mañana estaré ya en condiciones de publicar (o eso espero).
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Bon dia,
em commou la honestedat de fons que traspua en el contingut del text molt lluny de l’imperi de la mentida que predomina a les xarxes avui dia.
Si partim de que la realitat ni la història no és dialectica, com ja ens va ensenyar Gaddamer, potser no podem descriure encara un nou escenari.
Després de llegir-te se’m afirma que canviar el model de gestió de recursos actuals implica una fi civilitzatòria. No cal donar-hi més voltes..evidentment, però, sempre amatent i solidariament actiu a l’entorn local i social. i lluny de la teva logica indispensable i raonada interpretació de la relaitat, acabo amb les paraules d’un altre filosof, R. Pannikar on parla de la vida com l’art de l’impossible…
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Gràcies pel teu amable comentari Bernat. Prenc bona nota de Gaddamer, que no coneixia.
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Una aportación imprescindible. Para los que amamos la ciencia y su rigor , las referencias a las Leyes de Conservación, y a los 1 y 2 de la Termodinámica, son un acicate para difundirlas en un mundo que como decía Sagan, es ignorante en ciencia y tecnología. Y es tremendo abrirse los ojos a la quimera d e las renovables, como parte del mantenimiento del statu quo. Como dice el autor, exige un cambio de paradigma, sobre todo mental.Tenemos la mente de los Homo del Paleolítico, y ahora debemos lidiar con un cambio que ha ido demasiado rñapido porque la selección natural aún no ha actuado.
Pero no hay rosa sin espinas. La referencia al «proces» catalán es un cubo de agua fría. Que una persona tan lúcida , que interpreta correctamente los efecots del PR en la modelación de la opinión sobre el calentamiento, no sea consciente de que dicho «procès» es precisamente un ejemplo paradigmático de construcción propagandística de una élite muy alejada de la calle, es deprimente.Un procès diseñado por una clerecía de cargos públicos altos y medios, de gente bien alimentada, ajena a las capas de menores ingresos, que engañaron a la gente ( confesado) con falsedades demostradas.Desconocer el papel de los Xavier Vendrell, Germà Gordò, Xavier Vinyals, Oriol Soler, y especialmete, de David Madí, el oligarca que acuñó tods los eslóganes como el «Dret a decidir» no puede ser involuntario. Es una cesión a la irracionalidad, y temo decir, a la ética, desoladora.
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