Examinamos ayer el premio Nobel de economía recientemente otorgado a William D. Nordhaus.
Como enlace temático con este texto anterior conviene señalar que nuestro Nordhaus es una de las personas que más daño ha hecho al IPCC. Recordemos que este organismo fue creado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher a finales de los ochenta en buena medida para incluir la economía en los resultados de la climatología, que por aquél entonces ya llevaba años anunciando lo esencial de lo que ya está ocurriendo. En una de sus reuniones, celebrada en 1988 en Toronto, estos físicos y biólogos tuvieron la osadía de cuantificar la reducción de emisiones necesaria para frenar el cambio climático (20), lo que debió de hacer sonar todas las alarmas en los consejos de administración y asociaciones empresariales. Efectivamente, el denominado “Working Group III” del IPCC ha contado desde siempre con la presencia de “economistas del cambio climático”. Con sus modelos integrados económico-climáticos (IAMs) convenientemente afinados, cosa que se mantiene hasta hoy.
Por poner un ejemplo de por dónde andaban los tiros al principio, señalemos que esas “funciones de coste” incorporaban, naturalmente, la pérdida de vidas humanas. ¿Cuánto valía cada vida humana? Estos magnates de la ética cuantificaron las vidas humanas según el PIB per cápita de cada país. Así se hizo en el primer informe, hasta que, ay, cayeron en la cuenta de que esto era poco presentable al público. Hay que decir en su descargo que el último informe de 2013-2015 cuestiona seriamente estos IAMs y no sólo por este tipo de motivos. La consideración que hace de ellos es ya bastante tangencial y los aspectos éticos son analizados no con mucho detalle, pero por lo menos se advierte la preocupación. Sin embargo, este último informe dedicado a los +1,5 ºC los recupera en buena medida aunque con bastantes precauciones.
Un informe estructuralmente moderado que no lo es tanto
Sabemos ahora ya certeramente que los informes del IPCC son moderados. Sin embargo, no están exentos de información sensible para quien quiera leer entre líneas. No es mi intención hacer aquí una evaluación exhaustiva del informe, pero sí voy a poner de manifiesto algunos rasgos que he advertido y que creo de interés destacar.
Para empezar, se da el caso de que los lead authors de este informe, en número de 62, no son personas que se encuentren entre las posiciones más relevantes de la ciencia climática en términos de prestigio. No digo que sean malos, pero resulta relevante que los primeros espadas no estén ahí, en un informe de tanta significación.
Otra constatación es que, para el IPCC, la referencia preindustrial sigue sin estar clara, a pesar de que ha sido analizada recientemente de forma mucho más precisa (21,22). Recordemos que, en su último informe, el IPCC cambió la referencia sobre la que apoyaba sus predicciones de temperatura en 2100, trasladándola desde la “preindustrial” (sin decir cuál era) al promedio de 1986-2005, lo que eliminaba de un plumazo alrededor de +0,6°C (23). Este cambio solo se explica por la negativa a señalar explícitamente un posible incremento de +4 °C, guarismo insoportable considerado un escenario infernal por el mismísimo Banco Mundial (24). En este caso vuelven a lo establecido en informes anteriores, y deciden volver a referirse al promedio 1850-1900 de registros termométricos directos. Esto dejaría todavía alguna décima por el camino, pero podemos darlo por adecuado y suficiente para nuestro análisis – aunque debemos recordar siempre esta posible desviación.
La frecuente referencia al desgastado concepto de desarrollo sostenible que atraviesa el informe podría incomodar a primera vista, pero no debe desmerecerse. Resulta ser promovida por los SDG, o “Sustainable Development Goals”, pensados para las naciones con menos recursos del planeta. Además, el informe invita a reducir las desigualdades de forma general. Los occidentales nos vamos a sentir poco interpelados por esa afirmación, pero el hecho de insistir sobre este concepto en tantos párrafos resulta especialmente relevante, para irritación de los de siempre.
Finalmente, diríase que el IPCC se encuentra atrapado en su propia jaula; tiene dificultades para liberarse y lo sabe. Por eso, en lugar de hablar a las claras, lo que hace es “dar a entender” al tiempo que exhibe su al parecer inevitable tendencia al anclaje (25) respecto a informes anteriores, aun cuando muchos elementos hayan sido ya puestos en cuestión de forma muy evidente. Así, este nuevo informe no se desvía apreciablemente del quinto informe de 2013-2015 en todo lo que se refiere a la velocidad de deshielo del Ártico, a la subestimación del ritmo de aumento del nivel del mar, a la no contemplación de lazos de realimentación esenciales que obligarían a anunciar incrementos de temperatura sensiblemente mayores que los formalmente establecidos, etc.
El informe del IPCC sobre 1,5 °C dice, por encima de todo, algo para lo cual no hacía falta tanto trabajo: que los impactos del cambio climático a +1,5 °C son menores que los que se experimentarían con +2 °C. Lo repite decenas o centenares de veces, insistiendo en que de 1,5 a 2 °C los impactos aumentan de una forma exponencial. También dice que los 1,5 °C se alcanzarán “entre 2030 y 2052”, lo cual permite todo tipo de urgencias o no tantas prisas, a elección del ánimo del receptor. Pero dice más.
Más allá de que, claro, +1,5 °C son mejores que dos, he hallado en el “Summary for Policymakers” un párrafo que resulta especialmente significativo. Recordemos que para mantener este párrafo ha habido que superar decenas, si no miles de revisiones e interrogaciones y, por si esto fuera poco, ha tenido que ser aprobado por los representantes políticos de más de 190 naciones por unanimidad y, además, salvando siempre la oposición de los científicos, que siempre está ahí al acecho aunque normalmente hayan llegado ya agotados a esta etapa política final que en general les incomoda.
Nótese que cuando se habla de estabilizar el clima a +1,5 °C, esto puede hacerse con “overshoot” o sin él. El criterio en caso de overshoot, a saber, que se superen los +1,5 °C en algún momento, es que hay que establecer mecanismos que permitan regresar a este umbral por lo menos en 2100. Está claro que sin overshoot el tránsito sería más doloroso todavía en mitigación, pero con overshoot los impactos van a ser mayores.
Como ya se nota que los redactores no se creen demasiado que la temperatura tenga alguna posibilidad de retroceder en un futuro previsible, el informe no incide mucho en el escenario overshoot. En todo caso el párrafo en cuestión señala límites a este eventual overshoot, siendo lo esencial que el margen que apuntan resulta ser realmente mínimo, según podemos deducir del siguiente párrafo crucial:
“Revertir el calentamiento después de un rebasamiento de 0.2°C o superior dentro de este siglo requeriría una escalada en el despliegue de CDR a ritmos y volúmenes que podrían no ser alcanzables a la vista de los considerables problemas que presentarían.” (26)
El elemento central de este párrafo – consistente con otras aseveraciones recogidas en el informe – es que el IPCC asume que un rebasamiento de más de 0,2 °C sobre 1,5 ºC nos lleva a la práctica imposibilidad de recuperar los 1,5 °C en algún momento posterior. Esto puede leerse como que la temperatura seguirá aumentando y que aquello que hasta ahora se atribuía a los +2 °C, a saber, el hecho de entrar en terreno acelerado e incontrolable, pena del máximo dolor, se producirá ya a partir de +1,7 °C.
Por otra parte, que el IPCC considere improbable, al borde de lo imposible, que no se superen los +1,5 °C, aunque no lo diga explícitamente, viene dado por las condiciones que presenta para que la temperatura no supere ese valor. Y es que es estos implementation challenges, estos retos, son tan exigentes, tan sensacionales, que difícilmente alguien los puede considerar realmente factibles. Suponiendo que lo sean físicamente, cosa harto dudosa y con costes ocultos – humanos, no sólo económicos – no contemplados en el informe, parece claro que las inercias sociales van a dificultar todavía más su implementación. Además el IPCC nos recuerda, como de pasada, que los compromisos adquiridos por las distintas naciones en París 2016 llevarán a un mundo de como mínimo +2,7 °C, en el capítulo 4 puede leerse:
“Limitar el calentamiento a 1,5 °C requiere un cambio transformador sistémico … Un cambio de este tipo requiere una escalada y aceleración de la implementación de políticas de mitigación de largo alcance, multinivel y trans-sectorial, además de tener que superar distintas barreras. Este cambio sistémico debería ir acompañado de acciones de adaptación complementarias, incluyendo adaptación transformativa, sobre todo para las trayectorias que rebasen temporalmente los 1.5°C.” (27)
En efecto, el informe asegura que para intentar hacer algo en 2050 las energías renovables tienen que ser ya el 70-85% del total. Eso es decir muy poca cosa si no se dice cuál habría de ser entonces el nivel de energía neta resultante, cuánta energía y emisiones habrá que emplear para conseguir esto y cuáles serían las consecuencias para la vida humana de más de 7.000 millones de personas de su disminución drástica previsible en tan poco tiempo.
Se afirma inequívocamente que para evitar el overshoot se van a requerir necesariamente técnicas de CDR (Carbon Dioxide Removal, extracción de CO2) a gran escala. A mayor escala con overshoot, claro, aunque entonces su eventual implementación completa podría ser retrasada alguna década más.
Tan a gran escala son los requerimientos necesarios de succión del CO2 en exceso en la atmósfera que haría falta una capacidad disponible de almacenamiento de CO2 de tal forma que se estuviera secuestrando ya por lo menos un tercio de las emisiones que se producen anualmente. Pero lo que el informe no dice que esta técnica no es que sea de generalización más que dudosa, sino que los proyectos piloto actuales no llegar a secuestrar ni las propias emisiones que el propio proyecto y su mantenimiento requieren (28). Todo ello más allá de las fugas, al parecer inevitables, por filtración a la superficie, cuantificadas en alrededor del 1% anual (29).
Por su parte, afirman que el coste total anual a invertir/gastar para la transición tendría que ser de 900.000 millones de dólares anuales ¡desde ahora mismo hasta 2050! ¿De dónde saldrá este dinero? Suponiendo que haya energía suficiente como para llevar a cabo tamaña transformación de infraestructuras ¿están contempladas las emisiones que esta fabulosa transformación económico-social va a requerir? ¿Y las inestabilidades sociales que sin duda va a comportar?
Y es que en asuntos de dinero ya advierten que:
“Los aspectos financieros de adaptación consistentes con un calentamiento global de 1.5°C son difíciles de cuantificar y de comparar con 2°C. Las lagunas de conocimiento incluyen…” (30)
He aquí un reconocimiento palmario de que, en realidad, cuantificar todo esto es un auténtico ejercicio de voluntarismo y futilidad, como muy bien sabe Nordhaus en su fuero interno. Mucho más por cuanto sabemos que, en estas situaciones, los costes suelen ser forzados a la baja, aunque el informe ya advierte que esta cifra podría tranquilamente doblarse.
Pensar que la posibilidad de mantener este excedente monetario para aplicarlo a las infraestructuras friendly climáticas vaya a durar nada menos que 30 años consecutivos es algo que los que también nos hemos sumergido en el problema de la crisis energética – igualmente acuciante, y probablemente previo al climático – tenemos claro que, simplemente, no va a ocurrir.
Siempre a peor, invariablemente
Cabe destacar finalmente la constatación, una vez más, de la misma constante de siempre también demostrada en el artículo de Papeles: el empeoramiento de las previsiones en impactos del cambio climático respecto a informes anteriores, y no sólo porque el tiempo disponible se vaya reduciendo y hayamos entrado, según la filósofa Marina Garcés, en tiempos de “condición póstuma” (31). A la misma temperatura, mayores impactos de los anunciados hasta ahora. Esta característica de empeoramiento permanente de las expectativas parece ser ya una ley que aplica a este tipo de informes, y que por cierto aplica también a la Agencia Internacional de la Energía (32).
Hay un gráfico muy querido por la comunidad del clima a la que se llama RFC, Reasons for Concern, que sintetiza muy bien los peligros crecientes en función del aumento de temperatura, aunque es de difícil digestión para el no iniciado. Una vez más lo han cambiado tras mejor revisión, naturalmente a peor, aunque esta vez sofisticándolo un poco más. Dicen:
“Existen múltiples líneas de evidencia de que desde el AR5 [el informe de 2013-2015] los niveles de riesgo evaluados han aumentado para cuatro de los cinco ‘Motivos de Preocupación’ (RFC) (confianza alta). El riesgo de transiciones por grados de calentamiento es ahora: de alto a muy alto entre 1.5°C and 2°C para RFC1,” (33)
No se preocupe si no entiende bien la jerga. Lo importante es que estamos frente a la tercera revisión a peor desde 2001. Eso sí que es una constante. Adjunto antiguos y nuevos gráficos RFC.

Las cinco «Reasons for Concern» en el tercer informe de 2001 (izquierda) y su revisión en 2009,.

Las cinco «Reasons for Concern», de nuevo corregidas al alza en este informe
¿Dónde están los mejores?
Señalemos finalmente que la ausencia de los mejores climatólogos en el informe no es anecdótica. Al parecer, los primeros espadas ya se van desmarcando del IPCC y van migrando hacia otros ámbitos. Por ejemplo, un informe reciente con presencia de estos referentes (What Lies Beneath: The Understatement of Climate Existential Risk, prologado por quien suele ser considerado el mejor climatólogo europeo, el alemán Hans Joachim Schellnhüber (34)) y un artículo de esta semana de Mario Molina, Veerabhadran Ramanathan y Durwood J. Zaelke en Bulletin of the Atomic Scientists titulado “Climate report understates threat” (35)) muestran la situación actual con mucho mayor realismo y atestiguan las dificultades de la comunidad científica para comunicar adecuadamente por escrito la realidad y la angustia que manifiestan en privado. Un paper de este mismo verano, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, titulado “Trajectories of the Earth System in the Anthropocene” y firmado por, ahora sí, 16 de los mejores y veteranos, realiza un análisis de los lazos de realimentación, los “tipping elements” y sus “tipping points” en base a la mejor y más reciente literatura disponible. Aseguran que:
“Una cuestión crítica es que, si se supera un umbral planetario hacia la trayectoria que conduce a la ‘Hothouse Earth’, acceder la ‘Stabilized Earth’ se convertiría en muy difícil cualesquiera que fueran las acciones que las sociedades humanas emprendieran … una vez el Sistema Tierra se ha internado en la trayectoria hacia la ‘Hothouse Earth’, la alternativa ’Stabilized Earth’ se convertiría muy probablemente en inaccesible.” (36)
Conclusión
Este informe nos viene a decir pues que un aumento de +2°C, ese valor que en los 70 William Nordhaus, hoy vergonzante premio Nobel, dio por bueno (y llegó a decir que +3 °C sería incluso mejor (para el capital), desdiciéndose sólo años después), es “mucho peor de lo esperado”, muletilla ya clásica de la información climática popular. Está ya muy claro que a partir de ese guarismo se activan las realimentaciones más uertes, esas que nos llevan a un territorio desconocido y nada halagüeño de “runaway climate change”.
Esos expertos quieren alejarse de ese negro punto focal que suponen los malditos +2 °C que hoy, lamentablemente, mucha gente sigue suponiendo como margen de seguridad. De ahí ese informe tan centrado en 1,5 °C y señalando tanta diferencia en impactos. Pero entretanto se han encontrado, si es que no lo sabían ya, con que limitarse a +1,5 °C es virtualmente imposible, y superar los +1,7 °C es ahora tan grave, o más, como hace unos días se suponía que lo fuera a ser el hecho de superar los +2 °C. Quedamos pues a la espera de un nuevo informe que, no lo duden, empeorará más la situación. Si cabe.
En estas condiciones ¿alguien puede creer honestamente que estamos a tiempo de algo? ¿No es todo esto una indicación de que deberíamos estar en una situación de la máxima emergencia mundial?
A día de hoy, ¿qué aumento global de temperatura consideras ya absolutamente inevitable, Ferrán?.
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No sabría decirte ni quiero especular, pero a la composición atmosférica actual todavía quedan 0,6C por realizarse.
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Tengo 23 años, graduado en ciencias ambientales. ¿Qué hago?
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Disculpa por el retraso Guillermo, te veo ahora.
Es probablemente la pregunta más difícil de responder, por lo menos genéricamente y sin conocerte.
Asume la situación en toda su gravedad, cosa que no es fácil y que no ocurre sin dolor ni sin cambios interiores categóricos que llevan su tiempo. Hazlo en compañía de personas también preocupadas; procura no pasarlo solo.
Crece hacia adentro, busca la sabiduría y no solo los conocimientos. Mantén la integridad intelectual por encima de todo, que es lo que más nos hace personas. Descubre los discutibles, y a menudo falsos presupuestos de muchas de las disciplinas universitarias, sobretodo en economía, biología y algunas otras ciencias sociales. Profundiza en la economía ecológica y la biología sistémica. Propón e intenta establecer metas para transitar el decrecimiento inevitable de la forma más humana posible. Defiende todo tipo de vida.
Por encima de todo, dedícate a evitar y cortocircuitar la barbarie si ésta aparece demasiado cerca.
Mucha suerte, bienvenido, aquí estamos.
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Gracias Ferran, tu respuesta llega en el momento preciso y me refuerza a seguir con esto. Un fuerte abrazo :)
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Muchas gracias Ferrán por volver a escribir en este blog, se echaba en falta en estos tiempos tan complicados.
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