En una sentencia histórica, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos equiparó hace un par de años a las personas jurídicas con las personas físicas. Lo hizo a propósito de las donaciones de las corporaciones a las campañas electorales. El tribunal aceptó que las empresas no tienen límite alguno en las cantidades que pueden entregar a los candidatos. El champán todavía burbujea en los estómagos y las mentes de los promotores de la iniciativa. En Rio+20 donde, por graciosa decisión de Naciones Unidas, estaban las mismas personas jurídicas que en su momento ejercieron toda la presión que estaba en sus manos para doblegar al Tribunal Supremo estadounidense, que es inmensa, éstas acaban de conseguir un objetivo equivalente, ahora a nivel mundial.
El futuro que, según el documento suscrito, desean las naciones del mundo ahí reunidas, no está basado en la felicidad de sus habitantes, no tiene que ver con la emancipación de las conciencias, no va a promover los derechos reproductivos de las mujeres, no va a establecer un código de derechos y obligaciones de las personas físicas ni jurídicas con el medio ambiente, con la casa común. Nada de todo esto es prioritario ni importante: estas palabras no existen en el texto. La energía renovable aparece solo tres veces en 49 páginas y 283 párrafos. Tampoco se crean instituciones ni se avanza un milímetro para evitar que la pérdida de biodiversidad o el cambio climático cumplan sus peores amenazas, por muchas veces que el texto las mencione. Lo que vale, lo que cuenta, es el crecimiento económico, el crecimiento no ya sostenible, sino sostenido. Sin condición adicional alguna, más allá de la pura retórica de florero.
Bueno, si. El florero es verde. El término, originado en las inquietudes de las personas físicas, ha sido cooptado y transformado en su significado por las personas jurídicas. El texto del acuerdo ha conseguido tergiversar la realidad de modo que crecimiento económico sostenido y sostenibilidad se emplean como términos intercambiables[1]. No vayan las personas físicas a creer que no se puede sostener algo finito, como la naturaleza en general o el sistema climático en particular, mientras crece sostenidamente, indefinidamente, la economía. Como siempre han defendido las personas jurídicas, en clara oposición a, sin ir más lejos, las leyes de la termodinámica. Que son muy molestas.
La economía verde no es otra cosa que la misma explotación de los recursos naturales, y humanos, que nos ha llevado hasta donde estamos, con la única diferencia de que ahora se pone precio a algunas cosas que no lo tenían. El equilibrio del sistema climático se deja a merced de la potencia del mercado, único ente al que el texto quiere liberar, en este caso de sus distorsiones.
Vamos a vivir en un mundo donde la existencia de una selva, o la estabilidad climática, o incluso la propia vida de las personas físicas afectadas por los desastres naturales, todas estas cosas y muchas más, van a quedar supeditadas, exclusivamente, a que sea más caro cargárselas que dejarlas como están. Antes de que a alguien le pudiera parecer esto un mal menor, convendría hacerse la siguiente pregunta: ¿quién (y en base a qué) va a valorar estos bienes de producción para ver si los números dicen que es mejor hacer una cosa o la otra? ¿Las personas físicas? ¿O las jurídicas?
Para hacernos creer que la finitud del mundo y la continuidad del crecimiento son compatibles, las personas jurídicas emplearán, a partir de ahora, chimeneas verdes para emitir CO2 invisible, añadirán colorante verde a la química que vierten en los lagos, los ríos, los océanos, los hígados y los cerebros. Emplearán papel verde para reflejar el objeto social de su actividad, sancionada por un notario que viste traje y corbata verdes, para que, como dice la ley, ahora verde, obtenga beneficios por encima de cualquier otra consideración y color de las moquetas[2]. También seguirán contratando, como han hecho hasta ahora, a grandes agencias de comunicación y relaciones públicas, imponentes multinacionales de la persuasión, de las que nunca se habla, a las que poco se ve, pero que siempre están ahí. Y que ahora van a pintar de verde sus logotipos y rogarán que sus correos no sean impresos.
Para todo ello las personas jurídicas emplearán a personas físicas a las que remunerarán lo mínimo posible, combatirán el salario mínimo y las leyes de seguridad laboral con ejércitos de abogados y lobistas, promoverán la sanidad y la educación privadas (y lo harán en nombre de la libertad), procurarán eludir todos los impuestos que puedan, depositarán sus cuentas en paraísos fiscales e intentarán debilitar a los sindicatos con todos los medios disponibles. Todo ello en aras de la necesaria competitividad entre personas jurídicas que, gracias a una globalización a medida, acaba extendiéndose a todos los países del mundo, generando competencia fiscal, y haciendo competir y enfrentando a las personas físicas entre si. Entretanto, nos asegurarán que todo esto es por nuestro verde bien y, de ahora en adelante, por el bien del planeta verde.
Rio+20 se ha convertido, de esta forma, en una legitimación coloreada de las grises instituciones de Bretton Woods y sancionadas en el consenso de Washington, y en una extensión de las mismas. Las personas jurídicas, que siempre han batallado, y conseguido, una reglamentación a su medida, conduciendo así al mundo a una situación insostenible, se llenan ahora la boca de sostenibilidad y verdura crecientes. En lugar de reconocer que el fundamento del problema es el mercado global tal como lo han concebido, y las reglas no reguladas en él imperantes, los lobos jurídicos se han ganado en Rio+20 el derecho a imponer su visión del mundo, y definir el futuro inmediato que quieren, a las ovejas físicas. Les han hecho creer que, a partir de ahora, las cuidarán y les darán de comer pienso verde, y muchas acabarán creyendo que eso va a ser mejor que la hierba del pasto que tanto les gusta, o que por lo menos va a ser más sabroso que el rancho químico nitrogenado al que ya se habían acostumbrado. Pero las ovejas seguirán tan condenadas como lo estaban antes del anuncio del patrón.
A todas las personas físicas, y a la naturaleza biofísica en su conjunto, corresponde ahora articular una respuesta a este desaguisado que, si no es corregido, puede llevar a una situación de desesperanza muy difícil de remediar en el escaso tiempo disponible. Con mucha suerte, sólo nos queda esta década.
Notas
[1] Señalado por Georges Monbiot aquí
[2] Para Milton Friedman, a quien adoran las personas jurídicas, la principal responsabilidad social de las empresas es aumentar su beneficio
Pintan bastos sino paramos esto.
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Extraordinaria reflexión. Hay que desenmascararles. No puede ser que nos hayan robado hasta las palabras. La privatización del mundo, de las palabras, de las ideas, de los sentimientos y hasta de la destrucción también es verde y sostenible. Todo sirve para seguir conduciendo este tren que nos lleva al abismo cada vez a mayor velocidad.
Las grandes empresas son lo primero y ellas son las que lo controlan todo. Un ejemplo, lo que ocurrió el día 21 en la Universidad de Burgos:
http://proyectourraca.wordpress.com/2012/06/23/la-jornada-de-la-verguenza-el-desembarco-de-bnk-petroleum-en-la-universidad-de-burgos/
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¡Claro que nos van a dar de comer verde, «Soilent green» sin ir más lejos!
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Ya y es que hasta el mismo proceso de corrección es peligroso para las alturas de la película que estamos (si dejamos de emitir bruscamente nos cargamos los aerosoles). Habrá que hacerlo de forma exquisitamente paulatina y nos tomaría un par de siglos regresar al estado de hace 20 años.
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Estuve mirando «el futuro que queremos» (son 59 páginas en spanish, no 49), y es realmente increible. Parece que no han leido ninguno de los cientos (¿miles, millones?) de trabajos de estos 20 años que trataron de entender el desarrollo sostenible y diferenciarlo del crecimiento. Es vergonzoso como aparece en la misma oración «crecimiento económico sostenido» y «desarrollo sostenible». No coincido con Monbiot (genio!) en que los usen en forma intercambiable, los usan en forma complementaria, como si fuera imposible el desarrollo sostenible sin crecimiento sostenido.
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Hola Nube,
Mira, Monbiot parece que da el planeta por perdido: http://www.monbiot.com/2012/06/25/end-of-an-era/
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Lo veo muy en línea con algunos de tus posts: los «dirigentes» del mundo nos llevan directo contra el iceberg, mientras la orquesta sigue tocando para algunos y el resto se apiña en las bodegas. Y la gran mayoría, protesta por sus pequeñas cosas y no se dan cuenta de lo especial y maravilloso que es el mundo en que vivimos, y prefieren no darse cuenta.
No olvidemos los objetivos valiosos: «Tratar de distribuir las pérdidas en un periodo lo más largo posible para que nuestros hijos y nietos puedan disfrutar de sus vidas» y «preservar lo que podamos con la esperanza de que las condiciones puedan cambiar».
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Ferran, ¿has leído el «decálogo racionalista» sobre el cambio climático, escrito por Manuel Toharia, que viene en el último número de la revista ‘Muy interesante’?
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Pues no, todavía no. Voy a ver.
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Te va a encantar.
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Ya me ha encantado.
Ahora ya puedo decir que, cuando dice estas cosas, las dice a conciencia de que son falsas. El sabrá por qué, y también la revista por qué otorga voz a un negacionista climático que desinforma a los lectores no prevenidos.
A ti te imagino más encantado todavía.
Ciao.
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Atribuir mala fe a quien discrepa de nosotros es arriesgado. ¿No podría ser que Toharia realmente creyera estar exponiendo la visión más «racionalista», una postura a medio camino entre la de los negacionistas y la de los apocalípticos?
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Pues yo atribuyo mala fe a quien dice que el IPCC es un organismo político ex-ante, a quien aparenta no saber que Groenlandia y la Antártida pierden masa a razón de 1 km3 al día, a quien parece confundir los gases de efecto invernadero como si todos funcionaran igual, a quien dice que en España llueve igual aunque llueva distinto, etc. Y digo ahora que es mala fe, porque él lo sabe.
No hay camino medio. La temperatura media global sigue aumentando a razón de 0,2 ºC/década, y no 0,1 o nada. La cantidad de energía acumulada que eso supone es inmensa (una cifra de 22 dígitos medida en joules). Esto no es algo sobre lo que pueda opinarse o discrepar. Se mide, se ve que concuerda con las predicciones, y así se va validando la teoría. Llevamos así mucho tiempo, y el que quiera situarse en un punto medio o bien es preso de ignorancia supina, o bien lo hace con mala fe. La misma mala fe que exhibe Muy Interesante manchando sus páginas con falsedades.
Lo mismo puede decirse de quien cree que esto es racionalismo.
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La «I» de IPCC significa «Intergubernamental». O sea, gubernamental. O sea, político. Eso tampoco es opinable.
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He dicho ex-ante. Ex-post lo es parcialmente, pues los resúmenes (y sólo ellos) si deben ser aprobados por unanimidad de los gobiernos. Lo que tiene como consecuencia consecuencia aguar (sólo retóricamente) las conclusiones científicas al ser necesario encontrar un mínimo común denominador.
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Ferran, ¿en qué te basas para afirmar que en España llueve menos que hace treinta años?
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Rawandi, no me tergiverses, que es lo vuestro.
No he dicho que llueva menos. He dicho que llueve distinto.
Te lo demostraré el lunes con un buen paper.
Ferran
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Bueno, no va a hacer falta esperar a lunes: el paper.
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Quizá sea porque el inglés no es mi fuerte, pero no he encontrado nada en ese ‘paper’ que contradiga a Toharia.
Te recuerdo que Toharia, en el punto 5 de su ‘decálogo racionalista’ sobre el cambio climático, afirma que «en España llueve en promedio lo mismo, o un poco más». El ‘paper’ trata de algo diferente: de los cambios en la estacionalidad de las lluvias, concretamente sobre que actualmente llueve en España más en otoño y menos en primavera y en invierno, todo lo cual es perfectamente compatible con el punto 5 de Toharia.
Ahora yo podría acusarte de actuar con mala fe, como tú has hecho con Toharia. Pero tranquilo, que no voy a hacerlo porque no es mi estilo.
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Te doy la razón siempre que admitas conmigo la facilidad de confundir «lo mismo» con «igual». Está claro que no llueve igual (no sólo estacionalmente sino tampoco geográficamente), y el hecho de que llueva menos en primavera es especialmente preocupante.
Que pueda estar lloviendo más, medido en cantidad de precipitación, no nos dice nada. De hecho, esta variable se va a intensificar a medida que la mayor temperatura vaya provocando una mayor acumulación de agua en la atmósfera. Llover más cantidad no es lo mismo de que llueva bien, en el sentido de que puedan por lo menos mantenerse los ecosistemas actuales, casi todos ellos en franco retroceso. Sabemos que el cambio climático intensifica los extremos del ciclo hidrológico.
Más allá del detalle, lo cierto es que Toharia pinta una situación de que o no pasa nada, o no se sabe bien o, si pasa, no es nada de lo que preocuparse demasiado. Esto es lo clásico de un negacionista, una de las constantes en su discurso. No tiene lógica interna, pero para el caso da lo mismo pues, de lo que en realidad se trata, es de alimentar la confusión.
Toharia no hace caso de los materiales que le he suministrado, que contradicen su posición con perfecta autoridad científica. No he recibido de él contra-argumento alguno de peso equivalente; de hecho no he recibido ninguno mientras que me consta que leyó mi carta abierta. Él sigue repitiendo los mismos mantras aguadores de la realidad que exhibió en su libro de 2005, como si entonces todavía no pasara nada y tampoco hubiera pasado nada desde entonces. Ejemplo paradigmático es su versión sobre los fenómenos en Groenlandia y la Antártida. Pierden masa a manos llenas, pero él parece no haberse enterado.
Todo cuadra científicamente en el problema climático, y que alguien a quien consideramos ilustrado no quiera o no pueda verlo es todo un objeto de estudio del que, sin duda, podemos aprender muchas cosas.
Yo estoy en ello. ¿Te apuntas?
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Apenas si le di una mirada al paper, solo lo suficiente para morir de envidia al ver que han podido encontrar 2600 series completas de 50 años de precipitaciones en una superficie tan pequeña (sin ánimo de ofender :-)). Quería agregar que cuando hay cambios en las precipitaciones, además de cambios estacionales y regionales, puede haber cambios en la forma de llover. Por ej, llueve la misma cantidad en una misma región y en la misma estación, pero en lugar de llover a lo largo del período, algunos años se concentra en una o dos grandes tormentas. Un cambio de este tipo ha ocurrido en la cuenca del Rio de la Plata, y tiene un efecto negativo sobre las cosechas.
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Aquí en Cataluña han tenido que solicitar la calificación de zona catastrófica en la provincia de Lleida por una tremenda granizada que cayó justo antes de la recolección de fruta dulce veraniega. Muchos de estos sucesos no son infrecuentes, pero son cada vez más frecuentes, en consonancia con las predicciones.
Pero aquí nadie (que yo sepa) ha dicho que este aumento de la probabilidad de ocurrencia tenga que ver con el cambio climático, quizás gracias a nuestro Manuel Toharia y otros desinformadores. Un estudio sistemático en los EE.UU muestra también cómo los pavorosos incendios que están asolando a ese país parecen ser, a ojos de los medios mayoritarios, fruto de la más estricta normalidad. Ni que lo diga la Secretaria de Estado.
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No me lo puedo creer. ¿Cosimo Piovago?
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Es aterrador (en un sentido casi literal) constatar, aunque ya lo supusiéramos, que los supuestos defensores número uno del clima, la biodiversidad y el futuro, se han terminado bajando los pantalones ante los causantes del desastre que tratamos de evitar.
Para mi no existe ninguna duda de que la batalla a nivel político está perdida irremediablemente. Es escalofriante, pero cierto, según lo veo.
Esto nos deja un solo camino a seguir: la adaptación a un nivel muy, muy local, no porque sea la mejor manera, sino porque es la única que nos va quedando.
La anternativa de la adaptación tipo cada-quien-mata-su-piojo es sin duda desmoralizadora porque implica tener que estar dispuestos a sacrificar aun más de lo ya aceptado como obligatorio. Aunque llevo bastante tiempo esforzándome por aceptar esto, sigo siendo honestamente incapaz de imaginar cómo diablos vamos a lograrlo.
¿Qué podemos hacer, si ellos -los malos de la película- dominan casi todo y con toda seguridad se apoderarán de lo que aun no han tomado llegado el momento? ¿Acaso no es realista suponer que estamos a poco de una nueva era colonialista? No quiero pensar en las consecuencias de esto para el tercer mundo, en particular sudamérica, que es donde he nacido.
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